Una vez más quiero volver al tiempo del que siempre hablaré porque le pertenezco como el azul al mar, como la luz al alba. Y quiero bajar a su memoria como quien baja al sótano que guarda objetos, actos, versos, actitudes, días, que con frecuencia hojeo como páginas, y con ellas pegadas a los dedos salgo a la calle, aparto con denuedo la oscuridad y pregunto, _por si alguien lo supiera_ dónde están los cadáveres, desde dónde nos mira la ausencia de sus ojos, en qué lugar esperan la cercanía de una rosa, su fragancia vedada por la ira, el aire que disipe el silencio. Y pregunto también los nombres de los asesinos, aunque los sepa bien, sílaba a sílaba, pero los quiero dichos en voz alta, a gritos, no guardados con celo en sus estuches de dorada penumbra desde el instante mismo en que el invierno dejó caer su frío sobre el suelo que ya nunca fue patria, sino desgarradura. Muy pocos saben de qué hablo. Sin embargo, no falta quien se aleje obviamente molesto. Y están los que, confusos, se llevan a los labios el índice gastado por el miedo y se alejan también aunque más lentamente, no sé, quizá afligidos. Otros, susurran evasivos: hace ya tanto tiempo... Y vuelven la cabeza, como si alguien de pronto los llamara. También los hay que opinan sin sonrojo, como haciendo equilibrios sobre el filo de la conciencia, que sería mejor dejarlo todo dormido en el sosiego, cubierto de benignos crisantemos y así nadie podría dañarse con su roce. Después se van a Roma y, conmovidos, debajo de los pórticos donde Bernini, hace ya más de cuatro siglos guardó la luz del mármol, recogen, con unción, sin miedo a herirse, los nombres trémulos de gracia de otros cadáveres, los guardan en sus dijes con cuidado y sonríen en paz. No consigo entenderlo. Escucho. Miro. Me quedan ya muy lejos las palabras que con el tiempo cambian de sentido, y acomodan sus dúctiles metales a la oscilante valoración de los conceptos. Y más lejos aún, mucho más lejos, perdida entre la niebla, la luz que fue habitada por la idea, o el aroma, no sé, tal vez por nada. No consigo entenderlo. Reúno amargamente mis preguntas y releo las páginas donde mi tiempo amarillea y sufre. Como yo está cansado. Y como yo no entiende. Y como yo, se niega a ser destruido por esa desmemoria más grave que el olvido porque en ella crece y se ramifica, estercolada por la indiferencia, la planta obscena de la conformidad y el beneplácito. |
Mujer en la esquina
Ya no tienes siquiera un borbotón de llanto para llenar tus ojos... Mujer rota en la esquina, esqueje silencioso de un arbusto que fue tronco lozano, ¿qué celeste criatura se te apagó de golpe para que tú te alzaras en medio de tu ruina como un sórdido canto?
El hombre te transita, socava tu amargura
y abreva entre tus aguas su sed interminable;
pero nunca detiene sus ojos en los tuyos, ni piensa que tú fuiste una dulce muchacha de trenzados cabellos... o una niña que amaba su muñeca, a un hermano, a un árbol, a una rosa... Mujer rota en la esquina, pregón que nos delata otros mundos siniestros donde el alma es tan sólo una palabra triste; y la sangre un charco sin transcurso; donde los ojos son torpes caminos para llegar al lodo; donde los labios son gritos en pugna y las bocas cavernas infranqueables con un manar de voz como impacientes marejadas de fuego, turbio, impuro...Mujer rota en la esquina, desgajada de los días hermosos, de los campos floridos, cuando te encuentras sola con tu antigua criatura, cuando sientes tus ojos arrasados de lluvia y no puedes llorarla, ¿qué rencor se te enciende como hermosa bandera para azotar el signo de tu vida? ¿Qué palabra pronuncias? ¿Con qué voz nos golpeas a todos los que fuimos, tal vez, fariseos? ¿Y que desdén te cubre la mirada? ¿Y qué odio voraz te quema el pecho? ¿Y qué mano levantas vengativa? ¿Y qué risa nos tiras a la cara como lluvia pequeña |
Primer recuerdo
A la memoria de mi padre
Había tantas palomas festoneando ventanas y cornisas... Y aquel olor a mar que se enredaba a la tarde suntuosa; y el aire, celebrando su invisible fulgor en los cabellos que alegremente ondeaban en sus manos. En este espacio fue. En esta esquina bella y sabia donde ahora me detengo y toco con cuidado las imágenes, su sombra clandestina pegada en la memoria, defendiendo con lealtad un instante que aventuró su luz como un relámpago más allá de la noche. Con desorden recuerdo aquella tarde, su tiempo aconteciendo bajo un claror como recién nacido que sé que aún me concierne, y advierto que aquel día tan lejano se abre como una página con bullicio de cantos y banderas, y un lugar transparente donde esta escrito mi primer recuerdo. Fue un catorce de abril. Obstinada me acude su fragancia, la rosa conmovida que iba a ser devorada por los buitres. Mi padre había dicho: “Es necesario que mis hijos vean y guarden la memoria de lo que hoy sucede y lo mediten”. Algo así dijo, creo. Y caminando entre la multitud vinimos hasta aquí. A hombros de mi padre mis cinco años recibían la llama que irradiaban los rostros, las miradas, la humildad de las ropas, las canciones... Y nunca olvidaré la humedad que de pronto resbaló de sus ojos a mis manos asidas a su cuello, ni aquel extraño asombro de sentirme por vez primera inscrita, anudada a mi entorno y a mi gente. Tan sólo percepción o sobresalto debió de ser entonces el estruendo que se quedó en mi pecho, entendido mucho tiempo después... El mismo estruendo que acarrea con júbilo, aún con esperanza, el corazón cansado. |
Otoño 1974
Tan hermosa es la tarde,
tan de cristal el cielo, que en mi frente se aniña la tristeza que llevo. Raya un pájaro al aire con su pico de fuego... en mis manos, sus alas me derrama un momento. Los árboles, al fondo de la luz, mudos, quietos, dejan caer sus últimas alhajas en silencio. Es otoño el motivo de la hermosura. Siento su pulso rumoroso señoreando el viento. Si yo pudiera ahora ser como fui otro tiempo... latido del paisaje, total advenimiento de la tarde que cruzo ¿hacia dónde? No tengo ni siquiera caminos... Los ha borrado el miedo. |
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