Imagen de la toma de posesión del presidente del Tribunal de Orden Público, José Francisco Mateu, en el año 1968. Foto de Archivo
Un viernes los jueces del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo se fueron a sus casas y el lunes volvieron a sus mismos despachos, pero ya con el frontispicio en la entrada de Tribunal de Orden Público. Otro viernes más adelante los mismos jueces se fueron de weekend y el lunes estaban en sus despachos pero como magistrados de la Audiencia Nacional. Los miembros de la Brigada de Investigación Social (BSI), más conocida como Brigada Político-Social (BPS), la policía política secreta de la dictadura encargada de perseguir y reprimir a todos los movimientos de la oposición al franquismo y que durante sus primeros años recibió el asesoramiento de agentes de la Gestapo, siguieron en sus comisarias y alguno fue condecorado en democracia por sus servicios. Los antiguos ministros de Franco organizaron la derecha democrática; el jefe del Estado fue el que el caudillo había preparado desde la infancia para tan alta función; como dijo Azaña de la revolución desde arriba de Joaquín Costa: una revolución que deja intacto al Estado anterior a ella es un acto muy poco revolucionario. Es por lo que el conservadurismo español, siempre teñido de sepia, desde un Estado estamental y patrimonialista asume como hostilidad la realidad diversa de España. Todo fue consecuencia de la máxima de la Transición de ir de la legalidad a la legalidad, es decir, que todo lo que existía debía permanecer pero envuelto en la crisálida de una realidad nominal menos severa.
El franquismo reformado en el que se instala el conservadurismo carpetovetónico utiliza todo su arsenal de dialéctica autoritaria y obscenidad verbal ante una mayoría parlamentaria que es el reflejo de una España muy diferente
Muchos progresistas se resisten a creer esta realidad por ignorar, a causa de la inatención o con otros propósitos, que desde Suresnes y la reconversión monárquica de Carrillo, el postfranquismo se consolidó como la única alternativa fáctica y constituyente. Todo ello para que no pudiéramos decir junto a Byron: because at least the past were pass’d away (porque al menos el pasado pasó). En este sentido, Emilio Silva, fundador de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, sostiene que el franquismo es parte integrante de nuestra cultura política, de tal forma que todos los españoles debemos considerarnos pertenecientes al franquismo sociológico. De esta forma, llegaríamos a la conclusión inevitable de que la sociedad española se desenvuelve en el interior de una insólita democracia franquista. Sebastiaan Faber, hispanista holandés, autor de varios estudios sobre la guerra civil y el exilio, abre sin rodeos el interrogante ante una selección de periodistas y profesores universitarios. La muestra incluye a los columnistas más brillantes de la prensa española, a la vez que en su conjunto predomina una visión muy disconforme con el manejo del pasado inmediato por la democracia. La mayoría de los entrevistados inciden en el carácter fallido de la Transición, la pervivencia decepcionante del franquismo y la imposibilidad en esas condiciones de forjar una auténtica cultura democrática.
Lo que debería haber sido un interregno crítico, se ha convertido en la consolidación de unos prejuicios culturales y protocolos excluyentes derivados de un franquismo que no ha terminado nunca de morir y una Transición que no supuso la reorientación del verdadero poder fáctico que mediante una tesis de “desorden ordenado” –la expresión es de Mérimée- pretende por esa vía que la desigualdad se haga impersonal, es decir, constitucional. Es una vertebración estructural de la política que amiseria la vida pública hasta el delirio de la gusanera. “Sigan al dinero” les recomendó William Mark Felt (Garganta Profunda) a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein en el caso Watergate; sigan al poder, habría que decir sobre el Régimen del 78.
La degradación del acto político como esencia de los cimientos del sistema produce lo que nos enseñaba Aristóteles cuando concluía que las fuerzas –pero no los principios- que concurren para promover y conservar la vida son los mismos que pueden destruirla. El mantenimiento del régimen de poder, poder de las minorías dominantes, y la exigencia de una despotilización de la vida pública han terminado en la deriva imposible de que el régimen tenga que estar huyendo permanentemente del tiempo, de las responsabilidades y de la historia. Es decir, el llamado pacto de la Transición ha quedado reducido a sus componentes más drásticos, aquellos que configuran el hereditario poder arbitral del Estado, los poderes económicos y financieros y el aparato mediático con una ideología y unos intereses que tienen necesariamente que prosperar en el déficit democrático y la concentración oligárquica de la influencia y el poder de decisión.
Todo este contexto condiciona que la derecha crea fehacientemente, sin sombra de ningún íntimo condicionamiento ni mácula de reserva mental alguna, como dejó dicho Carrero Blanco, que el régimen político del 78 le pertenece por estar construido y diseñado a la horma de sus más íntimas hechuras ideológicas y fácticas. Por esto siempre habrá quien interprete que la justicia y la legalidad sistémica tienen su esencial sentido en coadyuvar de forma activa a la hegemonía institucional y social del conservadurismo. Ello es la causa de la extremosidad a la que la derecha intenta llevar la esgrima de la vida pública española. El franquismo reformado en el que se instala el conservadurismo carpetovetónico utiliza todo su arsenal de dialéctica autoritaria y obscenidad verbal ante una mayoría parlamentaria que es el reflejo de una España muy diferente a aquella que la derecha sepia quiere volver a reunir en la Plaza de Oriente. Derogar el “sanchismo”, no es sino derogar las urnas que configuran mayorías antitéticas al franquismo reformado del régimen del 78. Una solución política autoritaria requiere con anterioridad un caos necesario aunque sea inexistente, crear una ficción de país que suponga una distopía para esa España real que la derecha niega. La beligerancia crispante e inmoderada del PP y VOX abren un camino inextricable en la vida pública y la sociedad española de consecuencias imprevisibles. El enfrentamiento sin reservas contra la pluralidad democrática del país, la negación violenta del adversario político, la posición ideológica propia como única posible son elementos seminales de escenarios donde la democracia es impracticable.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada