dijous, 2 de desembre del 2021

Mourir à Madrid.

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Por Pepe Gutiérrez-Álvarez. LQSomos.

En la primavera de 1962, el director de cine Frédéric Rossif llegó a España con la intención de realizar un documental que mostrase al mundo entero las bondades del franquismo. Eso fue, al menos, lo que hizo creer al régimen…

En 1963 es el año de Mourir á Madrid que emocionó a la opinión pública antifascista, una brillante obra del destacado documentalista del francés Frédéric Rossif que explicó su alegato diciendo: “Entre 1936 y 1939 explotaron en España mil años de historia. Fue la última guerra de hombres, la primera totalitaria. En esos años un mundo murió y nació otro, el nuestro. Ese momento es nuestra película, la historia de un giro, de esa noche del universo marcado por el signo de Guernica y de la 5ª Columna, por la muerte sistemática y el choque de ideologías”.

Todo comenzó “a traición” según las autoridades franquistas cuando Rossif y la productora Nicole Stéphane llamaron a las puertas del ministro de Información, Gabriel Arias Salgado, para expresarle su deseo de rodar un documental en loor a la España de Franco, lo que le debió de parecer lo más natural del mundo. Su título debía de ser La España eterna, nada hacía temer “un complot comunista”, porque aquí nadie sabía que Monsieur Rossif tenía ya un historial, que había hecho Le temps du ghetto (1961), que causó una fuerte conmoción en Europa y que, como tantos otros alegatos antinazis, aquí tardó décadas en poderse ver. Frédéric Rossif dedicó tabien una serie con la atención en la CNT ,así como a la historia del POUM.

La narración se hace desde la perspectiva de su tiempo. De los sesenta, una perspectiva que explica que el ejército colonial no habría ganado la guerra sin el doble juego de la no-intervención, de lo que un historiador reciente (Gilbert Grellet) ha llamado “un verano imperdonable”. Rossif acusa a las democracias occidentales airadamente, desmonta el “mito de la Cruzada”, la gran mentira de la “conspiración comunista”.

También restablece las caras obreristas del campo republicano aunque algunos le reprocharon la escasa relevancia que le da a la memoria anarcosindicalista. Sus méritos fueron reconocidos desde el primer momento: el film fue nominado al Oscar al mejor documental, recibió diversos premios y reconocimientos. Todo esto contribuyó a poner todavía más nerviosas al franquismo. No les faltaba razón, Mourir á Madrid recordaba de nuevo la ignominia fascista, reforzaba los puentes entre los resistentes de la guerra y las nuevas generaciones que se negaban a ver la guerra como un mero prólogo de la mundial. Uno de sus méritos fue apartarse del tradicional enfoque presuntamente “equidistante”, tan propio de la tradición liberal-conservadora, del Hollywood más allá del bien y del mal.

Desde la jerarquía del régimen se acordó una respuesta. Un encargó que recayó sobreresponsable de producir Morir en España (1965), lo que acabó empeorando las cosas. La dirección recayó sobre un desganado Mariano Ozores, componente de una familia de tradición republicana que la dirigió entre Chica para todo y Operación secretaria, un cine llamado de fascismo de teléfono blanco.