MIÉRCOLES, 24 DE OCTUBRE DE 2012
Crónica Popular
La denuncia de este “holocausto a la española”, como lo denominaría el historiador Paul Preston, no ha hecho más que empezar. A la redacción de Crónica Popular han llegado uno tras otro 60 comentarios sobre este fenómeno, propio del fascismo de la postguerra, firmados por hombres y mujeres que vivieron la experiencia en edades comprendidas entre los 4 y los 13 años.
De estos testimonios damos cuenta a continuación en un resumen que, como en el caso de los niños robados, merece una investigación profunda que señale a los culpables: mujeres de la Sección Femenina de la Falange, médicos, monjas, enfermeras, padres cómplices y un largo etcétera de personas fieles a la dictadura que hicieron caso omiso de las necesidades y derechos de los niños.
El miedo, la vergüenza, la humillación, el lavado de cerebro con el jabón del catolicismo colaboracionista con el fascismo y del falangismo, la anulación de personalidad a la que fueron sometidas aquellas niñas, principalmente hijas de republicanos y de no adictos al régimen, sellaron sus bocas con el lacre de un castigo fundamentalista que les negó su sentimiento de inocencia. Hoy, aquellas a las que se les negó su niñez escriben su diario. A la vanguardia de esta triste biblia que no repararon ni los pactos de la Moncloa ni la teórica democracia española, tres mujeres: Blanca Romero, Alicia García Romera y Chus Gil.
En su comentario internauta, Margarita Sánchez da las gracias a estas tres mujeres “por su valentía”. “Todos estos horrores”, manifiesta, “no pueden quedar impunes. Hay que luchar porque se haga justicia. Contad con mi apoyo”, señala. Alicia García Romera responde en nombre de las niñas que fueron víctimas del Preventorio Doctor Murillo de Guadarrama. Exige justicia y un reconocimiento público de los hechos.
A la defensa de Alfredo Garay del citado preventorio (Garay las acusa de ser fabuladoras, rencorosas, revanchistas y fantasiosas, y defiende la versión positiva de amigas suyas sobre el centro), las tres mujeres dan como respuesta la realidad del trato de favor que recibieron las hijas de falangistas. En su texto, Garay recuerda “los abusos, incendios y saqueos cometidos con la tolerancia del Frente Popular”.
Irene Lapeña Peixoto responde: “Todo, absolutamente todo es verdad como bien señalan estas mujeres. Hay momentos en los que crees que tal infierno solo lo has podido soñar, y sí, es una pesadilla pero muy real”. Irene deja claro en su comentario que no quiere revanchismo sino justicia, “que la gente sepa lo que allí ocurrió, que los que tal horror nos hicieron vivir paguen de la única forma posible en este momento reconociendo su crimen públicamente”, señala.
Nuria Torres Carrasco tuvo suerte. Cuenta que “afortunadamente” sólo pasó 15 días en el preventorio de Guadarrama “gracias a que mi padre en la primera visita que me hizo creyó todo lo que pude contarle y al día siguiente volvió y me sacó de ahí”. Sara Guardado García relata cómo se siente perseguida desde niña por la palabra “preventorio” y recuerda con dolor a un médico joven, Antonio, que la atendió por una hepatitis, a una cocinera de “aspecto muy raro”, a una ayudante de cocinera “que se dedicaba a matar ratas en la cocina” y a una cuidadora que “cuando te veía un piojo que habías cogido allí te pegaba con el puño cerrado en la cabeza”. Por su parte, Nuria no ha olvidado el frío en los inviernos cuando salía al patio, las duchas del sábado: “Todas desnudas en fila, la gente que me conoce no entiende por qué soy tan pudorosa, yo sí, es un recuerdo de aquellos años”.
Clara del Moral, como otras, tenía puesto en el olvido lo que allí vivió, pero hoy recuerda que, aún sin haber sido maltratada personalmente “es exactamente como lo contáis”. Clara ingresó en el preventorio por motivos de salud para un tratamiento recomendado por el médico y por el colegio. “Nunca supe qué tratamiento me pusieron, de hecho, mis problemas de salud los he seguido teniendo toda mi vida”, manifiesta.
Comer los propios vómitos
Tan exactamente se ajusta aquella realidad a la versión de las vanguardistas para Celia que, sintiéndose apoyada, relata cómo, en un solo trimestre de estancia entre 1964 y 1965, lo que sufrió y lo que vio sufrir “en aquel terrible lugar”. “He visto con mis propios ojos”, dice, “dar de comer a una niña compañera de mesa sus propios vómitos. Nos escondíamos el pan en los bolsillos para saciar el hambre e imagino que la ansiedad producida por nuestra sensación de estar presas. Los padres solo podían visitarnos una vez al mes y aún así con vigilancia para ver lo que decíamos. Era un cuartel: las duchas con agua fría todas en fila sin ninguna intimidad ni el trato que se merece cualquier persona”. Por su parte, Lina fue una de esas niñas que tuvieron que volver a comerse su vómito: “Devolví las judías blancas porque llevaban ajos y a mí el ajo no me gustaba”.
El miedo y la humillación en el lavado de cerebros con el jabón del catolicismo fascista
Como añadido, una riada de comentarios de solidaridad por parte de personas que no sufrieron en su propia carne las vejaciones practicadas en un preventorio. “Niños a los que”, en palabras de Raúl López, “se les robó la dignidad, la infancia y la inocencia. Los derechos de un niño son intocables”. “Hay que destapar a los culpables e ir a por ellos”, reclama José. “Este país, a día de hoy, sigue ocultando muchas historias negras que tienen que ser destapadas, aún pasados 34 años de democracia. Ánimo a todas a seguir luchando”. Miguel Ángel, que apenas si recordaba lo que le sucedió en Guadarrama, se echó a llorar cuando vio recientemente por televisión un reportaje sobre el preventorio al que los varones tuvieron acceso a partir de principios de los años 70.
En el verano de 1970, Marga Arana fue inquilina de Guadarrama con 7 años. Acaba de recordar, según relata, “aquellos horrores que vi tan solo en 15 días, pues mis padres en la segunda visita me sacaron de allí sin pensárselo a pesar de las pegas que les pusieron”. Marga salió de aquel centro de recogimiento con hepatitis y pasó seis meses en cama. Isabel Marcos pasó por allí en 1965. Hoy, con 54 años, manifiesta indignada: “Esa era la beneficencia franquista para los niños pobres. Colonias infantiles con un régimen de terror en el más puro estilo fascista, en las que se nos racionaba el agua en plena sierra madrileña… Eso sí”, añade, “rezábamos el rosario todas las tardes en un ambiente tétrico. Yo lloraba todos los días”.
El centro de Guadarrama no era único. En un lugar llamado La Bartola, en Castellón, María Paz Martín, con 8 años recién cumplidos, fue a pasar las vacaciones con sus primas junto al mar. Su ilusión y la de sus padres se toparon con la realidad. María Paz cuenta que detrás de la organización estaba la Sección Femenina (Falange Española). “Aquello fue una experiencia que por mucho que ahora contemos nadie sabe lo que unas niñas pueden sufrir, al margen de lo físico que ya es”. Ella y sus primas pasaron miedo, mucho miedo por historias que les contaban sus cuidadoras. “Solo querías llorar, pero si llorabas era aún más terrible. Yo padezco una neurosis desde mi adolescencia que me ha impedido hacer una vida normal, gastándome lo que no tenía en psicólogos y psiquiatras, años y años padeciendo jaquecas terribles, con mucha medicación que me mantenía atontada. Nunca nadie se paró a pensar en aquella experiencia que viví con 8 años”. Según su relato, en aquel lugar las niñas mayores hacían de espías y contaban a las cuidadoras lo que hacían las demás. Diversos relatos afirman que “las mayores se ganaban la confianza de las cuidadoras y tenían privilegios”.
En un apunte final pero no interminable, regresemos al Doctor Murillo de Guadarrama. María Jesús Sagrado, que estuvo allí en 1965, pensó durante toda su estancia que cuando fuese mayor iría al preventorio y se liaría a tortas con la cuidadora Moyano y la señorita Enriqueta. Cuenta María Jesús cómo ambas se paseaban por la habitación gritando sobre sus cosas “desahogándose y a la vez pegando a las niñas mientras recorrían la sala”. “Un día”, comenta, “me levantaron de la cama y me dieron un puñetazo en la nuca con tal fuerza que vi literalmente lucecitas y estrellas. Vi dar de comer vómito a diario, largas colas esperando vacunas. Vi el bañarte ellas y tú y el resto todas desnuditas. Horrible”.
Allí, en el triste centro de Guadarrama, Pilar Pérez padeció de unos granos en las piernas que le supuraban. Cada vez que se rascaba era abofeteada. Estuvo durante dos meses con las manos vendadas unidas por una tira a modo de esposas que solo le quitaban para comer y cuando venían sus padres de visita. Julia, por su parte, no podía ver a su hermana cuando ésta enfermaba y era trasladada a la enfermería. Araceli, con 9 años, pasó, según sus palabras, por “un campo de concentración”: “Nos tenían escuchando misa a las 7 de la mañana en ayunas”, recuerda. “A continuación, las clases interminables donde las cuidadoras por cualquier cosa que no les gustase te pegaban. El momento del comedor era el peor: comida horrible, si vomitabas te obligaban a comerte lo vomitado. A mis padres les engañaron haciéndoles creer que íbamos a pasar unas vacaciones”.
Una larga lista de comentarios. No tiene fin. Medicamentos enviados por los padres que no les eran administrados a las niñas… Alimentos y golosinas que corrían la misma suerte… Censura de la correspondencia… Miedo en los dormitorios… Pavor a contárselo a los padres… Sentimientos de abandono… Sentimientos de culpa por el rechazo que sentían hacia los padres… Vivencias de liberación frustradas…
Todo un debate entre los comentaristas de nuestras páginas que todavía se puede visitar en Crónica Popular. ¿Tendrá perdón el haber obligado a una niña de 7 años a pasearse sin bragas por el patio con las faldas levantadas delante de todas las residentes por haberse hecho pis en la cama? A esas niñas les estaba prohibido salir de la habitación al baño.
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