La prisión estaba abarrotada, en los dormitorios, donde se hacinaban 350 personas, había solo un váter que no podía utilizarse durante el día, la mugre recubría todo. Las condiciones sanitarias eran terribles, con un solo urinario en el patio; la suciedad lo invadía todo; los presos estaban llenos de piojos y depauperados; el único plato que recibían los reclusos era matas de coliflor hervidas con agua a la que se echaban tacos de grasa de la que se utilizaba para engrasar los ejes de las carretas; su olor era insoportable y su sabor indescriptible. Cuando se cambiaba el “menú” a la coliflor la sustituían los nabos forrajeros, destinados habitualmente a las bestias. Los reclusos llamaban a esta porquería “caldo nazareno”. Los partes de cocina se falsificaban; aparecían comidas que no existieron; el estraperlo era habitual. Lo más importante era el resultado: los enfermos morían como chinches y la causa fundamental era el hambre. El mantenimiento y el recorte de una dieta muy hipocalórica estaban destinados a conseguir determinados fines.
Todos los días quedaban tendidos en el patio varios muertos de hambre; la deshidratación era pavorosa; en una temperatura de más de cuarenta grados a los reclusos se les privaba de agua; cuando uno logró cazar un pajarillo y se lo comió, los guardianes le dieron una paliza. Ya no se le volvió a ver. En tales circunstancias se produjo una epidemia de tifus exantemático. La mortandad volvió a dispararse. Así, pues, el hundimiento moral, la suciedad, el hambre, la enfermedad y la muerte se convirtieron en los compañeros habituales de una población reclusa desesperada.
La imagen puede extenderse a otras prisiones de la España de Franco cuando Falange soñaba con gloria imperial sin fin. Se han contabilizado 6.000 víctimas en una docena y aun quedan por explorar datos de otras cárceles muy importantes como las de Puerto de Santa María, Málaga, Hellín, Chinchilla, Cuéllar, Segovia, Madrid, Alcalá de Henares, Burgos, Palencia, Amorebieta, Santander, El Dueso, Santoña, Zaragoza, etc.
DOCUMENTO original de Ángel Viñas
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