ASTURIAS

El investigador de la Universidad de Oviedo analiza la represión de la homosexualidad y los movimientos de resistencias que se dieron en todo el noroeste español durante la dictadura
19 mar 2025 . Actualizado a las 10:09 h.Los avances sociales han hecho que nuestras vidas, a simple vista, sean mejores que las de generaciones anteriores. Muchos de los privilegios que disfrutamos y derechos que hoy damos por sentados se han conseguido en tiempos relativamente recientes. Hasta hace bien poco, mantener una relación de afectividad con una persona de tu mismo sexo biológico era delito en España. El régimen de Francisco Franco dedicó todos los medios a su alcance para perseguir y condenar la homosexualidad y la bisexualidad, así como cualquier ruptura con el binarismo de género.
Asturias, pese a que siempre se caracterizó por ser una comunidad luchadora y reivindicativa, también sufrió esta opresión. Así lo asegura el historiador Miguel Fernández Turuelo (Zamora, 1994), en su libro, Invertidos, provincianos y maleantes. Editado por el Instituto de Memoria Democrática del Principado de Asturias, en este ejemplar el investigador de la Universidad de Oviedo analiza la represión de la homosexualidad y los movimientos de resistencias que se dieron en todo el noroeste español durante el franquismo.
—¿Qué le llevó a investigar sobre la represión de la homosexualidad en el franquismo?
—Para empezar por una cierta militancia que siempre hay que dejar fuera del trabajo académico. También porque es un tema que en Asturias no se había tocado. Yo en principio empecé haciendo la tesis sobre el movimiento de liberación homosexual en el noroeste español pero di con una suerte de fuentes, fuentes archivísticas, expedientes encuadrados, tanto por la ley de vagos y maleantes como por la de peligrosidad social, que me contaban muchas cosas que no podían quedar ahí. Son amasijos documentales que todavía nadie ha explorado, creo que era la primera vez que se abrían muchas de estas cajas, empezamos a tirar del hilo y vimos que podía ser incluso más interesante que mapear el movimiento o las sociabilidades más cercanas.
—¿Cuáles fueron las principales dificultades que encontró a la hora de investigar este tema?
—La ley de archivos dice que tienen que haber pasado 50 años desde la producción de los documentos, en el caso de que no sepamos si la persona titular del expediente ha fallecido o no sino habría que pedirle permiso a esa persona en concreto. Claro, habitualmente se establece la norma de los 50 años porque trabajamos con personas anónimas. Esto es una historia que es de abajo arriba, podríamos decir, es la historia de los olvidados porque esta gente no son políticos ni grandes personajes sino que son personas que se reprimen cotidianamente. Entonces, esa interpretación de la ley de archivos depende de cada director de archivo o, en última instancia, de la institución encargada de velar por esos documentos. Habitualmente, en España, como hubo una reforma del sistema judicial y no hubo ninguna ruptura en la transición, pues, por ejemplo, ahora el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria número 1 de Valladolid, es la institución directamente deudora, o sea, me tuvo que conceder el propio juzgado el acceso. En realidad es algo paradójico porque si viene la democracia como puede ser que una institución democrática herede directamente una prerrogativa de la dictadura. Luego está la dispersión documental. Sabemos que los expedientes de Asturias estaban en el Juzgado de Vagos y Maleantes de León, donde era el juez titular Mariano Rajoy Sobredo (padre del expresidente del Gobierno), porque era el competente. Pero, debería de haber un montante de documentos de peligrosidad social que no conseguimos dar con él en Asturias, que serían los que se produjeron desde el año 71 al 74. Después de esa fecha, todo lo de Asturias se centraliza en Galicia. Entonces es como que los documentos están muy dispersos y tampoco nadie les ha hecho mucha cuenta. Por eso estamos intentando construir el puzzle con un hilo rojo. Además, este tipo de instituciones muchas veces lo que nos hace es ralentizar la tarea porque nosotros aparte tenemos docencia universitaria, además de investigar con un montón de frentes abiertos. Este tipo de procedimientos solo hacen que entorpecer nuestro trabajo y quitarnos dinero, tiempo y nervios. También salud mental, que es tremendo.

—¿Qué mecanismos se utilizaron durante la dictadura para reprimir al colectivo LGTBI?
—Hay que entender que el contexto general era realmente homófobo. Muchas de los expedientes con los que nosotros trabajamos partían de denuncias vecinales o incluso de las propias familias. Si tu propia familia te denunciaba ante el juez, es decir, ante la justicia ordinaria, había tres caminos esenciales. La represión partía de multas impuestas por el gobernador civil, quien hasta los años 50 era el encargado de velar por la moral de su provincia. En el peldaño siguiente de la pirámide de represión estarían los expedientes de la justicia ordinaria que iba sobre todo por los supuestos de escándalo público —ley que se mantuvo hasta bien entrada la democracia—; abusos deshonestos que podían ser contra una persona menor de edad pero no tenía por qué ser un abuso deshonesto. Tenemos que tener en cuenta que cuando había sexo homosexual, se entendía que había una parte corruptora y una parte corrompida, entonces los abusos siempre tendían a ser deshonestos. También iban contra la corrupción de menores, que era algo muy relativo porque el franquismo establecía la mayoría de edad a los 23 años, pero hay condenados por escándalo público a los 16. Entonces tú a la vez podías ser el corrompido y el corruptor porque podías haber cometido escándalo público y a la vez haber sido abusado por el mismo hecho. Y por último, en la pirámide represora, estaría la peligrosidad social que sería la Ley especial de vagos y maleantes del año 1933. Era una ley republicana pero se modificó en el 54 para incluir a los homosexuales, entre otros tipos. Luego a partir del 70, se promulga la ley sobre peligrosidad y rehabilitación social.
«Durante la dictadura, los homosexuales podían pasar cinco o nueve años de proceso por haberlos pillado manteniendo relaciones en un parque o en su casa»
—¿Qué venía a decir esa ley de vagos y maleantes?
—Era una ley que llamamos profiláctica o higienista. Lo que hacía era separar a los elementos peligrosos del cuerpo sano de la nación. Es una ley que se promulgó cuando la República pero en 1954 se modificó porque el franquismo entendía que también eran peligrosos los homosexuales, los rufianes y los proxenetas. Estos tres tipos se incluyen dentro del mismo artículo que era el supuesto número 3 dentro de dicha ley. Ser peligroso implicaba que te tenían que aislar de la sociedad, por lo que se aplicaban habitualmente tres medidas, que llamaban de seguridad. Primero había un internamiento dentro de un campo de concentración, aunque ellos decían que era un centro de trabajo, donde los homosexuales estaban absoluta separados de los demás porque eran los peligrosos dentro de los peligrosos. Ahí estaban tres años. Luego, habitualmente, establecían un exilio. Se entendía que parte de tu peligrosidad venía del ambiente donde te movías. Esto implicaba que si a ti te habían pillado, por ejemplo, en Barcelona o en Oviedo te tenías que exiliar, durante uno y tres años, aunque podían llegar hasta cinco. Se sacaba de tu casa, de tus redes de sociabilidad, de tu familia, de tus amigos… y te ponían en otra provincia que tú podías elegir. Por último, la tercera medida de seguridad era la libertad vigilada, el sometimiento a la vigilancia de las autoridades. Por tanto, son cinco o nueve años de proceso por haberte pillado manteniendo relaciones en un parque o en tu casa, incluso. Cuando se promulga la ley de peligrosidad en el año 70, para sustituir la ley de vagos y maleantes, ya no lo llaman centros de trabajo sino centros de reeducación pero el proceder era exactamente el mismo, los trataban de la misma forma. Lo de la «reeducación» era un poco cosmético, teniendo en cuenta que también soplaban vientos de cambio desde Europa y estaban empezando a despenalizarse la homosexualidad en un montón de países del entorno y el franquismo tenía que aparentar. Cuando se promulgó esta ley ya había una gran masa crítica en España pugnando por la despenalización, por lo que esta ley se consideró anacrónica.
—¿Hubo diferencias en la represión de la homosexualidad en Asturias en comparación con otras comunidades?
—Habitualmente el modelo con el que comparamos es Barcelona porque es donde más han trabajado al respecto. Además, Barcelona es una provincia donde había mucha más gente reprimida por los supuestos de homosexualidad, inversión, etc. Esto es porque Barcelona era uno de los sitios donde habitualmente se producían los proyectos de ese exilio o migración sexual. Tu familia te echaba de casa por ser gay y tú te ibas a un sitio donde podías establecer redes o incluso trabajar en cabarets con carnés de artista, que eso era como un salvoconducto frente al franquismo. En Barcelona hay, por tanto, un montón más de represión. Si que vemos ostentación invertida como, por ejemplo, un homosexual con pluma o una mujer trans visible si. Entonces, las dinámicas en las pequeñas provincias, yo he trabajado también en Zamora y en Valladolid, ahora estoy trabajando con Cádiz, solían tener más que ver con la ocultación, con la invisibilidad frente al régimen para poder llevar a cabo al final una vida porque la gente seguía teniendo vidas cotidianas. En Barcelona, por ejemplo, había muchas más redes de sociabilidad, la gente tenía lo que el autor de Los Invertidos, Geoffroy Huard, llama la segunda familia. En Asturias, en cambio, es más complicado. No encontramos expedientes donde se hagan redadas, que salgan un montón de homosexuales sino que todo solía ser más discreto, el sexo era furtivo en la calle, en pensiones, en lugares oscuros. En Cádiz, por ejemplo, acabo de encontrar una orgía de 20 personas, pero eso es realmente raro en las provincias. Lo que vemos es más una dinámica de ocultación porque incluso hay más control vecinal. Si todo el mundo se conoce es mucho más fácil que esa denuncia llegue a término. Pero, al final las comunidades controlan y a la vez protegen, es ambivalente. De Rambal, por ejemplo, decían: «Es nuestro maricón y lo queremos».
—Que no se conozcan casi datos de Asturias es porque en comparación con otras comunidades no había tanto control.
—En Asturias sí que se conocen datos. Tenemos bastantes expedientes, muchos de ellos faltan por mirar, al igual que falta por mirar la justicia ordinaria que son esas multas por escándalo público, pero sí que es verdad que los expedientes son muy pocos en comparación con otros territorios. Eso, creo, es producto del exilio. Muchos de los expedientes que he encontrado en León, en el juzgado de vagos y maleantes acababan trasladados, por ejemplo, Madrid, Barcelona o a Euskadi, que también era un gran centro receptor de migración. Entonces vemos que hay ahí una centrifugación hacia las grandes mecas del homosexualismo dentro del franquismo.
«Asturias era una de las mecas de esta masculinidad laboral, que era vertebral para el franquismo, y la visibilidad de la homosexualidad era bastante escasa»
—¿Se han podido cuantificar cuántas personas más o menos fueron encarceladas o perseguidas en Asturias por su orientación sexual durante la dictadura?
—No me atrevo a responder porque solo he trabajado una de esas patas de la represión, que es la peligrosidad social, y todavía tenemos mucho curro que hacer. Quedan todavía por encontrar expedientes de peligrosidad, que espero que se encuentren. Ha sido una dictadura muy larga, en 40 años hay un montón de producción de expedientes, también de la justicia ordinaria y de multas gubernativas, a las que todavía no les hemos metido mano, porque es una documentación ingente.
—¿Cómo vivían las personas LGTBI en la España franquista en Asturias?
—En Asturias había una especie de invisibilización y de (auto)censura, en el sentido en el que las disidencias sexuales y de género eran muy poco visibles. Esto puede tener varias causas. Una de mis tesis es que, por ejemplo, las masculinidades mineras podían tener algo que ver. Al final se entiende que Asturias era una de las mecas de esta masculinidad laboral, que era vertebral para el franquismo, y la visibilidad era bastante escasa. Eso sí, tenían sus estrategias. Decir que esta gente solo vivía la represión, creo que sería muy reduccionista. Al final sabemos, por ejemplo, ahora estoy detrás de unas entrevistas orales, que todavía no están hechas, pero espero que estén pronto, de gente que tenía sexo en algunos de los sitios habituales de Oviedo como El Campillín. Tenemos un caso de un señor que cuando era chaval se prostituía y una vez fue a un vagón de tren e la estación de Oviedo para tener sexo con un señor que le había pagado. Si fue esa vez, seguramente hubiera ido más. Sabemos, o por lo menos podemos decir, que la justicia de peligrosidad social no era sistemática: no se encauzasa todos los homosexuales, pero todos los homosexuales podían ser encausados. Hablamos por tanto de una justicia ejemplarizante: lo que buscaban era dar ejemplo a los otros para que estuvieran sobreaviso. Sus vidas, por tanto, estaban llenas de tensión y muchas veces de una autorrepresión, que era bien tremenda. Lo cuentan mucho en las memorias, toda la gente que escribió sobre estas épocas homosexuales,hablaban de sí mismos muchas veces de una manera muy peyorativa. Pero también iban al parque a mantener sexo. Entonces, era mucho más amplio de esa visión que habitualmente tenemos del franquismo, como algo que caía como una losa sobre la sociedad. Aunque el franquismo controlaba todos los aspectos de la vida, la gente también vivía.
«La red de apoyo a Rambal tenía la misma función que una red de apoyo homosexual en Barcelona»
—Las personas homosexuales sí sabían, digamos, saltar ese control.
—Sí o por lo menos elaborar estrategias para, si no saltas de todo, hacer resistencia.
—¿Que espacios de resistencia o redes de apoyo existían en Asturias para las personas LGTBI?
—En Asturias, que yo haya podido cartografiar, hubo bastantes pocas. Estaba, por ejemplo, la red de apoyo a Rambal pero no era una red de homosexuales sino que su red de apoyo eran las vecinas y sus amigas. Esa red tenía exactamente la misma función que podía tener una red de apoyo homosexual en el barrio de Barcelona. Luego también tenemos que tener en cuenta que en Asturias esa articulación política fue muy tardía, pero por ejemplo, en Barcelona en el año 70, ya existía un embrión de lo que sería el Movimiento Español de Liberación Homosexuales..
—¿Hubo lugares específicos en Asturias donde la persecución fue más intensa?
—Gijón es de los sitios donde más persecución hubo. Esto me lo comentaba Benancio Hernández, un procurador de las Cortes, que era de Zamora, él decía que la peligrosidad social era contextual. Que, por ejemplo, Zamora, que era una ciudad de tipo estético, no necesitaba tanto control como, por ejemplo, A Coruña, que sí que era «una capital dada al vicio». Al final este tipo de justicia tenía que actuar más en los sitios que peor moralidad tenían, de acuerdo a los informes sobre la moralidad de la provincia que hacía cada gobierno civil. Entonces, en Asturias, Gijón, eran de los sitios donde más gente se encontraba. También en Oviedo. Al ser las ciudades más grandes había más control por parte de la policía. Es por ejemplo raro el caso de un par de mineros, del Pozo Santa Bárbara, de Hunosa, que tuvieron sexo ahí en una pensión que fueron pillados por la Guardia Civil. Fueron pillados de chiripa. En cambio, en ciudades como Oviedo o Gijón, el control era más sistemático. Se buscaba más este tipo de delitos en las ciudades.
«Las denuncias de los párrocos y de las religiosos, en general, eran también bastante frecuentes»
—Las instituciones como la Guardia Civil o la Iglesia, ¿cómo actuaron en este sentido?
—Dice Daniela Fernández en un documento que está por publicarse en breve que eran como los ojos y oídos de este sistema represivo. Muchas veces eran los denunciantes pero también los que recibían las denuncias. Por ejemplo, están los procesos de rumor. El rumor es fundamental para entender esto dentro del control comunitario. Muchas veces, la Guardia Civil escuchaba campanas no sabía dónde e iban al vecindario a preguntar. Y siempre había un vecino, que era más papista que el papa, que es lo que yo llamo chivato por la patria, que en última instancia estaba dispuesto a testificar, aunque fuera incluso por rencillas personales. Hay un caso de un hombre que hacía las labores domésticas y todo el mundo del barrio lo veía tender y decían que no hacía las labores propias de su sexo, que hacía las labores propias del sexo femenino y que por eso podía ser homosexual. Llegó la Guardia Civil y claro no tenían ninguna prueba porque el tío vivía solo y hacía la colada, lo que se llamaría un adulto funcional. Pero claro esto llegó a los oídos de la Guardia Civil y la Guardia Civil fue para investigar y lo estuvieron siguiendo a lo mejor dos años. Era bastante tremendo. Las denuncias de los párrocos y de las religiosos, en general, eran también bastante frecuentes. Pero, tenemos que tener en cuenta que empezaron, sobre todo en los años 60, a existir «curas rojos», que eran gente que estaba en la línea de la teología de la liberación . Eso también es ambivalente, por eso no podemos hablar de la Iglesia como una entidad monolítica, que al final siempre ha funcionado de la misma forma, porque hubo párrocos que incluso estuvieron encerrados en la Cárcel Concordataria de Zamora —la única cárcel para religiosos católicos—. Eso era además una afrenta contra el Papa de Roma, porque estaban haciendo una cárcel contra curas.
«Es impactante ver cómo dos mineros que sí que tenían trabajo, que era como algo fundamental, podían ser condenados por ser homosexuales»
—¿Hay alguna historia en particular que le haya llamado más la atención?
—Es interesante lo que me contaba Yolanda Lobo sobre la Santa Sebe, en los 80. Es verdad que Asturias no tuvo un movimiento homosexual como tal hasta el año 92, con Xega, pero ya había espacios de sociabilidad. Incluso había gente que estaba militando. Es verdad que el movimiento obrero siempre ha sido fuerte en Asturias.También es interesante ver cómo los propios maquis tenían posturas bastante homófobas, porque cabe recordar que la sociedad era homófoba en sí. El franquismo no era una excepción, de hecho, en toda Europa se penaba la homosexualidad habiendo democracias liberales, solo que el franquismo solo la penaba en un grado más alto. Pero ver cómo se retrataban en estos testimonios orales de la gente que había vivido en los años 40, 50, en las cárceles, es bastante tremendo. Por ejemplo, pudimos entrevistar a Miguel Ángel Zamora, que estuvo preso a principios de los años 70 por el proceso 1001. Este buen hombre nos contaba cómo a La Francesita, una mujer trans que estuvo presa en Carabanchel, le hicieron un proceso de hormonación inversa. Ella era una mujer que estaba tomando estrógenos pero le pincharon testosterona y se le deformó la cara. Acabó tirándose desde un tercer piso al patio de la cárcel. Entonces, creo que eso es impactante, al igual que es impactante ver cómo dos mineros que sí que tenían trabajo, que era como algo fundamental, podían ser condenados. En cambio, las personas de clase alta prácticamente no eran expedientadas y si lo eran, no cumplían las condenas. Esto es bastante tremendo. Tenemos un caso de un señor que estaba abusando deshonestamente de un menor en el Campo San Francisco pero, a lo largo de todo el expediente, se dice lo buen cristiano que era e incluso se llegó a señalar la cantidad de dinero que había declarado en el curso anterior a Hacienda. Entonces, este señor directamente no fue condenado pero, si llega a haber sido pobre, hubiese sido declarado en peligro social.
—Después de la dictadura, estas personas que vivían en la clandestinidad, ¿cómo recuperaron sus vidas?
—El cambio no fue tan radical como podemos pensar. Hay un autor que me gusta bastante, Brice Chamouleau, que habla de los fantasmas queer de la transición. Es verdad que se mejoró en muchísimos aspectos, incluidos los laborales, pero siempre quedó gente en los márgenes de este movimiento de liberación. También tenemos que darnos cuenta de que a principios de los 80 empieza la epidemia de VIH, contra la que el propio Estado Democrático Español tampoco puso mucho empeño porque era el cáncer homosexual. Entonces, lo que podemos ver aquí es que la cosa fue gradual. En las sociedades cotidianas cambió muchísimo porque la movilización política y social que hubo en los años 70 había sido muy fuerte y luego además a partir de los 80 se despenaliza la homosexualidad. De repente, empieza a haber cierto clima de libertad, llega la movida, el hedonismo, y la gente pasa a los sitios de sociabilidad, bares de ligue… Eso es contradictorio. Entender la libertad democrática como una línea de progreso democrático es muy problemático porque hubo gente que se quedó fuera y muchas veces la homosexualidad siguió reprimiéndose, sobre todos las realidades trans, ya que eran reprimidas muchas veces por prostituirse. Muchos de los jóvenes homosexuales se ganaban también la vida prostituyéndose porque no tenían otro medio de vida y eran reprimidos de esta forma. Muchas veces las disidencias sexuales y de género interseccionaban con situaciones de uso de drogas.
—¿Cree que en Asturias se ha hecho lo suficiente para recuperar la memoria de las personas LGTBI represaliadas durante el franquismo?
—Creo que falta mucho por hacer porque los propios datos de memoria colectiva tienen que pasar por unas investigaciones históricas potentes. Entonces, según vayan avanzando estos procesos historiográficos, podemos ir construyendo una memoria cada vez más potente y basada en hechos porque la memoria tiene dos partes: la de recuerdo y la de olvido. Por tanto, cuantas más investigaciones en este campo vayan saliendo a la luz, vamos a poder tener una memoria más potente. En todo caso, hay un montón de colectivos que lo están haciendo muy bien, se va a aprobar próximamente la ley LGTBI+, de Asturias, que ya va siendo ahora, vamos con mucho retraso respecto al resto del Estado español, y iniciativas como la que surgió en el barrio de Cimavilla, con la estatua de Rambal, es un espacio de memoria tremendo. Y eso es la memoria colectiva, al final.
—Teniendo en cuenta el contexto actual, con ese avance de la ultraderecha, ¿qué importancia tiene seguir estudiando y difundiendo estas historias?
—Vivimos en tiempos de reacción pero no tenemos que ser especialmente alarmistas, porque esta gente siempre ha estado ahí. En todo caso, aparte de las investigaciones históricas, que están muy bien, y la academia tiene que seguir funcionando en este sentido, lo básico y necesario es la organización social. Este libro no tendría sentido si la gente no pudiera consultarlo. Aunque esto es una monografía científica es importante que llegue a la sociedad, porque es la que se tiene que movilizar y organizar, muchas veces contra este tipo de posiciones, que al final lo que quieren es volver a borrarnos del mapa. Al final, la academia y los movimientos sociales tienen que ser un camino de ida y vuelta, en el que al final nos encontramos mutuamente. Creo que es fundamental que haya una academia comprometida con los valores democráticos más básicos. No estamos hablando de hacer mañana una revolución comunista, que podría ser, pero creo que es interesante darnos cuenta de que estamos en tiempos oscuros y la historia no se repite, pero sí que rima.
—¿Qué espera que se lleven los lectores después de leer su libro?
—Espero que al final tengan una panorámica general sobre un fenómeno que es bastante complejo. Intento hacer un relato serio y, precisamente, histórico. No es un relato militante porque aunque muchas veces tenemos que hablar de cosas que nos pueden perjudicar, la represión no es sistemática, esto significa que no todo el mundo fue reprimido, el movimiento social nos puede jugar a la contra . Lo que intento, por tanto, es aportar una visión sobre un fenómeno que se podría estudiar a fondo porque muchas de las referencias que aparecen están absolutamente pegadas al terruño. Muestro también cómo la gente también vivía y cómo podemos quitarnos los prejuicios. Este libro es también un acto de memoria, incluso de celebración y homenaje, a estas personas que al final fueron personas resistentes.
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