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El setenta aniversario del día D invade las páginas de los diarios y ocupa varios minutos en los informativos de las grandes cadenas. El acontecimiento que marcó el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial convoca a los grandes líderes planetarios y hasta Putin decide olvidarse durante unos minutos de sus aspiraciones sobre Ucrania para compartir foto con Obama, Hollande y compañía en ocasión tan solemne como esta. Parte del protagonismo lo acaparan los viejos combatientes que todavía sobreviven y tienen fuerzas para contarlo. Hemos visto en pantalla a dinámicos abueletes yanquis intercambiando impresiones sobre lo ocurrido hace setenta años en las playas normandas con quienes entonces les disparaban desde el otro lado de la trinchera. Y todo ello nos parece normal porque nadie cuestiona la necesidad de lo ocurrido ni se atreve a justificar el punto de vista de los nazis. Esta es una historia de buenos y malos. Y nadie lo discute.
Los españoles tampoco lo discutimos y flipamos hace no mucho con Salvar al soldado Ryan o con la serie de HBO Band of brothers, traducida al castellano como Hermanos de Sangre. En realidad, ambas, no son otra cosa que la puesta al día de viejos filmes de Hollywood en los que ya se había tratado el tema con largueza. Los que tenemos algunos años recordamos, casi con nostalgia, la frecuente proyección en televisión de pelis como El día más largo, El desafío de las águilas, El ojo de la aguja y otros títulos bélicos relacionados con las campañas europeas de la Segunda Guerra Mundial. Muy pronto, los países vencedores en la contienda supieron ver la necesidad de trasladar a los variados soportes de la cultura popular un mensaje claro que trascendía su dimensión épica y su carácter de espectáculo de masas para transmitir un consenso político que se vislumbraba como imprescindible: La democracia era el bien y el fascismo el mal. Y, visto lo visto, en ello siguen.
Los españoles somos unos tíos muy cachondos. Somos capaces de encajar con entusiasmo el mensaje que el cine y la televisión nos transmiten en relación a hechos históricos ocurridos fuera de nuestras fronteras pero rechazamos (al menos una parte importante de la sociedad española lo hace) indagar en nuestro propio pasado y aplicarle las mismas reglas valorativas. Nos emociona la campechanía de los veteranos norteamericanos pero preferimos ignorar olímpicamente que junto a ellos también combatieron muchos españoles comprometidos hasta las últimas consecuencias con la causa antifascista. Vibramos con las historias de la Resistencia francesa pero no se nos ocurre pensar que el grueso de la misma lo integraban miles de republicanos españoles que no tenían una patria a la que regresar. Se nos revuelven las tripas ante la contemplación de las maldades de todos aquellos nazis viles y repugnantes pero preferimos mirar hacia otro lado antes que admitir, no solo que esos mismo nazis contribuyeron decisivamente a que Franco ganase la guerra sino que, last but not least, el régimen franquista fue uno de los pocos que les apoyó en su locura.
Así las cosas, no resulta infrecuente asistir a espectáculos tan surrealistas como que cualquier tertuliano de Intereconomía o 13tv insulte a los participantes en los escraches llamándoles nazis o tache de franquista a algún viejo alto cargo socialista al tiempo que arremete con locura contra la Ley de Memoria Histórica de Zapatero o justifica en bloque el Alzamiento franquista. En ese contexto de verdadera esquizofrenia conceptual, trabajos como el que hoy nos ocupa no hacen sino introducir un tanto de cordura y serenidad en un debate que, desgraciadamente, sigue abierto en nuestro país sin visos de cerrarse en el corto o el medio plazo.
Paco Roca se ha limitado a transitar por los consensos alcanzados en relación al pasado reciente por nuestros vecinos más avanzados y, en ese sentido, el mensaje de Los surcos del Azar no dista demasiado del de todas esas películas, series de televisión y libros con los que tantos millones de personas han disfrutado de su tiempo de ocio. Cultura popular.
Los Surcos del Azar es la historia de los republicanos españoles que huyeron del puerto de Alicante a bordo del Stanbrook cuando ya todo estaba perdido, de su deriva por los inhumanos campos de internamiento del Norte de África y el trato degradante recibido de las autoridades coloniales francesas, de su alistamiento en los ejércitos de la Francia libre y las campañas en el desierto, de su indisciplina y su extraordinario valor, de su virulenta fe antifascista y su entrega desesperada a la causa de la libertad. La historia de Miguel Ruiz, el huraño jubilado español exiliado y solitario, en realidad un viejo militante libertario, héroe de guerra al mando del mítico general Leclerc y uno de los españoles que liberó París, uno de los que tomaron el ayuntamiento de la capital e hicieron ondear la bandera tricolor en el balcón de la embajada franquista. Pero es también, y ahí radica uno de sus principales valores, la crónica del olvido que se cernió sobre aquellos héroes a los pocos minutos de terminar el ruido de los cañones, la larga derrota que hubieron de afrontar a lo largo de toda su vida, el relato de la incomprensión hacia su titánica tarea por parte de la España surgida de la Transición. Pero es también, y eso es lo que más me ha gustado de todo, la constatación de una realidad que en los últimos años se ha manifestado como ya imparable: la conexión de las nuevas generaciones con el legado de nuestros abuelos, el interés por conocer qué fue de ellos, la fascinación por su heroicidad, sus valores y su sentido de la responsabilidad histórica. Sin duda, la mejor generación que haya dado España nunca.
Paco Roca ha construido una obra mayúscula, monumental, una novela gráfica que, en la línea de trabajos igualmente mayúsculos como Maus de Art Spiegelman o los apabullantes reportajes del gigantesco Joe Sacco, propone un verdadero descenso a los infiernos de nuestra memoria colectiva al tiempo que deja en mantillas a gran parte de nuestra reciente producción literaria. Hacía tiempo que no leía algo que me produjera la emoción que me ha producido este Los surcos del Azar cuya lectura obligatoria en todas las escuelas españolas me atrevo a recomendar a José Ignacio Wert si de verdad quiere que los españolitos del mañana alcancen eso que él llama “la excelencia”. Lo dice el también mayúsculo Javier Pérez Andújar en la contraportada del libro: “Creo que cuando echaron a aquella gente de España nos echaron a todos los que íbamos a descender de ellos. Y por eso vivimos todos en un país, en un mundo, que no nos gusta. Muchas gracias, Paco, por devolverme al país al que pertenezco.”
Jesús Cirac
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