Josefa Celda recupera el cuerpo de su padre -represaliado en 1940 por el régimen franquista y enterrado en una fosa común en Paterna (Valencia)- que en breve recibirá sepultura junto a su mujer en su natal Massamagrell. Gracias a la lucha de Josefa, otras dos familias han recuperado a sus víctimas.
"Mi tía me lo dijo. Está enterrado encima de todos y junto a su cabeza hay una botella con un papel con su nombre". Esa confidencia, unida al deseo transmitido por su padre de que nunca se avergonzara de él, ni olvidara que nunca cometió delito alguno, siempre mantuvo vivo en Josefa Celda el deseo de recuperar el cuerpo de su padre, José Celda Beneyto, un agricultor de Massamagrell que, en septiembre de 1940, meses después de acabada la Guerra Civil, fue fusilado junto a otros 38 vecinos de su pueblo y, como otros doce, enterrado con mayor cuidado en una fosa común junto al cementerio de Paterna.
Ahora, más de siete décadas después y trascasi un lustro de lucha desde que la Ley de Memoria Histórica abriera las puertas a su recuperación, por fin Josefa Celda cumplirá el deseo de dar descanso a los restos de su padre junto a los de su madre en el cementerio de Massamagrell. El suyo ha sido el último expediente de los tramitados por el Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de la Comunidad Valenciana desde que se aprobó la ley, pero pese a su satisfactorio final, su recorrido no ha sido para nada sencillo.
Paralizada más de tres años por los trámites burocráticos que marca la legislación de 2007, los obstáculos de la Generalitat valenciana, y –según el portavoz del Grupo, Matías Alonso– por la información "equívoca" proporcionada a los familiares de otras víctimas enterradas en la misma fosa, la exhumación no empezó hasta octubre del pasado año.
"Las familias son las dueñas de la memoria de sus víctimas, pueden querer recuperar sus cuerpos o dejarlos donde están, y para muchas la fosa en el cementerio de Paterna es un lugar sagrado. Lo que sucedió es que a muchas se les comentó que se iban a sacar a los 200 enterrados en la fosa que estaba José, pero eso nunca fue cierto", recuerda Alonso, que señala que en la operación efectuada para recuperar estos restos, el resto de la fosa no se ha tocado.
"Si hubiera que haber movido a los demás, yo nunca lo habría consentido, pero no era necesario porque mi padre estaba arriba", justifica aún hoy Josefa su reclamación. El tiempo y la exhumación, acabarían demostrando que, a pesar del paso de los años, el relato de su tía era cierto.
El enterrador héroe
Finalmente, con cuatro familias más de fusilados unidas a la petición de Josefa, las labores de exhumación comenzaron, aunque la tensión inicial aún se prolongó, pues el primer cuerpo no apareció hasta superados los dos metros y medio de excavación. Sin embargo, el relato de la tía de Josefa era cierto: el primer cuerpo que salió a la luz tenía a su lado una botella, así como los de los otros once enterrados con identificación.
"Los cadáveres estaban colocados con exquisito gusto", señala Matías Alonso, que reivindica la figura de Leoncio Badía, el enterrador de Paterna, "al que, pese a ser de los vencidos, se le perdonó la vida para que siguiera enterrando a los suyos durante años, y que de nuevo se la jugó para enterrar en ataúdes a estas víctimas y con sus respectivas identificaciones", según el relato construido a través de los testimonios cosechados en los últimos años.
Sin embargo, este cuidado no fue del todo bueno para la posterior identificación, pues al ceder la madera de los féretros, el impacto de sucesivos golpes de tierra deterioró algunos de los cuerpos, imposibilitando en algunos casos encontrar trazas de ADN con la tecnología actual. En cambio, sí se produjo una identificación plena en tres, los de Ramón Gandia Belda, Francisco Fenollosa Soriano y José Celda Beneyto.
Del mismo modo, también se ha obtenido una cadena de ADN del cuerpo enterrado junto a la botella que le identifica como Manuel Gimeno Ballester, aunque todavía no se ha presentado ningún familiar vivo para cotejar la información genética; y en otros dos casos, también sin reclamar por ningún familiar.
Un mandato moral
"Hacer esto, recuperar los restos de mi tío y que descansaran junto a los de mi tía, era un mandato moral que ella me hizo", señala Agustí Pina, sobrino de Ramón Gandía, mostrando el papel que contenía la botella enterrada junto al cuerpo de su tío. El caso de José Bosch, nieto de Francisco Fenollosa, es idéntico. Desde los seis años visitó el cementerio de Paterna junto a su abuela, que tenía el deseo de que los restos de su marido reposaran junto a los suyos.
"Esperamos que todos los españoles que estén en esta situación puedan, como nosotros, recuperar a sus familiares", señala Bosch, consciente de que la posibilidad de que sea así, por absurdo que pueda parecer, ha vuelto a dificultarse. "Esto no es una reparación por lo que pasó, sino un acto de justicia poética", señala Agustí Pina, que recuerda que sus familiares "fueron asesinados terminada la guerra, por lo que fue un acto de represalia por motivos ideológicos, pues muchos ni participaron en la contienda, y eso sí debería ser reparado por el Estado".
El próximo 12 de abril, los cuerpos de los tres fusilados identificados y reclamados, serán entregados a sus familiares, al tiempo que se dará un pequeño margen para ver si aparece algún familiar de Manuel Gimeno Ballester o los otros dos cuerpos con trazas de ADN. Si no es así, apunta Matías Alonso, el próximo 14 de julio y tras un acto de homenaje, "se devolverán a la fosa a la que el franquismo los condenó", aunque con su expreso deseo de que se entierren de un modo accesible, por si algún día son reclamadas. Finalmente, el 13 de abril, y tras años de lucha de su hija Josefa, los restos de José Celda reposarán junto a los de su esposa en el cementerio de Massamagrell.
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