Sefardíes
La Ley 12/2015, de 24 de junio, en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España, en su detallado preámbulo -cuya lectura recomiendo- explica brevemente el origen e historia de los denominados sefardíes, los judíos que vivieron en la Península Ibérica y, en particular, sus descendientes, aquellos que tras los Edictos de 1492 que compelían a la conversión forzosa o a la expulsión tomaron esta drástica segunda vía. Tal denominación procede de la voz “Sefarad”, palabra con la que se conoce a España en lengua hebrea.
Hace unos días, en un acto celebrado en el Palacio Real, Felipe VI, dirigiéndose a representantes de la comunidad judía en España les decía: “¡Cuánto os hemos echado de menos!” y resaltaba el privilegio de poder escribir una página de la historia con la ley que permitirá a los sefardíes obtener la nacionalidad española. No puedo por menos que congratularme por ello.
Me llama la atención, no obstante, que no se reconozca que esta Ley no es más que la derivada de aquel Real Decreto de 1924, de Alfonso XIII, por el que se permitía a los descendientes de sefarditas proveerse de documentación española sin tener que cambiar su residencia ni hacer el servicio militar. Razones habría para esta sospechosa omisión aunque tal vez fuera porque, de haberlo hecho, habría tenido que hacer mención también al decreto que Franco firmó en 1969 por el que anulaba el Edicto de los Reyes Católicos de 1492 o, tal vez, porque también habría tenido que mencionar lo acordado en un Consejo de Ministros habido en La Coruña en 1943 por el que se dictaron órdenes terminantes a los diplomáticos franquistas -¿o no lo eran?- Sanz Briz, Radigales y otros para proceder a la salvación del holocausto de numerosos judíos. Estos diplomáticos, cumpliendo órdenes de Franco -no por iniciativa propia (todavía hay quien se cree que estas personas iban a actuar a sus espaldas
¡Venga ya! ) -, llevaron a cabo una obra ejemplar: se contrataron trenes y muchos sefarditas fueron traídos a España. Admirable labor, hoy reconocida, por la que salvaron la vida más de 46.000 personas y de las que el Moshad israelí tiene una lista detallada. Claro que reconocer estos hechos supone quebrantar la Ley de Memoria Histórica -esa que el PP dijo que iba a derogar- por enaltecer la figura de Franco en este asunto concreto y evidentemente no la iba a incumplir nuestro actual Jefe del Estado. Pero por mucho que se pretenda por Ley impedir el conocimiento real de la historia, eso resulta imposible, se quiera o no, y ahí queda en la hemeroteca la carta que, una vez finalizada la II guerra mundial, dirigió a Franco el entonces presidente del Consejo Mundial Judío, Maurice L. Perlweig, en la que le manifestaba “la profunda gratitud de los judíos por el refugio que España había facilitado a los procedentes de la zona bajo ocupación militar alemana” o las que también escribieron en el mismo sentido quien fuera embajador de Israel en España, Salomón Ben Ami, y el premio Nobel de la paz, Ellie Wiezel: “El único país de Europa que de verdad echó una mano a los judíos fue España, que salvó a más judíos que todas las democracias juntas”, “España fue el único país de Europa que no devolvió nunca a los refugiados judíos”.
Todo esto es pura historia, hoy obviada, por Ley y por necedad. Necedad a la que nos conduce esta Ley de Memoria Histórica, aún vigente gracias al PP, y que supone algo tan simple como que se prohíba por Ley estudiar o divulgar la historia y con efectos, hoy reiterativos, a vueltas con el callejero de nuestras ciudades. De ahí que veamos cómo se han retirado todas las estatuas de Franco mientras se erigen otras a Largo Caballero, o se pretenden borrar las calles de General Moscardó o Capitán Haya mientras que en Madrid, por ejemplo, se aprueba dedicar una calle a Santiago Carrillo (por cierto, gracias al PP de Ana Botella que se abstuvo en la votación realizada en 2013). Curiosa manera de entender la democracia y la manida reconciliación. Sin duda, una ley sectaria a más no poder impulsada por una izquierda revanchista y mantenida por un PP relativista y desconocido (así les va).
Bienvenida sea la Ley 12/2015 en materia de reconocimiento de la nacionalidad española a los sefardíes, pero no estaría de más que algunos dejaran de apuntarse tantos que les corresponden a otros, y, por cierto, en épocas mucho más difíciles. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Lástima que por Ley se hurte a las nuevas generaciones de españoles toda la verdad y crezcan en la tergiversación de nuestro pasado una y otra vez.
A este paso va a ser necesario editar una “Guía de las historias de España”, con una doble entrada: nacionalidad del lector (léase, comunidad autónoma, es decir, región) y filiación política (para que los personajes ilustres encajen con la ideología de cada uno), pues si ya hemos perdido el norte por completo, no estará de más una historia al estilo de los “Universos paralelos” de Hugh Everett (tal vez desdoblando “paralelos”, en dos palabras…) , o sea una historia de España “a la carta”. De lo que no me responsabilizo es de la indigestión subsiguiente.