divendres, 30 de maig del 2014

Sol a la tinaja. Carta a mi abuelo José o acercamiento a una ausencia.


http://solgomezarteaga.blogspot.com.es/2014/05/carta-mi-abuelo-jose-o-acercamiento-una.html?spref=fb


martes, 27 de mayo de 2014

 

Carta a mi abuelo José o acercamiento a una ausencia. 



 Monumento a los fusilados de la Guerra Civil
en el muro oeste del cementerio de Astorga


El trece de abril de 2014 en el contexto de las VII Jornadas Republicanas organizadas por el Ateneo Republicano de Astorga y en representación de los cientos de fusilados durante la guerra Civil en el Cementerio de Astorga, se rindió homenaje a mi abuelo José Gómez Chamorro y cuatro compañeros más de la localidad de Valderas, Pacífico Villar Pastor, Teófilo Alvárez García, Vicente Rodríguez González y Germelino de Lera Caballero, fusilados el 9 de octubre de 1936 en sus tapias.

Tuve la oportunidad de “acercarme a su ausencia” leyendo una carta que fue una devolución simbólica a la que él nos dejó como legado.

Memoria positiva se denomina a todo tipo de actos que tienen como fin devolver la dignidad a los que nunca la perdieron, así como sacar a la luz unos hechos que durante más de cuarenta años de represión franquista estuvieron soterrados, y en tanto fluye la verdad de lo ocurrido se hace justicia y se busca una reparación simbólica.    




Esta carta que te escribo dice así:

Es difícil expresar con palabras sencillas todo el vacío que dejó tu ausencia entre aquellos que te conocieron, también entre los que no lo hicimos….

De pequeña muchos mediodías se hablaba de ti en la mesa, conversaciones que iniciaba mi padre cuyo dolor yo por entonces no acertaba a comprender.

Es verdad que te mataron, sí, “muerte de matar, no de morir”, y no en el frente, donde se supone que se hacen las guerras. Un mal día te sacaron de la panadería en la que trabajabas y te trajeron aquí, a la prisión de esta ciudad… Pero si eso ya había pasado hace tantísimos años, ¿a qué seguir hablando de ello?

Yo no entendía, y las conversaciones se sucedían en la mesa dolientes, densas, desasosegantes.

 Cuando el 7 de mayo de 1995 murió mi abuela, tu mujer, esa mujer menuda y nerviosa, siempre vestida de luto y en duelo permanente, llevó consigo a la tumba la carta de despedida que escribiste la aciaga madrugada del 9 de octubre de 1936. Me preguntaron si quería una copia. Dije que sí. En la soledad de una habitación a oscuras leí tu carta y lloré largamente la muerte reciente y la lejana, que ese día ya no me pareció tan lejana. Lloré la muerte de los dos. Ése fue mi primer acercamiento a tu ausencia.

 Todas las cartas de los condenados a muerte en esta guerra incivil son muy parecidas: hablan de la cosecha, de deudas pendientes, de asuntos cotidianos que os preocupan, “dile a tu hermano que recibí las veinticinco  pesetas, sacas la ropa al aire para que no se apolille”, dan consignas en las que afloran vuestros últimos deseos, “querida esposa, en estos últimos momentos que son muy tristes lo único que te pido es que mires por nuestros hijos”, se lamentan de su mala estrella, “ya que yo tengo la desgracia a ver si tu padre tiene más suerte que yo”, quieren, en un deseo póstumo de transcendencia que se os recuerde y que vuestra muerte tenga un sentido, “conservad todo lo que os mando para que el día de mañana podáis decir que nadie lo borre, que mi nombre no se borre de la historia”, dan ánimos para sobrellevar el peso de la desgracia que, como seres tocados por el misterio de la muerte, ya adivinan para sus esposas e hijos, “se me olvidaba decirte que no pegue nadie a mis hijos”, piden perdón por el daño que hayan podido causar y lo dan, dan ese perdón, y algo muy llamativo, a mí al menos me lo parece, quieren que no se guarde rencor hacia aquellos que os robaron vuestro proyecto de felicidad futura, “no maldigáis a nadie y perdonad a todos como yo lo hago”.

 Habían de pasar años para que me acercara un poco más a ti. En 2008 la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica le entrega a mi padre, tu hijo, la Causa 6/1936 y más tarde la 349/36, Causa General de Valderas.

A través de ambos documentos me enteré que fuiste detenido entre finales de julio y principios de agosto de 1936 junto con 177 hombres más de Valderas de tendencia política de izquierdas y trasladado a la cárcel de Astorga.

Estando detenido, el día 17 de septiembre de 1936 le requisan a tu paisano Pacífico Villar Pastor, también preso, una carta escrita en forma de clave (en la que se establecía un paralelismo entre los términos del campo de Valderas y las provincias de España) que iba a entregarle a su novia en su visita a la cárcel ese día y cuyo objeto era obtener información sobre los avances de la guerra. Le requisan esa carta, inculpándole a él y a cuatro paisanos más entre los que te encontrabas, y os acusan de delito de traición por el art. 222.7 de un viejo Código de Justicia Militar que data de 1890 condenándoos a los cinco a la pena de muerte.

La causa 6/1936, ciento treinta y tres fotocopias borroras contenidas en un archivador blanco, estuvo guardada en un armario de la casa de mis padres hasta que en abril de 2010 me dispuse a leerla y a escribir el relato “los cinco de trasrey”. Y cuando lo hice, cuando me metí en tu piel, en tus incertidumbres, en tus preocupaciones, en tus miedos, ya no me pude desligar de tu destino. De alguna manera estuve en esos muros del Cuartel de Santocildes de Astorga llenos de lamentos, en esos jergones de paja, en los sopicaldos sin sustancia que acrecentaban el hambre en vez de mermarla, en las conversaciones llenas de silencio y malos presagios, en el olor a humanidades compartidas, en cierta confianza, “nada nos puede pasar si nada hemos hecho”, que a medida que avanzaba el procedimiento sumarísimo se iba truncando en desesperanza e impotencia, “como unos hombres que no conozco de nada quieren arrebatarme la vida”, y te acompañé en tu última, postrera noche, en tu último viaje a las tapias del cementerio municipal en el que ahora estamos, mientras te refugiaba, me refugiaba del horror, en el canto de un jilguero…

El final de “Los cinco de trasrey” dice así:

“Mientras los bajaban de la camioneta, oyó el canto de un pájaro, un jilguero, seguro. No supo si ese sonido era real o producto de su imaginación hasta que lo oyó de nuevo. Y frente al pelotón de fusilamiento se refugió en ese sonido que de forma casi continua, no dejaba de oír en su cabeza. Y seguiría sonando todos los amaneceres, para los que quedaban y los que, como él y sus compañeros, ya no estuvieran”.

 El lugar exacto donde sepultaron tus doloridos restos, según la Diligencia de Enterramiento, fue la sexta fila, cuarta sepultura, Cuartel veintitrés y clase tercera de este lugar.

Astorga, la cárcel, su cementerio, fueron siempre en nuestro imaginario un lugar importante de memoria, y de una fuerte  carga emocional porque aquí, exactamente aquí, ocurrieron los hechos y aquí, en este camposanto, descansan, convertidos en polvo, tus doloridos huesos. 

Mi abuela, sobre el año 82, vino un día al cementerio y preguntó por el lugar donde descansaban tus restos y el enterrador, que ya no era el de entonces, le dijo que los habían cambiado de lugar y no le dio mucha solución. Recogió en este lugar dos piedras que durante años permanecieron en su mesilla de noche. Curiosamente, por esas extrañas causalidades que gobiernan las cosas, el pasado mes de agosto visitamos el cementerio y sin saber el asunto de las piedras yo también cogí una como recuerdo.

Nuestro origen es humilde y valoramos la tierra, sus guijarros.

¿Qué decirte abuelo? Es difícil elegir entre todas las palabras del mundo lo que se puede decir a una ausencia.

Lo intentaré, no obstante.

Lo primero de todo decir que el espacio que ocupa el vacío dejado por una muerte no natural, “muerte de matar, no de morir”, es enorme, inconmensurable.

Decirte que no tienes que pedir perdón, como escribes en tu carta de despedida, porque nada malo hiciste. Tú fuiste una víctima inocente, al igual que cientos de víctimas inocentes, ni siquiera estabas entre los más destacados, pero dio la casualidad que tuviste mala estrella. Mártir de la libertad, como con plena lucidez de te defines a ti mismo en tus últimos momentos.

Decirte que tu legado no es un legado material, del orden del tener, nada tenías, sino que es un legado mucho más importante, un legado de los grandes, pues nos dejaste tus ideas.

Decirte que nos dejaste, por encima de todo, la dignidad que nunca perdiste.   

Decirte que allá donde estés, cielo, tierra, amaneceres, horizontes, nube, árbol, pájaro, polvo o tumba, te recordaremos, y mientras lo hagamos, no habrás muerto del todo.

Decirte que honraremos tu memoria y defenderemos la verdad que durante tantos años te fue y nos fue negada.

Gracias a la perseverancia de tu hijo Antidio, de tu hijo José ya fallecido, de tu hija Manuela, se ha hecho posible que tu nombre no caiga en el olvido. Hoy tu hijo y nietos estamos aquí para coger el testigo y honrarte. No, rencor no tenemos, no estaba en las enseñanzas que recibimos, solo queremos decir con voz alta, clara, lúcida, la verdad de lo que pasó. Y que se haga justicia y que no nos manipulen ni confundan cambiando los términos de la historia.

Acusado de traición, ironías de la vida, según el art. 222 nº 7 de un viejo Código de Justicia Militar. ¿Traición a qué? Cuando fueron ellos, los golpistas, los que contravinieron el orden democráticamente elegido.

 Decirte, por último decirte, y decir a todos los presentes que es para nosotros, tu familia, un honor estar aquí, más cerca de lo que nunca estuvimos de donde descansan tus restos, y acariciar con palabras de amor, con palabras altas y claras, tu sombra o polvo.  

En la víspera de la proclamación hace 83 años de la II República y en defensa del ideal democrático en el que creíste y defendiste:

¡Viva la República!

 
"En la calle de las sombras eternas
al fondo donde las miradas de los cipreses
no traicionan a los camaradas".