divendres, 25 de setembre del 2015

Pablo Neruda y los poetas españoles


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UNA CARTA A LOS POETAS ESPAÑOLES


Siempre estaremos en deuda los poetas españoles con Pablo Neruda, lo mismo que todos los republicanos.

Siempre estaremos en deuda los poetas españoles con Pablo Neruda, lo mismo que todos los republicanos. Su España en el corazón es uno de los ejemplos más significativos de la mejor poesía épica escrita en el siglo XX. La llevó en el corazón junto a su patria chilena, hasta la muerte en aquellos terribles días de la rebelión militar contra el Gobierno legítimo de la Unidad Popular, que llenó a Chile de crímenes horrendos y desolación, en los que recordó otros semejantes vividos en la España mártir por culpa de otros militares sublevados contra el Gobierno legítimo de la República.
Había arribado a Barcelona el 13 de mayo de 1934, como cónsul de su país, con la intención de permutar ese destino por el de Madrid, en donde esperaba relacionarse con los poetas entonces más pujantes, los componentes del grupo del 27. Ya conocía a Federico García Lorca, con quien coincidió en Buenos Aires el año anterior, y mantenía comunicación epistolar con Rafael Alberti. Ellos dos hablaron a los compañeros del gran poeta chileno que deseaba publicar en España una edición ampliada de un poemario impreso en Santiago de Chile en 1933, Residencia en la Tierra, desconocido en nuestro país, dada la escasa difusión de la poesía.
Denunciado como plagiario

Pero en esos días se le acusaba en su tierra de plagiario. En el número 2 de la revista Pro, fechado en setiembre de 1934, se comparaba el número 16 de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, libro impreso en 1924, con el número 30 de El jardinero, de Rabindranath Tagore, según la traducción castellana de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, editada en 1917. La semejanza entre ambos poemas es palpable, por lo que Neruda se vio obligado a anunciar que el suyo era una paráfrasis del de Tagore a partir de la quinta edición.
La revista Pro estaba editada y sufragada por otro poeta chileno, Vicente Huidobro. Chile e incluso el mundo entero resultaban demasiado pequeños para albergar a Huidobro y Neruda juntos. Los dos querían ser el poeta nacional de su tierra. La acusación de plagio, por ser demostrable, amargó la vida de Neruda, y le hizo pensar que la delación había partido de Juan Ramón, por ser cotraductor del poeta indio. No era cierto, como ha explicado Volodia Teitelboim en la biografía de su amigo y correligionario político, editada en 2003: fue él quien descubrió la paridad entre los textos, y la comentó con otros amigos poetas. Al enterarse Huidobro aprovechó la coyuntura para atacar a su despreciado colega y paisano, con la peor de las intenciones.
La denuncia del plagio llegó a Madrid, probablemente por conducto de Huidobro, y Neruda se sintió menospreciado. Solicitó a su amigo Lorca que le organizase un homenaje como desagravio, en el que participase el mayor número de poetas españoles. Aceptó el encargo, que no estuvo exento de dificultades, y por fin consiguió reunir los nombres de dieciséis poetas, en su mayoría jóvenes, ya que ninguno de los maestros de entonces dio su firma. En abril de 1935 apareció un folleto de 16 páginas más las cubiertas, titulado Homenaje a Pablo Neruda, con la reproducción de sus “Tres cantos materiales”, desgajados del segundo volumen de Residencia en la Tierra, dispuesto ya para la imprenta, porque apareció en el mes de setiembre. Iban precedidos por una explicación halagadora, para satisfacer al poeta ofendido. No era exactamente lo que deseaba, pero se conformó con ello.
En el mes de octubre empezó a trotar la revista Caballo Verde para la Poesía, dirigida en Madrid por Neruda, de vida corta, porque solamente llegaron a distribuirse cuatro números. El siguiente era doble, números 5 y 6, y estaba compuesto a mediados de 1936, pero fue otra de las víctimas de los bombardeos fascistas sobre las capital de la República, convertida en Capital de la Gloria por su resistencia heroica.
La poesía en armas
Escritores de todo el mundo se movilizaron contra el nazifascismo traído a España por los militares monárquicos sublevados. En Santiago de Chile la editorial Panorama publicó, probablemente en 1937, porque carece de fecha, la antología Madre España. Homenaje de los poetas chilenos, en la que colaboraron Huidobro y Neruda, sin que esa coincidencia significara ninguna aproximación entre ellos. Los dos participaron también por separado en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en julio de 1937 en Valencia, Madrid, Barcelona y París.
La gran adhesión de Neruda a la causa del pueblo español traicionado por los militares monárquicos fue su poemario España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en guerra, impreso en noviembre de 1938 por soldados del Ejército del Este. Junto a elegías por los muertos y loas a los milicianos hay unas demoledoras sátiras contra los exgenerales sublevados.
Los firmantes del folleto de homenaje se dividieron en los dos bandos enfrentados en la guerra, como España entera. En su comienzo fue asesinado Lorca por los rebeldes, Juan Panero falleció de muerte natural, y a poco de terminada murió Miguel Hernández en la cárcel de la dictadura. Marcharon al exilio Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, León Felipe, Jorge Guillén, Pedro Salinas y Arturo Serrano Plaja, sin que pudiera acompañarlos Vicente Aleixandre debido a su enfermedad crónica.
En el otro lado aceptaron la dictadura fascista Gerardo Diego, José Antonio Muñoz Rojas, Leopoldo Panero, Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, la ensalzaron y fueron muy bien recompensados por sus loas. Uno de ellos, Panero, llegó a componer un libro de pésimos versos contra Neruda.
Al margen de la literatura, no se puede olvidar la decisiva actuación de Neruda llevada a cabo en Francia, para fletar un viejo barco, el ya histórico Winnipeg, en el que trasladar a Chile al mayor número de republicanos exiliados, para librarlos de los campos de concentración en que los encerraba la República Francesa.
Prohibido en España
Por todo ello el nombre de Pablo Neruda quedó vetado en la España sometida a la dictadura fascista. Sus obras fueron prohibidas, y su nombre totalmente silenciado por la censura oficial. Estaba proscrito por ser el autor de España en el corazón. Himno a las glorias de pueblo en la guerra, ensalzando a los combatientes republicanos y burlándose de los militares sublevados, entre ellos el entronizado como dictadorísimo, al que había descrito en los infiernos con mucha antelación, lo mismo que a otros dos compinches que sí estaban muertos.
Llegaban noticias confusas de sus publicaciones, unos libros en los que continuaba hablando de España y de los poetas españoles, como en su Canto general (1950), muestra de la mejor poesía épica del siglo XX en castellano, o en los cinco volúmenes del Memorial de Isla Negra (1964), su autobiografía lírica. Algunos ejemplares de sus ediciones hechas en Buenos Aires por cuenta de Losada entraban clandestinamente, porque la dictadura siempre fue un modelo de corrupción donde imperaba el soborno. Sin embargo, existía un distanciamiento pleno entre los poetas españoles y el chileno que seguía llevando a España en el corazón.
En 1957 tuvo lugar el reencuentro, aunque accidentadamente. La dictadura intentaba por entonces presentarse ante el mundo como un régimen liberal, en el que se estilaba una denominada democracia orgánica. Parecía que la llegada de los turistas, con sus divisas tan necesarias, favorecía una ligera suavización de la censura. Cuando Neruda se hallaba en París recibió una invitación de la revista madrileña Cuadernos de Ágora, editada por Concha Lagos, para enviar alguna colaboración sin contenido político, eso era imprescindible, con la intención de reanudar un contacto interrumpido desde la derrota del Ejército leal.
Una carta a los poetas españoles
Su envío consistió en una carta manuscrita en tres cuartillas, sin ninguna alusión política. Seguía estando vigente la censura previa de ediciones y espectáculos impuesta en 1938 por los sublevados, de modo que la revista en donde se había impreso la carta fue sometida el censor, con el resultado de prohibir su inserción. Contravenir esa orden significaba, en el mejor de los casos, el secuestro del número además de una multa a la editorial,  y en el peor el cierre  de la editorial y la cárcel para su propietaria.
Puesto que era imposible insertar la carta en la revista, Concha Lagos decidió arriesgarse, con la complicidad de la imprenta, y acordó publicar un folleto de ocho páginas, sin pie de imprenta ni otro dato identificable, una precaución lógica para evitar represalias, con el facsímil de la carta. Años después mi amistad con Concha y Mario, su marido, me permitió conseguir un ejemplar, que es uno de los tesoros de mi biblioteca. La reproduzco exactamente, aunque alguna expresión puede parecer incorrecta:
París 27 de setiembre 1957
Queridos poetas españoles, aquí me tienen muy cerca de la tierra española y lleno de sufrimientos por no verla y tocarla. Soy un desterrado especial, vivo soñando con España, con la grande y la mínima, la del mapa y la de las callejuelas, soñando con todo el amor que entre vosotros dejé, un desterrado que solo puede acercarse al aire que perdió. Cuantas veces, de noche, el avión que me conducía lejos, sobrevoló vuestra tierra, y yo, acongojado traté de descifrar las luces que como luciérnagas, brillaban allá abajo. Eran casas perdidas, pueblos sumergidos, montes oscuros, y talvez, rostros amados que no volveré a ver. Mi corazón, allá arriba, volando, sintió de nuevo la tierra magnética y se llenó de lágrimas.
Poetas españoles, nos ha separado un frío cruel, y años pesados como siglos. Nosotros, poetas americanos, queremos renovar la fraternidad y la continuidad de nuestra paralela poesía.
Hemos sido separados por errores propios y ajenos, por profundos dolores, por un silencio imposible. La poesía debe volver a unirnos. La poesía debe reconstruir los vínculos rotos, reestablecer la amistad y elevar universalmente nuestro canto.
Tal es nuestra tarea. A ella me daré entre mis pueblos. Vosotros direis vuestra palabra. Y habremos dado así un primer paso que no por tardío será menos fecundo.
Va en este papel mi afecto fraternal y mi confianza en la poesía y en el honor de los poetas.
Pablo Neruda
Se define como un desterrado especial de España, porque lo usual es que el destierro afecte al nacido en esa tierra, y Neruda era chileno. En 1957 ya había sido revocada la orden de detención que el dictador González Videla hizo recaer sobre él en su país, de modo que era un ciudadano chileno con plenos derechos. Sin embargo, en la carta se considera un desterrado de España, como tantos exiliados españoles del éxodo y el llanto, por decirlo a la manera de León Felipe, errantes por el continente americano: a muchos los había guiado él mismo, en el Winnipeg, hacia la libertad en Chile.
España y Chile en el corazón
Llevaba veinte años sin pisar tierra española; solamente podía sobrevolarla el avión, porque se opuso a la sublevación de los militares monárquicos contra la República primero, y a la dictadura que fue su consecuencia después. Sus amigos españoles de aquellos años, los supervivientes del odio fascista, formaban la que se denominó España peregrina, excepto Aleixandre, recluido en su casa madrileña por enfermedad. Con los jóvenes no guardaba ninguna relación por imperativo de la censura.
Sin modificar sus sentimientos ni sus pensamientos, en la misiva fraternal ofreció una reconciliación a los poetas sometidos al horror de la dictadura fascista. No exceptuaba a nadie en la carta, pero quizá hubiera que excluir a los que había calificado de malditos e hijos de perra, como “silenciosos cómplices del verdugo”, en el poema “A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España”, del Canto general, en donde se nombra a Gerardo Diego y a Dámaso Alonso.
Ofrecía renovar la fraternidad en el uso común de la palabra lírica. No le faltó, aunque de momento estuvo silenciada por la censura dictatorial. Se materializó poco después de su muerte, ocurrida el 23 de setiembre de 1973, en el horror de la inmensa hecatombe militar golpista. Debimos esperar hasta el fallecimiento del dictadorísimo, en 1975, cuando los poetas españoles pudimos dedicarle un libro, justamente tituladoChile en el corazón, como reintegro apasionado de su España en el corazón, Coordinado por Aurora de Albornoz y Elena Andrés, se imprimió en Barcelona por cuenta de Edicions 62—Península, con 212 páginas; mi colaboración se encuentra en las 188 y siguientes. La reproduzco como homenaje al poeta y a su amigo Salvador Allende, mártir de la libertad, ejemplo para el mundo que desea vivir en democracia:
Vamos a llenar de palabras su casa vacía
LLOVÏA en Isla Negra.
Chile se inundó entonces
de fulgor y agonía,
de pesares,
y una pequeña muerte dio un beso a los soberbios,
los pastores de sangre que comercian ceniza.
Llegó la noche entre tambores de asco;
más triste no vendrá,
más andrajosa,
con lazos extendidos para el miedo,
confundiendo la boca de los lobos.
Las piedras se pusieron amarillas.
Como la piedra.
Fue como la piedra,
visible por su fuerza,
subterránea,
redonda para andar por los caminos.
Sólo después de muerto le humillaron.
No quedó libro sobre libro,
nada,
quisieron dominar su voz viviente,
cortar la luna
repartirse el odio,
pero una catarata no se dobla:
querían dar un golpe a los espejos,
sombra al mundo,
silencio a la esperanza,
le cubrieron con túnicas de insultos,
pero un volcán embiste contra el tiempo.
Son los versos más tristes que la historia
puede escribir;
es la tristeza rancia
que se escapa del vientre de la tierra.
Ya la herida es de todos,
ya nos duele.
No se llamaba Pablo,
se llamaba
campo abierto a la lluvia,
continente,
mar cubierto de flores,
casa en ecos,
corazón disfrazado de herramienta,
vino absoluto,
cerradura rota,
canto errante,
pradera en el silencio
donde todas las fiestas son posibles.
No la canción desesperada,
nunca
dejó de ser el sol, la luz, el aire,
la materia absorbente de sus manos.
Nació para cantar
y está en el viento,
junto a los hombres libres que no entierran
su sangre con el trigo;
la confianza
se hizo piedra en su boca,
rito de oro,
doble raíz de América sin mengua.
Nació para cantar
y no ha callado;
no hay ola tan oscura que la oculte,
no se encarcela al día
ni a la sangre.
Nació para cantar,
para cantarnos,
dio fe del tractorista,
del minero,
del navegante que consume estrellas,
del indio sin estatuas,
del amante,
del liso oficinista y del obrero
que en su taller levanta otro planeta.
Nació para cantar
y está cantando,
porque se quema el humo,
no la piedra.
El corazón de Neruda, según se lee en la carta, se llenaba de lágrimas al sobrevolar las tierras españolas que tanto amó y cantó. Los nuestros, colaboradores del homenaje, estaban llenos de horror, al conocer la actuación genocida de los militares chilenos golpistas, imitadores de los golpistas españoles en 1936. Fue nuestra respuesta a su carta, diferida por necesidad insuperable. Aquí moría el dictadorísimo asesino, y allí se imponía otro semejante con las mismas intenciones: exterminar a los defensores de las libertades públicas. Por eso llevamos siempre a Neruda en el corazón.