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El 18 de febrero de 1978 ardió la residencia de verano de los Franco y con él se perdieron documentos decisivos sobre la ascensión del dictador al poder, diarios personales e informes secretos sobre la restauración de la Monarquía
Con el episodio de Carmen Franco Polo tratando de atravesar la Aduana del aeropuerto de Barajas cargada de oro, ocurrido en abril de 1978, comenzó el proceso de desmitificación del dictador, glorificado durante cuatro décadas. Pero a la aventura suiza de la Hijísima del dictador se vino a sumar un nuevo suceso que hizo sospechar a muchos españoles que la saga de los Franco no había sido tan legal, legítima y patriota como les habían hecho creer: el extraño primer incendio en el Pazo de Meirás, residencia de verano de la familia y el mayor símbolo de la opulencia del general.
Tal como cuenta Mariano Sánchez Soler en su libro La familia Franco S.A. −el mejor retrato hasta ahora sobre los negocios ocultos de la estirpe franquista y las cloacas del Régimen−, a las 23 horas del 18 de febrero de 1978 el guardián de la finca se asomó a la ventana de su casa y vio “un resplandor rojizo que iluminaba los contornos del palacete mientras las llamas escapaban por la balconada del primer piso”.
Según el escritor, la sala de los Consejos de Ministros y las habitaciones privadas quedaron reducidas a cenizas pasto del fuego. Ardieron las acuarelas y los óleos pintados por Franco en sus horas de ocio, pero también “documentos decisivos sobre la ascensión del Generalísimo al poder, diarios personales e informes secretos sobre la restauración de la Monarquía, en un momento en el que la opinión pública debatía si los papeles de Franco eran propiedad privada o patrimonio de todos los españoles”. ¿Qué había en aquellos legajos cruciales para desentrañar aspectos desconocidos de la guerra civil y la dictadura? ¿Quién provocó aquel incendio que borró de un plumazo numerosas claves hasta ese día secretas sobre el franquismo?
Ese mismo año ya se habían destapado datos interesantes para resolver importantes incógnitas de nuestra historia entre 1939 y 1978. El diario privado de Francisco Franco Salgado-Araujo, “Pacón” (primo del dictador), y las revelaciones de Ramón Serrano Suñer (ministro y artífice del Régimen), sobre las conversaciones Hitler-Franco en Hendaya, confirmaban que la historia había sido muy distinta a como la habían contado los propagandistas del No-Do. “Comenzaron a surgir hechos aislados que, al ser relacionados entre sí, demostraban la transformación de los tiempos”, asegura Sánchez Soler.
Ante los ojos de los bomberos, guardias civiles y paisanos que participaron en las operaciones de salvamento en el incendio del Pazo de Meirás surgieron candelabros, lámparas de cristal tallado, braseros de bronce, atriles, tapices, alfombras, cuadros, fragmentos de retablos, una sillería de oro monástico, muebles de maderas nobles, colecciones de armas antiguas, multitud de trofeos de caza, un enorme piano de cola…
El Gobierno civil de A Coruña atribuyó el siniestro a un cortocircuito en la instalación eléctrica. “Se apoya esta conclusión en el sistema de propagación de dicho incendio −aseguraba la nota oficial publicada el 20 de febrero−, ya que se transmitió a través de los falsos techos del inmueble a diversas cotas, existiendo dependencias intactas entre forjados que aparecían quemados. En cualquier caso, no se han encontrado evidencias de forzamiento de puertas o ventanas ni, hasta el momento, residuos de materia inflamable ni artefacto que pudiera haber producido el siniestro. Se ha podido comprobar que la instalación eléctrica existente en su mayor parte es antigua”.
Sin embargo, pese a que nunca aparecieron pruebas concluyentes que hicieran pensar que el incendio fue provocado, “las especulaciones también echaron leña a este fuego”. Para los Franco, que ya habían dado muestras de querer vender el Pazo, esta propiedad les resultaba una verdadera carga. Además, el fiel Taboada, guardián de Meirás, mantuvo en todo momento que aquel incendio había sido un atentado. Según su testimonio, todas las puertas y ventanas estaban cerradas y “los bomberos lo echaron todo abajo, sin una inspección previa y a fondo”.
Convaleciente de una grave caída, Pilar Franco Bahamonde, a sus 83 años, declaró tras el incendio: “Toda la familia estamos amargados con tanta calumnia e injuria que se dice sobre nosotros. Sin ir más lejos, hace unas semanas quemaron intencionadamente el Pazo de Meirás y todavía los periódicos quieren hacer ver que fue un accidente fortuito”. Y añadía: “Aunque se habla mucho de la fortuna de los Franco, no tenemos dónde caernos muertos”. La situación era tal que el 4 de mayo de 1978 el periodista Pedro Rodríguez, uno de los cronistas de la Transición española mejor informados, publicaba en la revista Posible una columna premonitoria en la que escribía sobre los extraños sucesos que rodearon a los Franco en aquellos primeros años de democracia:
“En la madrugada del 25 de abril, alguien entró en la finca de Valdefuentes (Móstoles), propiedad antigua de Francisco Franco, y se llevó algo. Alguien entró hace semanas en la finca de Canto del Pico (Torrelodones), propiedad antigua de Franco, y revolvió buscando algo. Alguien, según la familia, entró en Meirás y probablemente se llevó algo antes del incendio (…) La cuestión es otra: aquí, hasta que doblemos el Cabo de Buena Esperanza de la Constitución no sabremos qué hay que tapar, qué sustituir, qué cubrir con el pico de la alfombra, qué bautizar y qué enterrar. Cada cuarenta años este país cubre, sierra, derriba, cambia, tapa y despinta con una seriedad de tribu africana”.
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