México abrió sus brazos entrañablemente a la emigración española republicana. Ello constituyó un gran acontecimiento de consecuencias trascendentes, que dejará huella para la vida y la historia de nuestro país. Hablo en plural, porque a estas alturas, es decir cincuenta años después, mexicanos y españoles republicanos debemos considerarnos un solo pueblo. En aquel entonces, llegó entre la gente de todos los estratos sociales, además de competentes obreros y campesinos, muchos de los cuales he encontrado en el interior del país, un grupo nutrido de grandes personalidades sobresalientes en diferentes campos, lo mejor de un pueblo de una cultura rica y singular, una de las altas culturas de Occidente. Arribaron profesores y filósofos, científicos de muchas disciplinas, militares, marinos y pilotos, hombres de Estado, economistas, hombres de empresa, poetas y escritores, músicos, editores, gente de teatro y de cine, pintores, escultores, dibujantes y grabadores.
Entre los muchos que ya no viven, un gran número de ellos honró nuestro suelo con sus restos mortales. Recuerdo con fervor y rindo mi tributo a Luis Buñuel, Rodolfo Halffter, Remedios Varo, Roberto Fernández Balbuena, quien junto con Sánchez Cantón, Alberti, Renau y Ceferino Colinas, salvó los tesoros del Museo del Prado, transportando sus colecciones a Ginebra, bajo el fuego de bombardeos aéreos, en un enorme convoy formado por más de treinta inmensos camiones, episodio heroico que yo presencié en Valencia en 1937. La lista es larga: los doctores Pedro Bosch Gimpera, el oftalmólogo Manuel Márquez, Enrique Díez-Canedo, Joaquín Xirau, José Giral, José Puche, Juan Comas, los entomólogos Ignacio y Cándido Bolívar, José Gaos, Adolfo Salazar, el economista Antonio Sacristán, Pí Suñer, Bernardo Giner de los Ríos, Max Aub, Emilio Prados, Eduardo Ugarte, Pedro Garfias, Luis Recaséns Siches, Eugenio Imaz, Alardo Prats, Agustí Bartra, Juan Rejano, León Felipe, Ceferino e Isabel Palencia, Ricardo Vinós, Rubén Landa, Margarita Nelken, Adrián Vilalta, Concha Méndez, Demófilo de Buen, Mariano Ruiz-Funes, el general José Miaja, el defensor de Madrid, a quien conocí en aquella heroica capital en 1937, Enrique f. Gual, Otto Mayer Serra, los sacerdotes católicos José Ertze Garamendi y José María Gallegos Rocafull, Juan Naves, en fin, tantas y tantas grandes figuras a quienes tuve el honor de tratar y con muchas de las cuales trabajé estrechamente y las recuerdo con veneración, sobre todo a Juan Larrea y a José Bergamín, quienes murieron lejos de México, pero que hicieron tanto por él.
Todos ellos patriotas que sostuvieron una guerra heroica contra la traición y la intromisión internacional, porque no fue sólo una guerra civil, lo fue de invasión y por ello desigual: las batallas se sostuvieron a cuerpo limpio contra tanques y de frágiles aviones contra los junkers nazis y los tetramotores de Mussolini –como me dijo una vez aquel gran piloto y soldado que fuera Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de la aviación republicana. Todo eso sucedió, yo estaba allí y pude atestiguarlo.
Cuando a partir de 1939 arribó a México la pléyade de artistas plásticos, resonaba aún en sus oídos el grito brutal de “muera la inteligencia”, lanzado por uno de los generales sublevados, así como el estruendo de las bombas incendiarias, arrojadas al anochecer del 24 de diciembre de 1938 sobre el Paseo de Gracia y las Ramblas de Barcelona. Y asimismo, en enero de 1939, en pleno éxodo hacia Francia, las del brutal bombardeo sobre Figueras y la carretera a la frontera. Llegaron embargados por el espanto que habían sentido ante las atrocidades vividas, la dolorosa experiencia de su salida de España y las inclemencias de su amarga estadía en Francia. Muchas de sus obras reflejaban negrura. Ya en nuestro país, con la libertad recuperada, pero sin olvidar jamás su patria de origen y su noble carga cultural, como tampoco su condición de republicanos exiliados, se dedicaron con pasión a la labor creativa y con generosa entrega a México a la formación de artistas, entre los cuales han destacado valiosos pintores nacionales.
Voy a empezar con la pintura pensada y la calidad sostenida de José Moreno Villa, gran estudioso de nuestro arte virreinal; el ágil pincel de José Renau, gran cartelista y retratista, que fuera Director de Bellas Artes, y a quien el arte universal le debe el haber promovido la creación del Guernica de Picasso. No dejaré de mencionar la extraordinaria contribución de Miró, del arquitecto José María Sert y del escultor norteamericano Alexander Calder, realizador de la impresionante Fuente de Mercurio, cuyo conjunto de obras de arte conmovió al mundo entero en la Exposición Universal de París en 1937. Sigo con la excelencia postimpresionista de Camps Ribera, contemporáneo de Picasso en Barcelona; con Antonio Rodríguez Luna, el andaluz, de cuyas manos salieron tantas dramáticas obras maestras; la pintura de buen gusto de Enrique Climent; las escenas de niños de Germán Horacio, los cuadros de Arturo Souto, el gallego de luminosos ocres vivos como el oro, y los sueños poéticos de Remedios Varo; el taurinismo de Alfredo Just; la inquietud plástica de Benito Messeguer, y de Miguel Prieto, que introdujo el diseño moderno en las artes gráficas mexicanas y cuyo punto culminante en la actualidad es su gran discípulo Vicente Rojo, el pintor de las lluvias; con este último paso a los creadores todavía activos y admiramos el trazo ágil de línea continua de Elvira Gascón; el arte lúdico, de Vicente Gandía, el dramatismo del notable grabador Francisco Moreno Capdevila; el arte imaginativo, lírico y dionisíaco de Antoni Peyri; las tapicerías de Pedro Preux y Martha Palau; el clásico y a la vez inquieto Eugenio Sisto; la hermosa plástica de Lucinda Urrusti y el toque lúcido de Paloma, la hija de quien fuera uno de mis más admirados poetas y amigos –Manuel Altolaguirre–, entre tantos otros más.
Como un testimonio de excepción, todo este grupo resume la buena calidad en su arte y en las diversas técnicas, no pocas veces sorprendentes en cuanto a que no son repeticiones artificiales. Algunas son espejo de la realidad, otras son interpretaciones lúdicas; en muchas se percibe el sentido trágico de la vida española, y todas ellas dan testimonio de la nobleza del conjunto de artistas ibéricos en el exilio mexicano, que marcan –repito– una honda huella en nuestro tiempo y en nuestra historia l
*Fragmentos de la “Presentación” escrita por Gamboa, con motivo de la exposición Obra plástica del exilio español en México 1939/1989, inaugurada en el Ateneo Español en septiembre de 1989.
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