“Individuas peligrosas”, escrito por la historiadora Ascensión Badiola, recoge los horrores que sufrieron las prisioneras de ese centro penitenciario del franquismo. Los expedientes oficiales aún continúan ocultos.
La connivencia de Palmira Marcos con “el enemigo marxista” tenía olor a comida. A sus 24 años, aquella joven del pequeño pueblo de Cabárceno, en Cantabria, acabó en la cárcel por llevarle alimentos a su hermano, que se encontraba en el frente. Por eso fue condenada a cadena perpetua y por eso fue enviada a la cárcel de mujeres de Amorebieta, también conocida entre las presas por un nombre aterrador: “el cementerio de las vivas”.
La historiadora Ascensión Badiola acaba de escribir un libro que relata esos horrores. Bajo el título “Individuas peligrosas” (Editorial Txertoa), esta investigadora describe los padecimientos que sufrieron entre 1939 y 1947 las presas de la Prisión Central de Mujeres de Amorebieta, un lugar que, en efecto, tenía más de cementerio que de cárcel. Hoy funciona allí un colegio católico.
Se trata de una prisión de carácter estatal que formó parte del circuito carcelario creado por el régimen franquista para las mujeres republicanas”. La investigadora logró sacar adelante este trabajo a pesar del manto de silencio que quiso imponer la dictadura: los registros de la cárcel han desaparecido o están ocultos.
Tanto las fichas como los expedientes, los libros de filiación o las actas del Patronato y la Junta de Disciplina han desaparecido o están ocultos. Quizá algún día aparezcan en un archivo olvidado o aún no desclasificado, pero, mientras tanto, ni siquiera sabemos aproximadamente cuántas mujeres pasaron por Amorebieta.
No hay una cifra exacta del número total de mujeres que pasaron por esa cárcel. En el libro aparecen los nombres de las 958 prisioneras que alcanzaron la libertad condicional, así como los datos del censo de las mujeres que se encontraban encarceladas en Amorebieta en 1945. De esta manera, la autora ha conseguido establecer la identidad de “por lo menos 1.239 mujeres que pasaron por Amorebieta”.
También conocemos los nombres de los directores, funcionarios y personal religioso al cargo. A este respecto, sabemos, por ejemplo, que hubo una monja ‘mala’, a quien las presas apodaban 'La Guadaña. Y conocemos la identidad del capellán, Leandro Echevarría, a quien tachan algunas de 'demonio lujurioso', y el nombre de la superiora, Simona Azpiroz, que dirigió la cárcel con mano de hierro.
En aquel infierno hubo “dos períodos claramente diferenciados”. “Entre 1939 y 1940 fue Hospital Prisión, un centro de reclusión provisional, para mujeres que no tenían cabida en las sobresaturadas prisiones oficiales”, mientras que entre 1940 y 1947 “se convirtió oficialmente en Prisión Central de Mujeres de Amorebieta, un centro de cumplimiento al que fueron trasladadas reclusas de todo el Estado”.
“Este segundo período fue especialmente terrible, por el hambre y los fallecimientos. Es verdad que en todas las prisiones de Franco se vivieron experiencias similares, de miseria, hambre, frío y hacinamiento, pero he creído necesario volcar en este texto la experiencia propia de las reclusas que estuvieron en Amorebieta y, en la medida de lo posible, poner nombre y apellidos a esa miseria, ese hambre, ese frío y ese hacinamiento”, señala la autora.
El libro refleja el testimonio de Tomasa Cuevas, una histórica militante del partido comunista que sobrevivió al horror de aquella prisión. “Cuando amaneció empezamos a vernos las caras y era de verdadera pena el ver a aquellas mujeres de Amorebieta –señaló–. Estaban consumidas y tenían la piel
amarillenta hasta tal extremo que empezamos a llamarlas ‘las de raza amarilla’. Unas semanas más tarde teníamos el mismo color que ellas, causado por el hacinamiento, la suciedad y la escasa comida”.
“Si en todas las cárceles de mujeres se pasaba hambre, la de Amorebieta se llevó la palma”, sostiene. Teopista Bárcena, otra de las ex presas que aparece citada en el libro, incidió precisamente en ese aspecto. “Las condiciones de vida eran similares en todas las prisiones; poca comida, mucho frío, a veces insoportable al ser el suelo de cemento y sin ninguna calefacción. Hasta el punto de que el frío del propio cuerpo se sentía más que el hambre y la comida era mala y escasa. Los castigos eran habituales por cosas nimias”, contó.
La vida se confundía allí con la muerte, tal como se describe en distintos pasajes de la obra de Badiola. “Las mujeres tuvieron que ver morir a sus hijos o sufrir su separación forzosa. Porque los niños, al cumplir tres años, eran separados de sus madres por imperativo legal. Ellos, aquellos niños, son, a día de hoy, los grandes desconocidos de nuestra historia reciente, ya que nunca figuraron en ningún registro penal, ni en Amorebieta ni en ninguna otra cárcel. Tampoco los partes oficiales que informan de su fallecimiento hacen referencia a identidad alguna. Murieron sin nombre y sin que se conociese su tragedia”, reflexiona la historiadora.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada