El exmonarca se crio y educó desde los diez años bajo las órdenes del tirano, que pretendía modelarlo a su imagen para garantizar la continuidad del régimen.

A Coruña-
El día en que Juan Carlos de Borbón se enteró de que por fin Francisco Franco había decidido nombrarle su heredero político, acabó tirándose vestido a la piscina del palacio de La Zarzuela junto a su amigo del alma Miguel Primo de Rivera y Urquijo. Era el principio del verano de 1969, tenía 31 años y aunque Franco aún tardaría unos días en comunicárselo oficialmente en persona, el sobrino del fundador de la Falange no había dudado en chivarle las intenciones que el tirano le había transmitido a él en presunto secreto pocos minutos antes en El Pardo. Tras conducir a toda prisa hasta Zarzuela y desvelarle la decisión, los dos lo celebraron chapoteando como adolescentes en la pileta del palacio.
Lo cuenta Laurence Debray en Juan Carlos de España, una biografía autorizada publicada en 2013, en plena oleada de polémicas y escándalos por las prácticas corruptas del todavía monarca, que acabarían derivando poco después en su abdicación. Debray también es la autora de Reconciliación, el libro de memorias que el exrey acaba de publicar en Francia y que llegará a España el mes que viene. En él se atribuye la llegada de la democracia, reclama el mérito de haber logrado que los españoles sean libres e incluso asegura que si Franco lo señaló con su dedo un día de julio de 1969 fue porque le creía capaz de crear "un régimen más abierto" que el que el fascismo había instaurado tras el golpe de Estado del 36, la guerra civil y el exterminio planificado de centenares de miles de compatriotas.
No hay ninguna evidencia histórica que conceda veracidad a esa afirmación. En realidad, según la hemeroteca y la documentación que manejan los expertos, Franco pretendía todo lo contrario cuando lo nombró: garantizar la continuidad del sistema autoritario. "No se trata de una restauración, sino de una instauración de la monarquía, como coronación de un proceso político del régimen que exige la identificación total con este último", le cuenta el dictador a Juan de Borbón, padre de Juan Carlos, en la carta en la que le explica personalmente su decisión de saltarse las normas de la sucesión dinástica para situar la legitimidad de la monarquía y de la corona en su régimen. Es Juan Carlos, y no su padre, a quien aquél traicionará, la persona "apta para esta designación", tal y como sentencia el tirano en su misiva.
Moldear un heredero
El hoy exmonarca llevaba viviendo junto a él desde el año 1948, cuando, con apenas diez años, su familia lo envió a Madrid para que se criara, educara y formara a las órdenes de Franco, cuyas intenciones parecían evidentes: moldear un heredero a su medida, fiel, disciplinado y maleable. Si se tiene en cuenta lo que su pupilo cuenta casi 80 años después, no parece errado sostener que lo consiguió: "Le respetaba enormemente, apreciaba su inteligencia y su sentido político, nunca he dejado que nadie le criticara delante de mí", dice Juan Carlos en sus memorias. Y hay ejemplos de que es así. Hace unos días, el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero contó que en 2007, cuando se tramitaba la ley de memoria histórica que pretendía devolver la dignidad a las víctimas del franquismo, Juan Carlos le mostró su disgusto en varias ocasiones: "¿Pero tú sabes quién me puso a mí?", llegó a decirle.
Juan Carlos vivió primero en Las Jarillas, una finca propiedad de los marqueses de Urquijo, y más tarde en La Zarzuela, propiedad del Estado. Franco y él se encariñaron mutuamente durante sus años de convivencia, en los que el entonces príncipe de España se fue arrimando al círculo más íntimo del tirano, consciente de que su futuro dependía exclusivamente de él. Las muestras de la devoción que le profesaba, y que quizá siga profesándole hoy, aumentaron desde su matrimonio con Sofía de Grecia, quien se sumó enseguida a la veneración hacia el dictador y también hacia su esposa, Carmen Polo. Debray cuenta en su libro que Sofía se ganó definitivamente el favor de la familia Franco por un incidente ocurrido el 24 de mayo de 1963, tras un festival de bailes regionales organizado por la Sección Femenina de Falange en el teatro María Guerrero de Madrid. Al terminar el espectáculo, un grupo de carlistas que esperaban a la salida recibieron a la principesca pareja al grito de "¡Viva Francisco Javier! ¡Viva Carlos Hugo!", en referencia a los pretendientes rivales al trono. Juan Carlos les espetó un irónico "¡Viva!", al que Sofía apostilló: "Tenías que haber dicho ¡Viva Franco!". Debray cuenta que éste último se emocionó profundamente, tanto que ella se ganó para siempre su favor.
En otra biografía autorizada de la reina emérita, Pilar Urbano narra que cuando ésta hablaba de aquella época muchos años después seguía usando la expresión "cuando no éramos nadie". Poco a poco, van convirtiéndose en alguien: acomodándose dentro del régimen,; acudiendo solícitos a cuantos actos se les reclama; haciendo contactos con militares, empresarios y altos funcionarios; tratando de mantenerse equidistantes entre las márgenes del poder; transitando el círculo de las familias más cercanas a los Franco Polo, a quienes visitan periódicamente en El Pardo y en el Pazo de Meirás... Y con Juan Carlos, claro, mostrando una y otra vez la idolatría que le suscita la figura del dictador, tal y como cuentan la propia Pilar Urbano y el historiador Paul Preston: "Me interesan sus consejos y orientaciones, deseo que me llame con más frecuencia", le ruega el príncipe al tirano en una nota datada en 1967. "Mi general, ¿cuándo me llevará usted a un consejo de ministros?", le implora en persona en la misma época.
La "legitimidad política surgida del 36"
El 22 de julio de 1969, sólo unas horas después de que Neil Armstrong pisara la Luna, Juan Carlos pisó el cielo de las Cortes Españolas, que lo ratificaron como sucesor de Franco. "Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de su excelencia, jefe de Estado y generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936", dijo en su discurso. Algunos diplomáticos que dudaban de su capacidad llegaron a ponerla seriamente en duda: "Don Juan Carlos, sin corriente que lo siga y sin verdadera personalidad ni talento, no puede encarnar una alternativa al poder de Franco", decía el embajador británico en un cable fechado dos semanas después del acto, en el que criticaba "su aceptación dócil del papel humillante que Franco le ha impuesto durante estos últimos años".
Seis años después, el 22 de noviembre de 1975 –Franco había muerto hacía dos días–, Juan Carlos de Borbón pronunció un nuevo discurso ante las Cortes, el de su coronación como rey e investidura como jefe del Estado, con loas a dios y a la Iglesia; al ejército y a la familia; a la justicia y a la igualdad; al orden y a las libertades públicas; a la pluralidad y a la tradición, a las artes y las ciencias y, por supuesto, a Franco: "España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio", le despidió.
Pasado casi medio siglo, el rey fallido rememora todo aquello en solitario, porque nadie, ni siquiera su hijo, le ha invitado a los actos que conmemoran el medio siglo de la muerte de su mentor y del inicio de la construcción del sistema democrático del que él se considera ideólogo adelantado y único arquitecto. Ahora habita en una isla exclusiva en una dictadura del golfo Pérsico, a la que se fugó hace años huyendo del fisco, de los tribunales, de la vergüenza de los suyos y de la indignación ciudadana. Allí, según el último periodista que le ha entrevistado, convive con su nieto y con un loro encrestado con los colores de la bandera de España que mora y grazna junto a una piscina prestada. Como aquella de La Zarzuela en la que un día se zambulló vestido, junto al sobrino del fundador de Falange, para celebrar que el dictador lo había señalado con el dedo.



Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada