Es una de las páginas más lacerantes de la represión franquista en Segovia. La vida del maestro de la República Ángel Costa, 37 años preso entre cárceles y manicomios hasta su muerte en Quitapesares en 1973. 45 años después de su fallecimiento en el psiquiátrico su hijo, hoy octogenario, Jaime Costa, ha publicado su historia en El Maestro y el Cura.
En Segovia, tras el 18 de julio, un centenar de maestros nacionales de la República fueron represaliados. Los más ya no volvieron a ejercer, otros padecieron cárcel, sobre una decena fueron fusilados. A Ángel Costa, maestro de Fuentesoto, le conmutaron la pena de muerte por cadena perpetúa pero ya no volvería a ser libre. “Recorrió casi todas las cárceles del franquismo y casi todos los sanatorios para dementes. Después de la prisión del Cisne lo trasladaron al sanatorio de Ciempozuelos. Posteriormente a Toledo, a la terrible prisión del Puerto de Santa María y en la no menos espantosa de Córdoba”, explica su hijo. Clasificado como paciente de “enajenación mental y pobre”, Ángel recibió la libertad condicional a finales de los 40, por unas horas, pues de modo inminente debía internarse en Quitapesares. “Fue la única vez que le vi en libertad -recuerda Jaime-. Yo era un crío y me dijo: Tienes que ser periodista y contarlo”.
Hijo de José Costa, alcalde que fue de La Granja, Ángel estaba llamado a ser la vanguardia de la renovación pedagógica impulsada por la Institución Libre de Enseñanza. Tras obtener la licenciatura de cinco años, y ya casado con Catalina Arribas, la novena de once hijos y también maestra, fue a parar a Fuentesoto. Ahí empezó a aplicar las nuevas didácticas, basadas en la comprensión antes que la sumisión, en despertar la conciencia antes que en adormecerla. Sus métodos laicos, y el hecho de pisar poco por misa, le granjearon la enemistad del cura, el padre Amancio, a pesar de que ambos mantenían una relación respetuosa aunque distante.
El mapa de la represión
Tras el 18 de julio y a instancias de José María Pemán, un comité local de afines a los golpistas, evaluó a todos los profesores. Había que evitar que la semilla “marxista y masona” se inoculase en mentes inocnentes y torciese con ideas disolventes el genio de la raza, que como no podía ser de otra manera, descansaba en unos correctos cimientos católicos expurgados de toda desviación intelectual. Así que, junto al informe del alcalde y la Guardia Civil, el del cura pesaba en la suerte de aquellos maestros. Alcaldes y guardias avalaron el buen hacer del profesor de Fuentesoto. El cura no. “Contrario en absoluto al Glorioso Movimiento”, “Marxista puro”, “Ateo práctico y teórico”, informó.
Ángel ya no volvería a practicar el magisterio, de modo que fue movilizado y remitido al frente con el grado de subteniente. Hombre rebelde y comprometido con la justicia, el suboficial se negó a cumplir una orden, informar sobre las actividades de un soldado canario sospechoso de espionaje. Fue el fin. El tribunal militar, sacando a relucir nuevamente el informe del cura, le condenó al fusilamiento por “adhesión a la rebelión“, pena conmutada por la perpetua.
Empezó ahí el calvario de las cárceles, con montoneras de presos en las peores condiciones. Un año, y otro año, y otro año. A veces en enormes galerías con los reos abrumados por la sarna y la tisis, otras en celdas de aislamiento de no más de dos metros por uno, 22 horas al día y con dos horas de paseo por el patio. En una de ellas Ángel intentó suicidarse. Automáticamente aquello le valió la declaración de “alienado”.
En aquella época la psiquiatría española estaba bajo las paradigmas fascistas de Antonio Vallejo-Nájera, que entre otras
Empezó ahí el calvario de las cárceles, con montoneras de presos en las peores condiciones. Un año, y otro año, y otro año. A veces en enormes galerías con los reos abrumados por la sarna y la tisis, otras en celdas de aislamiento de no más de dos metros por uno, 22 horas al día y con dos horas de paseo por el patio. En una de ellas Ángel intentó suicidarse. Automáticamente aquello le valió la declaración de “alienado”.
En aquella época la psiquiatría española estaba bajo las paradigmas fascistas de Antonio Vallejo-Nájera, que entre otras
barbaridades, consideraba el marxismo una suerte de degeneración somática de la personalidad. Lobotomías, internamientos estrictos, palos, sesiones de electroshock, completaban el “pack” de la psiquiatría de la época. Ser un “rojo alienado” era una sentencia de muerte social en toda la regla.
Tras otro calvario de manicomios, Ángel fue ingresado en Quitapesares. Allí, de vez en vez y durante una hora, podía recibir la visitas de su mujer e hijos. “Yo le vi 20 o 30 veces. Nunca jamás me dio la impresión de demente, de vencido y derrotado sí. Psiquiatras con los que hablé posteriormente me dijeron que mi padre tenía una personalidad esquizoide, que era muy inteligente”, recuerda Jaime. “Me preguntaba mucho por el cura, qué hacía, donde iba, cómo estaba”. Murió de cáncer de estómago -eso pone el parte- en 1973 en Quitapesares.
La verdad 40 años después
Jaime Costa Arribas quedó cojo a muy corta edad, al cuidado de su madre, que había recuperado la plaza de maestra por una recogida de firmas de los vecinos. Su magro sueldo se completaba con interminables sesiones de bordado. El sueldo no daba para que Jaime estudiase. Pero tenía cabeza, él solito, por libre, aprobó el bachillerato y luego los dos primeros cursos de magisterio. El curso final ya lo realizó en Segovia. De ahí a la docencia en Cuevas de Provanco, Encinillas, Nava de la Asunción. Se licenció en Filosofía y Letras, especialidad románicas. De ahí al María Moliner, instituto en que se jubiló a finales de los 90. Costa fue durante muchos años secretario de la UNED, donde reconoce haber disfrutado más de la docencia.
“Cuando me jubilé empecé a pensar en lo que me dijo mi padre: Cuenta la verdad. En el cura, en todo lo que pasó. Sobre todo en el cura. En 20 años no me dirigió jamás la palabra. Me azuzaba al perro. Me despreciaba. Con la ley de Memoria Histórica mi hermano y yo pudimos ver el expediente del proceso militar. Hace dos años empecé a escribir la novela”.
Así sale el Maestro y el Cura, editada por Ediciones Derviche. Narrada en dos tiempos, uno la peripecia del padre y otra la infancia del hijo, el libro, primorosamente escrito, se centra en la confrontación entre cura y maestro recreando el contexto de aquella Castilla profunda de caciques, pobres y curas. “Yo creo que era un hombre inculto, fanático, como eran tantos curas de la época”, explica Jaime. Una figura “renegrecida”, con fama de abusador y libertino, que ante la figura del maestro laico reacciónó de modo implacable y cruel.
No hay sin embargo un tono de ajuste de cuentas en el libro-novela. De fidelidad a la memoría sí. De homenaje al padre y sus ideales, todo. Sencillamente, un libro estremecedor.
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