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Julen Kalzada | Sacerdote que estuvo recluido en la cárcel concordataria de Zamora.
"Tengo la esperanza de que la jueza María Servini demuestre que quienes sufrimos cárcel y asesinato durante el franquismo no cometimos delito, si hubo crimen fue el de ellos".
La Opinión de Zamora / JOSÉ MARÍA SADIA / 26-05-2014
El expreso, en el País Vasco. | Foto Wikipedia
Julen Kalzada es uno de los sacerdotes que pasaron por la cárcel concordataria de Zamora, una sección de la Prisión Provincial dedicada a los religiosos, la mayoría procedentes del País Vasco. Como sus colegas, sufrió los rigores del invierno y del verano de aquí en un edificio desprovisto de cualquier tipo de comodidad. Kalzada fue acusado de rebelión militar en dos ocasiones, una acusación que recuerda con ironía pasados ya cuarenta años de aquel calvario vivido en Zamora. Sin embargo, el religioso observa el pasado con optimismo y el futuro, con esperanza. Kalzada es uno de los tres testigos interrogados por la jueza argentina María Servini en la causa contra el franquismo.
-¿Cómo ha ido la comparecencia con la jueza María Servini de hace escasas fechas?
-Bien, aunque ella solo estuvo presente. Quien realmente hizo el interrogatorio fue la jueza de Guernica. La jueza Servini escuchó nuestras respuestas y dice que está contenta por cómo ha empezado este proceso. Habrá que creerla.
-¿Cree verdaderamente que es una oportunidad de hacer justicia?
-Hemos esperado más de setenta años y, por lo menos ahora, aunque sea desde el extranjero, tenemos a una institución que quiere solucionar el problema de los crímenes del franquismo. Supongo que no llegaremos a lo que hicieron con los nazis, pero haremos todo lo posible para sacar esto adelante.
-Después del interrogatorio, pedía precisamente que se equiparara este proceso a la justicia de los nazis, ¿por qué?
-Se me ocurrió porque ambos son fascistas, hicieron crímenes con la guerra. La única diferencia es que los nazis tenían en contra tanto Estados Unidos como Europa. Aquí no había esa gente que podía hacer esa presión para forzar un juicio.
-Con la Ley de Amnistía de 1977, ¿se acabaron las esperanzas de lograr ese juicio?
-En condiciones normales se debió hacer justicia, pero la justicia de aquí tiene un prefijo: "in-justicia".
-A la jueza le contó su paso por la cárcel para curas de Zamora, ¿cómo recuerda los años que pasó en la prisión de la capital?
-En primer lugar, no vine, me trajeron. En primer lugar, porque le pedimos al obispo de Bilbao que hablara del papel del Gobierno de Vizcaya en la diócesis. Nos dijo que sí al comienzo, pero pasaba el tiempo y no aparecía nada. Entonces, le dijimos que nosotros éramos el siguiente peldaño en la Iglesia y, por lo tanto, que había que hablar. Eran los tiempos del Concilio Vaticano II y, como se callaban, por desgracia tendrían que hablar otros. Pensamos en entrar en el Obispado, dado que el concordato nos protegía de la policía, que allí no podía acceder. Iniciamos una huelga de hambre allí durante tres días. Al tercero, les dieron permiso para entrar y la policía nos llevó a comisaría. De ahí nos llevaron a la cárcel de Basauri y después nos llevaron a Burgos para juzgarnos. Por tres días de huelga de hambre y la nota que enviamos a París explicando por qué nos habíamos encerrado, fallaron que aquello era rebelión militar. A unos nos cayeron diez años y un día y a otros diez años. A mí me tocaron "solo" diez.
-Lo vemos desde la distancia que establece el tiempo, pero aquello debió de ser durísimo para ustedes?
-Así fue. Después nos llevaron a Zamora, la cárcel que la Iglesia y el Estado tenían para los religiosos.
-¿En qué año ingresó?
-En 1969, recién estrenada la prisión de curas.
-¿Qué se encontraron aquí en Zamora?
-Ya había bastantes religiosos cuando llegamos. Los amigos nos recibieron muy bien. Conocía a la mayoría. A todos, salvo a los catalanes, gallegos y alguno de Madrid. La mayoría eran del País Vasco.
-¿Cómo pasaban los días en la cárcel?
-Pasaban, como podíamos.
-¿Les permitían visitas del exterior? ¿Podían comunicarse?
-Teníamos visitas una vez al mes con los familiares. Podíamos escribir dos cartas a la semana en castellano y en una página.
-¿Siempre tenían que ser en castellano?
-Las leían e incluso las borraban.
-¿Con qué ánimo se podía estar en la prisión sin saber realmente el delito que habían cometido?
-Preparándonos para volver a Euskadi, con la esperanza de que muriera Franco pronto, pero duró.
-Al final, aquello se alargó siete años?
-Eso es, el dictador murió en 1975, pero a nosotros nos tuvieron hasta marzo del 76 y nos hicieron pasar allí las navidades.
-¿Cómo recuerda la salida de la cárcel?
-Cuando nos enteramos de que Franco había muerto, empezamos a hacer las maletas para irnos. No teníamos champán precisamente y nos hicieron pasar allí las navidades y, de nuevo, el frío. Cuando llegó la primavera ya nos dejaron salir. Habían salido ya dos compañeros que habían hecho con nosotros la huelga de hambre. Como nosotros estuvimos en el Proceso de Burgos, nos tuvieron hasta más tarde. A mí me llevaron a un convento, el Santo Espíritu de Valencia.
-¿No pudo zafarse de ir al monasterio?
-Qué va. Pasamos una noche en la cárcel de Madrid. A la mañana siguiente, salimos en una furgoneta esposado, con tres furgonetas de la Guardia Civil por delante y otras tres por detrás. Cuando terminaba la provincia de Madrid, pararon. Los coches de la Guardia Civil se quedaron y otros tantos nos escoltaron hasta Valencia. Era sábado y llegamos a Santo Espíritu del Monte. Me quitaron las esposas y me dejaron en la calle. En el convento había una taberna, me tomé un café y una copa y allí quedé.
-¿Cómo le trataron los religiosos?
-En Valencia hacía mi vida. El fraile que mandaba me pidió que comiese y cenase con ellos, que durmiese cuando ellos iban a las celdas. Si quería salir a algún sitio fuera del recinto, podía hacerlo si le avisaba. Solía ir con los frailes de Valencia a hacer compras con ellos y a muchos otros sitios.
-¿A qué se dedicó cuando regresó al País Vasco?
-Me fui a Francia a aprender francés. Luego, trabajé en Egin, más tarde en AEK y después me retiré.
-Supongo que Zamora le marcó para siempre?
-Aprovechamos mucho el tiempo.
-¿En serio?¿Sacaron algo positivo de la reclusión?
-Nos preparamos en euskera, yo hice Magisterio y escribí un libro. En teoría, el día tenía 24 horas, pero nosotros teníamos más de 48. Como también hacía Historia, lo que estudiaba, sobre todo la Prehistoria, escribí muchos artículos y un libro que luego publicó la Universidad de Verano del País Vasco.
-Y ahora, tantos años más tarde, quieren que se haga justicia por aquello?
-Más tarde o más temprano, la justicia llegará. La vida del hombre es corta, pero la Historia es larga.
-Además, usted habló a la jueza junto con su hermana Elisa de la ejecución de su padre, concejal del PNV en Busturia.
-Claro, aunque cuando lo ejecutaron, apenas tenía dos años. Lo único que sé es lo que me han contado o he leído. Viví cómo tuvo que trabajar la madre en un caserío para sacar la familia adelante ella sola.
-¿Cómo vive todo esto: con tranquilidad, rencor??
-Con mucha esperanza. María Servini está trabajando bien y supongo que, aunque le pongan inconvenientes, tendrá que hacerlo fuera. Allí tendrá más libertad. Ya veremos cómo actúan los jefes del Estado español.
-¿Con qué se conformaría usted?
-Por lo menos, que los que sufrieron cárcel y asesinatos, que se diga que no tuvieron delito. Que, de tener alguien delito, fueron quienes hicieron esos crímenes.
-¿Su familia y amigos tienen la misma esperanza?
-Claro, la mayoría. Mi hermana Elisa ha estado muy nerviosa, pero está muy contenta.
-Por cierto, ¿usted sigue siendo sacerdote?
-No lo sé, tendrá que preguntarlo en el Vaticano. Yo no he hecho ninguna gestión.
-Su colega Juan Mari Zulaika, que también estuvo en la prisión zamorana, ha dicho que después de lo que le tocó pasar, el sacerdocio no tenía sentido?
-En efecto, Juan Mari está secularizado.
-Por su parte, ¿sigue siéndolo?
-Sí, claro.
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