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HISTORIA GUERRA CIVIL
Una investigación del historiador Miguel Í. Campos desvela la gran red de contrabando a la que recurrieron las autoridades republicanas para lograr suministros bélicos, dominada por las estafas, la corrupción y el espionaje.
23 febrero, 2022 03:20Noticias relacionadas
El teniente coronel Luis Riaño aterrizó en Berlín el 6 de agosto de 1936 como enviado de la Segunda República para comprar material armamentístico a la Alemania nazi. Se reunió con Hans Sturm, representante en España de la Federación del Reich de las Industrias de Aviación, y varios funcionarios, a los que solicitó bombarderos, cazas, armas y bombas. Anunció que su Gobierno podía pagar en oro si así se deseaba. Aunque finalmente el día 18 los alemanes rechazaron "con pesar" la solicitud, Hermann Göring vio en el Tesoro español una jugosa fuente de divisas con la que impulsar su programa de rearme.
Apoyándose en comerciantes y traficantes de confianza, que hicieron de intermediarios entre la República y la Grecia del dictador Ioannis Metaxás, autorizó la venta de armamento, que llegaría a la Península a través de dos vías: directamente en barcos enviados desde Alemania o indirectamente con armas fabricadas en el país heleno con maquinaria, acero y técnicas alemanas. En esta última categoría, entre el 3 de enero de 1937 y el 11 de mayo de 1938, se contabilizaron dieciocho expediciones a Marsella —solo dos alcanzaron puertos españoles— mediante navíos que cambiaban el nombre a mitad de su trayecto y que decían dirigirse a México de ser interceptados. El Kimon, por ejemplo, transportó 220 toneladas de cartuchos de fusil, 120 de ametralladora y 100 de obuses y granadas; mientras que el Warmond, con cinco millones de cartuchos, fue apresado por los sublevados al llegar al Estrecho de Gibraltar.
"Las autoridades franquistas que estaban en Atenas conocían la cuestión de estos suministros perfectamente y lo denunciaron ante Franco, que decidió no hacer nada porque no se puede morder la mano que te da de comer. No fue gran cosa, pero sí es verdad que el dinero republicano acabó financiando el rearme nazi", explica el historiador Miguel Í. Campos. Esta es una de las revelaciones más llamativas de su Armas para la República (Crítica), resultado de pulir y actualizar su tesis doctoral, una rigurosa investigación que vierte luz sobre una de las principales lagunas en la historiografía sobre la Guerra Civil: las dificultades que tuvo el régimen republicano para abastecerse de armamento en los mercados internacionales debido a la política de no intervención y las caóticas consecuencias de acceder al mercado negro.
El doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense acota su análisis al periodo comprendido entre el golpe de Estado del 17-18 de julio de 1936 hasta la llegada a la presidencia del Gobierno de Juan Negrín, el 17 de mayo de 1937, cuando se rebajaron las discordias internas, y divide la política de adquisición en tres fases: una inicial de "absoluto caos", con enviados gubernamentales y de diversas organizaciones izquierdistas haciéndose la competencia entre sí; la segunda trató de conseguir el ansiado armamento en México y Estados Unidos; y una tercera etapa denominada la "tournée por Europa", en la que los republicanos realizaron gestiones en al menos una quincena de países, entre ellos la Alemania nazi —lo más destacable fue la compra de cartuchería de diverso calibre en Bélgica, Suiza, Polonia, Holanda y los Estados bálticos—.
El papel de México
Hace un año Ángel Viñas publicó El gran error de la República (Crítica), una elocuente investigación en la que ponía de manifiesto que la "condición suficiente" más importante que explica el estallido de la Guerra Civil fue la inacción "incomprensible" de ciertas autoridades republicanas a la hora de detener a los conspiradores cuando estaban al tanto de sus movimientos. En la obra de Campos se estudia ahora otro ingrediente de ese catálogo de estrategias ineficientes que condenaron al bando de Azaña y compañía. El historiador distingue tres problemas internos fundamentales: la inexistencia de un plan nacional de compras, el envío masivo y sin control de comisionados y delegados y la multitud de representantes que se aprovecharon de sus puestos, del dinero de que disponían y de las dificultades existentes para enriquecerse; es decir, pura corrupción.
No obstante, destaca el investigador que "la retracción de las democracias amparándose en la farsa de la no intervención y el apoyo decidido y ultrarrápido de Hitler y Mussolini a Franco constituyeron la primera y más importante derrota de una República estrangulada desde el 18 de julio". La Francia de Léon Blum se mostró en un primer momento dispuesta a apoyar el esfuerzo bélico republicano, pero para el 30 de julio el compromiso acordado de manera unilateral fue el de no asistir a Madrid. La presión para este cambio de postura radicó principalmente en las presiones británicas: si el socorro a la República propiciaba un enfrentamiento con Alemania y/o Italia, Reino Unido no defendería al país galo.
El Gobierno republicano tuvo entonces que recurrir a "la mayor red organizada de contrabando armamentístico de la historia europea hasta aquel momento", y negociar con poderosas redes de traficantes que hicieron pasar como armas mucha morralla obsoleta e incluso dieron aviso a los golpistas, con quienes simpatizaban ideológicamente, cuando el material era de mejor calidad. Todos estos argumentos los sustenta Campos en documentación primaria procedente de diversos archivos, entre el que sobresale el personal de Adalberto de Tejada, embajador mexicano en París y cabeza dirigente de un montón de operaciones de compra y envío de armamento a la República.
México, de hecho, fue "el gran pilar republicano" para conseguir armamento a pesar de no disponer de una industria puntera ni de consideración. "El presidente Lázaro Cárdenas dio la orden a sus diplomáticos de defender la causa republicana en todo el mundo", desgrana el historiador. El 2 de septiembre, por ejemplo, se descargaron 20.000 Máuser y veinte millones de cartuchos enviados desde el otro lado del Atlántico. El líder mexicano también autorizó a sus representantes en Europa a adquirir suministros en su nombre y luego mandarlos a Madrid. Una ayuda que tropezó con grandes limitaciones, como los servicios secretos británicos o la propia aceptación por parte de la República de la política de la no intervención, de la que se quejaba Isidro Fabela, delegado en la Sociedad de Naciones, para defender la causa lealista.
Al final de la obra, el investigador incluye un buen puñado de anexos documentales para cuantificar la ayuda armamentística recibida por la República. En el apartado de los aviones, por ejemplo, se recibieron entre 425 y 422 aeronaves, de las cuales 289 fueron enviadas desde la URSS, entre 100 y 117 de Francia y el resto de Reino Unido, Bélgica, Suiza, República Checa y México —sin embargo, en el otoño del 36 la mayoría fueron aparatos de instrucción, ocio y transporte—. En cuanto al bando franquista, en el mismo periodo dispusieron de alrededor de 700 aviones solo por las vías alemana e italiana.
La ayuda soviética
Miguel Í. Campos deja a un lado en su obra el aprovisionamiento soviético, mejor estudiado. "En un primer momento la ayuda de Stalin sí suplió las carencias del resto del mercado europeo", asegura el historiador, aunque matiza que a medida que avanzó la contienda el envío de estas remesas fue cada vez más difícil por los submarinos nazis e italianos que patrullaban el Mediterráneo y los controles fronterizos con Francia. Lo que sí trata es la conducta de las bancas francesa, inglesa y estadounidense, que dificultaron las transferencias de fondos para adquirir armamento.
"De la misma manera que el cierre de los arsenales estatales e industrias privadas de armamento obligó a la República a virar hacia la Unión Soviética, estos desaires bancarios hicieron lo propio en el plano económico: la URSS disponía de una red financiera lo suficientemente opaca que permitía la transferencia de fondos republicanos allá donde hiciera falta sin dejar rastro. Negrín, como titular de Hacienda, se dio cuenta de ello y no tuvo más remedio que enviar el oro a Moscú si quería disponer de divisas para comprar armas. Por tanto, el traslado del oro del Banco de España a Moscú no fue una decisión caprichosa y arbitraria de Negrín ni del Gobierno republicano", resume el investigador.
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