La Guerra Civil como nunca la habías visto
La Guerra Civil en Asturias fue un fracaso del Ejército republicano: consumió enormes recursos materiales y humanos, y no se logró liberar a la capital, que había quedado en manos de los rebeldes.
En esta séptima entrega de la serie, los camarógrafos de la Corporación Hearst se adentran en la guerra en la entonces denominada Provincia de Oviedo, leal a la República desde el primer momento.
Carmen García García
Asturias--Actualizado a
Las sirenas que advierten de posibles nuevos bombardeos, la multitud haciendo colas interminables en espera de una ración de pan, las ruinas y destrucción de la capital de Asturias, no son producto de un cataclismo inevitable. Era la consecuencia de tres meses de asedio de Oviedo por parte de las milicias gubernamentales en su afán -nunca cumplido- de acabar con el único foco rebelde de una región leal al gobierno legítimo de la República.
La población había sido y seguirá siendo rehén de los insurrectos hasta el final de la guerra en el Frente Norte. La llegada de las columnas gallegas -alguno de cuyos soldados son captados por la cámara de los noticiarios de la Corporación Hearst- alivian un tanto a los ovetenses que han sufrido hambre, epidemias de tifus, privación de agua potable, con sus secuelas de enfermedades carenciales, y la muerte de centenares de vecinos en los bombardeos o alcanzados por la metralla de los combates, además de las innumerables bajas entre los “defensores” de la ciudad asediada.
Tanta desolación ha de quedar en el debe del entonces coronel Antonio Aranda Mata, de cuya lealtad apenas dudaban algunos partidos del Frente Popular. Aranda, jefe en Comisión de la Comandancia Militar Exenta de Asturias y coronel del Regimiento de Infantería Milán número 3, aprovechó las horas de zozobra ante las noticias del golpe de Estado, facilitando la salida de Asturias hacia Madrid de centenares de obreros que exigían la entrega de armas, mientras concentraba a la Guardia Civil en la ciudad y, cuando finalmente fue conminado por el Gobierno para que armase a la población, vio llegado el momento de sublevarse, haciéndose con el control de la ciudad, tras la escasa resistencia armada habida en el cuartel de Santa Clara. Esto sucedía en la tarde del 19 de julio. Quedaba declarado el Estado de guerra, eso sí, a los acordes del Himno de Riego. Dos días más tarde, asegurado el control del casco urbano, y contando con un amplio perímetro defensivo, Oviedo estaba aislada dentro del territorio republicano, sin haber logrado conectar con Gijón, donde el coronel Pinilla fracasó en su intento de hacerse con la villa portuaria, refugiándose en el cuartel de Simancas, cuyo asalto final por las milicias tuvo lugar en 21 de agosto de 1936.
Cerco sobre Oviedo
Ya el 20 de julio se había establecido, con las milicias de partidos y sindicatos, un, todavía, precario cerco sobre la ciudad; un frágil, improvisado, pero cada vez más nutrido, ejército popular rodeaba la capital asturiana. A él se sumaron los que habían partido a defender Madrid, sabedores del engaño de que habían sido objeto.
El asedio era la única posibilidad; el ataque frontal era impensable con unas milicias sin apenas formación militar, voluntariosas, pero con escasa disciplina, carentes de armamento y municiones, salvo la dinamita. Por el contrario, Oviedo se hallaba defendida por una fuerza bien armada, compuesta de más de dos mil soldados, guardias civiles y de asalto, carabineros, militantes de Falange y otros civiles voluntarios de organizaciones derechistas.
Liquidado el foco insurrecto de Gijón, los esfuerzos se centraron en conquistar la capital, y el asedio se hizo mucho más férreo; la presión sobre la urbe fue intensificándose a lo largo del mes de septiembre y en vísperas del inicio del Octubre asturiano se lanzó una dura ofensiva, con un ataque general en todos los frentes.
Eran ya varios miles de combatientes los que se disponían, prestos, a entrar en Oviedo que prácticamente había sido suya dos años antes. Uno a uno fueron cayendo los puntos fuertes de la línea defensiva y los rebeldes tuvieron que retroceder al mismo centro de la ciudad afrontando la que había de ser su última resistencia. A las milicias del Frente Popular les urgía hacerse con el último foco de resistencia ya que las temidas unidades del Ejército de África habían reforzado las tropas procedentes de Galicia, cuyos efectivos ascendían ya a unos 19.000 soldados, a los que se sumaron un batallón de la Legión y ocho tabores de Regulares.
Los milicianos sufrieron enormes bajas al igual que los sitiados; éstos se hallaban al borde del colapso, y los atacantes penetraron en el casco urbano. Sin embargo, el 17 de octubre, después de más de una semana de feroces combates, avistaron los sublevados la llegada de las tropas de socorro por las alturas del Naranco. Se trataba de una avanzadilla de las Columnas Gallegas que habían penetrado por el Occidente de la provincia sin apenas resistencia.
El gobierno del Frente Popular de Asturias se volcó en la toma de Oviedo; ya habían perdido un tiempo precioso en acabar con los sublevados del cuartel de Simancas, en Gijón, seguidamente, el objetivo prioritario no era otro que la conquista capitalina; mientras tanto, las tropas franquistas enviadas desde Galicia avanzaban por la costa y por el interior sin apenas tropiezo alguno hasta encontrarse a pocos kilómetros de la ciudad mártir.
La batalla por Oviedo fue un fracaso de la República: consumió enormes recursos materiales y humanos, lastró el desarrollo de la guerra en la región, y pese a los duros combates en las calles del centro urbano, éste se mantuvo en poder de los sediciosos. Las tropas republicanas, diezmadas y carentes de municiones, pararon el asalto y hubieron de retroceder a sus posiciones iniciales. El cerco había terminado, al menos en su fase más acuciante.
A partir de entonces, los rebeldes establecieron un estrecho y precario pasillo que unía a la capital con el Occidente de la región, en poder de los insurrectos: es el denominado Pasillo de Grado, teatro de las operaciones militares durante meses. Para el Gobierno tomar Oviedo seguía siendo un objetivo militar y también, por qué no decirlo, un icono. En la revolución de octubre del 34 no habían conseguido ocuparla por entero; ahora era llegado el momento. Se habló, en tono crítico, de la obsesión por Oviedo del presidente del Consejo Interprovincial de Asturias y León, Belarmino Tomás. Lo cierto es que a partir del 21 de febrero de 1937 el ejército republicano del Norte lanzó una fortísima ofensiva sobre la ciudad, escenario de una de las batallas más duras y cruentas de la Guerra en Asturias.
En todo caso, es obligado tener en cuenta que dicha ofensiva obedecía también a la necesidad de aliviar el frente de Madrid que sufría en aquellos momentos potentes ataques de los facciosos. De cualquier modo, tras una semana de la mayor y más intensa ofensiva republicana sobre el Pasillo de Grado y Oviedo, no lograron cortar, salvo coyunturalmente, el hilo que unía a la capital con su retaguardia.
Seguirá, no obstante, la lucha de desgaste; ataques y contrataques en puntos estratégicos, pero ya no habrá nuevas ofensivas y las posiciones se mantendrán más o menos estables hasta el final de la contienda en el Norte. La República ha sufrido un nuevo revés y ha perdido a sus mejores combatientes. Los milicianos voluntarios bregados en la batalla, heridos o muertos habrán de ser sustituidos por reclutas forzosos, Cuando se desmorone el Frente Norte, los soldados que aun mantenían el cerco sobre la capital serán los primeros prisioneros de los vencedores; nadie les había informado de la caída de Asturias y del final del Frente Norte, fechado oficialmente el 21 de octubre de 1937.
El ya Generalísimo Franco, concedió a la ciudad, días después de liquidado el Frente Norte, la Laureada Colectiva: Cruz de San Fernando, Colectiva, a las fuerzas defensoras de la plaza de Oviedo, que tan heroicamente y con tesón digno de los hombres de España, supieron resistir un asedio de noventa días frente a un enemigo mucho más numeroso y mejor provisto de armamento y material de guerra, sin sentir ni un instante desaliento, como aquellos otros caballeros del ideal que en las montañas asturianas, asentaron un día los cimientos de la unidad, libertad y grandeza de España.” (Burgos, 3 de noviembre de 1937. BOE, nº. 382 de 6 de Noviembre de 1937)



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