Por José Babiano, doctor en Historia Contemporánea y director del Área de Historia, Archivo y Biblioteca de la Fundación 1º de Mayo.
Cuando el autor, Gutmaro Gómez Bravo, y sus compañeros de mesa acabaron sus intervenciones en la presentación de Geografía humana de la represión franquista. Del Golpe a la Guerra de Ocupación (1936-1941)* el pasado 13 de noviembre en Madrid, tomaron a continuación la palabra familiares de víctimas del franquismo de la guerra y la inmediata postguerra. Estos familiares habían cedido a Gómez Bravo cartas, notas y otros documentos que habían conservado ocultos durante décadas y que habían puesto a disposición del historiador durante la investigación que le ha llevado a publicar el libro que ahora comentamos. Fueron las de los familiares palabras breves y emocionadas. Palabras pronunciadas por quienes no están acostumbrados a hablar en público. Agradecieron el trabajo del autor y reivindicaron la memoria de sus familiares asesinados hace alrededor de ochenta años. Sólo por esos instantes de visibilidad de las víctimas del horror franquista y de sus familias, hubiera merecido la pena el esfuerzo empleado por Gómez Bravo en preparar un libro como Geografía humana de la represión franquista. Porque el conocimiento público de la barbarie franquista, el hecho de que las historias de sus víctimas salgan a la luz, forma parte de su reparación.
Pero, obviamente, el valor del libro va mucho más allá de estos aspectos de orden simbólico. Se trata de un ensayo que significa un gran paso adelante en los estudios, ya numerosos, de la represión franquista. Un estudio que combina a lo largo de sus 300 páginas exactas dos planos diferentes. Por un lado, las tragedias de una serie de víctimas concretas que no son sólo combatientes de distinto rango del Ejército Popular, sino también sus familiares, así como una serie de personas denunciadas por comportamientos contrarios al golpe militar. Tragedias como las que afectaron directamente a familias enteras. A veces la represión no tuvo su origen en actos considerados graves delitos por los rebeldes, sino en la circunstancia de formar parte de un colectivo designado como enemigo, como el caso de un sindicato o sociedad obrera. Que la pertenencia a una serie de colectivos resultase en sí misma punible nos remite, obviamente, a prácticas genocidas. En todo caso, en este nivel de análisis Gómez Bravo nos ilustra convincentemente de la intensidad represiva, de los niveles de daño ocasionados. Lo hace a través de esa serie de vestigios conservados por las familias a los que nos hemos referido. También recurre a numerosos expedientes reunidos en los archivos de la represión franquista que fueron agrupándose desde el mismo momento del comienzo de la guerra y que, por su número, alcanzaron volúmenes de gran escala. Y ello, conecta con el segundo nivel de análisis del libro. Un nivel de tipo macro, por así decir, que no da cuenta de la intensidad sino de la extensión de la acción de los dispositivos represivos puestos en marcha.
En efecto, en Geografía humana de la represión franquista se disecciona cada uno de los pasos que dieron lugar a un aparato militar de represión, previsto antes del golpe del 18 de julio, pero que se ajusta a una nueva estrategia tras el fracaso del mismo golpe y de la fallida toma inicial de Madrid. Una estrategia de ocupación del territorio, una vez que el adversario militar es derrotado, lo que implica la ocupación de la población que pasa a ser inmediatamente depurada tras la toma de cada localidad y la caída de cada frente.
El éxito de esta estrategia de ocupación se basa, en gran parte, en la articulación de un servicio de espionaje que pone de manifiesto dos cuestiones esenciales en la construcción del edificio represivo franquista. Por un lado, la incorporación de colaboradores civiles en un servicio de naturaleza militar, bajo cuya disciplina quedan encuadrados. Civiles, como los falangistas o los carlistas, pero también simples vecinos que ven una ocasión para vengarse de lo que creen que son ofensas pasadas o que piensan, desde una posición de privilegio, que ha llegado la hora de restaurar un orden que ya desde 1931 consideraban trastocado. Una vez que tuvo lugar la desmovilización -lo que sucedió bastante después del final de las operaciones militares-, la mayoría de estos civiles se integrarían sin solución de continuidad en la nueva policía. Una policía de origen estrictamente militar que estará operativa a lo largo de toda la dictadura.
En todo caso, la cooptación de civiles para los servicios de inteligencia de los militares sublevados y para el ejercicio de la represión ofrece pistas sobre como la dictadura, ya desde la guerra, coopta sectores sociales que le permitirán una base más amplia en la sociedad.
Por otro lado, la puesta en marcha del servicio de espionaje y, más en general, de los dispositivos represivos, ponen de manifiesto un gran nivel de coordinación territorial. Coordinación que se efectúa, no se olvide, desde el Ejército. Desde este punto de vista, puede decirse que los golpistas lograron en el ejercicio de la represión una escala de tipo industrial, tanto en lo que concierne a sus dimensiones como a la naturaleza moderna de ese ejercicio. No se olvide que un número de prisioneros como el de la España franquista, recién acabada la guerra civil, tardará mucho en ser superado en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.
En suma, Gómez Bravo ha empleado una doble perspectiva a lo largo de su estudio. Una doble perspectiva muy fructífera desde el punto de vista de la ampliación del conocimiento de la represión franquista. Una represión que fue pergeñada antes del golpe militar del 18 de julio de 1936 y perfeccionada a lo largo del conflicto. Una represión de largo alcance, en la medida en que se prolongará durante toda la dictadura. Una represión, al fin, nucleada por el aparato militar del régimen. Por eso es de agradecer que a día de hoy contemos con un libro como esta Geografía humana de la represión franquista.
* Publicado por la Editorial Cátedra. Madrid, 2017.
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