Una de las primeras violencias ejercidas y sufridas en el noroeste de España en los días iniciales del golpe militar de julio de 1936 y de la guerra que este propició se dio en torno a los integrantes de las columnas que formaron parte de la expedición que salió de Gijón y Oviedo en la tarde-noche del día 18 de aquel mes para ayudar al Gobierno en la defensa del orden y del legítimo régimen republicano amenazados por la sublevación. La pretensión de sus integrantes, mayoritariamente mineros, era llegar hasta Madrid, Sevilla y Valladolid.
No es mucho lo que hasta la fecha se ha publicado sobre el itinerario recorrido y las peripecias que vivieron los varios miles de asturianos embarcados en tal malbaratada aventura, a los que se sumaron cientos de leoneses, zamoranos y otros, sobre todo en las fechas del 18 al 21 de julio y siguientes. Se ha contado poco más que genéricas, parciales y someras referencias al camino que siguieron, y sucintas reseñas de algunos de los avatares en los que se vieron envueltos a su paso por la ciudad de León y por algunas otras poblaciones.
Lo sucedido a los componentes de aquellas columnas mineras condicionó los acontecimientos de aquellos decisivos días de julio en diversos lugares de las provincias de Valladolid, Palencia, Zamora y León. En esta última afectaría todo hasta la mitad de agosto, cuando los penúltimos expedicionarios y quienes se les agregaron se internaron en Asturias después de que los golpistas tomaran Villablino y el resto de la comarca de Laciana.
Por eso, la presente narración busca ampliar lo conocido sobre aquella correría, frustrada en buena parte y decisiva en el desarrollo y desenlace del golpe de Estado y lo que este conllevó en localidades estratégicas como León, Astorga y Ponferrada, y seguramente con ello en todo el noroeste. Para ello, unificamos en un único relato de varias entregas los relatos ya conocidos, fragmentarios y desperdigados por variadas fuentes, a los que añadimos otros muchos novedosos y extraídos de fuentes hasta ahora no exploradas ni publicadas.
La narración de los hechos toma como base principal nuestra última publicación 'Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León' (sobre todo en su 'Primera Parte: El Golpe', pero también en la 'Segunda Parte: La Guerra'), que aquí mostramos continuada. Porque lo relacionado con la expedición asturiana y sus integrantes recorre transversalmente lo sucedido aquellas fechas y también las posteriores, pues se persiguió después con particular saña a todo aquel que tuvo entonces algo que ver con dicha expedición, o fue (fundadamente o no) acusado de tenerlo.
Su periplo fue diverso y merece la pena unir lo conocido con numerosas novedades que ya recogían las mencionadas publicaciones para presentar una visión conjunta de la trayectoria y aventuras de las columnas de los mineros asturianos de paso por la provincia de León, en la capital y en los demás lugares de su recorrido hasta regresar a su tierra asturiana por los puertos de Leitariegos y Somiedo.
De ahí que hayamos estructurado aquella gesta en nueve entregas, con los siguientes principales apartados: Milicianos de Asturias en apoyo de Madrid.; El 19 de julio. Mineros burlados en León; El 19 de julio en La Bañeza. Los asturianos bailan en la Plaza; Las columnas mineras en Astorga; Los mineros en Benavente y su retorno por La Bañeza, Astorga y Ponferrada; Los asturianos en Ponferrada; El cerco del cuartel ponferradino; y Derrota y desbandada.
Milicianos de Asturias en apoyo de Madrid, con dinamita
Ya anochecido el sábado 18 de julio de 1936, en Valladolid los ferroviarios daban por hecho que mineros asturianos bajarían en ayuda de los obreros de la ciudad que desde la amanecida se batían contra los insurgentes, los cuales se impusieron en las primeras horas del día siguiente. Se había barajado la noche anterior la posibilidad, finalmente no materializada, de repartir armas a los trabajadores.
En Oviedo, sobre las dos de la mañana de aquel sábado se presentó el socialista Ramón González Peña, minero sindicalista y parlamentario, en el despacho del gobernador civil para informarle de que Indalecio Prieto ordenaba desde el Ministerio de la Guerra la entrega de armas a las milicias obreras. Ya por la mañana le comunicaron telefónicamente desde el mismo Ministerio que “el Gobierno aceptaba el ofrecimiento hecho por dirigentes de las masas trabajadoras de Madrid, de solicitar la cooperación de los obreros de Asturias, que emprenderían la marcha aquella misma noche”.
Al inicio de la tarde, el ministro de Obras Públicas comunicó al gobernador que “había dado órdenes a la Compañía de Ferrocarriles del Norte para que en trenes ordinarios y especiales se facilitase el traslado a Madrid de los trabajadores asturianos”. Le instaba a disponer todos los vehículos posibles para que pudieran viajar por carretera los que no lo hiciesen por ferrocarril y a que arbitrara que al armamento que por igual mandato del Ejecutivo había de proporcionárseles se añadiesen varias toneladas de dinamita (dos, según algunas fuentes; cuatro, apuntan otras), extraídas del polvorín de la Sociedad de Explosivos Santa Bárbara y facilitadas a los responsables de las columnas expedicionarias.
Algunos recelan
Pese a lo dicho, muchos dirigentes del Frente Popular hicieron pública su postura contraria a que esas fuerzas proletarias saliesen de Asturias, tanto por considerar que iban pobremente armadas como por creer que no se podían fiar de la fidelidad al régimen republicano del coronel Antonio Aranda.
Finalmente se organizaron, tras la orden del Gobierno, sobre todo hombres de la mina y jóvenes: Desde Turón, Soto del Rey, Laviana, La Felguera o Sama de Langreo. En esta última estación de ferrocarril se formó un convoy de unos 1.600 mineros de la cuenca. También de Mieres, de Gijón y Oviedo. De la capital salió un tren y se formó una columna de camiones ante el diario socialista 'Avance', convertido en centro de organización desde el que se solicitan voluntarios a las Casas del Pueblo. Todos ellos se dirigen con otros hacía Castilla, con el objetivo de reducir a los militares vallisoletanos sublevados, y aún más lejos, camino de Madrid y de Sevilla.
Lo hacían después de que “por la mañana desde el Comité Ejecutivo del Partido Socialista Prieto solicitara a algunos responsables socialistas asturianos la presencia de unos centenares de mineros con fusiles y dinamita”, para apoyar la resistencia de la capital de la República amenazada por la posible sedición de las guarniciones del Cuartel de la Montaña y Campamento.
El ministro de la Guerra había encargado al jefe de la Comandancia Militar Exenta de Asturias, el coronel Antonio Aranda Mata, por teléfono primero y luego mediante telegrama, proveerlos de armas sobrantes y de mandos militares, y enviarlos municionados con urgencia por Valladolid y Salamanca hacia Madrid para cooperar en su defensa frente a un previsible ataque de militares levantiscos, algo que el coronel haría luego de manera consennsuada con los responsables izquierdistas asturianos.
Como se ve, la convocatoria fue exitosa: En pocas horas en Oviedo “se concentraron de tres a cuatro mil efectivos, de las milicias socialistas y comunistas, en su mayoría sin armamento”, superando la capacidad de los medios de transporte disponibles.
Las maquinaciones del coronel Aranda
Sin embargo, Aranda fue informado por un familiar cercano desde Melilla y era conocedor del inicio del golpe en Marruecos desde la misma medianoche del día 17. Por eso, cumpliría menos que a medias en cuanto a armar a aquellos hombres, excediéndose en su número y alejando con prisa a los miles de agrupados en la capital y en las villas de las cuencas mineras en un viaje -para muchos sin retorno- hacia León, con el objetivo -dijo- de “asegurar las comunicaciones de Asturias con Madrid y socorrer a los trabajadores madrileños”. Pero mientras, el coronel preparaba la traición reuniendo en los cuarteles abundantes ametralladoras, munición y todas las armas disponibles, y convocando con urgencia en Oviedo a las seis compañías de la Guardia Civil de la provincia.
Otro militar también sedicioso, el general Latorre, criticaría después esta maniobra de agrupación por ser “una medida repentina, improvisada e impremeditada, y arriesgada, pues muchos de los guardias no lograron alcanzar la capital, y debieron de hacerse concentraciones parciales, de líneas primero y después de compañías, antes de la agrupación final”.
Noticias como la pólvora y traición
Las noticias sobre el convoy minero se difundieron a gran velocidad por las regiones leonesa y castellana, alentando las esperanzas de quienes en ellas intentaban defender el orden constitucional amenazado, en algunos casos incluso ya agredido.
En el Gobierno Civil asturiano se reunieron su titular, nombrado el 10 de julio, Isidro Liarte, y el comandante militar Antonio Aranda con los representantes del Frente Popular. Aranda, tenido por masón -aunque parece que nunca lo fue, pues en octubre de 1933, en pleno crecimiento de la masonería, solicitaba el ingreso en la logia madrileña Concordia, que rechazó su petición-, daba garantías de mantenerse leal a la República. Era gran amigo de Prieto, al que por teléfono había asegurado también su lealtad el día 16 de julio.
Por todo ello, acordaron no tener inconveniente en que los mineros salieran hacia Madrid, “sin armas, descongestionando Oviedo para su más fácil ocupación posterior, y avisando a las autoridades militares afectas al golpe de los puntos de paso para facilitar su destrucción”, tal y como declarará el propio Aranda en su informe de 1941 para la 'Causa General' sobre los prolegómenos de la insurrección en Asturias.
Se organizan las columnas expedicionarias
A través del Sindicato de Transportes de la UGT se incautaron los camiones de la Compañía de Ferrocarriles del Norte, algunos de servicios municipales de Oviedo, de las líneas férreas de Gijón y Avilés y de la Campsa -que se encontraba en huelga-, así como autobuses. Con todo ello se formó una columna compuesta por tres camiones, cuatro autocares y una docena de coches que viajaría por carretera. Sus chóferes hubieron de ser seleccionados, pues todos los del sindicato querían partir hacia Madrid.
Se cargaron con dinamita dos camiones, protegidos todos ellos por fuerzas de la Guardia de Asalto. La columna motorizada contaba con unos 500 o 600 hombres, a los que se sumaron en Mieres varios cientos más de voluntarios de choque mandados por Arturo Vázquez.
Al mismo tiempo que aquel convoy, se fue componiendo una columna ferroviaria formada por dos locomotoras de la reserva capitalina y doce vagones, lista ya a las diez y media de la noche del 18 de julio para la expedición. Los núcleos organizativos y de confluencia de los integrantes se dispusieron en Sama de Langreo y Mieres, además de en Oviedo.
El expreso, último de los tres trenes habituales diarios que iniciaba a las 18.40 horas en Gijón su recorrido, ya había salido para Madrid con un numeroso grupo de los que no quisieron esperar.
Trenes a rebosar
El tren así dispuesto partió de la ovetense Estación del Norte sobre la una de la madrugada del domingo 19 de julio, cargado a rebosar de animosos trabajadores, parando en Soto del Rey para enlazar allí con otro procedente de la cuenca de Langreo. En este venían ocupando los estribos y los techos, por no tener ya cabida en el interior de los vagones, comunistas de Sama encabezados por Damián Fernández Calderón, como su jefe de grupo, y socialistas a cuyo frente se halla Manuel Otero Roces, ayudado por la experiencia militar del teniente de la Guardia de Asalto Alejandro García Menéndez.
Este último contaba 29 años, era casado y natural de Gijón, y, destinado en su destacamento, se hallaba en comisión de servicios en el Cuartel de Santa Clara de Oviedo, que más tarde el comandante Gerardo Caballero Olabézar sublevaría. Se había presentado voluntario para aquel cometido, y acercaba a la estación de Mieres una camioneta “de la que se descargaron tres o cuatro cajas de munición y 93 mosquetones Máuser”, según se recoge textualmente en el Sumario 168/37. Eran en realidad “no más de doscientos”, afirman otras fuentes.
Muchos hombres. Pocas armas
Sobre las once de la noche del día 18, “para defensa de la expedición”, y junto con el encargo de organizar e instruir a las milicias obreras y conducirlas a Madrid, le había sido entregado el armamento en el cuartel de Santa Clara de la 18.ª Compañía del 10.º Grupo de Asalto de guarnición en Oviedo por el comandante Alfonso Ros Hernández, su responsable, al teniente García Menéndez y a cuatro guardias del mismo Cuerpo: Manuel Mier García, José Castro Pérez (de 25 años, natural de Rábade, Lugo), Ángel Laza, y Antonio Pérez Vázquez (de 26 años, soltero). Además se proveyó de siete cajas de munición a cada uno de los guardias.
Las armas procedían del almacén del Regimiento de Infantería Milán nº 32 de Oviedo, cuyo jefe, el coronel Eduardo Recas Marcos, también golpista, habría desobedecido las órdenes de Aranda de facilitarles más fusiles. Por el contrario, Ros Fernández, recientemente designado y muy afecto al Frente Popular, hasta el punto de que ya había comenzado a distribuir armas a los afiliados al ugetista y poderoso Sindicato Obrero de Mineros de Asturias (SOMA), las entrega tras una dura pugna con Aranda, que accede al fin a ello porque merma así el arsenal de la Compañía de Asalto, pues desconfiaba de la disposición de sus efectivos a sublevarse.
Próxima entrega: domingo 16 de marzo.
José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web
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