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Violento e histriónico, culto y cosmopolita, Gonzalo de Aguilera Munro fue un personaje de importancia durante la guerra civil española dentro del bando nacional. Su historia, que mezcla bravuconadas con un final trágico, muestra claramente la verdadera cara de aquel tiempo.

Era excesivo. Grandilocuente, gallito, perverso. También profundamente culto, manipulador, contradictorio. Ah, y odiaba las alcantarillas. Ya verán razones, ya.
Gonzalo de Aguilera Munro (1886-1965) es un personaje de ángulos. Aristócrata convencido, militar, alzado desde el mismo 18 de julio, a la esquina del teatro bélico, escenario frente a la prensa. Alguien hoy (quizá) pelín olvidado, por aquello de que resultaba tan incómodo al régimen franquista. Aunque fuera de los suyos. Pero es que traía pies de página, Aguilera.
"Yo llego a él leyendo a Preston, y porque empezó a aparecer mucho en internet. Era el contrapunto a todas las afirmaciones de la gente que sigue a Pío Moa, esas tesis de que la Guerra Civil fue defensiva, algo contra el comunismo. Y de repente aparecen las citas de Aguilera Munro para demostrar que no, que la guerra fue para someter a los españoles. Un tío diciendo que España tenía una raza de esclavos a la que había que reducir el número. Y lo dice como si hablase de ratas". Hablo con Álvaro González (búsquenlo como Álvaro Corazón Rural en todas sus colaboraciones de prensa), que firma (el breve, intenso, desopilante a ratos, con esa risa que se reserva para los slashers) Capitán Veneno. Aguilera Munro: oficial de prensa de Franco (editorial Libros del K.O.), un libro donde bucea por la vida y los pensamientos de este señor tan paradójico, y del cual extraemos cada entrecomillado de Aguilera. Sigue Álvaro. "Es lo que es, pero no es lo que parece... Se apunta al 18 de julio desde el primer día, no tiene escrúpulos morales, deja unas declaraciones que aún espantan a los historiadores... pero tú te esperas a alguien tipo Arias Navarro, el Carnicero de Málaga, y Aguilera no es ese perfil de personaje. Es alguien con muchos más matices".
Digamos que Aguilera Munro se adhiere con fervor al alzamiento, pero tiene ideas pelín personales, difíciles en enmoldar. "Yo creo que él no fue prototipo de nada nunca, solo ejemplo de una aristocracia decadente y podrida. Lo podríamos situar perfectamente en La Escopeta Nacional, ahí sí", sigue Álvaro. "Entre los africanistas, prototipo militar de principios de la guerra, nunca tuvo amigos, y de hecho no le dejaron reincorporarse a las armas. Él quería ir al frente pero lo apartan como oficial de prensa". Oficial de prensa era, para entendernos, un enlace para los periodistas extranjeros, alguien que pudiera explicar en condiciones por qué es necesaria esa guerra y qué malos son los rojos. El hombre de acción, el irredento hidalgo de honor y espada, debe lucirse por hoteles, conferencias e interviús. Ayudaba que supiera idiomas, que manejase a la perfección el inglés (lengua materna), el alemán, el galo. Sí, pongan al Aguilera para que nos parle con la press guiri. Seguro que sabe bien contarles...
"Ten en cuenta que la prensa franquista estaba completamente dirigida. No solo en cuanto a censura, sino en lo que debía contar, noticias que deben aparecer, hasta impone el tamaño de letra, las fuentes... todo". Miguel Ángel Solla es doctor en Historia y experto en los años treinta y cuarenta españoles. Él me pinta un cuadro de uniformidad absoluta, un control férreo. Y ahí, otra vez, se nos escapa Aguilera. Veamos. Sobre él contaban que si, al producirse el golpe de Estado, puso en fila india a sus jornaleros (tenía una finca inmensa en Salamanca) y mató aleatoriamente a seis. "Para dejar bien claro quién seguía siendo el amo", cuenta Peter Kemp, uno de los corresponsales ingleses, que le escuchó decir a Aguilera. Seguramente fuera falso (no existe constancia de tal suceso), pero hizo Aguilera por alimentar el mito. Imaginen.
Y, claro, poner a semejante paisano como eje comunicador para con los reporteros que vienen de fuera, por muchos idiomas que maneje... Cero filtros, cero límites, muchas cuentas por saldar, mucho placer al escucharse diciendo barrabasadas. Como otros, no se piensen. Me cuenta Solla que "hasta más o menos la caída de Stalingrado hay una gran influencia del nazismo y del fascismo italiano sobre la prensa... se reproducen las líneas favorables. Cuando Franco pasa de la no belicidad a la neutralidad cambia el discurso. Acabada la guerra desaparecen todas las referencias a nazismo y fascismo. Y ya cuando se firman los pactos con Estados Unidos en 1953 se vende el catolicismo español como identidad señera del régimen".
Y Álvaro González apostilla. "Si es que no hace falta irse a Aguilera, porque tenemos las directrices de Mola, que eran eliminar de un solo golpe a todos los enemigos desde el primer día, etcétera... la represión instantánea de ir a un pueblo y matar a los de la lista, y luego enterrarlos en el bosque o donde hiciera falta. Eso son órdenes, y más escalofriante que eso es difícil". Con todo, reconoce que su Capitán Veneno tenía un punto mayor de grandilocuencia, un gusto por la hipérbole. "Aguilera lo que tiene es que emplea unas palabras, unas expresiones, muy exageradas... si tú eres contrario al régimen y haces una caricatura del franquista igual no te sale así".
Porque Aguilera Munro decía, por ejemplo, que la Guerra Civil era un enfrentamiento entre ideologías nórdicas y orientales (la de los rojos, reflexiona Aguilera Munro, venía de oriente, y fue introducida en España por musulmanes después convertidos en esclavos que, así, terminan por engendrar al proletariado). Vamos, que el 18 de julio era una nueva reconquista, esa palabra ridícula que tanto se utiliza de nuevo hoy. Claro, con este punto inicial puedes explicarte bien ciertas obsesiones de Aguilera. Los limpiabotas, por ejemplo, que debían ser fusilados, pues alguien que trabaja de rodillas debe ser comunista. La Ilustración, como génesis de todos los males ("las masas no están hechas para la razón"). O las alcantarillas, auténtico archienemigo de Gonzalo, pues han contribuido, con sus medidas de higiene, al aumento de la población "no digna". Ponía el ejemplo de Azaña, que podía "haber muerto de parálisis infantil, pero fue salvado por esas malditas alcantarillas. Tenemos que acabar con las alcantarillas".
También tenía ocurrencias para combatir el paro. Drásticas. Textual: "Nuestro programa, ¿entiendes? Es eliminar un tercio de la población masculina en España (...), una medida económicamente acertada. Nunca más habrá desempleo". Y tampoco le gustaba mucho el tema de las democracias, porque, según él, "la democracia no es propia de ese hombre libre e independiente occidental, sino que es síntoma de su degeneración". Hizo contar que había matado a su chófer por salirse de la carretera, se jactaba de arrastrar trece kilómetros, a punta de pistola, a un paisano tras una discusión de tráfico. "Me aseguré de que sudara antes de llegar. Ese tipo era un ibérico típico".
Llegó tan lejos en sus afirmaciones, exhibía sin pudor tales barbaridades que su fama cruza el charco, y es tema principal en una sesión del Congreso estadounidense. Digamos que Aguilera le concede una entrevista a Hubert Renfro Knickerbocker y que esa se publica en el Washington Times (mayo de 1937). Contesta Aguilera Munro bajo el pseudónimo de "Capitán Sánchez", y el título de la pieza es concluyente: "Kill 'Em All". Allí suelta tales barrabasadas por esa boquita que Jerry Joseph O'Connell, congresista yanqui por Montana, lo introduce como elemento de discusión, ejemplificador de lo que pasa en Europa, de los avances fascistas. O'Connell habla claro sobre Aguilera: "Esta entrevista ofrece un retrato descarnado de los agentes de Francisco Franco y su filosofía. (...) Saber que existen hombres así, incluso en tierras extranjeras, hace que se me hiele la sangre".
Tal era el personaje.
El mismo que se mostraba seductor, amabilísimo o furibundo con corresponsales extranjeros y extranjeras, según hubiera de tocar. El que paseaba por frentes y retaguardias a reporteros espantaos. "Es que en aquel entonces hay rutas turísticas que visitaban sitios emblemáticos para los franquistas... en Cantabria iban mucho por Castro Urdiales o por el penal de Santoña, eso les gustaba", me dice Solla. "Llevaban a los periodistas extranjeros por allí para que vieran espacios míticos de los facciosos... y contemplasen estragos que, decían ellos, habían causado los republicanos". Estragos que, muchas veces, eran fruto de las tropas franquistas, pero se vendían al contrario.
Y, sin embargo, es difícil encuadrar a este Aguilera en cualquier ideología, más allá de la suya propia. Verbigracia... Mujeres y reinas, cero. A los Reyes Católicos les dedicaba invectivas furibundas, pues fueron culpables de centralizar el modelo hidalgo descendiente de los visigodos germánicos (miren, yo me limito a disponer, las ideas son de Aguilera). Vamos, que un cacao bastante gordote, con su contradicción interna. "Él era furibundamente anglófilo, porque considera que su dinastía aristocrática desciende de Inglaterra. Desde el primer momento se opone a las relaciones de España con el Eje, se ve con el embajador inglés y va diciendo por ahí que es antifranquista... A principios de los cuarenta, ojo", me dice Álvaro.
Y continúa. "También hay que señalar una cosa bastante desconocida, y es que Franco aniquila a la izquierda, pero también decapita a todas las derechas. Expulsa de España al pretendiente carlista, condena a muerte a Hedilla, sucesor de José Antonio, no permite que vuelva el monarca, Gil Robles también está fuera... Es curioso, incluso en la derecha actual se percibe a Franco como el representante homogéneo de la derecha durante la dictadura, cuando reprimió a todas las derechas que no fueran él. Al primero que sirvió fue a sí mismo, a Franco como empresa". Entre esos repudiados estaba, cómo no, Aguilera, que se retiró hasta su finca salmantina, rodeado de libros, de animales (tenía más de cuarenta gatos, le horrorizaba la tauromaquia), de una familia con desventura en ciernes.
Tuvo final funesto, dije, este Aguilera Munro. Apartado de todo y de todos. Esas declaraciones que dijimos antes, las de ser antifranquista... eso no casaba bien con la España nacional. Así que lo esquinan, lo tienen al margen. Y él ayuda. Misantropía en su mayorazgo. Se lleva mal con los familiares, discute con unos y otros, tiene arrebatos de cólera, parece sufrir trastornos en mente. Hasta que ocurre. La gran tragedia. Es el año 1964 y Aguilera Munro, en un ataque de ira, dispara a sus dos hijos. Ambos fallecen en el lance. Es imagen potentísima, también patética. "La parte más escalofriante del personaje es cuando mata a sus hijos. Se lo llevan al manicomio, y lo primero que pregunta es cómo ha quedado el Betis. Y ante el silencio, el estupor de todos los que escuchan, continúa. Es que si no hablo, me acuerdo de lo que acaba de pasar", me cuenta Álvaro González. Y concluye. "La lucidez de esas palabras dentro del arrebato de locura... esa lucidez me parece el momento más escalofriante de este hombre".
Y, con todo lo leído antes, ¿cómo explicamos este "resurgir" de modos y proclamas franquistas? Aunque sea (ojalá solo fuere) mera estética, mera transgresión. Se lo pregunto a Álvaro. "Estamos viviendo un involucionismo conservador muy radical, y es un fenómeno muy contemporáneo. Lo vemos en Estados Unidos y en las redes, la gente ha pasado de un catolicismo militante a un integrismo católico. Y dentro del integrismo católico, a posturas preconciliares. Yo no lo entiendo, percibo una frivolidad ideológica que rompe consensos tan básicos como son los derechos humanos. Ahora te encuentras gente de veinte años que quieren a la mujer en casa pariendo hijos en una sociedad homogénea étnicamente, te lo pintan como una utopía. Yo creo que falta sustrato cultural, puedes ser conservador pero dentro de unas bases que compartimos todos. Y eso se ha demolido. Hemos llegado al desierto de Mad Max en cuestiones ideológicas".


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