1 NOVIEMBRE, 2016 AT 8:30 AM
Angel Viñas
En la última semana he estado en España en varias ciudades haciendo una pequeña tournée con dos fines: inaugurar en Ciudad Real un congreso sobre la guerra civil y dar a conocer las tesis fundamentales de mis dos últimos libros. Regreso con dos impresiones muy vívidas: en el haber, y entre estudiantes y joven profesorado universitarios, he encontrado un gran interés por la guerra civil y sus consecuencias; lo mismo cabe decir de los círculos de las asociaciones memorialistas. En el debe, un cierto desconocimiento de los avances registrados por la historiografía durante los últimos años.
Lo más positivo figura, naturalmente, en el haber. Emerge una nueva generación de historiadores que, por razones de edad, ni siquiera habían nacido cuando falleció el general Franco. Para ellos la guerra civil y sus consecuencias podrían ser lo que la “guerra de Cuba” fue para la mía. Afortunadamente, no es así. La antorcha de la investigación y del futuro de los estudios sobre el período más reciente de nuestra historia estará muy pronto en sus manos. Regreso contento. No creo que los mitos y las falacias del pudorosamente todavía denominado por algunos “anterior régimen” vayan a aguantar un largo recorrido.
Las mentiras suelen tener, en efecto, las piernas cortas. Esta nueva generación cuenta con una formación mucho más aceptable que la nuestra. Se han movido por el extranjero. Hablan idiomas. Están al tanto de lo que se produce fuera. Aplican los métodos actuales de la investigación histórica. No desdeñan el contacto con otras disciplinas y se han dado cuenta de la importancia de las fuentes primarias, debidamente analizadas y contextualizadas. El profesor Payne y su “escuela” lo tienen mal. Sus enfoques no serán, me parece, perdurables, excepto como representativos de la defensa numantina de algunas de las tesis más influyentes de la dictadura.
Fuera del ámbito universitario -o de las asociaciones memorialistas- la situación es diferente. Da la impresión de que la voladura de los mitos pro-franquistas no logra hacer la mella deseable. La situación me recuerda, salvando todas las distancias, a la que entreví en Alemania en los años sesenta del pasado siglo. La Universidad y una parte de los medios iban por un lado. Una gran parte de la población por otro, con frecuentes “olvidos”, aunque por fortuna eran escasas las voces que clamaban en favor de la época nacionalsocialista (hay que recordar que la apología del régimen hitleriano caía dentro del ámbito del derecho penal).
Una cosa me ha sorprendido. En mi visita al archivo de la guerra civil en Salamanca (lugar de peregrinaje obligado) no había demasiados investigadores. Me dijeron que muchos estudiantes de la Universidad de aquella ciudad no trabajaban en él. Abundaban más las preguntas por escrito que las visitas. Esto último no es sorprendente. Salamanca tiene en su contra la lejanía, aunque la reciente conexión con el AVE podría, para los pocos que disfrutan de una beca de investigación (“cortesía” del Gobierno en los últimos años) servir de estímulo.
Me encontré con temas nuevos. Por ejemplo, un profesor norteamericano que había estudiado el impacto comparado en la memoria de las dos grandes guerras civiles, como fueron la que nosotros denominamos de Secesión y la española. Es un aspecto para mí muy significativo y ya ardo en deseos de leer su libro. Personalmente, en Ciudad Real defendí la tesis de que a los norteamericanos, sobre todo en los Estados del Sur, les había costado casi tanto trabajo digerir “su” guerra como a nosotros la “nuestra”.
En general mi discurso, adaptado a las diversas audiencias, tocó tres ámbitos esenciales: la controversia sobre la responsabilidad inmediata en la sublevación que condujo a la guerra civil; el papel de Franco en la prolongación de la misma y algunos rasgos inferidos de su comportamiento. El primero que se aprovechara de la contienda para “forrarse el riñón”. El segundo, la deriva hacia la Alemania nazi de su política exterior e incluso de los mecanismos más repugnantes de su represión.
En ninguno de ellos encontré confrontación, pero sí advertí un cierto escepticismo. La figura del hábil militar, austero en sus costumbres y sagaz político en el plano internacional -productos de la martilleante propaganda de su dictadura- sigue proyectando su alargada sombra sobre una parte de la sociedad, la menos joven y la más influida por el canon franquista y su continuada vehiculación por un sector de los modernos medios de comunicación social. Estamos todavía lejos de habernos reconciliado con nuestro pasado.
Como suele ocurrir, las discrepancias se polarizan en torno a hombres. Es inevitable. Para los no profesionales el papel de las “figuras providenciales” en la historia atrae la atención en su doble vertiente de admiración o de rechazo mondo y lirondo. Tres son las que más frecuentemente aparecieron en las discusiones: José Calvo Sotelo (el “proto-mártir”), Franco y, por último, su cuñado, el ministro Ramón Serrano Suñer. Este quizá porque es uno de los protagonistas de mi último libro y en el cual, naturalmente, puse algún énfasis.
Durante la “tournée” he estado pensando en Serrano con cierta regularidad. Cuando presenté el manuscrito de SOBORNOS a la editorial Crítica me encontré con que daba para llenar unas 750 páginas. Tales dimensiones lo hacían inviable así que no tuve inconveniente en recortar unas 200. No eran fundamentales para mi argumentación pero me pregunto si no serán interesantes para los amables lectores de este blog. No sirven excepto para pergeñar un artículo académico que pocos leerán.
Así que, contando con su buena voluntad, me propongo en los próximos posts presentar una visión complementaria sobre el quehacer de Serrano Suñer por labrarse una determinada imagen en la historia. Dado que uno de los propósitos de SOBORNOS estribó en alentar a quienes guardan celosamente sus papeles a que los abran al público, creo que es una manifestación de fair play (algo en lo que él no abundó) dar a conocer algunos de sus tempranos esfuerzos. Desde el primer momento tuvo la ambición de reducir el sambenito que se le colgó de querer orientar la política española hacia el Eje y, más particularmente, hacia el Tercer Reich.
Se tratará de una muestra de cómo ciertos temas son susceptibles de tratamiento en este blog. Lo he hecho con las “explicaciones” antisoviéticas del 18 de Julio, la leyenda de Guernica y la visión británica de las Fuerzas Armadas durante el franquismo, entre otros temas. ¿Por qué no hacerlo con una de las pocas figuras de la dictadura que tantas hagiografías ha merecido hasta el momento?
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