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Sabemos que la Guerra Civil Española no fue un suceso exclusivamente local, sino que tuvo repercusiones internacionales desde el primer momento. Chile no estuvo ajeno a esa vorágine de definiciones en una hora dura para Europa, apenas un par de décadas después de una guerra mundial y a punto de ingresar a otro conflicto del mismo tipo. Eran años de marxismo y de fascismo, de decadencia de las democracias parlamentarias y resolución violenta de conflictos que parecían ser el comienzo de una nueva era para la Humanidad.
Cuando estalló la guerra en España, rápidamente comenzó a aparecer el odio, la violencia y las muertes. Como suele suceder en este tipo de circunstancias, también surgió el humanismo en sus expresiones más valiosas, y Chile tuvo una de las notas más destacadas al respecto, a través del diplomático Carlos Morla Lynch (1885-1969). Él, además, era un gran escritor e intelectual, vinculado al mundo de la cultura en España, gran memorista y escritor de diarios en los que conservaba aspectos importantes de la historia de Chile en el siglo XX, así como también de otros lugares en los que estuvo en misiones diplomáticas. Para el caso español, algunas de estas experiencias y documentos están recogidos enEspaña sufre. Diarios de guerra en el Madrid republicano (Salamanca, Renacimiento, 2008, con prólogo de Andrés Trapiello) y En España con Federico García Lorca (Salamanca, Renacimiento, 2008), que se puede complementar con Informes diplomáticos (Espuela de Plata, 2010).
Quizá uno de los momentos más difíciles de su vida, pero que también lo honra como persona y como diplomático, ocurrió precisamente en el contexto de la Guerra Civil Española. Cuando estalló el conflicto, y en el contexto de un dominio republicano sobre Madrid —más tarde con predominio comunista—, fueron muchas las personas que recurrieron a la bandera chilena para salvar sus vidas, pidiendo asilo diplomático. El resultado del apoyo oportuno de Carlos Morla Lynch (en ausencia del Embajador, que se encontraba fuera de Madrid y no pudo regresar a la capital española), permitió que más de mil personas fueran acogidas en las casas de la representación, pese a las incomprensiones de quienes no consideraban este aspecto humanitario dentro de la guerra, simplemente porque eran mayoritariamente católicos y nacionales, es decir por razones políticas.Incluso amenazaban con “bloquear por hambre” a los asilados, como resume Morla Lynch en uno de susInformes. En otra ocasión describe la presencia en las calles de “ancianas desgreñadas y criaturas famélicas”, a quienes brilla el hambre y que las milicias disuelven brutalmente cuando están en grupos, porque las mujeres con sus pequeños en brazos “imploran a gritos paz y pan”.
«Cuando estalló el conflicto, y en el contexto de un dominio republicano sobre Madrid —más tarde con predominio comunista—, fueron muchas las personas que recurrieron a la bandera chilena para salvar sus vidas, pidiendo asilo diplomático»— Alejandro San Francisco, historiador.
Vinculado a la literatura, a Morla Lynch también le tocó experimentar algunos dolores importantes, como fue la muerte de su amigo Federico, en Granada, a quien el también chileno Óscar Castro dedicó su hermoso “Responso a García Lorca”, una de cuyas partes evoca:
“Cinco fusiles buscaron,
Por cinco caminos, su alma.
Le abrieron el corazón
lo mismo que una granada”.
Por cinco caminos, su alma.
Le abrieron el corazón
lo mismo que una granada”.
El asesinato de García Lorca en Granada, en agosto de 1936, afectó profundamente al diplomático. “No lo creo, ni lo quiero creer”, exclamó Morla al enterarse de la noticia cuando todavía no estaba confirmada, “ni tampoco quiero detenerme a imaginarlo. ¡¡No puede ser!!”. Más adelante dirá que “el recuerdo de Federico García Lorca me conmueve hondamente”, o en marzo de 1939, “mientras más pasa el tiempo menso esperanzas tenemos de volver a ver y su muerte nos parece tan imposible como hoy lo es un milagro” (las tres citas en España sufre).
A pesar de su posición humanitaria, Morla también sufrió algunas incomprensiones. Desde algunos círculos diplomáticos se le acusaba de una verdadera obsesión por permanecer en España. Otra situación es la acusación de Pablo Neruda, quien señala que después de la derrota el poeta de Orihuela, Miguel Hernández, había buscado refugio en la Embajada de Chile, “que durante la guerra había prestado asilo a la enorme cantidad de cuatro mil franquista”. El poeta chileno concluye señalando que Morla Lynch “le negó el asilo, aun cuando se decía su amigo”, y que pocos días después lo detuvieron, encarcelaron, encontrando la muerte en prisión.
La situación es distinta, como refiere el propio diplomático en uno de sus informes: Miguel -“lo conozco y lo aprecio”- había escrito con odio contra Franco y sus tropas, y efectivamente pidió apoyo en la Embajada.. El problema es que en la práctica no quiere asilarse: “titubea y sufre violentas reacciones”, pues su mujer está en Alicante y no quiere quedarse fuera de las disputas del momento, ni está dispuesto a “una deserción de última hora”, es la conclusión de Morla Lynch.Sabemos el dramático final del poeta de Alicante, en lo que no cabe responsabilidad al diplomático chileno, como lo hizo injustamente Neruda, tema recientemente aclarado en favor de Morla por Sergio Macías en su Vida, amigos y amores de Pablo Neruda en la Guerra Civil Española (Santiago, 2014).
La guerra civil terminó con la victoria de las tropas nacionales. En palabras de Trapiello, “la victoria de Franco vació la embajada de Chile de unos asilados… para llenarla de otros”. Efectivamente, las manos de Morla Lynch de nuevo estuvieron abiertas, porque su apoyo respondía no a convicciones políticas ni ideológicas, sino a razones estrictamente humanitarias.
Así se despide de su diario, con legítimo orgullo por lo realizado durante la guerra civil en beneficio de quienes en cada momento estaban sufriendo por razones políticas: “He permanecido durante los 33 meses de guerra al frente de mi puesto, sin debilidades ni vacilaciones, resuelto a librar de la muerte, me costara lo que me costara, a todos los asilados amparados bajo nuestra bandera. He soportado, sin que jamás decayera mi ánimo, junto con mi familia, las penalidades, los peligros, las amenazas que han sufrido ellos. He cosechado, hasta ahora, salvo raras excepciones, tan solo ingratitudes. Pero llevo dentro de mí, con honda satisfacción y airosamente, el premio de mi conciencia”.
Premio notable, considerando las difíciles horas de la guerra y el inmenso servicio humano que prestó a costa de incomprensiones y problemas que ciertamente valieron la pena.