diumenge, 23 de juny del 2019

Neofranquismo ultraliberal sin fuerza teórica: las singularidades de Vox dentro de la ultraderecha europea


https://www.infolibre.es/noticias/politica/2019/06/21/neofranquismo_ultraliberal_sin_fuerza_teorica_las_marcas_que_hacen_vox_producto_unico_ultraderecha_europea_96256_1012.html



VOX

  • infoLibre bucea en la identidad propia de la ultraderecha española con tres historiadores y dos sociólogos
  • "El fascismo le venía demasiado moderno a los golpistas del 36", sostiene Gutiérrez Molina, que define con tres palabras tanto el franquismo como la sustancia ideológica de Vox: "España como cuartel"
  • Xavier Casals explica que Vox "ha hecho una síntesis ideológica nueva con temas tradicionales, temas de fuerzas afines europeas y temas del trumpismo"

Publicada el 24/06/2019 a las 06:00Actualizada el 22/06/2019 a las 19:11
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El portavoz del Grupo Parlamentario Vox, Iván Espinosa de los Monteros, junto a la integrante de su formación Macarena Olona.
El portavoz del Grupo Parlamentario Vox, Iván Espinosa de los Monteros, junto a la integrante de su formación Macarena Olona. 
Bastará que ponga el lector la televisión, busque una tertulia política y deje pasar unos minutos para que alguien alegue que Vox es un partido perfectamente normal, constitucionalista, con ideas con las que "no estoy de acuerdo", pero que no tiene nada que ver con la ultraderecha, que es otra cosa. Que no hay que poner etiquetas. Que cada partido es distinto. Y, en efecto, cada partido es distinto. Aunque ubicado en la ultraderecha de raíz posfascista, pese a sus múltiples coincidencias con los movimientos de derecha ultranacionalista y autoritaria en Europa y fuera, Vox no se ahorma a ningún modelo prefabricado. Nunca es así. Cada partido tiene un carácter propio, diferente. Los defensores del carácter irreprochablemente democrático de Vox a menudo acuden a las particularidades de Vox para alegar que "no es como" tal o cual partido estigmatizado. Y otra vez es cierto. Vox es un producto único. Pero aquello que lo hace diferente no lo hace menos extremo, sino más vinculado a la particularísima historia de España. 

Vox ha conquistado en poco más de seis meses 24 diputados en el Congreso, tres eurodiputados y representación en nueve comunidades y 363 ayuntamientos. Además, forma parte del tablero de la gobernabilidad autonómica y municipal, sentado a la misma mesa que PP y Ciudadanos. infoLibre bucea en los rasgos particulares del nuevo actor político a través del criterio de tres historiadores y dos sociólogos. La conclusión llega de cuatro marcas de origen en la esencia de Vox: su condición de escisión del PP, su veta neofranquista, su ultraliberalismo y su paupérrima base teórica. 
 
TRUMPISMO+ULTRADERECHA+TRADICIÓN

El historiador Xavier Casals, uno de los más reputados conocedores de la extrema derecha española, define sin vacilación a Vox como "ultraderecha o derecha radical populista". "Sabemos perfectamente con qué emparentarlos porque ya se ha ubicado en el grupo europeo de Conservadores y Reformistas, Abascal se entrevistó con el líder de Ley y Justicia, tiene una familia política ya definida, mantuvo contactos con Steve Bannon intentando articular contactos transnacionales... Las afinidades y los vínculos están cada vez más claros", señala Casals, autor de artículos de referencia sobre la identidad de Vox.

Su "síntesis ideológica", añade Casals, combina elementos de tres procedencias distintas. Así lo explica: "Por un lado, están los temas propios de la extrema derecha tradicional, como han sido el antiseparatismo, el antisecesionismo, el irredentismo (recordemos la reivindicación de Gibraltar), el rechazo a la memoria histórica, con la oposición a la exhumación al cadáver de Franco. Hay otros temas que lo sitúan en línea con la extrema derecha europea, como la cruzada ideológica contra la ideología de género o el rechazo al Islam. Y, por último, hay elementos del trumpismo, como esto de 'hacer de España grande otra vez' o la pretensión de levantar muros en Ceuta y Melilla, que además debería pagar Marruecos". El resultado, resumido por Casals, es que Vox supone una "encrucijada de influencias que ha hecho una síntesis ideológica nueva con temas tradicionales, temas de fuerzas afines europeas y temas del trumpismo".
 
NEOFRANQUISMO

Un rasgo propio son pues los temas "tradicionales", determinados por la historia de España. Porque España, en lo tocante a la ultraderecha, es caso aparte. Aquí no venció el antifascismo y el dictador murió en la cama en 1975. Ha sido un lugar común –hasta la irrupción de Vox– la idea de que en España no podía fructificar la extrema derecha por la proximidad del franquismo. Michela Murgia reflexiona sobre cómo el paso del tiempo determina la permeabilidad social ante el fascismo en Instrucciones para convertirse en fascista (Seix Barral, 2019). "Una democracia joven –explica–, sobre todo si ha surgido de la guerra o de una revolución civil, reaccionará con firmeza al fascismo, pero una democracia, pongamos por caso, de unos setenta años, habrá perdido gran parte de su memoria original [...]". De la lectura del prólogo que el escritor Isaac Rosa hace en el ensayo Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, de Jason Stanley (Blackie Books, 2019), se desprende que, fueran cuales fueran los plazos en España, se han cumplido. "Aquí", escribe Rosa, "cualquier nuevo discurso antidemocrático encuentra rápido arraigo social en la mentalidad residual que dejaron cuarenta años de dictadura franquista, cuyo marco interpretativo sigue siendo utilizado a diario por no pocos ciudadanos [...]", escribe Rosa.

Vox es un partido con ribetes neofranquistas. Ni reniega del franquismo, ni lo condena, ni hace un juicio severo, ni siquiera crítico del mismo. Por supuesto, lo prefiere a la Segunda República. Y lo justifica. Santiago Abascal, para quien el golpe de Estado de 1936 fue un "movimiento cívico militar", afirma que la guerra la la provocó "un partido que sigue existiendo actualmente con las mismas siglas, el Partido Socialista Obrero Español". Franco no provocó la guerra, a su juicio. El líder de Vox prodiga guiños filofranquistas. "Lo que se ha estropeado en 40 años no se va a arreglar de la noche a la mañana", dice en cuanto al modelo territorial, lo que implica que la democracia ha empeorado la obra de la dictadura. "Una España y no 17", es otra de sus frases, con ecos de aquel "España es una y no 51". Su oposición a la exhumación de Franco es frontal, como lo es la resonancia nacionalcatólica de su discurso y del uso de su simbología.

Vox hace política activa en este campo. No es un asunto que, como el PP, trate de esquivar, sino que toma la iniciativa. En Andalucía ha logrado imponer restricciones a las subvenciones a las asociaciones de memoria, persigue la derogación de la ley autonómica, vota en contra de que se incluyan contenidos de memoria democrática en las aulas y llama a los que defienden la apertura de fosas "buscadores de huesos".

En 2016 el dentista Ignacio Garriga escribió en Twitter: "18 de julio. Hoy agradezco a mis abuelos que en un día como hoy se lanzaron a defender nuestros principios". El tuit sigue ahí publicado y hoy Garriga es diputado y miembro de la dirección de Vox. Tampoco fue reprendido ni desautorizado el parlamentario andaluz Eugenio Moltó cuando, siendo aún candidato, afirmó que el franquismo para él no fue una dictadura. No es raro. El propio partido se coloca del bando franquista en sus cuentas oficiales de difusión. "Ya hemos pasado", escribió el partido en Twitter tras las autonómicas, municipales y europeas, en oposición al grito antifascista "No pasarán" de la resistencia madrileña.
 
ESPAÑA COMO CUARTEL

La exaltación, reivindicación, justificación o emulación de elementos de dictaduras militares de ultraderecha es –en España, Italia, Brasil, Argentina o Alemania, donde sea– síntoma inequívoco de ultraderechismo y causa frecuente de pérdida de homologación política. El historiador José Luis Gutiérrez Molina se sorprende de que aún se pueda discutir la naturaleza extremista de Vox. Eso sí, propone sobre el partido de Abascal una mirada heterodoxa, partiendo de la singularidad histórica española. "El nazismo y el fascismo implicaban unas características de modernidad en los planteamientos que en España no se dieron. Las ultraderechas en Italia, o en Francia, tienen como referentes los fascismos tradicionales del siglo XX, que en España no se dieron. Aquí la Falange apenas tenía componente teórico ni ideológico. Aquí lo que había era autoritarismo militar, la idea de nación en el sentido más reaccionario posible, el nacionalcatolicismo como única ideología y una visión totalmente patrimonialista del poder, que era suyo o de nadie", señala.

Todo esto, a juicio de Gutiérrez Molina, es lo que marca el carácter íntimo de Vox, más allá de que después haya incorporado estrategias, técnicas y formas de la ultraderecha internacional.

Luego prosigue: "La ultraderecha aquí no tiene dónde agarrar en el fascismo, así que lo que busca son planteamientos incluso anteriores a la revolución burguesa, entroncados con ideas del Antiguo Régimen" y el "ultranacionalismo sin más". La falta de "sustancia ideológica o conceptual de la ultraderecha" en España es total, señala Gutiérrez Molina. Ni siquiera hay intelectuales de referencia más o menos aceptados.

"A mí me ha resultado siempre muy difícil, salvo para la descripción pedagógica más sencilla, llamar a la dictadura franquista como fascista. El fascismo le venía demasiado moderno a los golpistas del 36, que se basaban en elementos anteriores a la Revolución Francesa. El fascismo es un movimiento que forma parte de la modernidad del siglo XX con la crisis de los sistemas liberales burgueses después de la Primera Guerra Mundial. Es un movimiento de masas. Aquí no había movimiento de masas. Aquí no hubo un movimiento fascista capaz de organizar la marcha de las antorchas", continúa el historiador, que define con tres palabras tanto el franquismo como la sustancia ideológica básica de Vox: "España como cuartel". "No hay elaboración teórica ni hay nada. Vox bebe del militarismo y repite eslóganes referenciales sobre inmigración, poco más".
 
LA MATRIZ EN EL PP

Dos peculiaridades adornan a Vox, según el historiador Javier Tébar. Por un lado, que "su matriz es el propio PP". "Vox estaba dentro de un espacio que se fragmenta. Por eso el PP sigue hablando de 'reunificación', como lo que decía Aznar". "Vox tiene unos componentes reaccionarios propios, pero ni de lejos es fascismo clásico como el de Italia o Alemania –añade–, sino que toma elementos más claros, más simples del nacionalcatolicismo y el franquismo junto con elementos joseantonianos".

Pero, ojo, el hecho de que dirigentes como Javier Ortega Smith provengan del "falangismo marginal", y de que haya ecos falangistas en el discurso, no evita el segundo rasgo definitorio de Vox: su "ultraliberalismo". "Hay falangismo en la retórica, pero sin el proteccionismo ni la lucha contra el capital. Son neoliberales. Ultranacionalistas ultraliberales, por lo menos en su sector hegemónico", concluye Tébar, que por lo demás incardina a Vox en las coordenadas típicas de la nueva ultraderecha europea, también en el recurso retórico de la "antipolítica", tan potencialmente rentable en lo electoral.
 
NEOLIBERALISMO... DE MOMENTO

El sociólogo Imanol Zubero ve en el "neoliberalismo" la característica más singular de un partido, Vox, que por lo demás surfea la misma ola que sus pares europeos, con una "moral cívica con planteamientos clásicos religiosos, una perspectiva nativista de la identidad nacional y la defensa innegociable de lo propio en una situación de miedo". Zubero cree –con preocupación– que estos planteamientos, más allá de coyunturas concretas, tienen el viento de cola desde el punto de vista de las dinámicas culturales y civilizatorias a gran escala. "Estamos en sociedades cada vez más asustadas. Cuando nos tocan la satisfacción, como decían Galbraith, nos aferramos a este tipo de valores", señala. Zubero, más que de Vox, se ocupa de las ideas Vox. Y les ve futuro. "Tienen ante sí, la verdad, un escenario bastante favorable. Otra cosa es que sea Vox u otro partido, porque aquí hay otros partidos que están ya incorporando sus ideas".

Poniéndole la lupa a Vox, Zubero observa como rasgo híper desarrollado de su propuesta política el rechazo del "universalismo de las políticas sociales", lo cual pone en riesgo la "integración social". El sociólogo cree que el partido de Santiago Abascal aún no ha hecho una reflexión a fondo sobre su posición en el campo económico. Hipotéticamente podría renunciar a este ultraliberalismo y optar por un mayor populismo económico. "Llega un momento en que las clases trabajadoras afectadas por austericidio acaban buscando defensa. Lo han visto Salvini con el decreto dignidad y Le Pen con su modelo proteccionista. Vox aún está aprendiendo", señala. Un viraje que suponga el abandono de este rasgo distintivo de ultraliberalismo podría ampliar la base de Vox. Se verá.

Volviendo a Isaac Rosa y su prólogo de facha, el escritor sevillano tampoco ve en Abascal, "la versión beta del fascismo venidero", el modelo verdaderamente a considerar como líder triunfante de un movimiento ultraderechista.
 
ANTAGONISTA DE PODEMOS

El sociólogo Manuel Jiménez es cauteloso a la hora de administrar las etiquetas y de destilar el rasgo definitorio de Vox. Finalmente se inclina por "extrema derecha" y destaca un motivo: "su principal antagonista en el sistema de partidos en el ámbito estatal es Podemos". "En la dimensión económica o material", continúa Jiménez, "su programa parece alinearse con las posiciones más favorables a la desregulación de la economía y la reducción del papel del Estado como nivelador de oportunidades y corrector de las desigualdades sociales". Es un rasgo destacado por todos los observadores: ultranacionalismo de raíz medieval sí, pero también desregulación económica a ultranza.

"Vox es un partido de extrema derecha en la medida en que construye su discurso como reacción extrema (explícitamente contraria) a los valores progresistas (“progres” en su terminología) que se han extendido exitosamente en nuestra sociedad en las últimas décadas (siendo el 15M expresión y catalizador político de los mismos, y Podemos uno de sus mejores reflejos en el sistema de partidos)", señala Jiménez. El partido de Abascal "construye su discurso a partir de los sentimientos de privación relativa", ya que "la imposición de los valores ideológicos de la izquierda" estaría privando a los españoles de "sus señas de identidad", del disfrute de sus tradiciones e incluso de la primacía del español en su propio suelo. En lo referente al modelo organizativo, Jiménez ve aún en Vox un partido "en construcción, muy centralizado alrededor del núcleo de dirigentes que se establece a partir de 2013: Smith, Espinosa de los Monteros, Monasterio, Abascal, etc., donde salvo Abascal, no encontramos largas trayectorias en partidos políticos".

"Esto refuerza su faceta de outsiders, que se repite en los niveles inferiores de militancia, con muchos reclutamientos del mundo empresarial y profesionales. Este proceso de configuración organizativa la diferencia de los partidos institucionalizados y les acerca a Podemos y, en menor medida, a Ciudadanos. Si Podemos se ha nutrido, en parte importante, del activismo de los movimientos sociales transformadores, Vox se nutre de sectores altamente ideologizados del mundo del sector privado y el activismo de los sectores más conservadores de la sociedad civil", concluye.
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En la edición de ayer domingo se publicó la segunda entrega de este análisis sobre las ideas y actuaciones de Vox. La puedes consultar aquí:
¿Un partido normal?: diez pruebas de que Vox es ultraderecha


VOX

¿Un partido normal?: diez pruebas de que Vox es ultraderecha

  • La trayectoria del partido de Abascal, que busca ahora homologación política para ganar poder, muestra vínculos y coincidencias con la extrema derecha pasada y presente
  • Señalamientos, discriminación cultural y religiosa, idealismo revisionista, ataques a los medios y obsesión por el orden marcan el carácter ultra de Vox 
  • infoLibre analiza la identidad del partido a la luz de cuatro ensayos sobre el fascismo y sus emanaciones

Publicada el 23/06/2019 a las 06:00Actualizada el 22/06/2019 a las 19:31
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Abascal y miembros de Vox junto a Le Pen en una imagen difundida por el partido.
Abascal y miembros de Vox junto a Le Pen en una imagen difundida por el partido. 
Vox
El fascismo no es, desde luego, un tema nuevo. Sí lo es el auge mundial de una nueva derecha radical y ultranacionalista, un fenómeno del que España ya no es una excepción. Vox ha conquistado en poco más de seis meses 24 diputados en el Congreso, tres eurodiputados y representación en nueve comunidades y 363 ayuntamientos. Y no sólo eso: forma ya parte de la mesa de pactos de la derecha española junto a PP y Cs. Es reconocido como un interlocutor incómodo, pero válido. Es una batalla ganada por Santiago Abascal, que busca homologación política a toda costa. Vox se resiste a ser calificado como ultraderecha, una cruzada para la que cuenta con el apoyo de significativos sectores de la derecha convencional y múltiples medios de comunicación. No es un debate menor, porque la aceptación de Vox como un jugador más es el preludio de la legitimación de sus ideas. Y las ideas de Vox no son unas ideas como las demás.

Para ubicar a Vox y aclarar si es justa la etiqueta de ultraderechista, infoLibre analiza en primer lugar lo dicho y lo hecho por Vox. Junto a ello estudia la trayectoria de otros partidos tomados como ultraderechistas en sus países y en el entorno europeo; algunos, como Rassemblement National –el antiguo Frente Nacional– o la Liga Norte, con los que Vox trata ahora de marcar distancias. Y todo ello se observa a la luz de cuatro destacados ensayos: Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, de Jason Stanley (Blackie Books, 2019), Anatomía del fascismo, de Robert O. Paxton (Capitán Swing, 2019), Instrucciones para convertirse en fascista, de Michela Murgia (Seix Barral, 2019), y Antifa. El manual antifascista, de Mark Bray (Capitán Swing, 2017). Estos cuatro autores han identificado rasgos de ultraderechismo –o más lisamente de fascismo– en conductas políticas contemporáneas a las que, poco a poco, nos vamos acostumbrando.
 
1. SEÑALAMIENTO DEL ENEMIGO

"Los fascistas necesitan un enemigo demonizado contra el que movilizar seguidores [...]. Cada cultura concreta su enemigo nacional", escribe Paxton en Anatomía del fascismo. Murgia añade en sus Instrucciones: "No se convierte uno en fascista sin un enemigo porque el fascismo, para proponerse, debe oponerse". Es una historia antigua. El estadounidense Henry Clay (1777-1852) ya escribió: "El arte del poder y sus secuaces es el mismo en todos los países y épocas. Señala a la víctima; la denuncia; suscita el odio y la aversión del público contra ella a fin de ocultar sus propios abusos y violaciones". Los enemigos en el presente ciclo han sido variados: para Nigel Farage y la UKIP (impulsores del Brexit) son Bruselas y los inmigrantes. Para Donald Trump, Washington y los inmigrantes. Siempre habrá varios, y entre ellos los inmigrantes.

Vox es una máquina de señalar enemigos. No adversarios, enemigos. Porque nada cabe transaccionar políticamente con quien socava valores que el partido presenta como sagrados, vinculados a la memoria de nuestros ancestros, al honor de nuestra patria y a la seguridad de nuestras esposas, madres e hijas. Son enemigos los "medios progres", los "traidores a España" –donde caben desde Carles Puigdemont hasta Pedro Sánchez–, el "lobby LGTBi", las "élites globalistas", George Soros... Y faltan dos, los principales, los que encarnan la amenaza contra la familia, lo más sagrado. "Los enemigos de la familia son aquellos que intentan subvertir los roles naturales [...]. Las dos categorías que lo intentan [...] son siempre las mismas: las feministas y los homosexuales",indica Murgia.
 
2. HOMOFOBIA Y ANTIFEMINISMO

Stanley detecta en Facha una pauta en la ultraderecha en alza. "Los fascistas defienden la existencia de una jerarquía natural que determina el valor de las pesonas", escribe. El caldo de cultivo perfecto para la discriminación. No obstante, estos movimientos, sobre todo en Europea, se alejan cada vez más de la zafiedad homófoba, dando entrada a lesbianas y gais en su dirigencia y centrándose en el rechazo a las "imposiciones ideológicas". Mucho se ha escrito sobre la creciente conexión del votante homosexual francés o alemán con la ultraderecha. Vox aún no está en esa fase. Es, en este plano, aún más rudimentario, más próximo a Trump o a Jair Bolsonaro.

A juicio de Abascal, "el feminismo nos quiere oprimir" con su "ideología de género". Hay que ganar la batalla contra el "marxismo cultural" porque desplaza a la "familia natural" (hombre–mujer) de la cúspide del orden social. Feministas y homosexuales son una obsesión para Vox. Y no sólo en el mensaje, también en los nombres. Las listas en Madrid han rebosado activistas contra el "lobby LGTBi" salidas del florido entorno ultracatólico y antiabortista de la capital. En Andalucía su cabeza de lista autonómico fue el juez Francisco Serrano, que afirma que existe un "genocidio" de hombres por las denuncias falsas de violencia de género. En paralelo Vox percute contra la noción misma de "violencia de género" o "desigualdad de género". En Andalucía ya ha logrado que cale oficialmente el término "violencia intrafamiliar". El partido sitúa como una de las prioridades el fin de la financiación de los "chiringuitos ideológicos" de género. ¿Quiénes son sus beneficiarias? Las feministas, obsesión entre obsesiones. Jorge Buxadé, candidato de Vox en las europeas, carga contra las "feministas feas". Y Vox se implica como partido en la disuasión de la asistencia a las manifestaciones del 8M.

Especial énfasis dedica Vox al mensaje contra el aborto, al que establecería límites estrictos, sin descartar la prohibición. Abascal afirma que derogaría la actual ley y no le dedicaría ni un euro público. "La mujer puede decidir cortarse las uñas, pero no abortar", afirma Javier Ortega Smith, el mismo que defiende "mandar" el Orgullo a la Casa de Campo. El que fuera candidato de Vox Fernando Paz era partidario de "reconducir" a los gays con "terapia". Serrano es afecto a las tesis de Hazte Oír, con mensajes que ridiculizan la hipótesis de que exista transexualidad en la infancia. El partido ha expulsado a una militante en Torremolinos (Málaga) por desplegar la bandera del Orgullo. "Los actos del 'orgullo gay' son una imposición ideológica, vulneran derechos de los vecinos [...]", puede leerse en la web del partido. Abascal afirma que no reconoce el matrimonio homosexual. Si gobierna, lo derogará, dice. La exaltación del matrimonio hombre-mujer, máxima expresión de la "familia natural", está extendida entre los extremistas europeos. El paroxismo se da en Hungría, que reformó su Constitución en 2013 para blindar el matrimonio entre hombre y mujer, lo que Vox llama "la familia natural".

Cunde además en los partidos de ultraderecha –y en sus bases sociales– lo que Stanley llama en Facha "la ansiedad sexual". Una doble inseguridad: por el resquebrajamiento de los roles tradicionales y por una especie de síndrome de Sodoma y Gomorra que estaría pervirtiendo la recta moral de la sociedad. Serrano afirma que en los colegios andaluces se promueven "relaciones homosexuales entre niños". "A los niños de 8 años les hablan de zoofilia y parafilia en los colegios de Madrid", dice Rocío Monasterio.
 
3. XENOFOBIA

"Soy partidario de la discriminación", afirma Santiago Abascal para defender la impermeabilidad de las fronteras. El líder de Vox, imitando a Trump, quiere sustituir las vallas de Ceuta y Melilla y que pague Marruecos. Con Vox, dice, "España sería lo primero y los españoles seríamos los primeros". Otra obvia imitación de Trump. Y no sólo de Trump. El recurso a la antiinmigración es un clásico. No hace falta irse a la Europa de entreguerras, cuando germinó un racismo de base étnica que condujo a la especie humana a sus horas más aciagas. La hostilidad hacia los inmigrantes, envuelta en el celofán de la lucha contra la delincuencia y la preservación cultural, lleva creciendo desde los años 70, con el Frente Nacional Británico y el primer Front National de Jean-Marie Le Pen calentando la caldera. Siguieron el MSI italiano, el Partido de la Libertad austriaco, Pym Fortuyn en Holanda... Hoy en día el rechazo al inmigrante está en la base del discurso del Fidesz de Viktor Orbán, de Ley y Justicia en Polonia, de Matteo Salvini, de Marine Le Pen, de Geert Wilders en Holanda, de los ultraderechistas alemanes...

El clímax llega con la vinculación inmigración-delincuencia. “¿Quienes son los autores de asesinatos de mujeres este año? ¿Cual es su procedencia? ¿De que nacionalidad son? […] Tiene también que ver con algunos problemas culturales con una parte de la inmigración", afirma Abascal, refiriéndose a los musulmanes. Son suyas también estas palabras: "Incluso llegan a robar a los españoles, a agredir a los españoles […] Yo creo que deberían ser expulsados". "Que nuestras abuelas puedan caminar por la calle, sin que ningún delincuente, sea español o extranjero… mayoritariamente suele ser extranjero, le tire del bolso", añade. Tanto Abascal como Ortega Smith alertan contra una "invasión de inmigrantes", término de nítidas resonancias fascistas. En Andalucía Vox aprovecha su posición institucional para forzar recortes en atención a inmigrantes y para que el servicio público de la salud delate a sus pacientes en situación irregular. Mientras tanto, en la calle sus militantes se movilizan contra la construcción de un centro para menores extranjeros sin padres en el barrio de La Macarena de Sevilla.

Y todo evitando consignas explícitamente racistas. Como observa Mark Bray en Antifa, la nueva "histeria nacionalista" tiene su base en la crisis de los refugiados, pero las fuerzas subidas a esa ola evitan el etnicismo y la animalización. La islamofobia de Pegida en Alemania adquiere una "apariencia respetable" (Bray) cuando se yergue en defensora de las mujeres ante los violadores, a raíz de las agresiones sexuales de la Nochevieja de 2015. "Rapefugees not welcome!", rezan sus camisetas, en un juego de palabras entre "refugees" y "rapists" (violadores). Aquí, en la vinculación inmigración-violación, hay tema. El último escalón de la "ansiedad sexual" (Stanley) es vincular la amenaza sexual con la inmigración. ¿Retorcido? Pues es habitual. La activista Angela Davis escribió: “En la historia de Estados Unidos, la acusación fraudulenta de violación emerge como uno de los artificios más formidables inventados por el racismo". Este tipo de tácticas típicamente fascistas forman parte del manual de Vox. Francisco Serrano afirmó el 13 de enero: "Este año el 100% de los asesinos y violadores son extranjeros". Detrás de estas ráfagas hay una lógica, que sintetiza así Michela Murgia en Instrucciones para convertirse en fascista: "El segundo paso, después de la desacreditación, es la atribución de culpa. [...] ¿Que un negro viola a una chica? Todos los negros se convierten en violadores".

Junto a la seguridad, el otro valor a proteger es la identidad, cobertura del discurso antimusulmán en Hungría, Polonia, Italia, Holanda, Francia y los países nórdicos. Se trata de defender eso que Abascal llama nuestros "valores occidentales", y que serían los valores cristianos. El señalamiento del Islam y sus seguidores es obvio. Aunque pasó algo desapercibido, en el acuerdo de investidura de Vox con el PP en Andalucía ya se introdujo la defensa de una inmigración "respetuosa con nuestra cultura occidental", un eufemismo para encubrir la discriminación de los musulmanes. Las 100 Medidas para una España Viva de Vox están plagadas de identitarismo antimusulmán. No se trata sólo de deportaciones, muros y recorte de ayudas, sino también de prohibir la construcción de mezquitas y la enseñanza del Islam –sólo del Islam– en la escuela.
 
4. IDEALISMO Y REVISIONISMO

La nostalgia de un pasado idealizado, en el que imperaba el orden patriarcal, es una constante de la tradición autoritaria. El nacionalsocialismo germina sobre el movimiento völkish, nostálgico de un pasado mítico medieval germano. Himmler era un obseso de la reivindicación de la "grandeza de nuestros ancestros". Las largas décadas de contrición tras la Segunda Guerra Mundial hicieron de tapón contra los esencialismos históricos. Pero no duró. Las ultraderechas invocan ahora un pasado glorioso, preñado de personajes valerosos, "humillado por la globalización y el cosmopolitismo liberal".

"Cosmopaleto", precisamente, llama Abascal a Albert Rivera cuando sigue a Emmanuel Macron por la senda liberal. Ortega Smith le recuerda 1808, en referencia a la guerra de independencia contra Francia. A los dirigentes de Vox les encanta el guiño histórico. Es fijo el culto a la Reconquista –en Andalucía ya han arrancado un programa de difusión de este tipo de gestas nacionales–, la exaltación de los Reyes Católicos, el desprecio del legado árabe –con la retirada del busto de Abderraman III–, la exaltación a los militares históricos –Blas de Lezo–... La propia inclusión de numerosos militares en las listas de las generales traía ecos de esa nostalgia de la España marcial. En la fundación de los primeros fascismos, observa Paxton, siempre hay "veteranos de guerra resentidos".

"Haremos a España grande de nuevo", dice –otra vez traduciendo a Trump– Abascal, que quiere que el Día de Andalucía sea el 2 de enero por la Toma de Granada. Su kilómetro cero es Covadonga, germen de glorias hoy perdidas. "Al borrar el auténtico pasado, se legitima la idea de que existió una nación anterior pura y virtuosa", escribe Stanley. En eso está Orbán, que esgrime la resistencia de Hungría a la ocupación del Imperio Otomano para presentarse como defensor histórico de la Europa cristiana. Ley y Justicia ha prohibido sugerir complicidades de Polonia con el nazismo y tiene todo un programa basado en el regreso a las tradiciones rurales de base cristiana –el ruralismo bucólico, he ahí otro rasgo de Vox–. Incluso en Alemania la ultraderecha se ha sacudido la vergüenza nazi. "Si hay un pueblo al que se le haya asignado un pasado falso por antonomasia, ese el el pueblo alemán", dijo en 2017 Alexander Gauland, dirigente de AfD. "Ningún pueblo ha dado tanto a la humanidad", añadió otro cabecilla, Björn Höcke. El idealismo histórico tiene además por vecinos al negacionismo y al revisionismo. Esto es especialmente delicado en España, donde el dictador Francisco Franco murió en la cama en 1975. Vox, aunque formalmente propugna la democracia, prodiga gestos de comprensión y simpatía hacia el régimen dictatorial.
 
5. VICTIMISMO

"Cuanto más víctima y amenazado se sienta el pueblo, más se unirá para defenderse y buscar un jefe fuerte que lo guíe y lo proteja", escribe Murgia. Paxton lo completa: es un rasgo propio y diferenciado del fascismo la "creencia de que el grupo al que uno pertenece es una víctima". El trumpismo se ha aferrado al movimiento Black Lives Matter contra la violencia policial sobre los negros para quejarse porque implicaría que "las vidas blancas no importan". Hay todo un fenómeno, los angry white men, que sublima la victimización de los trabajadores blancos que han perdido posición, y que son un objetivo preferente de los nuevos mesías del desencanto. Ejemplo paradigmático de victimización –un arma usada magistralmente por Hitler en Alemania y por Milošević en Serbia– es una supuesta "persecución al cristianismo" en Hungría que Orbán ve por todas partes.

En España Vox se dice continuamente perseguido, atacado y agredido, castigado por el sistema, que no quiere oír sus verdades contra la "corrección política". Un mensaje de Vox difundido por error durante la campaña del 28A desvelaba la estrategia de falsa "victimización" por no ser invitado a un debate televisivo. En Andalucía Vox arrancó al PP el compromiso de una condena parlamentaria de la violencia política que –según la formación de Abascal– sufren sus militantes.
 
6. CONSPIRACIONES

Pero, ¿quién persigue a Vox? Las respuestas son genéricas: los enemigos de España en general, la izquierda en particular. El partido de Santiago Abascal incurre en otra conducta claramente tipificada en el ultraderechismo: las acusaciones genéricas basadas en teorías conspirativas. Sí, Vox sintoniza la onda de la conspiranoia. Ejemplos graves: el "genocidio de hombres" por la Ley de Violencia de Género; la visión contemporizadora sobre el nazismo de Fernando Paz, las opiniones historiográficas descatalogadas... Vox se ha lanzado a la teoría de la conspiración del 11-M –arraigada entre sus apoyos mediáticos–, Abascal es escéptico sobre el cambio climático. "El cambio climático existe desde que el mundo existe. Otra cosa es que sea por acción del hombre, no voy a entrar", afirma. Una de las teorías que más repite es que George Soros y las "élites globalistas de izquierdas" promueven en un plan secreto la entrada de inmigración ilegal en Europa. Es curioso lo de Soros: está entre las obsesiones de Orbán –que lo detesta–, Salvini, Le Pen, Trump... Orbán va más allá que Abascal, su admirador. A juicio del húngaro, "hay un grupo de intelectuales y líderes políticos" que quieren liquidar la "identidad cristiana" de Europa.

Las conspiraciones son moneda corriente del populismo ultranacionalista de ayer y hoy. El libelo antisemita Los protocolos de los sabios de Sión (1902), que describe un complot judío para dominar el mundo, alimentó la propaganda nazi. Hoy el partido Ley y Justicia anima las teorías de la conspiración sobre un supuesto asesinato por parte de Rusia del que fuera presidente Lech Kaczyński, muerto en un accidente de avión. El birtherism, teoría según la cual Obama nació en Kenia, lleva el sello de Trump, que ha dado alas al movimiento contra la vacunación. Lo mismo que Marine Le Pen en Francia y Salvini en Italia. Bolsonaro ha promovido una teoría según la cual ha habido una conjura de intelectuales e izquierdistas para ocultar los éxitos de la dictadura militar.
 
7. RECHAZO DE LA MEDIACIÓN INTELECTUAL

Pero, ¿qué gana el autoritarismo con las conspiraciones? Media respuesta la encontramos en Stanley: "Lo que sucede cuando las teorías conspiratorias pasan a formar parte de la política y se desacredita a los medios de comunicación generales y a las instituciones educativas es que los ciudadanos ya no tienen una realidad común que les sirva de telón de fondo para poder reflexionar democráticamente". La otra mitad está en Murgia: "Es preciso minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir entre los verdadero y lo falso". Esto pone a dos instituciones en el punto de mira: el periodismo y el sistema educativo, refugio de voces discordantes.

Las trayectorias de Salvini y Le Pen están salpicadas de ataques a los medios. Orbán ha intervenido hasta el tuétano la universidad y ha creado, a partir de la premisa de que la escuela era un foco de adoctrinamiento progresista, un organismo profesional al que deben afiliarse todos los profesores para garantizar que "sirven a los intereses de la nación". ¿Dónde puso el foco Erdogan en la purga tras el fallido golpe de Estado de 2018? En la universidad. Trump mantiene una permanente cruzada contra los medios fake –entre ellos The New York Times–. Bolsonaro incita el descrédito de los medios críticos, como Folha de Sao Paulo. Putin tiene a la prensa crítica entre ceja y ceja.

Abascal, como Trump, prefiere que su mensaje llegue sin mediación, a través de las redes sociales: Facebook, Instagram, Twitter. En el inevitable trato con la prensa, Vox veta periodistas, amenaza con cerrar televisiones –La Sexta–, calienta los mítines con alusiones despectivas a los "medios progres". El talante del trato a la prensa queda definido por esta indicación de su manual de comunicación, publicado por Eldiario.es: "Nunca hay obligación de conceder una entrevista o de facilitar información a los medios. Es más, si se trata de un medio de comunicación poco afín debe rechazarse". En el caso de infoLibre, la dirección nacional de Vox lleva meses sin responder a ninguna de las preguntas planteadas durante la elaboración de noticias o reportajes.
 
8. ORDEN SIN BIENESTAR

En su permanente imitación de Trump, Abascal intentó traer a colación el tema de las armas. Es un clásico de este nuevo populismo el intento de condicionar los marcos de debate. Su propuesta, que los "españoles de bien" pudieran llevar armas, ilustra un rasgo recurrente de la ultraderecha: la obsesión por el orden público, identificada por Stanley en Facha. Trump ha llevado al paroxismo la defensa de las armas, con el argumento de que el país vive una pandemia delincuencial. Salvini ha impulsado una "ley de legítima defensa". Bolsonaro ha facilitado el acceso a las armas. ¿Y Abascal? Pide la cadena perpetua, la construcción de muros, el reforzamiento de la policía, reivindica un derecho a "caminar tranquilamente por la calle" que, al parecer, se habría perdido, a pesar de que España se cuenta entre los países con mayor seguridad del mundo. Es pura doctrina Bannon. Primero, crea sensación de caos; luego, ofrécete para poner orden.

La historia enseña que el proyecto autoritario viene acompañado de una subordinación de la agenda social a la paranoia de la seguridad. Lo han hecho gobernantes derechistas de todo pelaje. "Al dirigir la atención de la nación hacia el orden público, el Gobierno de Nixon logró convencer a los legisladores de la necesidad de abandonar los programas [...] de erradicación de la pobreza", escribe Stanley. El autor recuerda cómo el fascismo, pese a su pátina chovinista y proteccionista, es un proyecto desmantelador de la universalidad del sistema del bienestar, porque requiere de la identificación de los "vagos" y los improductivos para reafirmar el esquema "nosotros-ellos". La denuncia del "fraude" o "descontrol" de las "ayudas sociales", en la que Abascal pone mucho más énfasis que en la evasión fiscal, resulta reveladora. Vox defiende que tanto las indemnizaciones por despido como el seguro de paro son demasiado altos. En Andalucía ha impuesto al Gobierno de PP y Cs una revisión de los fondos del antiguo PER, que no es competencia autonómica, una medida que dirige el dedo acusador contra los jornaleros sin tierra ni empleo. Abascal, Le Pen, Salvini, Trump, Orbán o Wilders tienen entre sus rasgos en común el rechazo a las "ayudas sociales" que perciben los inmigrantes. 
 
9. RESTRICCIÓN DE DERECHOS Y LIBERTADES

La penúltima frontera del autoritarismo –antes de la violencia– es la restricción de derechos. En primer lugar, del adversario. Ello requiere de su previa deslegitimación. Vox no sólo ubica fuera de la Constitución al procés, sino también a Unidos Podemos e incluso al PSOE. "Okupa", llaman a Sánchez tanto Abascal como Pablo Casado. El líder de Vox advierte en directo por televisión de que, si llega al poder, expulsará de España a Pablo Echenique. También ha afirmado que "hay que detener a Torra inmediatamente". En su programa está recogida la ilegalización de partidos no por sus medios, sino por sus fines, algo contrario a la Constitución. "Ilegalización de los partidos, asociaciones u ONG que persigan la destrucción de la unidad territorial de la Nación y de su soberanía", dice la segunda de sus cien medidas. Iván Espinosa de los Monteros ha sido más específico y ha planteado la ilegalización de Podemos por su "bilis antiespañola".

Pero no sólo la oposición vería en riesgo sus derechos con Vox. El partido ha prodigado mensajes que apuntan a recortes en libertades, derechos y conquistas sociales: cierre de televisiones, restricciones en el aborto, límites a las celebraciones de la diversidad sexual... Y además Vox es drástico en el campo sociolaboral, donde plantea recortes en las pensiones públicas y la prestación de servicios, en línea con su cariz neoliberal, que incluye la defensa de un modelo en que el empresario amplíe las opciones de pagar por debajo de convenio y el "derecho" del trabajador a aceptarlo. En cuanto al derecho de huelga, Vox aboga abiertamente por su limitación y señala a los piquetes: "España necesita una ley de huelga moderna" porque con la actual planta normativa se lesionan "los derechos y libertades del resto de ciudadanos".
 
10. COMPAÑÍAS Y VÍNCULOS

La decisión de Vox de integrarse en el grupo europeo de Conservadores y Reformistas Europeos, junto a ultranacionalistas de derechas como la Nueva Alianza Flamenca y los polacos de Ley y Justicia, trata de marcar distancias con Le Pen y con Salvini. No obstante, Vox ha exhibido su sintonía con la ultraderecha francesa e italiana en numerosas ocasiones. En política migratoria, ha dicho Abascal, Salvini está haciendo "lo correcto". El líder de Vox se reunió en Varsovia con Jaroslaw Kaczyński, cabecilla de Ley y Justicia. En 2017 Abascal acudió a la cumbre de Coblenza, donde se reunió con Wilders, con Le Pen y con Frauke Petry, cabecilla de Alternativa por Alemania. Junto a los tres tiene fotos. Aunque el líder por el que muestra una especial inclinación es Orbán. "Acierta en todo", dijo de él en 2016. A menudo lo pone como ejemplo de buen gobierno. Abascal lo considera "líder de la Europa que no se no resigna a morir".

Mark Bray, en Antifa, alerta de lo que llama "nazis con corbata". Y recuerda que el manual de estilo de la nueva ultraderecha excluye la sobreactuación y la estética amenazante. "Ha desechado sus orígenes o asociaciones declaradamente fascistas y cultiva una imagen más convencional", escribe Bray. Los partidos extreman las cautelas para evitar que los incómodos pasados emerjan. Ortega Smith suele quejarse de que los medios anden desmenuzando las candidaturas en busca de ovejas negras. Porque las hay. Jorge Arturo Cutillas fue detenido a principios de los 80 por su presunta participación en el ataque a un autobús con niños vascos en Madrid. El propio Ortega Smith tiene pasado falangistaTambién Jorge Buxadé. Hay cuadros con trayectoria nazi en Hermandad Aria, en Hogar Social o en el partido Democracia Nacional, por el que fue candidato su coordinador en Sevilla, un histórico de la agitación antiinmigración.
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En la edición de mañana lunes se publicará la segunda entrega de este análisis sobre las ideas y actuaciones de Vox, que se titula:
"Neofranquismo ultraliberal sin fuerza teórica: las singularidades de Vox dentro de la ultraderecha europea".