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LA RAZÓN accede a los fondos documentales del hombre que salvo las imágenes con las que se condenó al nazismo en Núremberg
Francesc Boix con su cámara en el campo de Mauthausen
En una sociedad como la nuestra, en la que la imagen toma el control de todo, incluso de las palabras, resulta todavía doloroso ver las imágenes de terror, la constatación de toda la barbarie provocada por el nazismo, una herida que nunca cicatrizará. Por eso, cualquier reconocimiento a los héroes que pudieron testimoniar el Holocausto merecen nuestro reconocimiento. En ese grupo está Francesc Boix.
Es uno de los principales tesoros en los fondos documentales del Museu d’Història de Catalunya. Uno de los responsables del archivo en el museo le advierte a este diario que «los originales no podrá verlos. Ni siquiera yo mismo los he podido ver en el tiempo que llevo aquí. Se guardan en una cámara a una temperatura adecuada para su conservación». Son los negativos que cuentan una de las principales tragedias de nuestro tiempo y que se guarden a buen recaudo es fundamental. Eso es lo que hace que el autor de estas líneas tenga que contentarse con acceder al archivo de Francesc Boix gracias a un ordenador del museo en el que con cierta dificultad van apareciendo decenas y decenas de fotografías, imágenes que cubren los crímenes que los nazis realizaron en el campo de concentración de Mauthausen, así como la liberación del mismo por los aliados.
A medida que avanzamos en la búsqueda, el técnico del museo nos va señalando, como si se tratara de un paseo por el terror, escenas de la vida cotidiana en Mauthausen, como los momentos en el que los presos ucranianos que trabajaban de picapedreros realizaban sus ejercicios de gimnasia. Son casi esqueletos con la cabeza rapada y que tratan de sobrevivir en un decorado en el que lo habitual era la muerte. Más descarnadas son las instantáneas con las que las SS documentaban los asesinatos de aquellos que se aventuraban a escapar, cadáveres tirados en la nieve y junto a la verja del campo de concentración.
En el ordenador del museo también aparecen los oficiales de las SS tomando el sol en el campo, descansando después de una dura jornada poniendo en marcha el asesinato masivo de numerosos inocentes. Franz Ziereis sonríe a la cámara apoyándose contra los muros del campo mientras al fondo se divisan las torres por las que entran los presos. También vemos los hornos crematorios con restos de los cuerpos que se han intentado hacer desaparecer. Es un catálogo de horrores, de los peores crímenes.
En père lachaise
El pasado 16 de junio, el cementerio parisino de Père Lachaise recibía los restos mortales de Boix para ser inhumados junto con otras personalidades como Oscar Wilde, Marcel Proust o Édith Piaf. La alcaldesa de la capital francesa Anne Hidalgo presidió un acto que sirvió de alguna manera para homenajear al fotógrafo desaparecido prematuramente –a los 30 años–, miembro del Partido Comunista y, por encima de todo, memoria gráfica del campo de concentración de Mauthausen-Gusen. Su figura vuelve a la luz gracias a la película que en estos días se está rodando sobre su aventura personal durante la Segunda Guerra Mundial. «El fotógrafo de Mauthausen», dirigida por Mar Targarona, es una producción que cuenta con Mario Casas en el papel de Boix. Hace unas semanas, el actor aseguraba a LA RAZÓN que el personaje le parecía «un regalo», alguien que puede verse como un superhéroe «sin máscara».
Y la impresión es cierta cuando nos referimos al hombre que fue testimonio gráfico de los mayores crímenes de la historia de la humanidad. En el Museu d’Història de Catalunya, en Barcelona, se conservan los documentos fotográficos que forman parte del legado de Boix. Son centenares de negativos que guardan momentos de la historia tras el final de la gran guerra, cuando París intenta volver a la normalidad política y cultural. Pero si el legado de Boix es conocido y reconocido es por las imágenes de Mauthausen.
El hijo de un sastre del barrio barcelonés de Poble-Sec simpatizó desde joven con la fotografía, una afición que le había inculcado su padre. El golpe de Estado de Franco lo trastocó todo y el joven Francesc Boix no dudó en irse al frente como voluntario republicano. Y allí se fue como fotógrafo, captando los desastres de la guerra en el frente de Aragón. Según la historiadora Rosa Toran, Boix «no fue un héroe. Su trayectoria era la propia de un chico inquieto inmerso en el ambiente especial que vivió su ciudad natal, Barcelona, y su barrio, el Poble Sec, en los años republicanos, durante su etapa de paz y de guerra».
Tras el triunfo de las tropas de Franco, fue uno más de los muchos republicanos que se vio obligado a exiliarse. Fue uno de esos refugiados que quería huir de un horror para encontrarse con otro. A medida que el yugo del nazismo se extiende más allá de Alemania, los españoles que viven o, mejor dicho, sobreviven en los campos de internamiento franceses acabarán luchando y colaborando con la resistencia. Otros son capturados y enviados a campos de concentración, a las factorías de la muerte ideadas por los incondicionales de Hitler. Boix será uno de los que tendrán esa mala suerte, uno de los españoles a los que abandonó Franco con la venia del cuñadísimo Ramón Serrano Suñer.
En un convoy formado por 1.506 republicanos españoles viajó durante dos días Boix hasta Mauthausen, a donde llegaron el el 27 de enero de 1941. El muchacho de 21 años dejó de ser un hombre para convertise, a ojos de las autoridades nazis, en un número más, concretamente el 5.185, declarando para su ficha que era fotógrafo y sabía alemán. Pese a las adversidades, salió adelante y pudo sobrevivir a las pésimas condiciones del campo y a la dureza del invierno. Gracias a su experiencia como fotógrafo en Barcelona y en el frente, consiguió ser destinado al Erkennungsdienst o Servicio de Identificación. De esta manera, pudo librarse de estar confinado a los trabajos más duros, aquellos que hacían que la muerte estuviera más cerca.
Republicanos deportados
Boix se hizo amigo de una serie de deportados republicanos, como Antonio García Alonso o José Cereceda. Con ellos y otros presos trabajó en el laboratorio fotográfico, además de ganarse el favor de los guardias de Mauthausen gracias a favores. Por las manos de Boix y sus compañeros empezaron a pasar en el laboratorio las imágenes que reproducían la vida cotidiana de los integrantes de las SS en esa casa del terror: desde los momentos de descanso a la visita del todo poderoso Heinrich Himmler, así como los retratos de los jerarcas que gobernaban el campo con mano dura. Pero había más, mucho más, como eran las imágenes de la muerte, es decir, el asesinato indiscriminado de inocentes.
Mario Constante, uno de los camaradas del fotógrafo, explicó en el citado documental que «Boix un día [dijo]: “Oye, dile al Partido si le sería interesante el poder hacernos con los clichés de las fotos que hacen a los SS cuando matan a la gente”. Yo de momento me quedé un poco... Dije: “¿Para qué? ¿Y cómo sacarlas...?”». Constante rememoró que «preparamos el todo, que consistía en: Tiene que haber un español aquí, tiene que haber otro español aquí, otro aquí. Y uno tiene que pasar por debajo de las ventanas. Tenía que pasar a las once en punto por debajo de una de las ventanas y esperar ahí. Para esto estaban vigilando los otros, que si viene un SS se tiene que largar inmediatamente, porque entonces tendría que justificar por qué estaba allí. Y entonces yo le estaba esperando ahí. Y como Boix y García –prosigue– saben que están allí, entonces, ellos descuelgan el paquetito de negativos, que caería al suelo, pero que, según me dijo Lafuente, lo cogió con las manos antes de que cayera al suelo. Entonces lo pasa a la desinfección, porque estaba toda la ropa sucia de los prisioneros y demás. Y ellos lo guardan hasta que todo el equipo del PC que está en la carpintería ellos pasan, como si fueran a ver la ventana, que hay que cambiarla, etc., y lo pasan a la desinfección. Y Razola le entrega el paquetito a los carpinteros». Es lo que hoy se guarda en el museo.
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