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El campo de concentración de Albatera se encontraba en lo que hoy es término municipal de la pequeña localidad de San Isidro, en la provincia de Alicante. Fue un campo de detención y trabajo edificado durante la Guerra Civil  que albergó presos comunes y políticos derechistas. Inaugurado el 24 de octubre de 1937, sería posteriormente utilizado por el régimen de Franco como campo de concentración al que fueron a parar miles de detenidos políticos, muchos procedentes del Puerto de Alicante y del Campo de los Almendros, en dónde habían quedado confinados por tropas moras e italianas en sufracasado intento de tomar pasaje hacia el exilio,  justo al finalizar la conflagración bélica.
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El campo de concentración de Albatera

Su construcción respondió a la iniciativa del Ministerio de Justicia, bajo el mandato del nacionalista Manuel Irujo, y perteneció a los conocidos como “campos de trabajo del Segura”.  Su ubicación había sido elegida para que los prisioneros pudieran trabajar en el drenaje de los inhóspitos parajes de los alrededores. Pretendía la desalinización y saneamiento de dichas tierras, trasformando  40.000 hectáreas insalubres en tierras de cultivo y, en definitiva, conseguir mejorar la agricultura de esa zona de la provincia alicantina.
Pensado en principio para un máximo de 2.700 reclusos, se cree que no llegó en la etapa republicana a albergar a más de 1.039 individuos. Según estimaciones, desde su creación hasta el final de la guerra  habían muerto allí un número no muy importante de presos. Al acabar la guerra y transformarse en campo de concentración llegó a ocupar a cerca de 30.000 prisioneros, de los que murieron varios centenares, además de los que fueron devueltos a sus lugares de origen para ser fusilados. Otros muchos murieron tiroteados por la noche al tratar de escapar, como relata el poeta comunista Marcos Ana, testigo directo de los acontecimientos, tan solo un adolescente durante su estancia en Albatera.
Sin embargo en el contexto de la Guerra Civil  fue ocupado por numerosos presos políticos de derechas o acusados de ser favorables al bando rebelde, condenados por tribunales populares y juzgados de urgencia, la mayoría por delitos de desafección al régimen y rebelión. Los presos comienzan a llegar en octubre del 37 y ocupan barracones de obra, debiendo soportar grandes incomodidades por unas instalaciones deficientes, además de las penurias de un duro trabajo, si bien contaron con ayuda del conocido como “Socorro Blanco”, del bajo segura, una organización clandestina de derechas.  Esta etapa como campo de trabajo concluiría el 28 de Marzo del año 39, cuando la república abandona sus últimas posiciones en la  provincia.
Durante la larga posguerra pasó a ser utilizado por el bando vencedor, en dónde fueron recluidos miles de republicanos apresados en el puerto alicantino después de su intento desesperado de escapar del final de la guerra. Posteriormente actuaría de centro de distribución de presos hacia los diferentes tribunales militares que habían de juzgarlos.  Según la Hoja Oficial de Alicante  de 28 de Abril, se calcula que llegaron unas 6.800 personas , cantidad sensiblemente superior a la capacidad máxima estimada, si bien la cifra definitiva provoca discrepancias. Según los testimonios orales pudo albergar entre 12.000 y 30.000 reclusos. La cifra más alta es indicada por Vicent Gabarda, pero el arqueólogo Gil Hernández asegura que, como mucho, el campo pudo albergar a 12.000 personas (su capacidad multiplicada por 5), lo cual por otro lado lo convirtió en un infierno inhabitable, teniendo en cuenta además que al calor propio de la zona y la pésima alimentación había que sumarle el terror, la angustia, las torturas y las vejaciones sufridas por los presos. Este último autor califica al campo como “de exterminio” pues se encontraron fosas con gran número de fusilados.
Su administración estuvo controlada durante un tiempo por norteafricanosque lo convertirían en un verdadero campo de concentración, aunque en un principio estuvo al cargo de la 3ª compañía del 6º Batallón del Regimiento San Quintín de Valladolid.  Su superficie era aproximadamente de 360.000 m2, rodeado de alambradas vigiladas externamente e iluminado durante la noche, junto al ferrocarril de Alicante a Murcia, apenas a unos cientos de metros de la estación. De todas las instalaciones solo queda en pie una pequeña caseta de aperos de labranza que se cree que fue un antiguo puesto de vigilancia, llamada por los presos como “cuina”.  Las condiciones de vida eran, como decimos, penosas:   escasez de agua y deficiente higiene que provocaba constantes diarreas, sarna y fiebre tifoideas.  Algunos testimonios refieren la lamentable alimentación que llevaban los prisioneros y cómo el hambre se acabó convirtiendo en un grave problema: pan con sardinas, un chusco y una lata para cada 5, ración que se vio disminuida hasta que solo se suministró un plato de caldo de lentejas.  Al poco tiempo de su establecimiento son evacuados los menores de 16 y los mayores de 60, sin embargo a  los presos comunes se les asignaba un número y los vigilantes los controlaban, no teniendo reparos en ejecutar a cualquier recluso que no siguiese sus intrucciones.

El campo de concentración de Albatera, modelo para los nazis

El campo de Albatera constituyó un modelo de prueba de lo que serían los campos de concentración nazis. Se ha podido constatar la visita al mismo de algunos miembros  destacados de la dictadura de Hitler, destacando la breve presencia de Rudolph Hess. No hay que perder de vista que en el recinto se practicaron numerosas torturas, como la famosa “Parrilla”, en dónde se castigaba a los presos atándolos y dejándolos padecer hambre y sed extremas, además de la humillación y las mofas de los guardianes. También se cree que se pudo practicar el fusilamiento masivo contra los reclusos, seguramente por un mal uso de las ametralladoras, disparando a “bulto” contra grupos de republicanos. Finalmente, cabría destacar la práctica de asesinar al número anterior y posterior de cualquier recluso fugado.
Uno de los acontecimientos más destacados en el campo fueron las conocidas “ruedas”, grupos de falangistas llegados desde diversos rincones del país que buscaban a destacados republicanos de sus pueblos o ciudades para llevárselos a sus localidades de origen. Ellos eran los responsables de las “sacas”, produciéndose en ocasiones fusilamientos masivos durante el “traslado” de grupos de prisioneros.
Por suerte para los que tuvieron que vivir este drama, el campo de concentración de Albatera duró pocos meses, siendo clausurado en Octubre de 1939, poco después de iniciada la II Guerra Mundial, pero la crueldad que albergó es bien conocida. Según Javier Quiles,  internado en el campo, el cierre se debió a una epidemia de tuberculosis y tifus causada por las malas condiciones higiénicas y de alimentación. En cualquier caso los presos fueron redistribuidos, principalmente hacia el campo de Portaceli, en Valencia, pero también a centros penitenciarios, batallones de trabajo, trabajos forzados o directamente fusilados tras juicio sumarísmo que los condenaba a muerte.
El campo fue desarticulado y las infraestructuras quemadas. Ningún rastro queda ya de lo que fue aquel campo de concentración, ya que las máquinas lo arrasaron todo con el claro objetivo de no dejar rastro alguno, a excepción de un modesto monumento instalado por el sindicato CNT.
Después, junto al lugar se construiría el poblado de colonización de San Isidro, perteneciente a Albatera y hoy municipio segregado e independiente.
Autor: Luis Pueyo para revistadehistoria.es

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-FERRÁNDEZ PÉREZ, DANIEL: La represión franquista en Almoradí.
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