De izquierda a derecha, Manuel López, Montse González, Lucía González Díaz y Rafael Fernández. / COBER
28/06/2019
Las Palmas de Gran Canaria
En el franquismo a gais, lesbianas y transexuales les aplicaban la ley de vagos y maleantes que penaba con prisión y destierro su orientación sexual. Cuatro de estas personas cuentan su experiencia. El Orgullo 2019 homenajea a mayores del colectivo LGTBI.
Montse González, transexual de 61 años; Manuel López, La Lola, de 66 años; Rafael Fernández homosexual de 62 años y Lucía González Díaz, lesbiana de 72 años, pasaron su juventud bajo la represión franquista y la famosa ley de vagos y maleantes que el machismo de la época utilizó para la represión del colectivo LGTBI. Este año Gamá celebra el Orgullo bajo el lema Mayores sin armario. Montse, Manuel y Lucía se consideran personas pioneras en la lucha por la visibilidad y la igualdad porque se enfrentaron a la LGTBfobia a cara descubierta, tal y como eran, a Rafael, en cambio, le costó reconocerse como gay.
«Yo fui la más loca, la que primero tuvo pechos en Las Palmas. Como travestí aquí no hubo ninguna como yo. Que diera la cara y que hiciera lo que yo hice», asegura Manuel López, que pasó un año en la cárcel y estuvo dos desterrada. «Me fui a Barcelona, después a Luxemburgo al cabaret. ¡Qué diferencia! Allí me decían ‘Madame S’il vous plaît’ (Señora, por favor), aunque te vieran el carné», narra emocionada.
Montse González, presidenta de Gamá, tampoco ocultó nunca quien era. «No sé de qué masa estoy hecha, pero yo con 15 años ya estaba hormonada y me vestía como mujer. Pensaran como pensaran los demás, me daba igual. Te insultaban, se reían, te señalaban... La sociedad nos trató mal y en los trabajos también. Se creían que era una chica, pero cuando hablaba o me pedían el carné sabían que no era una chica y ya no me daban el trabajo. Si no pasabas desapercibida te paraba la policía. Yo les decía ‘Mira que no estoy en la calle, que estoy trabajando’ y me decían ‘Me da igual, eres maricón’».
En aquella época no podían estar en el parque de Santa Catalina, cuentan con ironía en el mismo lugar en el que se les perseguía. «Hoy en día todavía quedan resquicios» de LGTBfobia en la sociedad, reconoce Montse González. También en la política, como demuestra el partido de ultraderecha Vox. «Pero a mí los pistachos no me mortifican. Si no pudo Franco, ellos menos», añade González.
De joven Rafael Fernández, en cambio, no se sentía «señalado» porque «estaba escondido». «Yo empecé a salir cuando tenía 19 o 20 años, un poco tardío. Y con un sentimiento de culpa que alucina», reconoce. De niño hizo «capillas» [monaguillo] hasta que rompió con la iglesia y creció en un ambiente en que la homosexualidad era objeto de mofa. «Mi abuela hablaba de los mariquitas de playa, que le hacían gracia», recuerda. Rafael ahora dice que ha salido del armario cuatro veces. La primera cuando de ser una persona relacionada con la iglesia se fue «con los anarquistas a la CNT. «Me iba a los partidos de entonces que estaban en la clandestinidad, pero los partidos de izquierdas de aquella época tampoco veían bien la homosexualidad. A mí me llegaron a decir que yo era la decadencia del sistema capitalista», asegura. En esos años (la segunda vez) iba a una discoteca en Madrid en la que esperaban a las tres de la mañana para ir a casa todos juntos porque «estaban los Guerrilleros de Cristo Rey», un grupo de ultraderecha apoyado desde el Gobierno por la Fuerza Nueva de Blas Piñar. La tercera fue después de ir a terapia y la cuarta es «ahora», afirma. «Esta es una etapa de retroceso. La gente de más de 50 somos mayores y los mayores en el mercado de la carne están fuera de juego. Ahora eres inexistente», lamenta.
Lucía González creció en una familia tradicional. Se fue a Madrid con 20 años a estudiar, y allí se quedó otros 20 a vivir. Militante del movimiento feminista, reconoce que en la capital de España se era «más permisivo» y que era más difícil reconocer a las mujeres lesbianas. «Siempre es más camuflado», apostilla, por lo que no han sufrido tanta represión. Sin embargo, apunta, cree que hay «muchísimas» mujeres mayores que nunca reconocieron su orientación sexual y que incluso se casaron haciendo una vida heterosexual. Lucía, que estudió Ciencias Sociales y Políticas en la católica Universidad Pontificia, pero asegura que pudo seguir con las acciones feministas y reivindicativas porque tenían localizados a los «sociales» (policía secreta). De hecho, cuenta, participó en «la gran besada» de 1978 –acción con la que terminaban las primeras manifestaciones del Orgullo cuando aún no se llamaba así–.
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