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La II República Española da sus últimos estertores en Alicante, a finales de marzo de 1939. Cerca de 20.000 personas se hacinan en el puerto, entre la desesperación y la esperanza de poder huir de la victoria. Son republicanos, por convicción o por puro sorteo de la vida, abandonados por todo el mundo. Literalmente. Se habían concentrado allí ante el rumor de que les dejarían salir de España sin daño alguno. Aparte de que era un falso rumor interesado –las tropas de Franco y de Mussolini no llegaban con la misma idea– el otro problema era cómo hacerlo.
Entre otros, hay dos barcos británicos allí, dos mercantes que comerciaban con la ya moribunda República Española. Uno es el Maritime. Su capitán, escrupuloso cumplidor de las normas, no está autorizado a embarcar más que a 40 pasajeros, todos autoridades. Y así zarpa medio vacío. La historia del navío y el nombre del capitán se pierden en la historia; y a mí particularmente me importan un pimiento. Pero hay otros nombres que trascienden por no cumplir las órdenes recibidas: el del navío esStanbrook y el de su capitán, un valiente galés de 47 años, Archibald Dickson. Ambos sí han pasado a la historia con todos los honores.
Aparte de otras fuentes, la odisea del Stanbrook nos ha llegado narrada por el propio Dickson en una carta enviada a la central en Londres de la que aquí reproduzco algunos fragmentos. El Stanbrook es un pequeño navío de 1.300 toneladas (a mí lo que me dicen, no se de barcos) destinado al transporte de mercancías y con capacidad para 24 tripulantes. Llega a Alicante el 19 de marzo para cargar tabaco, naranjas y azafrán. Pero tanto Alicante como Madrid son un caos y tiene que esperar que la mercancía llegue a puerto. Cuando llega, el día 28, el puerto está repleto de miles de refugiados.
No se si Archibald duda mucho, pero el caso es que cuando ve a tanta gente desesperada por salir de allí, “algunos aparentaban ser extremadamente pobres y parecían consumidos por el hambre y mal vestidos”, decide que le den morcilla al encargo y a las naranjas. Y como decía mi abuelo se pone “a lo más preciso”: embarcar a todos los que pudiera para llevarlos a Orán. Calcula que son 20 horas de navegación complicada y tal vez perder el empleo a cambio de salvar unas cuantas vidas. Y empiezan a subir a bordo. Cuenta algún testigo que el propio Dickson les fue dando la mano uno a uno según embarcaban, como un educado capitán en un barco de recreo.British style.
Pero aquello es cualquier cosa menos un crucero y una vez embarcadas unas 800 personas –hombres, mujeres y niños– las autoridades del puerto pierden el control y el embarque ordenado se convierte en un alud. Se rumorea que los franquistas van a bombardear y el pánico es generalizado.
“Viendo esta súbita avalancha de gente estuve casi inclinado a dejar caer la pasarela y alejar mi nave del muelle, pero dándome cuenta de que si hacía esto por lo menos 100 personas o más caerían al agua decidí, desde un punto de vista humanitario, dejarlos subir a todos a bordo”.

Gente de toda edad y condición se apiñan allí donde pueden. No es una nave preparada para albergar pasajeros: algunos se atreven a bajar a las bodegas pero la mayoría se aprieta en cubierta; apenas hay sitio ni para tumbarse. Los que pueden, buscan arrimarse a la chimenea para entrar en calor, la noche es clara pero fría y la gente va con lo que se suele llevar en estos casos, lo puesto. Los más afortunados con algúnporsiacaso en un hatillo. “En toda mi experiencia en la mar, que abarca 33 años, nunca he visto nada así y espero no volver a verlo nunca más”. A los más débiles o necesitados el capitán y algunos de los tripulantes les ceden sus camarotes y les dan algo de café, pan y chocolate. Debieron sentirse en el Queen Mary.
De 20 horas a un mes
La travesía hasta Orán son 20 horas de angustia. En cada barco avistado se ve al enemigo que quiere hundirlos, la gente se precipita a mirar y el Stanbrook, maltrecho, se escora peligrosamente. La suerte y la bandera inglesa consiguen llevarlos a Orán, pero no iba a ser tan fácil. Las autoridades francesas le permite entrar en el puerto pero no desembarcar. Todavía faltaba un año para que los refugiados fueran franceses y ya se sabe que la perspectiva es diferente según el lado de la alambrada que te toque. Dickson bajó a tierra y lidió con los funcionarios: aparte de la incomodidad temía la propagación de enfermedades debido a las pésimas condiciones higiénicas en elStanbrook. Pasaron un par de días hasta que consiguió que mujeres y niños desembarcaran. Los hombres tuvieron que esperar casi un mes.

Sin disparar un solo tiro, sino todo lo contrario, se convirtió en héroe de una guerra que ni le iba ni le venía. Más allá de la política y el comercio, este marinero galés se comportó siguiendo los viejos códigos de la mar. O, sencillamente, los viejos códigos de la humanidad y la ayuda a los necesitados, algo por encima de las normas o las banderas. Dignidad y vergüenza, se diría en castellano lamentablemente antiguo. El capitán Archibald Dickson era todo ungentleman. De los de verdad, de los que merecen el nombre de una calle.
Allá donde esté, Salud y República, Mr. Dickson
*Imágenes sacadas de la web: http://www.alicantevivo.org
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