El suburbano madrileño sirvió como refugio de ataques aéreos en la Guerra Civil del mismo modo que el de Kiev (Ucrania) ha protegido a sus ciudadanos de los ataques de Rusia. Una recreación en la antigua estación de Chamberí (Madrid) muestra cómo se vive bajo tierra y conciencia a los asistentes sobre los 100 millones de refugiados y desplazados forzosos que existen en el mundo
El metro de Madrid acogió concursos de chotis durante la Guerra Civil como hoy el de Kiev (Ucrania), en un conflicto que dura ya cuatro meses, celebra conciertos de artistas locales como Verka Serduchka, un popular cantante que representó a su país en 2007 en Eurovisión. El suburbano madrileño sirvió desde julio de 1936 como refugio de las bombas y el fuego de artillería. Se convirtió a los pocos días en la vivienda permanente de madrileños que habían perdido su casa y que buscaban cobijo y seguridad. A pesar de la miseria, hubo momentos para recrear cómo era la vida fuera antes de la guerra, para bailar y cantar. Igual que en Ucrania, donde todavía se resguardan miles de ciudadanos. Donde comen, se asean y duermen. Donde ven películas en pantallas instaladas por el metro de Kiev. Donde corean canciones que se saben de memoria… Una recreación en la desaparecida estación de Chamberí (Madrid) muestra hoy, Día Mundial del Refugiado, y mañana martes, cómo el metro se convierte en refugio de guerra. Una exposición de Acnur para que los asistentes se pongan en el lugar de los que, antes y ahora, se alojaron en él.
El metro sigue ejerciendo de refugio en Kiev a pesar de que el servicio que presta ya se parece más al de los días previos a la guerra. Andriy Shyrochenkov, profesor de español residente en la capital de Ucrania, cuenta que desde mediados de mayo se necesita un billete para acceder, aunque existe un teléfono a disposición de los ciudadanos para que llamen si quieren resguardarse durante la noche sin ningún coste. “Poca gente en Kiev lo utiliza ahora para protegerse. Es en Járkov [al este] donde la situación del metro es como era en la capital en marzo”, afirma este voluntario del Comité español de Acnur, que traduce documentos del español al ucraniano para refugiados asentados en España. Shyrochenkov, de 40 años, perfeccionó el idioma en Valencia, donde vivió durante siete meses.
Sus alumnos han cambiado. Antes daba clases a muchas chicas que tenían un interés personal en el español, “como un idioma de pasión, de emociones, ligado a la cultura”. Las mismas chicas que estudiaban también inglés, pero con fines profesionales. Hoy, sus estudiantes son refugiados ucranianos que viven en España y cuyos fines atienden a la supervivencia. Shyrochenkov, graduado en Empresariales, recuerda bajar a sótanos y aparcamientos para refugiarse, pero señala el metro de Kiev como un lugar más seguro. “En algunas estaciones hay dos salidas; si algo le pasa a una de ellas, se puede escapar por la otra. En un sótano eso no es así”, explica.
Una de las estaciones más céntricas, la de Maidan Nezalezhnosti, está cerrada al público. Los trenes circulan por ella pero no se puede acceder por sus bocas. A menos que se celebre un concierto, en un intento por devolver la alegría a los ucranianos: “Se empiezan a hacer bromas. La gente dice que cuando termine la guerra las salas de conciertos no serán necesarias, bastará con las estaciones de metro”, cuenta Shyrochenkov, oriundo de Cherkasy, a 180 kilómetros de Kiev. Su familia huyó a Polonia en abril y regresaron al mes, cuando la situación mejoró.
Una falsa normalidad sin certezas
Tres líneas tiene el metro de Kiev, tantas como el de Madrid en 1936. Fue justo en ese año cuando se inauguró la línea 3, que circulaba entre Sol y Embajadores. Luis María González, responsable de Andén Cero, una plataforma de Metro de Madrid que gestiona la antigua estación de Chamberí, recuerda el testimonio de una superviviente que se refugió en el metro. Se llamaba Paulina Flores y nació en 1900 en Hervás (Cáceres). Vivía cerca del puente de Vallecas, dentro de la M-30. En cuanto sonaban las sirenas, Flores salía corriendo de casa con sus cuatro hijos. Cogían mantas y se refugiaban en la estación de Pacífico (línea 1): “No sabían cuándo iban a regresar. Flores contaba que a su hermana le explotó un obús muy cerca y se quedó sorda”, rememora González, que lleva 39 años trabajando en Metro.
Este madrileño de 62 años cuenta que las brigadas pioneras, formadas por hombres y mujeres voluntarios, bajaban al metro y ofrecían a las madres que sus hijos fueran evacuados. Se les brindaba una mejor vida en Murcia o en el Levante o en Cataluña. Les intentaban convencer de que en otros lugares no les iba a faltar de nada. En ocasiones, también se les ofrecía una familia de acogida en la Unión Soviética. “Hay quien aceptaba y quien lo rechazaba. Había mujeres que se aferraban a sus hijos porque habían perdido a alguno como consecuencia de la guerra”, afirma González.
Las alarmas siguen sonando en Kiev. Shyrochenkov cuenta que la población no siempre hace caso de esas señales de alerta. Los voluntarios siguen llevando comida a las pocas personas que se refugian en el metro. “A veces sales a la calle y parece que no pasa nada. La gente está paseando, los niños juegan en los parques, los restaurantes están llenos, hace sol”, explica el profesor. Desde los primeros días de la guerra, a mediados de febrero, los ciudadanos que se resguardaron en el metro disponían de alimentos, agua, aseos, cargadores para sus teléfonos. Faltaba calefacción; hoy faltan certezas: “Hemos vuelto a la rutina, al trabajo, a la normalidad dentro de lo que cabe a pesar de que siguen volando cohetes y misiles. Pero no pasamos un día sin pensar en lo que todavía está ocurriendo”, explica. El muro de Facebook de Shyrochenkov solo muestra noticias de la guerra. Puede que ya vivan de otra manera, pero las redes sociales reflejan lo que quieren contar, lo que no quieren que se olvide.
Ponte en su lugar. Ni tan lejos, ni hace tanto
El Comité español de Acnur ha convertido la antigua estación de Chamberí (Madrid) en un refugio de guerra. Las visitas, que durarán 30 minutos y estarán disponibles para el público general mañana martes 21 de junio, se dividen en tres fases:
1. Contexto. Los asistentes recibirán información sobre los refugiados a escala mundial. Existen en el mundo 100 millones de refugiados y desplazados forzosos, récord histórico hasta la fecha. Habrá carteles iluminados y la luz de los pasillos estará apagada para darle más teatralidad
2. Inmersión. Una sirena de ataque aéreo comenzará a sonar, momento en el que los asistentes se adentrarán en la estación. Se oirá el bullicio de la gente, niños llorando, el traqueteo de las maletas. Se conocerán en el camino cinco historias reales en España contadas a través de sendas siluetas de personas. Se descenderá al andén, donde habrá atrezo de enseres, colchones, mochilas… Se proyectarán vídeos y fotos.
3. Esperanza. De vuelta arriba, por las escaleras sonará una música esperanzadora y, en el dorso de las siluetas antes vistas, aparecerá el final de la historia de estos refugiados. Un pianista tocará rodeado de cien velas, una por cada millón de refugiados, en la zona de las taquillas.
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