Tras la rebelión militar contra la República en julio de 1936 el penal fue tomado por un destacamento militar, y su director, D. Julián Peñalver Hortelano fue directamente “paseado” por pistoleros franquistas. Bajo el poder fascista, la población reclusa aumentó de forma progresiva, hasta convertirse en un masa humana, obligada a vivir en condiciones de hacinamiento insoportables. En agosto de 1942 había mas de 4.000 reclusos, quizá 5.000. El suelo, las escaleras y hasta los lavabos se convirtieron en dormitorios.
El traslado de los presos de la estación al Penal se hacía en condiciones lamentables, en vagones de transporte de reses, amarrados de a 2 y en grupos de a 10, atados de atrás adelante; después varios kilómetros de carretera polvorienta, todos en doble reata, atados de atrás adelante por los brazos, desde el primero hasta el último, con chicotes de albañil, y custodiados por 2 filas de guardias civiles y de asalto por ambos lados, con el arma al brazo, listos para disparar, como si fueran a la caza de chimbos.
En el Penal ingresaron toda clase de Republicanos, militares leales, maestros, funcionarios, obreros afiliados a los sindicatos, campesinos, militantes de los partidos políticos o simples ciudadanos que haciendo valer sus derechos habían votado al Frente Popular. En los primeros meses de la contienda al Penal llegaron presos políticos procedentes de las zonas de Castilla, León y La Rioja, pero a medida que el ejército franquista, apoyado por tropas de la Alemania nazi y de la Italia fascista, fueron ocupando territorios que habían permanecido leales a la República, su procedencia se diversificó, llegando nutridas remesas de las provincias vecinas, Santander y Vizcaya, principalmente, pero también del resto de España.
El régimen carcelario era extremadamente duro, la disciplina y obediencia ciega de los presos hacia sus guardianes era férrea. Cualquier acto, gesto o palabra que pudieran ser considerados ofensivos para el “movimiento nazional” o la religión católica, suponía recibir crueles castigos físicos o duros aislamientos en celdas de castigo sin apenas recibir agua ni alimentos. El preso no se jugaba el castigo sino la vida. Un hablar en la fila, un no levantar el brazo al estilo fascista, en algún cacheo encontraban algo sospechoso, lo que fuera, la más mínima falta acarreaba, según la categoría del delito, un mes o 2 de celda solitaria a pan y agua.
Al problema del hacinamiento se añadió el de la alimentación, escasa, baja calidad, mal condimentada. Las bolsas y paquetes de comida que los familiares llevaban a los presos eran a menudo devoradas por los propios carceleros. Ante la escasez de agua, los reclusos debían efectuar sus deposiciones fecales en bidones de chapa.
Los 3 primeros años fueron horribles. Los fusilamientos diezmaban a los presos. La tuberculosis, el tifus exantemático, pulgas, chinches, la sarna y la locura se llevaron a muchos. El hambre ¡qué hambre, Dios mío!, los piojos, el frío espantoso en invierno, los calores asfixiantes en verano, el miedo, ¡las muertes!
Pronto hicieron su aparición las enfermedades contagiosas e infecciosas, tuberculosis, avitaminosis, bronconeumonía, tifus, cólera, además el hambre, el frío espantoso del invierno, el calor abrasador del verano, la suciedad, el miedo, la locura, una auténtica pesadilla en la que morir era lo más fácil. Sobrevivir ¡casi un milagro!
En la Prisión Central de Burgos fusilaron unos 293 reclusos entre los años 1936 y 1941; casi otros 400 desaparecieron, ejecutados aplicándoles “paseos” en las llamadas “sacas”; por otra parte, otros 359 presos dejarían su vida entre las rejas carcelarias al morir por enfermedad. Los presos que murieron o fueron fusilados esos años fueron enterrados en una fosa común en el cementerio de Burgos.
El 3 de octubre fue fusilado en las inmediaciones de la Prisión Central de Burgos, a las 6,30 de la mañana, el Socialista, Teniente Coronel del Ejército Republicano Federico Angulo Vázquez, que se negó a firmar la orden de ejecución, Junto a él fueron asesinados el guipuzcoano de Oiartzun de 56 años José Evaristo San Miguel Sáenz, y el bilbaíno músico militar de 45 Francisco Hernández Gaya. Los 3 fueron arrojados a una fosa común. En su memoria se alza un merecido monumento en su recuerdo.
Los fusilamientos en cumplimiento de las numerosas condenas a muerte, las muertes por palizas y malos tratos, las sacas y los paseos completaban las escenas de terror y angustia que constituyeron el escenario en el que se desarrolló la vida de aquel Penal de los horrores entre los años 1936 y 1942. Cuantificar con relativa exactitud el número de reclusos muertos durante estos años de barbarie es una tarea que no me atrevo a acometer. Sin duda fueron cientos ¿Miles tal vez? A cada uno se le asignó un número y se le enterró en una gran fosa común del Cementerio de San José de la capital burgalesa. Los compañeros de las Merindades en la Memoria aportan datos concretos de muertos y fusilados originales de las merindades en la prisión de burgos .
El parte de guerra, del 1 de abril de 1939 daba la guerra oficialmente por finalizada, pero la represión política y social se incrementó de forma implacable. El régimen nazi-franquista se propuso eliminar sistemática y definitivamente, a todo ciudadano que no acreditase su lealtad al franquismo, convirtiéndose automáticamente en sospechoso de comunista, anarquista, socialista, ateo, masón, ¡rojo! El sistema policíaco represivo que siguió a la victoria militar, encerró en cárceles y campos de concentración a cientos de milesde Republicanos en condiciones auténticamente infrahumanas, sometidos a un sinnúmero de vejaciones, abusos e injusticias. A todos los encausados se les imputó un mismo delito común, el de “Rebelión Militar”, por haber defendido, o aceptado, la legalidad de la República.
Fuentes: JLSaralegui (José Luis de Saralegui Rodrigo). Burgospedia (Francisco Blanco). Sipca. Galería fotográfica, La historia en la Memoria. Marcos Ana, un poeta en el penal de Burgos.
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