A Jesús Becerra Prieto, de 90 años, le mataron a su padre al inicio
de la Guerra Civil. Aún busca sus restos
A su padre lo mataron el día que él cumplió cinco años. Fue el 24 de septiembre de 1936. Hacía apenas dos meses que había estallado la Guerra Civil. Estaba señalado en el pueblo por socialista. Lo asesinó un primo hermano. Primero le cortó el brazo derecho con un hacha y después lo tiró a un pozo. El que venía detrás de él se tiró directamente al pozo. Eso fue lo que le contaron a su madre tiempo después. Jesús Becerra Prieto, 90 años y una envidiable memoria, aún busca los huesos de su padre. Es vecino de Feria, al sur de Badajoz, unos mil habitantes. Su vida es un libro de historia.
«Estuve 15 días sin probar el pan». Aprieta los puños y aún se le saltan las lágrimas cuando recuerda el tiempo que él, sus cuatros hermanos y su madre aguantaron sin comer nada. «No nos ayudó nadie». El miedo a correr la misma suerte. «Y el odio que se crió en la propia familia», lamenta.
«Yo he oído y he visto cosas que....». Jesús Becerra recibe a El Periódico Extremadura en la residencia de mayores de Feria, que desde hace algo más de un año es su hogar. Lo acompaña su hijo.
«Estuve 15 días sin probar el pan, no nos ayudó nadie, el odio que se crió en la propia familia...»
Su relato es uno más de los miles de casos de desaparecidos de la Guerra Civil y la represión franquista. Sabían que sus familiares estaban muertos, pero no hubo despedida, no hubo entierro, no hubo duelo. El dolor, en casa y a escondidas.
Al lugar donde lo arrojaron se le conoce como el Pozo de Salamanco Chico. Tiene 32 metros de profundidad y se convirtió en una de las dos fosas comunes existentes en esta localidad pacense. En Extremadura hay más de 200 identificadas. «Aquí mataron a 100 hombres y siete mujeres. En un pueblo tan chico...».
«Volvió por su hija»
Su padre se llamaba Francisco Becerra Gómez, pero todo el mundo lo conocía por su apodo, Jiménez. Trabajaba en la construcción de la carretera de Salvatierra de los Barros a Zafra. Cuando empezó la tensión, supo que debía marcharse del pueblo. Huyó a La Siberia. Nunca había militado en ningún partido, pero sí tenía sus ideas, y no se las callaba. «Ya no se podía hablar...».
Pero a Jiménez le llegaron noticias de que a su única hija le habían rapado la cabeza, le habían hecho tragar aceite de ricino (para provocarle diarrea) y la habían paseado por el pueblo.
«Yo he oído y he visto cosas que... aquí mataron a 100 hombres y a siete mujeres, en un pueblo tan chico...»
Volvió a Feria con la idea de esconderse a las afueras hasta que se hiciera de noche. Pero alguien lo vio y dio el chivatazo. «Le vinieron a contar a mi madre que se lo habían llevado, y fuimos a la cárcel con comida metida en una cesta. Al día siguiente volvimos con el desayuno y entonces escuché: ‘Iros que tu padre ya no necesita el café’. Y en seguida empezó a correr la noticia por la plaza: ‘Han matado a Jiménez’».
Recuerda que desde entonces empezó a hablar solo y bajito. «Me decía a mí mismo: ‘Han matado a mi padre, y cómo lo digo, me van a matar a mí también’. Pasamos mucho miedo y mucha necesidad».
«En mi casa no es que hubiera mucho --prosigue su relato--, pero algo sí. Mis padres hacían matanza y vendían la chacina. A los tres días llamaron a mi madre del ayuntamiento para decirle que si cada vez que había matado a un guarro le habían cobrado 25 pesetas por la cabeza, ahora las tenía que pagar por su marido. Por dios bendito...».
«Pero ella fue muy valiente», resalta. Y cuenta que se dedicó al estraperlo con su ayuda. Con seis años lo mandaba a Salvatierra de los Barros en una burra con una vasija de esparto de 20 kilos de harina con estiércol encima. A la salida del pueblo siempre había guardias civiles que lo paraban y él decía que iba a echarle ese estiércol a unos olivos. Su madre, que se llamaba Juana, esperaba media hora y salía a buscarlo, y les lloraba a los civiles preguntando por su hijo, diciendo que se había escapado, que era muy desobediente, y la dejaban pasar. En Salvatierra vendían la harina. Tuvieron la suerte de que nunca los pillaron. «Si te cogían te lo quitaban todo, te daban una paliza y a la cárcel».
Una semana en la escuela
Apenas estuvo una semana en la escuela. Lo poco que sabe de leer y escribir lo aprendió en la mili por necesidad. «Yo compraba el papel, los sobres y los sellos y le pedía a uno que había allí de Almendralejo que le escribiera una carta a mi novia; y él lo que hacía era mandársela a la suya. Y cuando le pedía que le escribiera a mi madre, lo mismo. Cuando me enteré, con un libro que había entonces que se llamaba Manuscrito, empecé a aprender yo solo. En la primera carta le pregunté a mi novia que si me entendía bien, y ella me contestó que si no lo entendía a la primera, pues a la segunda, pero que no lo dejara. Verás, te la voy a enseñar». Se levanta para ir a buscar la foto que guarda en su habitación de la que fue después su mujer, Dolores Becerra. «Pero no éramos familia ni nada, es que en el pueblo hay muchos Becerra». En la imagen, en blanco y negro, tenía 27 años. «Yo me casé con 26 y ella con 28».
Ahora interviene su hijo, Eugenio Becerra: «Mi madre sí sabía leer y escribir muy bien, y le gustaba mucho. Fíjate, de la misma época y qué vidas tan distintas. Con su familia nunca se metieron».
Se enteraron de cómo habían matado a Jiménez tiempo después gracias a un testigo que se subió en una encina cerca del pozo. Allí se escondió y desde allí lo vio todo. Al primo hermano de su padre lo hicieron guardia rural.
«Me decía a mí mismo: ‘Han matado a mi padre, y cómo lo digo, me van a matar a mí también’»
Al llegar la Transición, les ofrecieron una compensación por parte del Gobierno y la posibilidad de una pequeña paga, pero no la aceptaron porque no estaban de acuerdo con lo que ponía en el papel, a pesar de que la situación económica no era especialmente buena en la familia. «¿Por qué voy a firmar yo que mi padre se murió? Yo firmo que lo han matado».
La memoria
En la fosa común han aparecido 13 cráneos y restos de 18 personas. Ninguno es de Jiménez. «Sacaron dos camiones de escombros que había encima. Así se han llevado 85 años», se lamenta Eugenio.
Y reflexiona sobre qué significa para ellos la memoria histórica: «No entiendo por qué dicen que buscamos abrir heridas, es todo lo contrario, queremos cerrar un dolor de 85 años. Aunque quisiéramos, ya no podemos ir contra las personas que lo hicieron porque están todos muertos. Si lo trasladamos a la situación actual, podemos entenderlo. Cuando una persona desaparece y ya se sabe lo que hay, lo que necesita la familia es dar con el cuerpo y enterrarlo; es lo que queda». Detrás de esos huesos hay un profundo relato. «Esto se tenía que haber hecho mucho antes porque muchos familiares directos ya no están», añade.
De hecho, su padre es ya el único superviviente que queda en Feria de los que vivió en primera persona lo que ocurrió en el pozo. Su padre es ahora el último testigo.
El contexto: En Extremadura hay 207 fosas comunes localizadas
Los testimonios recogidos por los historiadores cifran en torno a veinte las personas que habrían sido arrojadas al Pozo de Salamanco Chico, cercano a la localidad de Feria, entre agosto y septiembre de 1936, justo al inicio de la Guerra Civil.
Fueron los familiares quienes insistieron para que arrancaran las actuaciones esta fosa común de 32 metros de profundidad. La intervención arqueológica y exhumación arrancó en 2012 con cámaras submarinas, que detectaron los primeros vestigios que permitieron certificar la existencia de restos humanos.
Esos trabajos se hicieron bajo la supervisión del Proyecto para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (Premhex). Hasta la fechan han aparecido 13 cráneos y restos de 18 personas, pero solo hay seis familias que han podido dar el ADN.
La Junta ha presentado recientemente el mapa de fosas comunes de la Guerra Civil y la dictadura: 207 se reparten por la región. Desde 2003 se han realizado unas 500 exhumaciones. Habría que recordar que en la comunidad las primeras fosas se abrieron en 1978, pero el proceso se frenó.
La provincia de Badajoz fue, después de Sevilla, la más afectada por la represión franquista.
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