La Guerra Civil como nunca la habías visto
El historiador Ángel Viñas explica en 'Público' cómo la 'no intervención' en la Guerra Civil del Reino Unido y Francia en favor del Gobierno legítimo de la República facilitó el triunfo de los golpistas.
En esta penúltima entrega de la serie, los camarógrafos de la Corporación Hearst captan el paso por España de los combatientes venidos de todo el mundo para hacer frente al fascismo.

Ángel Viñas
Madrid--Actualizado a
La Guerra Civil española fue el resultado de la conjunción de dos evoluciones: la primera, interna; la segunda, exterior. Las dos están hoy bien documentadas merced a los avances registrados por la historiografía extranjera y española. La primera avanzó más que la segunda, porque los archivos foráneos se abrieron antes que los españoles, cerrados por la dictadura a casi cal y canto, excepto para algunos autores proclives a la misma.
Incluso en la evolución interna no faltó el vector internacional. Estuvo basado en la temprana petición de ayuda de los monárquicos a la Italia fascista. El golpe de Estado del 18 de julio la prepararon dos grupos: el primer día de aquel mes se firmaron cuatro contratos en Roma que detallaban la ayuda inicial. El primero debía cumplimentarse, y así ocurrió, antes de finales de julio con aviones y tripulaciones fascistas. Los intentos de obtener ayuda de Hitler se materializaron el 25. Las dos potencias del posterior Eje, y Portugal, no dejaron jamás a Franco en la cuneta. Sin ellas la victoria nacional no hubiera sido posible. El lector de nuestros días puede tirar a la papelera la leyenda de que la sublevación fue necesaria para impedir una revolución comunista. Mucho de lo que ocurrió en la primavera de 1936 fue para excitar al Ejército y a las derechas.
Frente a ello, las potencias democráticas, lideradas por el Reino Unido y Francia, optaron por la no intervención. El primero, para cercenar la supuesta revolución “comunista” que temían. La segunda, porque no se atrevió a entrar en las tierras movedizas que la guerra en España despertó entre sus ciudadanos y la dependencia que tenía respecto a los británicos para contener la temida expansión nazi. Los Estados Unidos se mantuvieron neutrales, pero en la práctica inclinados a favor de Franco.
Intervención soviética
Anulada la posibilidad de actuación de la Sociedad de Naciones (que ya se había manifestado en los conflictos de China y Abisinia), el destino de la República dependió de la posterior intervención soviética. Se manifestó en el mes de octubre de 1936, cuando el gobierno legítimo se encontraba ya en una situación dificilísima. El interés de Stalin estribaba en no dar una victoria fácil al fascismo y en lograr un entendimiento con las potencias occidentales frente a la común amenaza nazi.
El colapso de los organismos de seguridad del Estado y las rápidas victorias en campo abierto -con la imposición del terror en las zonas en las que el ejército y falangistas hicieron causa común con los grandes matarifes que fueron Franco, Mola, Cabanellas, Queipo de Llano entre otros- abocaron a los republicanos a una situación límite. El mismo Azaña en septiembre de 1936 no daba un céntimo por la supervivencia de la República.
El destino de la República dependió de la posterior intervención soviética tras el apoyo de Italia y Alemania a Franco
El honor del gobierno y las tropas republicanas, al no rendirse, fue, en gran parte, el resultado de la intervención soviética y, en paralelo, de las brigadas internacionales y algunos efectivos fuera de ellas.
Brigadas Internacionales
Un abigarrado conglomerado de unos 36.000 voluntarios procedentes de casi todos los países conformaron las Brigadas Internacionales. En general, bajo el amparo organizativo de los partidos comunistas, se aprestaron a defender con las armas en la mano, a aquellos españoles víctimas de la conspiración monárquica, militar y fascista.
Los soviéticos enviaron un total aproximado de entre 2.000-2.150 personas (pilotos, tanquistas, generalistas, instructores, marinos, especialistas, radios y traductores/intérpretes). Se conocen los nombres o seudónimos de casi todos ellos. Por el contrario, en el lado franquista combatió un total aproximado de 187.000 extranjeros (marroquíes, italianos, alemanes, portugueses y otros). En cuanto a elementos de combate pesados y ligeros y aprovisionamientos para la guerra (petróleo, camiones) también la balanza se inclinó del lado de Franco. Los autores no están del todo acordes sobre las cifras y la batalla por los números sigue encendida.
El estudio de las Brigadas Internacionales ha experimentado progresos inimaginables con la paciente exploración de archivos españoles y extranjeros. Los contingentes más importantes fueron el francés y el polaco, seguidos a gran distancia por los italianos antifascistas, los norteamericanos, los alemanes antinazis, los británicos y los procedentes de los países balcánicos.
No es de extrañar que los historiadores de las primeras nacionalidades hayan escrito largo y tendido sobre sus respectivos compatriotas. La literatura es hoy prácticamente inabarcable. Los historiadores han entrado ya en biografías individuales y sus calamidades. Amén de las circunstancias en el retorno a sus países de origen o de adopción en el caso, muy frecuente, de los despojados de su nacionalidad.
Las grandes aportaciones de los brigadistas al combate directo contra los sublevados tuvieron lugar en el primer año de la guerra. En ellas pagaron un amplio tributo de sangre. Después, con el progresivo fortalecimiento del Ejército Popular, a pesar de todos sus percances, su importancia empezó a disminuir. A finales de 1937 el general Vicente Rojo ya sopesaba si no sería conveniente retener a los especialistas e inducir a quienes no lo eran a regresar en lo posible a sus países de origen o de adopción.
Esta idea fue haciendo su camino a lo largo del siguiente año. Se materializó en septiembre de 1938 por razones de política exterior. También por el deseo del presidente del Consejo de Ministros, Juan Negrín, de demostrar, en el camino hacia Munich, que la República podía prescindir de las Brigadas y que no estaba enfeudada a los comunistas.
Fueron numerosos los brigadistas que permanecieron en la lucha hasta el debacle final.
Pocos meses antes de la batalla del Ebro el total de internacionales ascendía a 16.000 efectivos. En el momento de la repatriación, a 12.614. La diferencia se explica por las bajas, las desapariciones y los heridos graves. Las cifras varían, pero las anteriores son las que otros historiadores y servidor encontramos en los archivos moscovitas hace ya muchos años. Con todo, fueron numerosos los brigadistas que permanecieron en la lucha hasta el debacle final y muchos trabaron conocimientos con las delicias de los campos de concentración franquistas.
Brigadistas británicos
Los gobiernos de la democracia (no hay que señalar de qué color) llenaron de honores a los brigadistas y terminaron concediendo a los supervivientes la nacionalidad española. El caso que mejor conozco es el británico. Esparcidos por el Reino Unido se encuentran monolitos, bien en grandes ciudades o en pequeños villorrios, pequeños y no tan pequeños monumentos, que atestiguan el recuerdo que en sus lugares de origen dejaron los combatientes por la España republicana y la contención del fascismo.
En gran medida, con el sacrificio de su sangre los brigadistas testimoniaron que su empeño en tierra extranjera podría, quizá, lavar la mancha que la historia ha colgado del cuello de los gobiernos británicos de la época, incapaces de entender lo que estuvo en juego en España. Hoy algunos historiadores ingleses todavía reivindican la política de Chamberlain, una continuación en los años treinta de la diplomacia palmerstoniana del siglo XIX. Cabe resumirla en la frase: Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes.
Tiene intereses permanentes. Todavía es objeto de controversia lo que estuvo en juego en la guerra de España y que fue, simplemente, el primer acto de la Segunda Guerra Mundial.
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