La llamada 'Mina de Negrín', uno de los escondrijos del patrimonio artístico y económico de la República en los estertores de la Guerra Civil, va saliendo poco a poco del abandono. Ubicada en La Vajol, un pequeño pueblo de montaña en la frontera catalana con Francia –la misma que atravesaron 500.000 españoles a principios de 1939 huyendo de las tropas franquistas–, había permanecido cerrada y en estado de dejadez durante décadas. Pero su progresiva rehabilitación en los últimos años, con una modesta museización, la ha rescatado del olvido y ha permitido su apertura al público.
El Memorial Democràtic de la Generalitat aprobó el mes pasado el nuevo régimen de visitas de la mina dentro del circuito del Museo Memorial del Exilio (MUME), en la Jonquera. Un avance que coincide además con la publicación de El tresor de la Vajol (Editorial Gavarres), un libro del periodista Xavier Febrés que recopila lo que se conocía hasta ahora de la evacuación del patrimonio republicano en la zona y aporta algunos hallazgos más, como por ejemplo los juicios en Francia contra oficiales del ejército en retirada acusados de contrabando.
Con el nombre de Mina Canta, por el apellido de sus históricos propietarios, esta galería de extracción de talco fue el enclave escogido en 1937 por el entonces ministro de Hacienda, Juan Negrín, para convertirlo en depósito secreto del patrimonio nacional. Con sigilo y rapidez, el Cuerpo de Carabineros, a las órdenes del hijo de Negrín –el teniente Juan Negrín Mijailovich–, habilitó en el interior de la mina una cámara acorazada. Y levantó sobre ella un edificio de dos plantas, camuflado con lonas entre el espeso bosque de alcornoques, en el que había oficinas, habitaciones y almacenes de descarga.
Actualmente, con la apertura del recinto, el público puede acceder –de momento, con cita previa o un sábado al mes– a las dependencias superiores, donde se llegó a instalar durante la retirada el ministro Francisco Méndez Aspe para supervisar la salvaguarda del tesoro allí almacenado. Donde todavía no se puede entrar es en la gruta que conduce a la vieja cámara acorazada. Tan solo han acondicionado los primeros 20 metros. “Estamos pendientes de un estudio por parte de un ingeniero de minas para evaluar si es viable rehabilitar el resto del túnel”, señala el alcalde de la Vajol, Joaquim Morillo.
Después de que en 2010 el antiguo propietario de la mina, Miquel Giralt, cediera la titularidad del terreno al Ayuntamiento con el objetivo de que albergara un memorial, ha sido este alcalde uno de los que más ha empujado para lograrlo. Fue él quien abrió las puertas del edificio a elDiario.es en 2020 para denunciar el estado de deterioro en que se encontraba. Desde entonces, ha recurrido a subvenciones de la Diputación de Girona, año tras año, para ir acometiendo las obras necesarias en el recinto, un gasto de aproximadamente 140.000 euros.
Leyendas y certezas del tesoro de la Vajol
La mina de la Vajol fue uno de los tres depósitos más destacados de almacenamiento de obras de arte antes de su evacuación a Francia, una auténtica odisea dirigida por el pintor Timoteo Pérez Rubio, al frente de la Junta Central del Tesoro Artístico Nacional. Los otros dos espacios en la comarca del Empordà, ambos con mayor capacidad que la mina, fueron el Castillo de Perelada y el de Sant Ferran, en Figueres.
Por estos tres recintos pasaron casi 2.000 obras del Prado –entre pinturas, esculturas y tapices–, pero también las joyas, metales preciosos y obras de arte de la Caja General de Reparaciones de Daños y Perjuicios de la Guerra, los bienes que el Gobierno incautó a aquellos que apoyaron el alzamiento militar de Franco. Su finalidad era restaurar la economía tras la guerra, pero finalmente se destinaron al exilio.
Qué obras pasaron por cada depósito es todavía una incógnita, puesto que no se dejó constancia documental de su reparto. En el castillo Sant Ferran de Figueres, las tropas franquistas recuperaron parte del tesoro de la Caja de Reparaciones entre los escombros. “No era posible pasar de un lado a otro de aquellas estancias sin pisar diademas, brazaletes, adornos, mientras saltan chispas brillantes, perlas y todo tipo de pedrería desprendida de su montura. Parece un sueño de hadas o una fantasía literaria, pero es una alucinante realidad”, escribió un periodista de ABC el 2 de marzo de 1939.
Pese al caos de la retirada, y en medio de los bombardeos, lograron cruzar a Francia 71 camiones llenos de obras de arte del Prado durante los primeros días de febrero de 1939. Una veintena de ellos salieron de la Vajol. Los vio pasar desde su residencia el mismísimo presidente de la República, Manuel Azaña, que nunca ocultó su angustia por la integridad de ese tesoro. Alojado en la cercana Masía de Can Barris, desde donde saldría andando hacia Francia el 5 de febrero, contaba los vehículos. “Cada uno que contaba era como si me quitaran de encima otro tanto peso”, dejó escrito en sus cartas a Ángel Ossorio.
En una misiva posterior, Azaña le desveló a Ossorio que fue Negrín quien le contó que se estaba “trabajando con gran sigilo” para acondicionar la Mina Canta. “Resultó ser la de la Vajol”, decía. “No me enteré de ello hasta que residí en Perelada: debajo de nuestro comedor se encontraban los Velázquez. En un edificio anexo, otro gran depósito. Cada vez que bombardeaban por los alrededores me desesperaba”, recordaba.
Con todo, Miquel Aguirre, director del MUME, se decanta por aventurar que la mina probablemente albergó más bienes de la Caja de Reparaciones que patrimonio artístico. “Por las condiciones del espacio, por la complejidad de los traslados y por la humedad, es más probable que fuese un depósito financiero”, argumenta.
El trabajo de los historiadores ha contribuido también a desmontar algunas leyendas locales sobre supuestos lingotes de las reservas del Banco de España enterrados por la zona. La Vajol nunca llegó a contener ese oro, evacuado mucho antes por otras vías. Y tampoco era cierta la historia de un supuesto último camión extraviado con parte del tesoro. Esto último se acabó de desmentir cuando aparecieron los dietarios de Alexandre Blasi, el carabinero que condujo ese vehículo. Acorralado por las bombas, optó por subir hasta la Vajol y cruzar andando por la montaña, con los cuadros a cuestas.
“Es natural y previsible que en el contexto de una evacuación masiva se produjeran fugas de objetos, pero otra cosa es que se haya podido demostrar. En medio del caos resulta verosímil que alguien cogiera un puñado de diamantes, pero sin pruebas no deja de ser una conjetura”, sostiene Xavier Febrés.
El puzle de la Caja de Reparaciones
En su libro, Febrés aporta algunas novedades sobre el periplo de la Caja de Reparaciones, que evacuó esos días 2.052 cajas y sacos con oro, plata y otros objetos de valor. Este periodista, que fue corresponsal en Barcelona de L’Independant, el periódico con sede en Perpiñán, publicó por primera vez la historia de la mina de Negrín en 1979. La incluyó en un libro publicado en Francia,Vous avez la mémoire courte: 1939, 500.000 républicains venus du Sud, indésirables en Roussillon, sobre las rutas del exilio.
Desde entonces, ha continuado indagando en la retirada. Sobre los camiones que transportaron a Francia parte de la Caja de Reparaciones, valorada entre 10 y 40 millones de dólares, ha podido acreditar que la comitiva pasó por la localidad costera francesa de Portvendres. Como intermediario de ese traslado jugó un papel clave el entonces alcalde del pueblo fronterizo del Pertús, Joseph Casademont, que era a su vez propietario de una empresa de transportes y agente de aduanas. “La mayor parte fue conducida luego a dependencias gestionadas por la embajada española en París”, relata. Más tarde, se embarcó hacia México.
Pero otro de los hallazgos más llamativos de Febrés ayudan a comprender el saqueo por parte de algunos oficiales republicanos. La prensa francesa informó el 6 de febrero de un camión interceptado por los aduaneros en el que encontraron lingotes de oro y de plata escondidos en el suelo. Pero el caso más destacado fue el juicio a 76 oficiales acusados de contrabando de 48,3 kilos de joyas y metales preciosos. Los acusados, consigna Febrés, eran integrantes de la 44 y la 45 división del Ejército del Ebro, comandada por Enrique Líster.
Su abogado defendió que cumplían órdenes de trasladar esos bienes al consulado español en Perpiñán. Finalmente fueron condenados a penas de entre un año y medio y dos de cárcel, así como a pagar distintas multas. Cinco fueron exculpados.
Febrés celebra la apertura de la mina de la que él informó hace más de 40 años, pero se muestra crítico con los lentos avances de su rehabilitación. Considera que la Generalitat debería tomársela más en serio y garantizar que el público pueda visitarla con más asiduidad y con acceso a la cámara acorazada.
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