Manaña 31 de agosto nos vemos en la plaza de la Gavidia
(Sevilla) a las 12 de la mañana.
Mientras podéis ir leyendo, y reflexionando, sobre este trabajo y lo relacionado con él en:
Mientras podéis ir leyendo, y reflexionando, sobre este trabajo y lo relacionado con él en:
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Si lo que dice ahí el Ministerio de Justicia, se llevara a la práctica, por parte de las instituciones tendríamos varios miles de desaparecidos "juridicos" menos.
Cecilio Gordillo. Coord. RMHSA de CGT.A
Si lo que dice ahí el Ministerio de Justicia, se llevara a la práctica, por parte de las instituciones tendríamos varios miles de desaparecidos "juridicos" menos.
Cecilio Gordillo. Coord. RMHSA de CGT.A
SOBRE EL CONCEPTO DE DESAPARECIDO
Francisco Espinosa Maestre. Historiador.
Francisco Espinosa Maestre. Historiador.
Foto: 2010. Plaza de
la Gavidia (Sevilla)
Hay que definir y acotar una palabra que se usa con dema-siada
facilidad y que corre el riesgo de perder su sentido. Urge además clarificarlo
para saber claramente de qué hablamos cuando nos referimos a los desaparecidos a consecuencia del golpe militar del 18 de julio. De
entrada y muy en general podríamos llamar desaparecido a la persona, detenida
ilegalmente por motivos políticos, cuyo rastro se pierde en el proceso represivo.
La geografía de los
desaparecidos, como la de las fosas comunes, se superpone a la geografía del
golpe militar triunfante. Un proceso que se abre en julio con la ocupación de
medio país y se cierra en abril de 1939. Pero fue especialmente en los territorios
ocupados desde los primeros momentos donde los golpistas aplicaron el plan de
exterminio de sus enemigos políticos y de clase. En noviembre de 1936, cuando
el golpe se convierte en guerra, los países fascistas se vuelcan con Franco y
éste pasa a ser el jefe único y absoluto de los sublevados, se producen una
serie de cambios que se impondrán paulatinamente y que pueden darse por
establecidos en marzo de 1937. Me refiero a la estrategia del terror, al paso
de los bandos de guerra al de los consejos de guerra sumarísimos de urgencia,
procedimiento este que se prolongará hasta los primeros años cuarenta, cuando
con motivo del derrumbe nazi-fascista la dictadura considere oportuno dar por
concluida la matanza iniciada en julio de 1936.
Es pues en esos meses que van de julio de 1936
a febrero de 1937 cuando se producen la mayor parte de
los casos de desaparición. Personas detenidas por grupos militares o
paramilitares cuyas familias intentan localizarlos y ayudarles. Dado el número
de locales habilitados como prisiones y la desproporcionada cantidad de
personas detenidas, la alimentación de éstas recayó sobre los familiares, que
debieron peregrinar de sitio en sitio hasta dar con quien buscaban y acercarse
todos los días para llevarle ropa y alimento. Todo ello hasta que un día, y
esto forma parte de la memoria familiar de mucha gente, se le comunicaba que el
preso “ya no necesitaba comer”.
Inmediatamente se
iniciaba otro peregrinaje por los lugares de muerte más habituales para tratar
de localizar el cadáver y tratar de darle sepultura digna. Algunas veces esto
se hizo con el visto bueno de la autoridad militar. Podrían citarse dos casos
conocidos: el de García de Leaniz en
Sevilla o el de los hermanos Pla en
Badajoz, todos pertenecientes a conocidas familias burguesas a las que por
mediaciones varias se concedió este privilegio. También sabemos de casos en los
que en los años cuarenta y cincuenta se abrieron algunas fosas para sacar los
restos de algunas personas. En este sentido resultaron claves las notas tomadas
en el 36 por los propios enterradores. Desconocemos la magnitud de estos casos.
Sin embargo la mayor parte de las víctimas quedaron para siempre en las fosas
abiertas para la ocasión.
En el suroeste la
mayor parte de las fosas, todas las de las grandes ciudades por ejemplo, se
abrieron dentro de los cementerios. Sin embargo en pueblos de zonas rurales
hubo también fosas abiertas en descampados e incluso en fincas privadas. Por
documentos que se conservan en los archivos municipales sabemos que los
Ayuntamientos se encargaron de dar sepultura a los cadáveres abandonados en sus
términos. Los nombres de las víctimas no fueron recogidos; si acaso se hizo
constar en el registro el número de “desconocidos” que eran inhumados. En
ocasiones, debido a la confluencia de varios pueblos, se optó por un punto
intermedio donde el número de muertos acumulados obligó a abrir una fosa.
Actualmente buen número de ellas se encuentran bajo construcciones de nichos
levantadas posteriormente. En otros casos (Huelva, Badajoz) se han conservado
como zonas de césped y se ha erigido una lápida conmemorativa. En algunos
lugares, caso de Sevilla, los restos de las dos fosas principales, fueron
trasladados al osario general en los años sesenta. Por su parte las fosas abiertas
fuera de los cementerios, bastante controladas por los mapas de fosas
recientemente elaborados, plantean numerosos problemas, como prueba lo que
viene ocurriendo en Extremadura, donde muy pocos de los trabajos realizados han
dado resultado.
Recordemos que
durante esos meses del bando de guerra se celebraron en general muy pocos
consejos de guerra. Casi siempre a militares y marcados por el carácter
ejemplarizante en el caso de civiles. Pero en esto, como en otras cosas, los
golpistas actuaron con bastante autonomía, de forma que si en el sur se
impusieron los terroríficos bandos en Galicia se adelantó de manera selectiva
la maquinaria represiva de los consejos de guerra. De cara a lo que tratamos la
diferencia es importante: los bandos no dejaban huella de la víctima salvo en
los archivos de los organismos represores, mientras que los consejos de guerra
que concluían en pena de muerte acababan con un certificado médico de defunción
y con la comunicación al Registro Civil para su inscripción. Sin embargo, por
más que se supiera que había acabado en una fosa común, en la mayor parte de
estos casos no quedaba constancia oficial del lugar de la inhumación, motivo
por el cual también entran dentro de la categoría de desaparecidos. Una
excepción sería la ciudad de Huelva, cuyos consejos de guerra indican incluso el lugar exacto donde fueron
enterrados los condenados a muerte. Otra excepción sería Córdoba, donde también
se indica el lugar de enterramiento (por ejemplo hay personas de las que se dan
las coordenadas y la profundidad a la que han sido enterradas en la fosa común:
siete metros).
Esto marca una serie
de diferencias muy importantes entre las zonas ocupadas entre julio de 1936 y
febrero de 1937, y las que lo fueron posteriormente, donde se fue un poco más
cuidadoso con las formalidades. Sería el caso de los territorios ocupados tras
la puesta en marcha de la Fiscalía del Ejército de Ocupación, presidida por el
jurídico militar Felipe Acedo Colunga
y que inició sus actividades en la ciudad de Málaga en febrero del 37. De su
contundencia dan muestra estas cifras: 2.168 víctimas de febrero a diciembre de
1937 (febrero: 627, marzo: 877, abril: 365…), todas ellas inscritas en el Registro
Civil de Málaga; mientras tanto, en los pueblos ocupados se seguía con los
bandos de guerra. Sin embargo, en Málaga, pese a la inscripción registral, no
quedó rastro individualizado del lugar donde cada persona fue inhumada.
Por el decreto 67 de 10 de noviembre de 1936 y aunque no se mencionara a las
víctimas de la represión se abrió una puerta a la inscripción de las personas
desaparecidas en los meses anteriores. Dicho proceso se extenderá a los largo
de varias décadas: primero en los cuarenta y cincuenta, luego descenderá en los
sesenta y setenta y emergerá de nuevo durante la transición y en los años
ochenta y noventa a consecuencia de la Ley de Pensiones de Guerra de 1979. De
todo esto podemos hacernos una idea por el caso de Huelva, una provincia muy
afectada por la represión: entre 1936 y 1990 fueron inscritas en los libros de
defunciones de la provincia 3.040 personas, de las que sólo 520 serían
inscripciones realizadas en plazo legal; el resto fueron diferidas: 1.989 entre
1936 y 1975 y 531 desde 1979
a 1990. Pero lo que hay que tener en cuenta es que estos
3.040 casos representan menos del 50 % de las personas asesinadas en la
provincia. Tenemos constancia de que fueron más de seis mil pero sólo podemos
dar la identidad de algo menos de la mitad de los que aún quedan por inscribir.
¿Podemos considerar desaparecidos a estos más de cuatro mil onubenses
asesinados entre 1936 y 1945? No. En el caso de Huelva, como se ha dicho,
habría que exceptuar a los que lo fueron por sentencia de consejo de guerra.
Por el contrario sí habrá que tener en cuenta a los asesinados tras consejo de
guerra en las restantes ciudades que hemos estudiado (Badajoz, Sevilla,
Málaga). Hubo también familias que, pese al consejo de guerra, la sentencia y
la inscripción, nunca supieron qué fue
de los suyos. Nadie se lo comunicó. En todo caso, ¿qué representa el número de asesinados por sentencia respecto al del
total de desaparecidos? En el suroeste muy poco. En el caso de Huelva, con
más de seis mil, no pasan de 400; en el de Badajoz, con más de siete mil
asesinados censados hasta ahora (falta media provincia), sobrepasa ligeramente
los mil casos, y en el de Sevilla-provincia de once mil quinientas víctimas
sólo pasaron por los tribunales militares 631. Es decir, la desproporción es
absoluta.
Incluso cabría hacer
una matización más: hubo personas que pasaron por consejo de guerra y que
fueron inscritas en los registros civiles a las que podemos considerar
desaparecidos. No ya porque no exista constancia oficial del lugar donde yacen
los restos, sino simplemente porque ni una cosa ni otra se comunicó a la
familia, que quedó tan a oscuras como si se tratarse de un desaparecido por
bando de guerra. Esto ocurrió con frecuencia cuando comenzó a actuar la
Fiscalía del Ejército de Ocupación a partir de febrero de 1937. En Málaga, por
ejemplo, fueron asesinadas muchas personas de provincias limítrofes cuyas
familias nunca supieron qué fue de ellas. Y en este mismo sentido hubo
numerosos casos de familias a las que nunca se comunicó la inscripción del
familiar en el registro civil, tanto en un caso como el citado de Málaga como
en otros donde la inscripción se hizo por orden superior sin decir nada a los
familiares. A la larga estas irregularidades produjeron casos de dobles y
triples inscripciones. No obstante, la mayor parte de los que llegaron a los
libros de defunciones lo fueron por necesidades de sus familias.
Foto: Sevilla. `todos (…) los nombres´ entrega
información a Garzón
Todas estas consideraciones muestran las dificulta-des de la
investigación y lo complicado que puede resultar establecer cuáles de las
personas incluidas en los listados no entran dentro de la categoría de
desaparecidos.
Hay más problemas.
Las columnas de Franco fueron eliminando en su marcha hacia Madrid a los
milicianos republicanos que apresaban. Basta mirar el Diario de operaciones de
Varela o los escritos de algunos capellanes castrenses (especialmente el padre
Huidobro, que llegó a denunciar estos hechos). Por supuesto no se molestaron en
inscribirlos en registro alguno. Esto desborda ampliamente el concepto de
“víctimas en acción de guerra”, concepto que desborda nuestro objetivo y que
queda fuera de nuestro campo de análisis. Otro ejemplo de esta ambigüedad
serían los casos de personas fallecidas en defensa de sus localidades o fruto
de los bombardeos previos a la ocupación. Los registros no sólo no informan de
esta circunstancia sino que, con el claro objetivo de ocultar la represión,
para rellenar la causa de muerte recurrieron en cientos de casos a la formula “Choque con la fuerza pública”,
a sabiendas de que se trataba de personas a las que se aplicó el bando de
guerra. Es éste un terreno en el que, faltándonos como nos faltan los informes
militares realizados tras la toma de pueblos y ciudades, informes a los que se
aludía en los propios documentos militares y que detallaban bajas propias y
ajenas, número de detenidos, etc., todos son conjeturas.
Dicho esto, podemos
decir que, en relación con el golpe militar del 18 de julio de 1936, un
desaparecido es la persona que, inscrita o no en el registro de defunciones,
habiendo pasado o no por consejo de guerra, fue detenida ilegalmente, recluida
en lugar conocido o no y asesinada, careciéndose de constancia oficial sobre el
lugar donde yacen sus restos.
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