IGNACIO, 1937.
Autor: Rafael Espino Navarro
“
… durante mas de 60 años la cueva quedo sellada, ocultando en su interior
las pruebas de un crimen execrable. Era el escenario perfecto para impunidad de
los asesinos. El cuerpo de Ignacio, quedo tirado en el suelo, pero antes de
morir tuvo tiempo de escribir con su lápiz de carpintero sobre una roca próxima
… Ignacio, 1937. La única prueba de su identidad, que ha perdurado en el
tiempo.”
Hace
solo unos días, una llamada de teléfono de una persona de Mallorca, solicitaba
urgentemente ayuda. Al otro lado de la linea, una mujer me contaba otra de esas
historias que por mar que parezcan increíbles, son muy reales. Esta además
traspasa todos los límites de la sensibilidad humana...
…
en la primavera del año 1997, un grupo de aficionadas a la espeleología en una
de sus salidas habituales de fin de semana, acompañadas además por algunos de
sus jóvenes hijos iniciaron una escalada en una zona montañosa, oculta y de
difícil acceso. Buscaban practicando su deporte favorito encontrar en el paraje
alguna cueva que pudiera ser explorada y estudiada. Y la encontraron.
Encuentran
una cueva nueva,desconocida, sin catalogar que en otras ocasiones pasó
desapercibida por que su entrada estaba casi sellada. Grandes bloques de piedra
bloquean la entrada de la misma, posiblemente la cerraron tras un derrumbe del
terreno, hace ya algunos años. Solo una pequeña rendija permite el paso, de una
persona con una envergadura reducida.
Su
hijo de tan solo diez años, no tiene ningún miedo (ha hecho esto ya muchas
veces) y se ofrece a traspasarla y penetrar en la oscura cavidad.
Cuando
por fin logra penetrar en su interior, deslizando su pequeño cuerpo, la luz que
proyecta su casco le hace ver que la cavidad es amplia. Una antesala espaciosa
da paso a un largo y profundo túnel, que sin miedo el niño recorre a pesar de
encontrase solo. Avanza por el observando por primera vez el espectáculo
natural que la tierra esconde en sus entrañas.
Al
final del largo túnel, encuentra el final de la cueva. Pero no sera solo esto
lo que el pequeño encuentra. Unas letras escritas en una gran roca en el suelo,
llaman su atención, se acerca y a la luz de la linterna (esta vez sí, entre
sorprendido y asustado) puede leer … IGNACIO, 1937.
Una
mirada tras de la roca le revela la presencia de restos humanos.
Sorprendentemente, tiene el valor de agacharse y coger el cráneo. Un enorme
agujero en la zona occipital llama su atención.
Alertados
sus compañeros por los gritos que profiere desde el interior de la cueva, no
paran de llamarle para que acuda rápidamente a la salida. Cuando por fin vuelve
y se acerca a la estrecha apertura, informa todos del sorprendente hallazgo que
ha realizado.
Rápidamente
y provistos de las herramientas de las que disponen, la apertura de la cueva es
ensanchada y esta vez sí a través de la misma, pueden acceder al interior de la
cueva todos los integrantes del grupo.
Lo
que ven cuando llegan al final de la cueva, hiela la sangre. Nunca habían visto
nada igual. Evidentemente comprueban que los restos humanos corresponden a un
varón. El agujero en la cabeza evidencia que murió de muerte violenta y su
nombre y el año referencia una etapa en la historia de España, que para nadie
pasa desapercibida, 1937, la guerra civil.
Acuerdan
entre todos llevarse los restos humanos de allí, para entregarlos en un
Instituto Arqueológico para su estudio. Así lo hacen y al recoger los huesos,
encuentran entre ellos partida parte de una mina de grafito que un día forma
parte de un lápiz, tiene la forma de uno de esos gordos y rojos que usan los carpinteros
para pintar la madera. El nombre de Ignacio en la roca fue pintado con ella.
El
hallazgo ha marcado para siempre la vida de una de las integrantes del grupo.
La madre del niño que hizo el hallazgo. Su ética y compromiso le hacen ir mucho
más allá y emprender una investigación personal, con solo dos datos. Un nombre
y un año.
La
investigación es infructuosa durante muchos años, nadie sabe nada, nadie ha
visto nada. Solo una pequeña pista, sacada de un listado de personas
desaparecidas durante la guerra civil de las localidades cercanas al hallazgo
llama un día su atención.
Entre
estas personas aparece un hombre, de nombre Ignacio, de profesión carpintero.
Ignacio fue uno de los dirigentes del Partido Comunista en uno de los pueblos
de la zona y su detención y desaparición posterior también se realiza en el año
1937.
A
partir de este mismo instante varias preguntas rondan en su cabeza y no la
dejan dormir ¿Podría ser él? ¿Como podría saberlo?.
Su
búsqueda de la verdad la lleva a indagar y encontrar a la familia del Ignacio
de la lista de desaparecidos. En concreto a un nieto, quien inmediatamente la
pone en contacto con los hijos aún con vida de este hombre, quienes le cuentan
lo sucedido a su padre.
Solo
saben que lo detuvieron por ser comunista, se lo llevaron y nunca más volvieron
a verlo. Nadie jamás, nunca les día pista sobre su paradero.
Hace
solo dos días, han vuelto a subir a la cueva. El cuerpo que entregaron en el
Instituto Arqueológico hace ya mucho tiempo que ya no esta allí.
Han
subido casi los mismos. El niño es ya un hombre y ha sido el primero en entrar
en la cueva, después ha entrado su madre. Después de 16 años, todo estaba tal y
como lo dejaron. El nombre aún permanece allí.
Han
subido con personal técnico, para fotografiar todo y recoger los pequeños
restos de huesos de pies y manos que quedaron allí. Entre ellos han podido
recuperar una pieza dental en la que por el momento están depositadas todas las
esperanzas de una posible identificación genética.
Los
hijos de Ignacio, ya muy mayores han vuelto a recobrar la esperanza perdida.
Existe una mínima posibilidad aún, después del tiempo transcurrido de conocer
la verdad. Y hay que agotarla, por mínima que sea. Es su derecho.
El
compromiso y el trabajo totalmente desinteresado de las Asociaciones y de las
personas de buena voluntad unido de nuevo, afortunadamente, la alquimia de la
ciencia, volverán a dar una pronta respuesta, para que el nombre de Ignacio por
fin puede tener apellidos.
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