A menudo, estos días, me he preguntado sobre quién era realmente Melchor Rodríguez García. Quizá un libro y una película documental sobre su figura no bastan para entrar dentro de un corazón humano y explicar y explicarse por qué la gente es como es y hace lo que hace. Sí, lo confieso: aún hay cosas sobre Melchor que se me escapan. Que quizá intuya, que quizá desee.
No es que Melchor sea un héroe puro, aunque lo hubiera podido parecer en algún momento. Cuanto más conozco cosas sobre su vida, más matices y sombras enriquecen el relato. Pero eso es lo que le da dimensión humana. Melchor fue un hombre íntegro, pero como todos los seres humanos, tenía sus defectos y limitaciones.
En Melchor confluye una corriente anarquista que entendía el ser libertario como liberador, incluso defendiendo la vida de sus enemigos. Antiguo novillero, oficial chapista y activo sindicalista, fue el responsable de las prisiones republicanas entre noviembre de 1936 y marzo de 1937 y posteriormente, hasta el final de la Guerra Civil española, concejal de Cementerios de Madrid. Como representante del consistorio madrileño, le cupo la tarea de entregar la ciudad de Madrid a los nacionales el 28 de marzo de 1939.
Es evidente que Melchor no hubiera podido realizar su labor salvadora sin mucha gente que le apoyaba, tanto en el campo del anarquismo, como en el de las instituciones republicanas. A esto, desde luego hay que añadir, que sin su decidido carácter, sin su voluntad, su desprecio del peligro y sin unas firmes ideas en las que asentarse, Melchor no hubiera podido salvar a más de 11.200 personas –número de presos en las cárceles de Madrid–, además de haber refugiado en su casa a casi medio centenar y pasar a otras a Francia.
De familia humilde
Siempre quiso haber podido estudiar. Toda su vida lo tuvo en mente, ya en su infancia, hijo de familia humilde, nacido en el barrio de Triana, en Sevilla, en 1893. A los 10 años, desde que murió en un accidente laboral su padre, que trabajaba de maquinista en el puerto de Sevilla, tuvo que emplearse en los talleres de calderería y ebanistería sevillanos. De aprendiz pasó a chapista, ocupación que simultaneó con su deseo de triunfar en el mundo de los toros.
Como novillero toreó en plazas con relativo éxito, como en Sanlúcar de Barrameda en 1913, Villalba, Tetuán (Madrid) y Sevilla. Pero tuvo que dejar la profesión cinco años después, tras varias cogidas. Ya había ingresado en la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), donde fue discípulo de Paulino Díez y Manuel Pérez y sobre todo del médico ácrata Pedro Vallina, que le atendió de una cogida en la plaza de Sevilla. En 1920, huyendo de la policía sevillana, que le tenía fichado como secretario del sindicato de la madera, Melchor llega a Madrid.
En la capital de España se casa con Francisca Muñoz, una bailaora amiga de Pastora Imperio. Melchor trabaja en los mejores garajes y se empieza a fajar en los combates sindicales. Los presos políticos y sociales son su misión, nombrado por la CNT responsable nacional del comité pro-presos.
Es miembro fundador de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), que agrupa diferentes corrientes y afinidades. En el grupo Los Libertos, además de Melchor, se encuentran Feliciano Benito, Celedonio Pérez, Francisco Trigo, Salvador Canorea, Manuel López, Santiago Canales, Francisco Tortosa y Luis Jiménez, a los que se une el asturiano Avelino Gónzalez Mallada a partir de 1931.
Comienza también a conocerse su faceta de articulista polémico. Fama acrecentada por los poemas, por los discursos y los mítines. Publica con frecuencia en CNT, La Tierra, Solidaridad Obrera, Campo Libre, Castilla Libre, Frente Libertario y Crisol. Muchas veces, a raíz de estos artículos acaba semanas o meses en la cárcel.
La hora de la verdad
Llega en 1931 la república, celebrada con júbilo, pero pronto defrauda las expectativas de los sindicatos obreros. Hay huelgas y conflictos por todos lados. Cada año, Melchor publica las cifras de los muertos por la represión republicana. Enero de 1933, con la matanza de Casas Viejas, es una fecha crucial en la historia de la II República española. Las crónicas hablan de una superviviente de los sucesos, testigo directo del inicuo comportamiento de unos guardias que actuaron como fieras. La leyenda de María Cruz Silva, “La Libertaria”, nieta del viejo carbonero Francisco Cruz, Seisdedos, hija de una de las víctimas de la barbarie, comienza a trascender entre los trabajadores de toda España. Está detenida en Cádiz y Melchor la va a visitar como responsable del comité nacional pro-presos. Ante el escándalo político, María es puesta en libertad. Y en noviembre, participa en un gran acto en Madrid.
Melchor presenta a “La Libertaria”, en el cine Europa, de Bravo Murillo. Miles de personas abarrotan el local y las calles próximas. Hay lágrimas de emoción cuando Melchor cuenta la historia de María, que está vestida de negro, como una mártir. Logra leer un párrafo hasta que la emoción le impide continuar y tiene que leer su discurso Melchor Rodríguez.
Caen gobiernos y tras las elecciones de febrero del 36 que gana el Frente Popular, la violencia crece. En junio de 1936, la huelga de la construcción de Madrid lleva a numerosos enfrentamientos. Y llega el asesinato de Calvo Sotelo y la Guerra Civil.
Desde el 18 de julio, con la rebelión militar ya declarada, la CNT decide abrir por la fuerza los locales cerrados por la policía, requisa autos y busca armas. A diferencia de muchos en aquella hora, Melchor no odia. Pertenece a un mundo de hombres y mujeres que durante décadas han estado creando el germen de aquella sociedad que hace precipitar el fracaso del golpe de julio de 1936. Muchos libertarios creen que van a construir el mundo nuevo que llevan en sus corazones.
Cuatro días después del levantamiento, Melchor, viendo lo que está sucediendo, se dedica a salvar a personas perseguidas. Se apoya en su grupo Los Libertos. Su gran amigo Celedonio Pérez, se desempeñó bajo el mandato de Melchor como director de la Prisión de San Antón. Celedonio Pérez y Luis Jiménez colaboraron con él en la incautación del palacio del marqués de Viana, en la calle Duque de Rivas, donde buscaron refugio gente de lo más variopinto de Madrid: curas, oficiales del ejército, falangistas, propietarios de almonedas y pequeños industriales, dueños de los talleres y garajes donde había trabajado Melchor, funcionarios del cuerpo de prisiones, sus familias e incluso la amante de un exministro radical con su familia.
En los primeros meses de la guerra, de julio a octubre, salva a centenares de personas de una muerte segura en el caos mortal de aquellos días.
Ayudado por algunas personalidades y cargos republicanos, además del cuerpo diplomático –que en su inmensa mayoría juega a favor de los rebeldes– es nombrado delegado especial de Prisiones en noviembre de 1936 por el ministro anarquista Juan García Oliver. Desde ese puesto detuvo las sacas y los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvando a miles de personas entre sus adversarios ideológicos. Hasta marzo de 1937, echó un pulso a los responsables de orden público de la Junta de Defensa de Madrid, donde Santiago Carrillo primero y José Cazorla después, con la inestimable ayuda de Serrano Poncela, obedecían los consejos de los asesores soviéticos de limpieza de la retaguardia. Esta actuación le valió a Melchor muchas críticas y acusaciones de ayudar a la quintacolumna por parte de los comunistas.
El 6 de diciembre de 1936 tiene lugar un hecho por el que Melchor pasará a la historia de la Guerra Civil. Ese día, y durante horas, luchó solo y armado de su palabra, contra una multitud furiosa que en la cárcel de Alcalá de Henares pretendía tomarse la justicia por su mano tras un bombardeo de los rebeldes que había producido varios muertos y heridos. Gracias a su actuación consiguió salvar a los 1.532 presos allí encerrados entre los cuales estaban importantes personalidades del futuro régimen franquista como Muñoz Grandes, Raimundo Fernández Cuesta, Martín Artajo y Peña Boeuf.
Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. Aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia, hasta el punto que los presos comenzaron a llamarle el “Ángel Rojo”, calificativo que él rechazaba. Creó una oficina de información, el hospital penitenciario y mejoró el rancho de los detenidos. Asimismo, acompañó a cientos de detenidos en los traslados a cárceles de Valencia y Alicante.
Muy pronto tuvo que sortear un sinfín de peligros y arriesgar su propia vida en el empeño. Varias veces estuvo a punto de morir en la contienda, como él mismo contó de su propio puño en algunos de los documentos que se conservan en el archivo del Instituto Social de Ámsterdam. Su enfrentamiento con el Partido Comunista de España (PCE) continuó con José Cazorla al frente de la consejería de Orden Público de la Junta de Defensa. En abril de 1937 denunció la existencia de checas estalinistas bajo sus órdenes directas. Aunque Melchor ya había sido cesado por García Oliver, la polémica entre la CNT y el PCE sirvió a Largo Caballero para liquidar la Junta de Defensa.
Es nombrado entonces concejal de cementerios del ayuntamiento madrileño por la FAI. Desde ese puesto auxilió a las familias de los fallecidos para que pudieran enterrar con dignidad a los muertos y poder visitar sus tumbas, amplió las zonas de sepulturas y resolvió el problema de los enterramientos de los muertos en las embajadas. Ayudó en lo que pudo a escritores y artistas y autorizó que su amigo Serafín Álvarez Quintero pudiera ser enterrado con una cruz en la primavera de 1938. Supo de las intenciones del coronel Segismundo Casado –al que le unía una buena amistad– para dar su golpe y crear el Consejo Nacional de Defensa al que fue invitado, cosa que rechazó.
El 28 de marzo de 1939, comisionado por el coronel Casado y Julián Besteiro, del Consejo Nacional de Defensa, se encarga de entregar la ciudad a los vencedores, convirtiéndose de hecho en el último alcalde de Madrid durante la República. Hizo alocuciones por radio, intentando que en todo momento las cosas trascurrieran pacíficamente. Ese hecho ha sido reconocido recientemente por el Ayuntamiento madrileño, que ha decidido otorgarle una calle por unanimidad de todas las fuerzas políticas.
Un español de otra época en medio de la dictadura de Franco
Finalizada la guerra, el franquismo le sometió a la represión que cayó sobre todos los derrotados. Fue detenido y juzgado en dos ocasiones en consejo de guerra. Absuelto en el primero de ellos y recurrido éste por el fiscal, fue condenado, en un juicio amañado, con testigos falsos, a 20 años y un día, de los que cumplió cinco. Cabe destacar en este segundo consejo de guerra la actuación del general Agustín Muñoz Grandes, al que Melchor había salvado en la guerra, que abogó por él. Pasó varios años de cárcel entre la madrileña Porlier y El Puerto de Santa María, donde cumplió la mayoría de su condena.
Cuando salió en libertad provisional, en 1944, Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de ocupar un puesto en la organización sindical franquista o vivir en un trabajo cómodo ofrecido por personas influyentes a las que salvó, algo que siempre rechazó. Por el contrario, siguió siendo libertario, militando en CNT, lo que le costó entrar varias veces más en la cárcel. En lo material vivía muy austeramente de varias carteras de seguros. Escribió letras de pasodobles y cuplés con el maestro Padilla y otros autores y de vez en cuando publicaba artículos y poemas.
Siguió actuando a favor de los presos políticos, utilizando los amigos que tenía en la dictadura, entre ellos el presidente de la editorial católica Javier Martín Artajo (autor del sobrenombre del “Ángel Rojo”) y el falangista y ministro de trabajo José Antonio Girón.
Cuando se produjo el desencanto en el antifranquismo se opuso a las actividades del cincopuntismo (pacto con los sindicatos verticales de un grupo de anarquistas) en 1965.
Su misma muerte, el 14 de febrero de 1972, fue una muestra de su vida. En el cementerio, ante su féretro se dieron cita cientos de personas entre las que se encontraban personalidades de la dictadura y compañeros anarquistas. Fue el único caso en España en el que una persona fue enterrada con una bandera anarquista rojinegra durante el régimen del general Franco. Se cantó A las barricadas, unos rezaron un padrenuestro y al final, Javier Martín Artajo leyó unos párrafos de un poema de Melchor:
“ANARQUIA significa:
Belleza, amor, poesía,
Igualdad, fraternidad
Sentimiento, libertad
Cultura, arte, armonía
La razón, suprema guía,
La ciencia, excelsa verdad
Vida, nobleza, bondad
Satisfacción, alegría
Todo esto es anarquía
Y anarquía, humanidad”
Melchor Rodríguez, la película
Ejemplo de español de otra época, la figura de Melchor Rodríguez tiene otra perspectiva con el tiempo. Era lógico que su figura me cautivara, era un héroe de los que me gustan, perdedor, con dignidad.
Tras la escritura de una novela biográfica que me llevó más de cuatro años, encaré la realización de una película documental. Para ello utilicé algunas entrevistas que había realizado para el libro –Santiago Carrillo, Gregorio Gallego, Amapola, su hija– y numeroso y nuevo material. El retrato que surge no es quizá tan heroico, tan sublime, pero sí mucho más humano. Entre los defectos de Melchor –su genio, algo de ego, cierta candidez– estuvo también el descuidar a su familia y dedicarse a las ideas, algo que les pasó a muchos.
Quizá ahora me atraiga más incluso su vida y sus hechos, que constituyen una historia que parece de ficción. Por eso me empeñé, y conseguí, llevarla a las pantallas de cine. Porque su vida y su actuación nos dignifican como seres humanos, y su honradez y su coherencia son un ejemplo en la España convulsa y corrupta de hoy. Alguien que, a pesar de sus limitaciones, es todo un paradigma.
[El autor lo es así mismo de la biografía de Melchor Rodríguez titulada El Ángel Rojo: historia del anarquista Melchor Rojo, publicada por Almuzara en 2009, y de la película documental Melchor Rodríguez, El ángel rojo, coproducido por RTVA y Argonauta Producciones.]
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada