Entre los días 25 y 28 del pasado junio de 2025 fueron exhumados por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) y recuperados para sus familias los restos de cuatro asesinados el 18 de diciembre de 1936 en las cercanías de la localidad leonesa de Mansilla de las Mulas. Pero fueron más los inocentes que terminaron inmolados en este municipio. Algunos de filiación desconocida, y otros, al igual que los victimados de diciembre, con rostro, con nombres y apellidos. De estos, todos, excepto uno, nunca hasta ahora han sido reconocidos ni siquiera nombrados.
Ellos, y los demás a los que aquí nos referimos, fueron ajusticiados por cuadrillas de pistoleros matarifes conformadas por falangistas, requetés, japistas, miembros de Renovación Española y de otras milicias o guardias cívicas, acompañados por guardias civiles casi siempre, además de por guardias de Asalto en ocasiones. Y siempre bajo órdenes de las autoridades militares, o con su beneplácito.
Los asesinaron tras sacarlos de la que entonces era Prisión Militar de San Marcos, que también se decía Prisión Preventiva, Prisión Provisional, dependiente de la Prisión Provincial, o Depósito de Presos. No era oficialmente todavía campo de concentración de prisioneros de guerra –en el norte aún no los había– por más que se empeñen algunos en la imprecisión de nombrar así el recinto, quizá para subrayar la extrema crueldad que reinaba en el mismo.
Lo resaltable de San Marcos es que fue en todo momento uno de los más inhumanos y aflictivos reclusorios entre los muchos del franquismo: cuando hasta el verano de 1937 era solo cárcel, mientras funcionó hasta finales de 1938 como prisión y campo, y en el tiempo en que hasta su cierre finalizando 1939 fue campo de concentración solamente.
Tras aparecer en descampados, los cadáveres de todas estas víctimas fueron echados a fosas comunes, en el viejo Cementerio de San Miguel de la villa algunos, otros en el camposanto de una de sus pedanías, y uno más en el mismo paraje en que fue muerto.
Como trágica contrapartida, al menos 19 naturales o vecinos de Mansilla de las Mulas fueron a su vez asesinados en otros lugares, muchos en aquellos mismos tiempos. La mayor parte de ellos fusilados en Puente Castro o 'paseados' en los montes de Villadangos del Páramo.
Los antecedentes
Al final de la tarde del 20 de julio de 1936 los facciosos se imponen a los leales y se hacen con el control de la ciudad de León, después de rendir la escasa resistencia que se les opone en el Gobierno Civil y en la Casa del Pueblo, y la más decidida que les hacen sobre todo desde la zona ocupada por el Archivo Arqueológico Provincial en el antiguo convento de San Marcos.
En la sede del Gobierno Civil fueron detenidos por los rebeldes algo más de una treintena de defensores de la legalidad. A algunos de ellos los liberaron al cabo de unos días para volver a apresarlos en San Marcos pasadas unas fechas, ya encausados en el Sumario 120/36 de la Auditoría de Guerra de León. Fue esta Causa, al igual que la 467/36, una de las piezas represivas esenciales en el engranaje de la ilegal e injusta justicia militar de los insurrectos leoneses.
Varios de aquellos encarcelados formarían parte de un grupo de nueve varones cuyo fallecimiento “por heridas de arma de fuego” se anota “en plazo”, al hilo de los hechos, en el Registro Civil de Mansilla de las Mulas. Así se consignaron los decesos de Agustín Brizuela y Manuel Foronda, sobreseídos el 27 de octubre de 1936 en el primero de los citados sumarios. Es decir, que fueron exonerados de toda culpa en los supuestos delitos por los que habían sido encausados. También se asentó la muerte de Manuel Caruezo, al que sobreseían por las mismas fechas en las diligencias abiertas contra él.
Los exterminados en noviembre
Las inscripciones se hacen de uno el 24 de noviembre de 1936, y de cinco más el día siguiente. El uno y los otros fallecían “de seis a ocho días antes” de aquel en el que son hallados y se anota su defunción. Los inscritos los días 24 y 25 habrían sido asesinados, según aquel apunte, en una fecha situada entre el 16 y el 19 de noviembre. Y seguramente todos juntos, sin que se indique el lugar en el que aparecen sus cadáveres. El 28 de noviembre se registra la defunción de tres varones más victimados el día antes, con los que se completa la cifra de los nueve.
Eran los seis asesinados conocidos de aquel grupo de nueve: Agustín Brizuela Martínez, anotado el 24 de noviembre; y los cinco asentados el día 25: Manuel Foronda Garrote, Onésimo García González, Manuel Caruezo Landeras, Santos Llaneza Castro, y Gervasio Bartolomé Sevilla; Los tres inscritos a las diez horas del 28 de noviembre de 1936 lo son como “desconocidos”, y se dice que han fallecido “unas 12 o 18 horas antes el día anterior en la cuneta de la carretera de Palanquinos a Cistierna, entre los kilómetros 15 y 16”.
Las “sacas” de los lugares de reclusión franquistas de tantos y tantas como terminaron en el otoño y el invierno de aquel año 1936 asesinados y desaparecidos en descampados y cunetas se nutrieron en gran medida de los que, como los citados Manuel Caruezo, Agustín Brizuela y Manuel Foronda, eran sobreseídos -declarados libres de culpa, inocentes, no inculpados- en los procedimientos en que los encausaba la justicia militar, pero continuaban encarcelados, en este caso en San Marcos, como presos gubernativos a disposición del Delegado de Orden Público. Ese delegado era entonces el comandante de la Guardia Civil y falangista Luis Medina Montoro.
En diciembre más asesinatos
Al cabo de un mes de aquellos crímenes de noviembre, fueron muertos otros cuatro varones cuyas actas de defunción se inscriben “en plazo” en el Registro Civil de Mansilla de las Mulas el 18 de diciembre. Se trataba ahora de Miguel Carro Llamazares, José Fuertes Martínez, Fernando Blanco Sandoval y Mariano López López, asesinados, según se anota en las respectivas actas, “a las dos horas” de aquel mismo día 18 “y hallados junto a otros en una huerta a las afueras de esta villa”. Los tres primeros también habían resultado sobreseídos con doce encausados más a final de octubre en el Sumario 467/36. A los cuatro, antes de asesinarlos “los hicieron objeto de toda clase de maltratos y vejaciones”, declara un evadido a Asturias conocedor de los hechos.
Pasados los fatídicos y sangrientos cinco primeros meses tras la sublevación militar, en los que los golpistas leoneses asesinaron a mansalva, aún se anota en el Registro Civil de Mansilla de las Mulas la defunción de otro “desconocido” el 31 de enero de 1937, “a las tres horas” de la misma fecha, “de unos 50 años”, y al que se halla “próximo a la carretera de Adanero a Gijón próxima a esta villa”.
Resultan ser así, al menos y que sepamos, catorce los asesinados en el transcurso del otoño/invierno de 1936/1937 en el término de Mansilla de las Mulas. Todos ellos, excepto los tres desconocidos inscritos el 28 de noviembre, son inhumados “en el cementerio de esta villa” (conocido hoy como “el cementerio viejo”). De los tres innominados se asienta oficialmente que reciben sepultura “en el cementerio de Villómar”, pedanía de Mansilla.
La maquillada burocracia de la muerte
En todos los casos se inscriben las defunciones “en virtud de diligencias practicadas”, excepto en el de Manuel Foronda, en el que no se cubre en el acta el espacio pertinente. En las actas de defunción de los asesinados el 18 de diciembre se añade y se explicita que las diligencias son “por el levantamiento del cadáver”.
Más datos se consignan de las tres víctimas que se registran el 28 de noviembre, cuyos cadáveres “se levantan a las 17 horas del día 27 del corriente mes”. Los tres cuerpos “estaban en posición decúbito supino lateral izquierdo y no estaban descompuestos”. Del primero de ellos se hace la siguiente descripción: “Varón de unos 45 años, de baja estatura; no se le encontraron papeles; pantalón, chaqueta y chaleco paño dril color; un pañuelo que quedó en poder del Juzgado”. Del segundo: “Varón de unos 60 años; de buena estatura con traje completo negro; no se encontraron papeles, y sí un pañuelo de bolsillo de color que quedó en poder del Juzgado”. Del tercero: “Varón de unos 45 años; de regular estatura; pantalón pana clara, chaqueta pana rayadillo negra, chaleco paño oscuro, un pañuelo de bolsillo que quedó en poder del Juzgado”.
El cadáver desconocido que se halla el 31 de enero de 1937 lo es de “un varón de unos 50 años; de regular estatura, vestía pantalón dril negro con rayas blancas, americana paño azul y chaleco del mismo paño, no encontrándose documento alguno más que una moneda de diez céntimos, quedando en este Juzgado un cuello, una corbata de color, unos gemelos y una leontina negra”. Cabría deducir de su vestimenta que el asesinado era persona de buena posición social, o al menos económica. Ninguna referencia al reloj de bolsillo al que correspondería aquella leontina. Tampoco a calzado alguno en el atuendo de este y los demás aniquilados, a excepción de quienes lo fueron el 18 de diciembre.
En las actas de defunción de todos los asesinados, salvo “el desconocido” del 31 de enero de 1937, del que se indica que fallece a consecuencia de “asistolia o colapso cardíaco”, se tachan las anotaciones de haber fallecido a consecuencia de “heridas de arma de fuego”, en unos casos. En otros lo tachado es “la muerte fue ocasionada por varios disparos de arma de fuego”. Se realizan las tachaduras el 30 de junio de 1938, “de oficio conforme a lo ordenado en circular del Servicio Nacional de los Registros de 7 de mayo de 1938”, se consigna en nota marginal en las actas. Una manera impuesta de ocultar el rastro de los crímenes, que no borraba la barbarie perpetrada.
Sumando muertos inocentes
A los reseñados hasta ahora cabe añadir a Joaquín Calixto Heredia Guerra, seleccionador nacional de futbol en 1923, casado, de 41 años, vecino de León, funcionario de Hacienda, y presidente de la Cruz Roja leonesa. Muerto “a consecuencia de la lucha de las fuerzas nacionales contra el marxismo” el 21 de noviembre de 1936 en el monte o la finca La Mata del Moral, en las proximidades de Mansilla de las Mulas, fue enterrado en una fosa en dicha finca o en la colindante de La Cenia, “en el término de Villómar, próxima al camino de Reliegos”.
No se anotó su defunción en el Registro Civil de Mansilla, y se hizo “fuera de plazo” en el de León en marzo de 1943, a instancia de su esposa Julia Bravo Martín y constando como “fallecido a causa de un accidente de guerra”. Un eufemismo que pretende encubrir su asesinato, pues en el territorio leonés ajeno a su franja fronteriza con Asturias no se libró en ningún momento guerra alguna.
También él había sido sobreseído, en su caso el cinco de noviembre en el Sumario 11/36, continuando recluido en San Marcos a disposición del mismo delegado de Orden Público, Luis Medina Montoro. Mientras lo fue, hasta marzo de 1934, estuvo este implicado en toda la represión consumada en la zona facciosa provincial, y desde luego en primera línea por lo menos en cuantas “sacas” y “paseos” (asesinatos seguidos de desapariciones de las víctimas) se ejecutaron hasta entonces en la citada zona.
Conjeturas sobre la fosa común del cementerio viejo
Atendiendo a los cuatro asesinados el 18 de diciembre de 1936, en el “cementerio viejo” de Mansilla de las Mulas existía una fosa común que supuestamente acogía sus restos desde que en aquella fecha fueron inhumados en ella. Aparecía en este camposanto de San Miguel una tumba doble presidida por una cruz de hierro y recubierta de losa de cemento alisado sobre la que se inscribieron, dos en cada lado, los cuatro nombres de los mismos y la fecha en que fueron victimados, seguidos en todos los casos de “Recuerdo de su familia” y “D.E.P.”. Se habría señalado la sepultura de este modo en 1945, cuando la compraron a perpetuidad los deudos de dos de aquellos ajusticiados, y así permaneció hasta que la ARMH intervino este mismo año en ella.
Al igual que de las víctimas del 18 de diciembre, también se anota en las actas de defunción de los seis asesinados entre el 16 y el 19 de noviembre de 1936, y del que lo fue el 31 de enero de 1937, que “su cadáver habrá de recibir sepultura en el cementerio de esta villa”.
No hemos tenido hasta la fecha conocimiento por ninguna fuente de la existencia en el “cementerio viejo” de alguna otra fosa común que no sea la situada bajo la losa de cemento. Por ello, a pesar de que tampoco fuente alguna o testimonio lo haya asegurado hasta ahora, no podemos evitar la conjetura de que, tal vez, la fosa en la que se enterró a los cuatro asesinados el 18 de diciembre –dos en cada uno de dos hoyos consecutivos— fuera aledaña o cercana a la que ya ocuparan los seis “paseados” en noviembre.
Por lo mismo, cabría conjeturar incluso que a esa misma fosa contigua, o a otra también colindante con la exhumada a finales del pasado junio, fuera también destinado el cadáver del ejecutado en enero de 1937. Es decir, que la fosa ya excavada y la adyacente o adyacentes podrían contener los restos de los once victimados en tres fechas diferentes en las cercanías de Mansilla de las Mulas.
“En la misma fosa que uno o dos maestros”
Tal posibilidad o hipótesis se refuerza después de conocer por uno de sus nietos que en la memoria familiar del asesinado en diciembre Mariano López López se recuerda que “supieron sus allegados que había sido muerto en Mansilla”, que “visitaron esta villa”, y que en ella les dijeron que “a Mariano lo habían enterrado en su cementerio, en una fosa con uno o dos maestros”. Hoy sabemos que no se contaban dos maestros, sino uno (Gervasio Bartolomé Sevilla), entre los ajusticiados a mediados de noviembre de 1936.
También abonaría nuestra conjetura el hecho de que en la exhumación de los restos que se suponen de las cuatro víctimas del 18 de diciembre parte de los huesos de una de ellas se encontraran bajo un panteón erigido en 1993 al menos sobre una porción de la fosa que los acogía, y a un par de metros del muro del cementerio. Esto pudiera inducirnos a pensar que los primeros asesinados, los de noviembre, hubieran sido echados a una fosa pegada a dicho muro, a continuación de la cual se habría abierto otra para enterrar a los posteriores. Si así se hubiera obrado, seguramente se habrían retirado algunos de los restos primigenios al construir el panteón encima de parte del espacio ya ocupado por la fosa próxima a la tapia del camposanto, que carecía de osario, al parecer.
No era muy frecuente en el tiempo de aquellos asesinatos que a los republicanos ajusticiados por serlo, y tachados de ser gentes “sin Dios y sin Patria”, se les inhumara en terreno sagrado dentro de una necrópolis cristiana. Y como lo que en ella fue parte civil o no santa parece que se hallaba en otra zona, reducida, opuesta y alejada, tal vez enterrarlos en una o varias fosas junto al muro representara hacerlo en el límite más apartado y por ello menos sacro de la tierra bendecida.
Entre el muro y el panteón construido en 1993 por la familia Nachón-Martínez, en línea con la fosa ya exhumada, existe todavía un espacio vacío y sin muestras superficiales de contener ninguna tumba, por lo que, de ser acertadas las hipótesis que planteamos, bien pudiera continuar en tal espacio la fosa común que seguiría cobijando los huesos de las víctimas aún no localizadas, al menos los no afectados por la construcción del mausoleo.
Precisamente, Genaro Nachón Martínez (de 29 años, oficial de Secretaría, casado con Isolina Tuñón Álvarez y padre de un hijo) fue uno de aquellos 19 nacidos o residentes mansilleses asesinados en otros lugares -él en Villadangos el 16 de octubre con tres más- a los que antes hemos aludido.
Los victimados en diciembre
De los cuatro ejecutados el 18 de diciembre de 1936 ya se han hecho públicos algunos datos en los medios con motivo de la exhumación de los que, a la espera de que se corrobore científicamente, se suponen sus restos, por lo que nos limitaremos a remarcar algunos de ellos.
Miguel Carro Llamazares. De él afirman los represores en septiembre de 1937, pasado casi un año de su asesinato, cuando lo encausan y lo multan por sus supuestas “responsabilidades políticas” que “se opuso al Movimiento Nacional y huyó a campo enemigo”. Formó parte de los 31 encausados en el Sumario 467/36.
José Fuertes Martínez. Era detenido el 22 de julio de 1936 en el cuartel de Falange y liberado el mismo día. Lo detuvieron de nuevo, y lo apresaron en San Marcos, el 16 de agosto, por la denuncia del convecino Gumersindo de Toledo Fernández, más tarde jefe de Falange de Trobajo del Camino. Militante de Izquierda Republicana. Fue otro de los encausados en el Sumario 467/36.
Fernando Blanco Sandoval. Responsable provincial de la Juventud Socialista Unificada (JSU), y director desde el 30 de abril de 1936 de su semanario Iskra, “era cojo”. Había sido detenido a raíz de la revuelta de octubre de 1934. También encausado en el Sumario 467/36, en el que resultó sobreseído, como los dos anteriores. Su familia procedía de Mansilla de las Mulas.
Mariano López López.- Nacido en Matapozuelos (Valladolid), tenía 36 años y estaba casado con Elvira Martín Poncela, con la que tenía tres hijos y una hija. El 14 de diciembre de 1936 -cuatro días antes de ser asesinado- desde el Gobierno Militar lo incluyen en un grupo de once agentes ferroviarios que han faltado al trabajo y no se encuentran en sus domicilios. Estaba militarizado, como todos los trabajadores del ferrocarril, desde los primeros días del “golpe militar monárquico y fascista”. Lo acusan de ser izquierdista y “activo elemento de los que frecuentaban la Casa del Pueblo”. Lo separan del servicio en la Compañía de los Ferrocarriles del Norte de España al ser detenido. Es declarado en rebeldía en julio de 1937. Formó parte de los 14 encausados en el Sumario 180/37.
Los conocidos de los inmolados en noviembre
De los tres desconocidos muertos el 28 de noviembre de 1936 y enterrados en Villómar tan solo sabemos lo ya antes referido. Traemos aquí sendas reseñas de los seis asesinados a la mitad de aquel mes, con las anotaciones que se hicieron en sus respectivas actas de defunción del Registro Civil de Mansilla de las Mulas y algunos otros datos:
Agustín Brizuela Martínez. “De 33 años, natural de Medina de Ríoseco (Valladolid), hijo de Roberto y de Carmen, soltero. Su domicilio y profesión se ignoran”, se anota en el acta.
Era linotipista en El Diario de León, al igual que su hermano Manuel, miembros de la Sociedad de Tipógrafos y participes los dos en la huelga del rotativo del 13 de junio al 27 de julio de 1936. Los dos sufrieron incautación de bienes y multa por sus “responsabilidades políticas”, y Manuel condena de 30 años de prisión tras ser detenido después de rendirse el Frente Norte. Acusan a ambos de ser dos de los tipógrafos a los que “el Alzamiento” sorprendió elaborando las octavillas que el gobernador civil mandó imprimir en los talleres de El Diario con la idea de que un avión las arrojara sobre la capital. El texto de las octavillas decía: “El Ejército está en León al lado del Gobierno, y nadie se preocupe, pues todo está aquí a su favor”. No llegaron a imprimirse porque los golpistas armados asaltaron antes las calles. Formó parte de los 37 encausados en el Sumario 120/36.
Sus hermanos Roberto y Manuel se evadían “de la zona nacional a la zona roja” en junio de 1937. Manuel, casado y padre de tres hijos menores, era liberado condicionalmente y sin destierro de los Talleres de la Prisión de Alcalá de Henares en octubre de 1943, después de ser inculpado, al igual que Agustín, en 1937 y 1938 por la Comisión Provincial de Incautación de Bienes por el Estado y por el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Valladolid. Su padre, Roberto Brizuela Moreno, padeció prisión en San Marcos en 1938.
Manuel Foronda Garrote. “De 36 años, natural de Valladolid, hijo de Fidel y de Trinidad. Se ignora su domicilio y profesión. Casado con María Ruiz no habiendo dejado sucesión”.
Socialista, era empleado de Aviación y secretario de la Federación Local de Sociedades Obreras, que presidía Juan Antonio Álvarez Coque, a la vez que secretario de la Federación General de Obreros de la Aviación, a la que pertenecían muchos trabajadores del Aeródromo de León. Estuvo reunido en sesión permanente con otros responsables de la Casa del Pueblo en las fechas del golpe de Estado. Fue otro de los encausados en el Sumario 120/36. Había sido detenido cuando la revuelta de octubre de 1934. Lo acusaron de haber firmado el 19 de julio vales de requisa de alimentos para los asturianos de la expedición minera que en defensa de la República pasaron aquel día por León. Su periplo provincial fue objeto de una serie de nueve publicaciones, pinchando aquí.
Manuel Caruezo Landeras. “De 34 años (tenía 35), natural de León (lo era de La Pola de Gordón), hijo de Diego (Caruezo Argüello) y de Vicenta (Landeras Nicolás), soltero. Se ignora su profesión y domicilio”.
Era médico titular de Murias de Paredes desde su licenciatura en 1924. Residía en Aguasmestas, y por orden del falangista teniente Sergio Martínez Mantecón, al mando del destacamento de La Magdalena, lo detenían en Riello el 7 de agosto de 1936 acusado de ser enlace entre los mineros de Santa Lucía y los de Villablino, y de no haber entregado su pistola y escopeta según lo obligado por el bando de guerra. Dados los informes favorables de “intachable conducta” que sobre él se reciben, se sobreseen el 28 de octubre las diligencias instruidas, siendo uno más de los muchos y muchas que en idéntica situación continuaron en la Prisión Militar de San Marcos a disposición del Delegado de Orden Público.
Su hermano Onésimo, que ejercía en La Pola de Gordón la representación del Monte de Piedad de León y de la Compañía Arrendataria de Tabacos (heredadas de su padre, comandante de Infantería retirado y fallecido en 1928), fue alcalde entre 1931 y 1934, y uno de los gestores de la Diputación Provincial nombrados por el Frente Popular el 23 de marzo de 1936, él por Unión Republicana. Su otro hermano Diego, del mismo partido e inspector municipal veterinario en la misma localidad de La Pola de Gordón, escondido en Pola de Lena hasta julio de 1940 y apresado entonces, salía en libertad condicional con destierro de la Prisión de Oviedo el 26 de julio de 1943, exiliándose más tarde a Francia y Chile, donde fallecía en 1983.
Santos Llaneza Castro. “De 38 años, natural de La Mata de Curueño (Santa Colomba de Curueño), hijo de Álvaro y de Martina. Su domicilio y profesión se ignoran. Casado con Encarnación Fernández habiendo dejado de sucesión una hija llamada Raquel Llaneza Fernández”.
Onésimo García González. “De 28 años (nacido el 15 de febrero de 1907), natural de Villamayor (del Condado, pedanía del municipio Vegas del Condado), hijo de Nazario (García Torices, labrador) y de Julia (González Torices), soltero. Se ignora su profesión y domicilio”. Se completan algunos datos de su acta de defunción con los que muestra su acta de nacimiento en el Registro Civil de Vegas del Condado, facilitados por Rufino y Pablo Juárez.
Pudiera ser Onésimo García González uno de los treinta presos gubernativos de militancia anarquista encarcelados por su implicación en una huelga planteada por entonces por la CNT, que el 11 de mayo de 1933 difundían desde la Prisión Provincial leonesa un escrito de protesta por mantenerlos sin acusación y todavía recluidos después de finalizada la protesta laboral.
Gervasio Bartolomé Sevilla. “Natural de Soria. De unos 48 años (nacido en 1881, tenía 55 en realidad). Su profesión y domicilio se ignoran. Casado con Pilar Álvarez, habiendo dejado de sucesión cuatro hijos llamados Piedad, Dolores, Numantino y Sara Bartolomé Álvarez”.
Era maestro, que pasaba del segundo al primer escalafón según Orden de 26 de diciembre de 1933. Se le traslada el 12 de septiembre de 1934 de la escuela de Matalobos del Páramo para la de Aldea de la Valdoncina, de la que, acusado de pertenecer a la ugetista Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (FETE), era sustituido por orden del Rector de la Universidad de Valladolid el 10 de octubre de 1936, fecha en que se cesaba a 296 docentes más de otras escuelas leonesas. Fue uno de los trece maestros depurados en los primeros meses de funcionamiento de la Comisión Provincial D de Depuración del Magisterio de León, y formó parte de los 17 encarcelados entonces. El 27 de julio de 1939, casi tres años después de su asesinato, era sancionado con separación definitiva del servicio y baja en el escalafón. En agosto de 1926 colaboraba en el diario 'El Socialista'.
Su hija Sara Bartolomé Álvarez, residente en Gijón desde antes del golpe militar, de 31 años, de oficio “sus labores” y casada con Rufino Iglesias, de 40 años, panadero afiliado a la CNT, solicitaba en fecha posterior al inicio de septiembre de 1937 a la Comisión de Evacuación del Consejo Soberano de Asturias y León un pasaporte de evacuación para ella, sus cuatro hijos (de 6, 9, 11 y 13 años) y Argentina Bartolomé, de 27 años y posiblemente también hermana suya. Era este un documento que solo se facilitaba a “hombres mayores de 60 años o menores de 15 y mujeres afectas al Régimen”.
Del varón asesinado el 31 de enero de 1937 no conocemos más que los datos que figuran en su acta de defunción ya reseñados.
José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web









Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada