dimecres, 28 d’agost del 2024

HOSPITAL PSIQUIÁTRICO DE LA CADELLADA (ASTURIAS), 17 MIEMBROS DEL PERSONAL ASESINADOS POR LAS TROPAS FRANQUISTAS.

 

Emilio Molina comandante de la 6ª Brigada Navarra carlista, el 19 de octubre de 1937 en Caravidales dio orden de matar a bayonetazos a 70 prisioneros republicanos.
La tarde del 22 de octubre, estos asesinos encontraron al personal del Hospital Psiquiátrico ovetense de La Cadellada evacuados en el monasterio de Valdediós (Asturias): Enfermos, médicos, enfermeras, mantenedores, cocineros y limpiadoras, todos, o casi, afiliados a sindicatos y lo colaboradores del Socorro Rojo. Asesinarían a 17 de sus miembros.
-El 13 de octubre los combatientes republicanos consiguieron tomar el hospital, pero tuvieron que abandonarlo cinco días después, a resultas de una contraofensiva de sus adversarios. Se llevaron con ellos a los enfermos que no habían sido recogidos por sus familias y a los trabajadores que permanecían en el centro, algunos de ellos reincorporados cuando el equipamiento se resituó en zona republicana y, según parece, bastante comprometidos con la defensa de la legalidad vigente. En Gijón, convertida provisionalmente en capital de la provincia al encontrarse Oviedo en manos de los golpistas, decidieron que la mejor solución pasaba por trasladar a médicos, profesionales y enfermos a un lugar apartado en el que pudieran mantenerse a salvo. Eligieron para tal fin el monasterio de Santa María de Valdediós, que entonces desempeñaba las funciones de seminario diocesano y había sido abandonado al inicio de la contienda.
Parece que, durante una larga temporada, la vida allí fue plácida. Los médicos y el personal de enfermería se instalaron en las dependencias del propio convento y en los pueblos vecinos. Los internos ocupaban las celdas del convento. Los hijos de los empleados acudían a una escuela cercana. Algunas fuentes creen que no toda la plantilla se mantuvo estable y hubo profesionales que se incorporaron más tarde y otros que sólo permanecieron allí un tiempo. También se cree que al monasterio llegaban personas que no poseían ningún trastorno psíquico, pero necesitaban esconderse o curar las heridas sufridas en los combates del frente. Mª Paz Pérez, hija de uno de los trabajadores, recordaría muchos años después que hasta allí llegaron heridos procedentes de los hospitales instalados en la zona de Covadonga. La vida transcurrió con relativa tranquilidad hasta que en octubre de 1937, aproximadamente un año después de la mudanza, comenzaron a llegar noticias desalentadoras. Las tropas franquistas avanzaban y la defensa republicana apenas existía.
Por aquellas fechas hubo profesionales del hospital que optaron por huir, debido al miedo que tenían a las posibles represalias. Otros se quedaron porque pensaban que, al fin y al cabo, no habían hecho más que cumplir con su obligación de funcionarios dependientes de un Gobierno legítimo. Los primeros temores fundados aparecieron el 22 de octubre, cuando hacia las tres de la tarde llegaron a Valdediós los soldados del IV Batallón Arapiles 7, perteneciente a la 6º Brigada Navarra, bajo la tutela del comandante de caballería Emilio Molina y acompañados por un capellán. Celebraron una misa y luego se acomodaron en el monasterio. Estaban allí para quedarse. La convivencia, pese al estupor inicial y contra todo pronóstico, se desarrolló con normalidad. Los soldados respetaban a los trabajadores y a los enfermos. Dada la cordialidad imperante, hubo quienes se confiaron y llegaron a albergar la esperanza de que los militares sólo quisieran asegurar el control del psiquiátrico. Para su desgracia, no tardarían demasiado en percatarse de su equivocación.
El 27 de octubre se presentó en el monasterio un hombre vestido de negro, cuya identidad jamás pudo verificarse, que hizo entrega de una lista al mando del batallón. Éste, tras leer en voz alta los nombres que figuraban en ella, detuvo a cinco personas, que fueron trasladadas a la cárcel de Villaviciosa, y mantuvo confinado en el cenobio a otro grupo. Por la tarde, alguien ordenó a las enfermeras que preparasen una cena que habrían de servir a los soldados en una dependencia conocida como la sala de física, seguramente debido a las lecciones que allí se impartían cuando el monasterio funcionaba como seminario. Fue en ese espacio donde se desencadenó el horror. Esa noche los militares, avivados por el alcohol y la impunidad, obligaron a bailar a las enfermeras, las desnudaron, las violaron y, por último, las condujeron junto a otros compañeros del psiquiátrico a un terreno situado a espaldas del monasterio y conocido en aquellos lares como el prau de don Jaime. Allí les obligaron a cavar su propia fosa y después les dispararon. Unas horas después, con la del alba, el batallón abandonaba Valdediós. En una casa próxima al cenobio vivía Anita Rodríguez, entonces una niña, que aquella misma mañana bajó con su padre para averiguar el porqué de los gritos que habían podido escuchar durante la noche. Se encontraron la tierra movida y vieron cómo sobresalían entre el barro las extremidades de los muertos. Los verdugos ni siquiera se habían preocupado de enterrarlos decentemente. Su padre fue expeditivo: "Esto no puede quedar así". Regresó con una pala y los cubrió. El relato a media voz de cuanto había ocurrido aquella desgraciada noche en Valdediós se propagó por la comarca. Los niños de la zona dejaron de ir por allí a coger castañas.