diumenge, 25 de febrer del 2018

Los obreros de la memoria


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Ciudadanos desinteresados trabajan sin el apoyo de la administración por recuperar los lugares olvidados de la guerra civil



El Blockhaus 13, en Colmenar del Arroyo, es el único búnker que se conserva de los 22 proyectados por Franco en la retaguardia de la batalla de Brunete.Ver fotogalería
El Blockhaus 13, en Colmenar del Arroyo, es el único búnker que se conserva de los 22 proyectados por Franco en la retaguardia de la batalla de Brunete. SAMUEL SÁNCHEZ
Doce de febrero. Primera hora de la mañana. Los soldados británicos avanzan por un olivar cerca de Morata de Tajuña. Les llama la atención el canto incesante de los grillos. Todavía no se han dado cuenta de que no son los grillos sino las balas que zumban a unos metros de su posición. Jóvenes e inexpertos, creen que saben lo que es la guerra, pero el plomo y la metralla en el frente del Jarama les van a descubrir que es algo mucho peor. El cerro al que se dirigen es tan solo un punto en un mapa de estrategias. Ni nombre tiene. Después de la batalla los pocos que sobreviven lo llamarán la Colina del Suicidio.
Ochenta y un años después, en ese mismo escenario, el único zumbido es el de los motores en un campeonato de motocrós. Es fin de semana y las familias se han reunido para aplaudir las acrobacias entre los cerros. Será difícil que los que han venido a ver el espectáculo encuentren hoy los restos de la batalla del Jarama. No porque no existan, sino porque no hay señales que indiquen dónde están.
David Loriente, de la Asociación Tajar, junto a una de las trincheras de la batalla del Jarama.
David Loriente, de la Asociación Tajar, junto a una de las trincheras de la batalla del Jarama. EL PAÍS
Pero hay vecinos de Morata que sí conocen los caminos y sus tragedias y esa otra memoria histórica de las piedras que vieron morir a los hombres. Como David Loriente, que a los ocho años descubrió las trincheras y ahora, a sus 44, se encarga de enseñar a otros las huellas de la guerra civil con sus compañeros de la Asociación Tajar. Su aspiración es crear en el Jarama un centro de interpretación con un museo estableen el lugar donde hoy se alza solitario y sin señalización el monumento de Martín Chirino. Lo van consiguiendo poco a poco: en la base de las dos manos entrelazadas que recuerdan la batalla, el ayuntamiento está restaurando las largas líneas de trincheras de la retaguardia.
David Loriente y sus compañeros luchan contra el paso del tiempo pero también contra el vandalismo. En la misma Colina del Suicidio, un humilde monumento recuerda a los caídos del Batallón British. A David se le cambia el semblante cuando se aproxima. “Mira, han pintado la placa de negro. Es que es una pena. Es que siempre es lo mismo”. Se agacha junto al sencillo montón de piedras para comprobar los desperfectos. Alrededor de la placa ahora emborronada, unas piedras blancas, un ramo de flores ya marchitas, trozos reventados de metralla, lo que queda de la rosca de un obús, balines, alambre de espino. Cuenta David que haciendo las rutas no es raro encontrarse con bombas a ras de suelo. “En el campo de batalla se quedaron toneladas y toneladas de metralla”.
Goyo Salcedo con una de las piezas de su colección en el Museo de la Batalla del Jarama en Morata de Tajuña.
Goyo Salcedo con una de las piezas de su colección en el Museo de la Batalla del Jarama en Morata de Tajuña.  EL PAÍS
Lo sabe bien Goyo Salcedo, un septuagenario vecino de Morata que lleva treinta años recuperando piezas de la guerra civil. “De niño ya iba con mi padre y mi hermano a buscar balines, metralla, trocitos de metal que se vendían y al menos comprábamos pan. Eso te deja unas huellas imborrables”, explica. Con el tiempo, Goyo comprendió que tenía que honrar la memoria de los que murieron en el frente junto a su pueblo. Y lo hizo creando un museo instalado junto a un mesón de la localidad. Con la tenacidad de una hormiguita ha ido reuniendo una colección que no se atreve a cuantificar. “La idea es que esto no se olvide, porque hemos tenido y seguimos teniendo un vacío histórico. Porque las instituciones no quieren… les da vergüenza la historia”.
Ernesto Viñas, fundador de Brunete en la Memoria, en su museo en el garaje de su casa en Quijorna.
Ernesto Viñas, fundador de Brunete en la Memoria, en su museo en el garaje de su casa en Quijorna.  EL PAÍS
El museo de Goyo tiene un hermano pequeño a 70 kilómetros de distancia, en otro de los grandes frentes, el de la batalla de Brunete. En el garaje de la casa de Ernesto Viñas reposan 18 años de trabajo desinteresado. Empezó por casualidad, cuando al salir al monte en los alrededores de Quijorna comenzó a encontrar casquillos de bala. Enamorado de la historia, este argentino de 48 años terminó convirtiéndose en un experto en la guerra civil. Hoy recita sin dudar el calibre de cada pieza de munición. Aunque, como a Goyo, lo que más le impresiona no tiene que ver con la metralla sino con lo humano: una bota que conserva el papel de un periódico pegado, un lápiz raído acoplado en un casquillo, tubos de pasta de dientes, una lata de conservas casi intacta con un sagrado corazón impreso sobre la tapa. Pero a Ernesto Viñas no le bastaba con que cada pieza contara una historia. Quería saber más. Por eso empezó a bucear en los archivos para recuperar los documentos, las fotografías y los nombres de los que lucharon en Brunete. Hoy ayuda a las familias que buscan datos sobre algún combatiente. Tiene 130 casos abiertos. “Pero es un trabajo que debería hacer el Estado, no aficionados”, se queja. “Hace falta mirar de frente la historia. Nosotros lo hacemos sin ayuda alguna de la administración porque es un trabajo pendiente. Somos obreros de la memoria”.
En 1998, salió a la luz una de las construcciones más enigmáticas de la guerra: el Copón de Miaja en la playa del Saler, en Valencia.
En 1998, salió a la luz una de las construcciones más enigmáticas de la guerra: el Copón de Miaja en la playa del Saler, en Valencia.  EL PAÍS
En Valencia, otro grupo de obreros contra el olvido lucha por recuperar un pedazo de historia a la vista de todos pero conocido por pocos. César Guardeño es uno de los creadores del Círculo por la Defensa y la Difusión del Patrimonio, una iniciativa que se le vino a la cabeza cuando trabajaba como guía en las calles de su ciudad. Se dio cuenta de cuántos edificios históricos estaban en peligro, como los refugios antiaéreos. Son muchos los paseantes que caminan al lado sin reparar en estructuras como la de la calle Espada: un rectángulo macizo catalogado como bien de interés cultural que languidece bajo la maleza con los accesos tapiados. “Tenemos al menos la suerte de que son edificios muy duros”, dice César, “que se construyeron para aguantar el peso de las bombas”.
César Guardeño junto al refugio antiaéreo de la calle Espadas en la ciudad de Valencia.
César Guardeño junto al refugio antiaéreo de la calle Espadas en la ciudad de Valencia.  EL PAÍS
Esa dureza ha salvado otra de las joyas de la arquitectura militar de la República: el llamado Copón Miaja, una fortificación defensiva en la playa del Saler que no se descubrió hasta 1998. Y aunque se salvó de la demolición, no se ha librado de la desidia y del olvido. Protegido por una valla, cada vez más amenazado por el oleaje que se ha comido la arena, se alza enigmático frente a la línea de costa. El búnker del Saler fue construido en el más estricto secreto por orden del general Miaja en 1938. Se calcula que fueron necesarias 8.000 personas y una improvisada línea de ferrocarril para levantarlo.
Hace un año, el Círculo de Defensa del Patrimonio denunció el abandono del Copón de Miaja ante el ayuntamiento, pero cuando César llega a la playa del Saler para visitar la estructura no puede disimular su desilusión. Todo sigue igual. Ni siquiera una señal que indique el camino. Las entradas a su laberinto de túneles, clausuradas. La valla protectora se salta con facilidad. Sobre los ladrillos, un gran corazón rosa preside la colección de grafitis. A la sombra del búnker donde un día atronaban las bombas, hoy solo se escucha el silbido del viento en las cometas de kitesurf. Como en el Jarama, como en Brunete, donde un día rugía la guerra hoy reina el silencio cotidiano de la paz. Pero también el silencio de un olvido que estos obreros de la memoria quieren conjurar.

EL ÚLTIMO BÚNKER DE FRANCO

Interior del Blockhaus 13, en Colmenar del Arroyo
Interior del Blockhaus 13, en Colmenar del Arroyo  EL PAÍS
Desde que se construyó, a finales de 1938, el Blockhaus 13 ya estaba condenado al abandono. El ejército de Franco proyectó 22 fortines como este que tenían que defender la línea estratégica de retaguardia en la zona donde se había librado la batalla de Brunete. Pero la guerra estaba a punto de terminar y los demás búnkeres ni siquiera llegaron a ser levantados. El Blockhaus 13 quedó como solitario y exquisito ejemplo de la arquitectura militar típica de la Primera Guerra Mundial.
Hoy, surge como los restos de un naufragio acorazado al borde de la carretera que lleva a Colmenar del Arroyo. En el año 2013 fue excavado parcialmente por la Comunidad de Madrid. Actualmente, es el único vestigio de la guerra civil que ha sido incluido en el plan de yacimientos visitables, aunque eso apenas se traduce en una señal junto al búnker que explica brevemente su historia. Al menos, se ha salvado de las pintadas y de la basura.
Se puede pasar a su interior por una rampa que da a la carretera. Dentro de sus muros, el vacío y el eco. El motor de los coches que pasan por la carretera retumba con la fuerza de una tormenta. Sus entrañas de animal varado multiplican el sonido de tal forma, que es inevitable pensar en cómo se escucharía dentro el vuelo rasante de un avión. Como es inevitable mirar por sus troneras para avistar lo que un día fue campo de batalla, hoy una dehesa tranquila a la que apenas se acercan unos cuantos curiosos en busca de las huellas de la historia.

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