dissabte, 27 d’octubre del 2018

DONDE LAS DOS PIEDRAS

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Posted by MEMORIA ARAGONESA en 27/10/2018
DONDE LAS DOS PIEDRAS
FELIPA PEINADO SIGUE BUSCANDO CON 89 AÑOS LOS RESTOS DE SUS FAMILIARES EN UNA CUNETA DE CASILLAS, EN ÁVILA. ESTE ES EL RELATO DE UNA PROSPECCIÓN INFRUCTUOSA
WILLY VELETA – 24 DE OCTUBRE DE 2018
En 1996 Felipa Peinado se plantó delante de una excavadora que merodeaba por la cuneta en la que fue arrojado su padre, junto a otros cuatro seguidores del Frente Popular, en Octubre de 1936. Era una zona de bosque en el pueblo abulense de Casillas. La Junta de Castilla y León quería ensanchar la carretera y Peinado, al enterarse, se dispuso a impedirlo.
El maquinista de la excavadora, Antonio Álvarez, le dijo que recibía órdenes; igual que los que ataron las muñecas de su padre a la espalda con una cuerda y lo fusilaron allí mismo. Hasta los 15 años, Peinado pasó por aquella cuneta pegada al bosque en silencio y sin mirar abajo, por orden expresa de su madre, preocupada porque alguien les viera venerar a su muerto.
El día que Peinado vio a Álvarez manipular las palancas de su excavadora no lo dudó: “Si quieres pasar por aquí tendrás que hacerlo por encima de mí”.  Este paró la máquina y llamó al alcalde de entonces, el socialista Javier Hernández.  Tras un rato de dudas decidieron que la mujer tenía derecho a recibir los restos de su padre y sus otros compañeros, entre ellos el viejo boticario.  Según Peinado les mataron por comunistas, aunque realmente eran miembros de la Casa del Pueblo, socialistas.
Peinado, que vio cómo se llevaban a su padre Julio Peinado cuando ella apenas tenía 5 años, no sabía que su abuelo Saturnino iba a correr la misma suerte días después.  A su abuelo lo asesinaron y lo enterraron bajo una losa en la zona más transitada del cementerio antiguo, junto a dos jóvenes desconocidos, para que todo el mundo pudiera pisarles.  Eran normas de la casa. Este pequeño detalle de los dos jóvenes fue descubierto al abrir la fosa en 2006, otro logro de Peinado.  A su abuelo, antes de ponerle de rodillas para ser ejecutado por la espalda, le hicieron cavar su propia fosa.  Antes de cerrar los ojos y esperar el fatal desenlace lanzó su sombrero de paja al aire y se despidió de él diciendo: adiós amigo ya no te volveré a ver.
En 2006, Peinado logró por fin juntar a su padre y a su abuelo en una esquina del cementerio.  Encima de la tumba escribieron sobre el cemento de una losa el siguiente mensaje: “Asta siem pre, adios (sic)  5 y 3”.   Esto último hacía referencia al número de personas enterradas.
Lo que conecta ese 1996 con este 2018 es el tesón de Peinado y sus ansias por sacar a todos los represaliados del franquismo que quedaban en su pueblo.  Ahí es donde aparece la ARMH (la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica). Felipa cita a todos en su pueblo –ella escapó hace siglos de allí, vivió en Francia y ahora en Madrid– porque quiere encontrar los restos de su tío Regino, de un sobrino de éste –de nombre desconocido– y de un tal Patarrillo.
Regino era un hombre que fue a hacer las Américas y volvió de Buenos Aires durante la República porque le tiraba la tierra o porque no le fue tan bien la aventura transoceánica. Según explica Peinado, la maestra del pueblo le cogió manía porque vestía una pelliza con un cuello de pieles y llevaba un sombrero muy elegante.  Cuando llegaron las tropas golpistas al pueblo, le delató. A Regino y a su sobrino los arrastran esposados a una zona alejada pero muy cerca del camino que conduce a lo que es hoy Santa María del Tiétar. Después de eso solo hay conjeturas.
Casillas, octubre de 2018
La providencia se encarga de colocar al mismo maquinista de excavadora que paró el motor en 1996 delante de Peinado. Álvarez ya peina canas y se muestra ilusionado con la prospección;  los dos primeros días de máquina los paga el ayuntamiento de Casillas, del Partido Popular.
También se acerca al lugar un pareja de la Guardia Civil, dos chavales gallegos que desde la ventanilla del coche patrulla preguntan cómo va todo.  Desde el pueblo han subido varios paisanos a presenciar el espectáculo de la excavadora peinando a dos metros de profundidad una subida de unos 70 metros en busca de dos cráneos, cuatro fémures, y demás restos de dos ciudadanos cuyo único pecado fue votar al Frente Popular en el 36 como otros votaron a la CEDA.  La prospección de momento no da frutos.
De acuerdo a los Sherlock Holmes de este enclave abulense,  Regino y su sobrino fueron arrojados a una fosa “ahí, ahí justo, un poquito más arriba, no tan arriba, donde las dos piedras, no… esas piedras no, las otras”.  82 años dan para muchas especulaciones.
Peinado insiste en que no era tan arriba, que era más pegado al muro y “donde las dos piedras”.  Hay piedras, varias piedras, cuatro, pero nadie ve dos piedras juntas, o lo suficientemente juntas para determinar que sea allí el lugar.
El maquinista sigue manipulando con especial destreza  el cazo de su excavadora, las arqueólogas de la ARMH, Ana Cristina Rodríguez y Nuria Maqueda,  siguen cada movimiento a escasos dos metros. Tras un día y medio de búsqueda lo que parecía tarea fácil comienza a complicarse porque las indicaciones se disipan en la dimensión espacio/tiempo/olvido/desmemoria.
Alrededor de Peinado se congregan estudiantes de la Complutense traídos por el documentalista de la ARMH, Óscar Rodríguez. Voluntarios llegados de Madrid a ayudar in situ mientras el sindicato noruego Elogit lo hace desde la distancia con sus aportaciones económicas.  El Estado español no ayuda con nada.
Junto a Peinado está un vecino del pueblo de unos 40 años: el conductor de autobús de línea que va a Madrid.  Parecen conocerse. “¿Y qué ganamos sacando estos huesos?”, le dice.  “No son huesos, son personas, perdí a mi padre con 5 años”, aclara Peinado indignada. “Si piensas así eres tan criminal como los que les fusilaron”, concluye la mujer. El hombre, mientras, intenta excusarse.
Si Peinado tuvo que pasar durante 10 años camino al trabajo en el campo por la cuneta donde estaba enterrado su padre en silencio, también tuvo que caminar otros tantos años agachando la cabeza cuando pasaba frente a un cazador que estaba tomando café en la puerta del bar.  Este hombre, afecto al régimen franquista, se jactaba del tiro de gracia que le dio a Julio Peinado junto a la oreja.
Silencio cómplice
Termina el día sin éxito. El documentalista Óscar Rodríguez se queda el último metiendo sus cachivaches en el maletero y se topa con Emiliano y Felisa, dos vecinos que vienen de paseo. El hombre recibe a Rodríguez con un titular: “Estáis buscando en el lugar equivocado, el tío de mi padre está mucho más arriba, en el bosque”.
A la mañana siguiente, y tras más de cuatro horas peinando la zona de entre 20 y 30  metros en la que Emiliano juraba que estaban los restos del tío Regino y su sobrino, el maquinista volvió a parar la excavadora. La primera fase de la Operación Casillas había fracasado. El objetivo era ahora exhumar los restos de El Patarrillo, un joven anticlerical que el día de su asesinato en octubre del 36  fue paseado por el pueblo con un perro atado a su cuello mientras gritaba: “Camaradas este perro es más listo que yo”. Lo arrojaron a una cuneta muy cerquita del pueblo; se desconoce su nombre y de quién era hijo.
Esta vez todo parece más fácil. Un par de señoras de  más de ochenta años confirman que es allí, en esa curva, donde las zarzas, entre esos dos árboles.  El maquinista arranca esperanzado su excavadora y pone la cuneta patas arriba en menos de media hora.  Los miembros de la ARMH vigilan de cerca cada movimiento porque aquí no hay mucho margen para la derrota.  Pero la derrota tiene las patas muy largas o las carreteras muy anchas.  Este tramo fue ensanchado hace 30 años y puede que se comiera la cuneta a la que arrojaron a El Patarrillo.  Lo confirma el exalcalde Javier Hernández, que dice entre dientes:  “Cuando hicieron la carretera nueva se llevaron unos huesos”.
Con 89 años, Peinado y su silla plegable montan guardia delante de la curva. No ha podido rescatar los huesos de su tío y su primo segundo, ni los de El Patarrillo. Varias paisanas pasan por delante del lugar pero no se paran.  Ella las mira de reojo, las señala con el alma como cómplices de los asesinatos del 36. Piensa que conocen con detalle quiénes fueron los que apretaron el gatillo, quizá algún familiar o amigo. Cuando se alejan por la carretera comarcal Peinado les grita: “Criminales, sois unas criminales”.  Mientras tanto, se apaga el motor de la excavadora y Álvarez resopla cariacontecido.  David, el guardia forestal de Jaén que se coge días libres para ayudar a exhumar lo que el Gobierno de su país no exhuma, termina este relato con una frase: “Han vuelto a ganar ellos”.
Felipa Peinado durante la excavación.  ÓSCAR RODRÍGUEZ