diumenge, 18 de febrer del 2018

Colonias de Montijo, nada a simple vista.


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Este campo de concentración, a nueve kilómetros de Guadiana del Caudillo, es un símbolo de la dejadez.
16 febrero 2018
19:59
Colonias de Montijo, nada a simple vista
A las afueras de Guadiana del Caudillo, pueblo incluido en el listado de localidades que incumplen el artículo 15.1 de la Ley de Memoria Histórica, se encuentra el Canal de Montijo, rodeado de vides, árboles frutales y restos de la recogida de tomates. Estamos en la provincia de Badajoz. A nueve kilómetros, un letrero señala el sector e-5. A simple vista no hay nada de interés en esta zona: algunas edificaciones, un almacén con el techo medio derruido, un depósito de agua, algunos caballos y muchas ovejas que comen sueltas. El lugar pasa totalmente desapercibido para cualquier viandante. Sin embargo, nos encontramos ante las Colonias Penitenciarias Militarizadas de Montijo.
Este nombre es un eufemismo para referirse a un campo de concentración de la dictadura franquista para presos políticos republicanos utilizados para construir parte del Canal y la Presa de Montijo. Bartolomé del Viejo, de 82 años, fue amigo de muchas de las personas que por allí pasaron, a las que define como “gente humilde que llegaban a quitarse un pedazo de pan de la boca para dárselo a alguien que lo necesitaba más. Gente inteligente que jamás renunció a sus ideales”. Debido a su amistad con ellos y su pertenencia a las Células Comunistas de la comarca, fue condenado el 14 de junio de 1973 por asociación ilícita. Estuvo ocho meses y 20 días encarcelado en la prisión de Badajoz. “Lo que a mí me pasó fue una miseria para lo que tuvieron que vivir los presos de colonias”, zanja.
Estas colonias se erigieron siguiendo la Ley del 8 de septiembre de 1939, mediante la cual se instaba a la “utilización de los penados en la ejecución de obras públicas o particulares”. Estuvieron vigentes desde 1940 hasta 1945, y por ellas pasaron, aproximadamente, 1.470 reclusos. Esta masificación provocó grandes problemas a la hora de conseguir recursos para su manutención, además de multitud de enfermedades. Bartolomé asegura que los presos sufrieron muchas calamidades: “A veces les daban unas sardinas muy saladas que les provocaban mucha sed por la noche. Al despertarse para beber, no tenían agua por lo que les era imposible volver a dormirse”.
La mayoría de los presos están identificados con nombres y apellidos. También conocemos sus profesiones. Según los documentos, el 45,7% del total de prisioneros eran campesinos. El Torero fue uno de los pocos reclusos que consiguió escapar. Durante las visitas de familiares se enamoró de Alejandra Molina, la cual tenía dos hijas: Juana y Elvira. Tras fugarse, tanto él como Alejandra Molina y sus hijas consiguieron montarse en un tren y huir hasta Lisboa. Una vez en la capital portuguesa, madre e hijas decidieron emigrar a México. Allí, Elvira Quintana alcanzó un enorme éxito como actriz en el cine mexicano, siendo también una reconocida cantante de boleros y rancheras y un símbolo para Montijo.
Para que las mujeres de los presos recibiesen una mínima compensación debían casarse por la Iglesia. Con 14 años, Antonia Fernández, nacida en 1927, fue madrina de una de esas bodas: “Me lo propuso un brigada que vivía al lado. Después de la misa, mi madre hizo dulces y un poquito de chocolate para ellos”, aclara con una voz apagada.

Derruidas

En la actualidad, el terreno es de propiedad privada y se destina a la explotación agropecuaria. La dejadez ha provocado que tan solo se mantenga en pie parte de la Casa del Comandante, el depósito y un barracón en estado precario de conservación. No obstante, se trata de las únicas colonias que poseen aún algunos elementos materiales en pie. Una vez fueron clausuradas en 1945, se siguieron usando como almacén de la maquinaria de aquellas empresas que se encargaron de finalizar todas las infraestructuras. A mediados de los años 50, se dieron por finalizadas las obras y se procedió a la venta del terreno con todas las edificaciones.
Dentro de ellas se conservaba gran cantidad de pertenencias de las personas que allí habían estado recluidas. “Había varios sacos que contenían los colgantes identificativos de cada preso”, asegura el historiador y exalcalde de Montijo Juan Carlos Molano. Sin embargo, el paso de la propiedad de unos dueños a otros ha provocado que todo esto haya sido destruido.
Debido a estos hechos, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (ARMHEX) ha solicitado que el lugar sea declarado Bien de Interés Cultural (BIC). Según José Manuel Corbacho, presidente de la ARMHEX, conseguir que las colonias sean declaradas BIC “le otorgaría la máxima protección jurídica y patrimonial, algo de lo que ahora carece totalmente”. Manuel Gómez, alcalde de Montijo (PSOE), cree que esto sería “muy importante” para la localidad puesto que se trata “de una parte de su historia”. “Lo que más me apena es que nos hayamos dado cuenta tarde de la necesidad de conservarlas”, finaliza. Molano muestra un folleto del Campo de Concentración de Dachau que lleva consigo: “En Alemania no olvidan su historia; aquí prima la incultura”.
A solo nueve kilómetros del pueblo donde el dictador tiene una placa de mármol, protegida por un cristal blindado y vigilada por una cámara de seguridad, las víctimas aún permanecen en el olvido. La equidistancia de las instituciones vuelve a premiar al verdugo.

COLONIAS PENITENCIARIAS DE MONTIJO

MONTIJO (BADAJOZ)
Estado de conservación:
Se mantiene en pie parte de la Casa del Comandante, el depósito y un barracón en estado precario de conservación.




A catequesis por un bocado de pan

Los domingos y festivos eran los únicos días de descanso para los internos, aunque tenían la obligación de acudir a la misa que impartía  Ignacio Llanos, sacerdote de Montijo de reconocidas tendencias falangistas. Bartolomé del Viejo cuenta que los reclusos, por ir a catequesis, conseguían algo más de comida o algún día libre: “Eran profundamente ateos, pero el hambre les obligaba a asistir a esas clases”. Después de la misa se les permitía ver a los familiares a través de la alambrada.
“Otras veces los llevaban en fila al pueblo y les dejaban un tiempo en la plaza o en el atrio de la iglesia, siempre vigilados por fuerzas de seguridad”, asegura Molano. “Se escuchaban las pisadas por la calle pero nadie se atrevía a salir a la calle”, comenta Antonia Fernández. En las visitas y salidas se formaron muchas parejas entre presidiarios y montijanas que se acercaban al lugar. Este fue el caso de Apolinar Camazón y Aurora Sánchez. Según su hija, Maria Francisca Camazón, sus padres tan solo se vieron una vez a través de la valla: “Todo el contacto que tuvieron fue a través de cartas y poesías que mi padre le escribía a mi madre”.
Cuando Apolinar fue liberado decidieron casarse. “Mi padre salió de las colonias prácticamente desnudo y mi abuela materna tuvo que comprarle el traje de boda”. Al poco tiempo fue desterrado a Mérida. Madre e hija recién nacida le visitaban en clandestinidad. “Un día perdimos el tren y mi madre decidió ir andando a Mérida conmigo en brazos”. La distancia entre Montijo y Mérida es de 22 kilómetros: “Llegó sin suela en los zapatos”.