Civiles voluntarios el 27 de julio del 36, pertenecientes a Acción Ciudadana.
Eran hombres mejor o peor situados socialmente pero corrientes, con vidas ordinarias, intereses triviales o motivaciones de lo más mundano. Mandos intermedios del ejército o la Guardia Civil, pero también empresarios, abogados o jóvenes humildes que vieron la oportunidad para ascender socialmente a cambio de una tarea terrible. Anónimos que dejaron un rastro en la historia al ser los encargados de perpetrar las políticas eliminatorias del bando sublevado en el verano de 1936. Una huella dramática que se fue difuminando con el paso del tiempo, en la que se fija ahora el historiador David Alegre Lorenz (Teruel, 1988) en Verdugos del 36 (Crítica, 2025).
"Este es un estudio que busca por primera vez en la historiografía española analizar con todo detalle quiénes fueron los responsables de diseñar, coordinar y ejecutar las políticas de eliminación sistemáticas que llevaron a cabo los golpistas en todas las zonas que controlaban a partir del 18 de julio del 36", resume el autor a infoLibre, explicando acto seguido en más profundidad: "Cómo se organizaron, qué debates mantuvieron, qué motivaciones tenían detrás a la hora de impulsar, llevar más lejos o contener esas políticas de aniquilación, a la hora de seleccionar el tipo de objetivos que se querían eliminar, las razones para ello, qué tipo de conflictos protagonizaron entre ellas, qué buscaban conseguir con todo eso".
Porque, claro, todos conocemos a los grandes protagonistas del 18 de julio de 1936, como Mola, Franco o Queipo de Llano, que pusieron en jaque al Gobierno de la Segunda República con su golpe de Estado y la guerra civil resultante. Sin embargo, detrás de estos hombres hubo mucho otros cargos medios e incluso civiles que contribuyeron a la victoria del bando sublevado. Esta obra pone nombre y apellidos a quienes lo hicieron posible concretamente en Zaragoza, el segundo núcleo urbano más importante bajo control de los golpistas, convertida en laboratorio para testar los métodos más radicales de asesinato organizado y sistemático de civiles indefensos a unos niveles sin precedentes.
Como perfectos conocedores de la vida local, allí actuaron hombres principalmente de familias de las capas altas de las clases populares, con una educación superior a la media entonces muy analfabeta y capacidad de convicción y movilización. "La ciudad es muy protagonista, pero al mismo tiempo es la excusa para hacer una historia de España de la primera mitad del siglo XX desde Zaragoza, porque las trayectorias de la gente que integra y diseña esa maquinaria de eliminación y aniquilación contra personas indefensas, tienen vidas con carreras muy contrastadas detrás, vidas muy cosmopolitas", explica el autor.
Algunos de ellos: Anselmo Loscertales (1880-1951), León González Vivas (1882-1963), Miguel Cabanellas Ferrer (1872-1938), José Cebollero Cortés (1892-1970) o Francisco Barba Badosa (1875-1972). No salen en los libros de historia, pero son nombres y apellidos muy concretos que el autor rescata del olvido para poner negro sobre blanco lo que hicieron en vida, en un intento de explicar a través de ellos los acontecimientos de un país desquiciado por la guerra. Hombres con una "sensibilidad muy fuerte, obviamente sesgada por sus particularidades ideológicas, que se va definiendo muy claramente a lo largo de los años treinta sobre cómo deben de resolverse o atacarse los retos que estaba planeando la modernidad política, económica y cultural".
Porque, según destaca, "mucha de esta gente considera que los mecanismos propios del Estado liberal democrático desbordan muy ampliamente las posibilidades de control y gestión efectivo de una sociedad compleja como la que ha acabado siendo la española de los años treinta, por lo que hacen falta dos mecanismos de dominación más depurados, más radicales, de mayor control social". "Eso es lo que explica un poco el golpe de Estado", añade Alegre, dibujando a unos perpetradores necesarios que viven esa situación con una "urgencia extrema de desgarro interior", por lo que "están dispuestos a ir tan lejos en las políticas que aplican, ya que creen que es inevitable y necesario".
"Gente corriente para lo mejor y para lo peor", resume el autor, si bien "hay que distinguir varias escalas en la toma de decisiones". Remarca, en cualquier caso, que lo más "interesante" es que las "figuras decisivas" en el diseño y en el despliegue efectivo de todas estas políticas en todo el territorio estatal "han quedado fuera del foco", provocando hasta ahora un "déficit" en nuestra "historiografía". "Había figuras que aparecían un poco y desaparecían sin más, sin tener mucha constancia de cuál es su origen, de cómo llegan a estar allí, en posiciones directivas, en posiciones de muchísimo poder para decidir sobre la vida y la muerte, y decidir el destino de la sociedad en su conjunto en lo que no dejó de ser, en el año 36, un amplísimo y profundo proceso de reorganización de toda la sociedad", explica.
Hay mucho sensacionalismo sobre hasta qué punto los jóvenes asumen realmente el discurso de ultraderecha. Incluso aunque fueran uno de cada cinco seguirían siendo una minoría
Y todavía continúa: "1936 es un cuello de botella que cambia para siempre la historia de España. Hoy, por suerte, cada vez estamos más lejos, pero la sombra es alargada. Todas estas figuras tuvieron una presencia muy visible, pero han acabado fuera del imaginario popular porque supieron borrar sus huellas y reinventarse, y muchos de ellos murieron. En vida fueron capaces de arrastrar y captar a gente dispuesta a hacer el trabajo sucio que ellos diseñan, que veían a menudo de los sectores más desfavorecidos de la sociedad española, de clase popular baja, y deseaban reconocimiento, ascenso social, acercarse al bloque de poder, acceder a los despojos y los cuerpos de las víctimas, conseguir notoriedad pública, hacerse útiles para poder obtener tratos de favor a posteriori".
Esos perpetradores últimos de los asesinatos, normalmente, remarca Alegre, eran hombres entre veinte y treinta años sin las capacidades formativas adecuadas para entender el alcance de los actos que estaban llevando a cabo y sus consecuencias. Asesinos con un talento especial para matar con sus "objetivos" y sus "intereses", que "fueron instrumentalizados por intereses superiores porque al mismo tiempo tenían su propia agenda, por lo que no se les puede tratar como víctimas". "Son verdugos en el más puro sentido de la palabra, y matan para conseguir una serie de beneficios personales", añade.
La violencia es un lenguaje político que tiene un cálculo muy fuerte detrás
Y es que, tal y como remarca, este libro demuestra que "la violencia es un lenguaje político que tiene un cálculo muy fuerte detrás", por lo que asegura que uno de los deseos que tiene es que "se cayera el velo del miedo" tantos años después porque, en su opinión, "la sociedad española está preparada, e incluso deseosa, de conocer con detalle todo este intrincado mecanismo que hizo posible la eliminación de decenas de miles de vidas indefensa". "Creo que sería sano. Siempre es sano descubrir los muertos en el propio armario familiar, empezar por la propia familia, que suele ser un proceso de redescubrimiento de quiénes somos. Nos llevamos muchas sorpresas bajo la apariencia del abuelo afable", argumenta.
Hilando esta detallada investigación con el momento político actual de auge de la ultraderecha, reconoce Alegre que no quiere caer en el "sensacionalismo barato", si bien concede que "está claro que la historia no se repite, pero sí que rima, y estamos actualmente en un eco fuerte de los años treinta" del siglo pasado. Y plantea desde su experiencia docente, asimismo, que uno de los problemas a los que nos enfrentamos es la "falta de horizonte total que tienen los jóvenes", en un momento en el que "es terrible la sensación de desesperación y de falta de faro de la generación actual, sometida a un bombardeo constante de catastrofismo en una situación multicrisis".
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Siendo todo lo pedagógico posible, señala también que en un momento en el que la crisis climática o la saturación de memoria democrática y otras muchas cuestiones presentes en la agenda pedagógica educativa "está generando una reacción contraria de nihilismo, algo muy peligroso". "La enseñanza tiene que ser mucho más sutil y tiene que dar más bien autonomía intelectual y capacidad crítica para que el propio individuo, con los conceptos y herramientas que se le puedan proporcionar, pueda ser capaz de llegar a sus propias conclusiones sin necesidad quizás de ese bombardeo constante". remarca, defendiendo en cualquier caso que, lógicamente, todas estas materias democráticas y de progreso tienen que estar presentes.
En un régimen de desigualdad total marcado por la competencia que impone el sistema capitalista, desgraciadamente siempre habrá gente dispuesta a intentar ascender socialmente por la vía rápida
Al mismo tiempo, indica que, en su opinión, hay "mucho sensacionalismo" en torno "hasta qué punto los jóvenes asumen realmente el discurso de ultraderecha". "Incluso aunque fueran uno de cada cinco seguirían siendo una minoría, creo que hay muchos intereses detrás en hacernos pensar que los jóvenes están tirando hacia ahí", afirma, resaltando que "incluso cuando se equivocan al pensar que un régimen dictatorial o un régimen de restricción de libertades les va a garantizar más seguridad y les va a dar más posibilidades de futuro, tienen unas razones para ello que tenemos que entender para poder incidir en todo eso".
"Si llegara a darse en cualquier momento un marco propiciatorio de disolución social como el del 36, en un régimen de desigualdad total como son las sociedades en las que vivimos, marcadas por la competencia que impone el sistema capitalista y el neoliberalismo, desgraciadamente siempre habrá gente dispuesta a intentar hacerse útil, a intentar ascender socialmente por la vía rápida, a dejarse instrumentalizar", avisa para terminar, insistiendo en no querer ser sensacionalista ni reduccionista ante una situación tan compleja, justo antes de rematar aclarando que "la gente que ejerció violencia directa en el 36, tanto en uno como en el otro lado, fue una minoría". "Pero tuvo la capacidad de imponerse en ese momento y de hacerse hegemónica y omnipresente", remata.

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