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ALVARO MONGE
DOMINGO, 31 DE JULIO DEL 2016
Esta risueña vecina de Cornellà de Llobregat es una de las 597 criaturas nacidas en la maternidad de Elna, fundada en 1939 por la enfermera suiza Elisabeth Eidenbenz para atender a las refugiadas de la guerra civil internadas en campos de concentración del sureste de Francia. Antonia Santamaria no tiene recuerdos de aquel 3 de abril de 1941, claro está, pero atesora los pedacitos de memoria que le regaló su madre, Esperança Ortuño.
-Al estallar la guerra, en el Baix Llobregat se organizó una compañía de voluntarios para ir al frente. Mi padre, que era un republicano idealista, se alistó. Llegó a suboficial y durante tres años combatió en la sierra de Alcubierre, Foz, Calanda y en las batallas del Segre. Fue herido tres veces, una de ellas de gravedad. Ante la inminencia de la derrota, pasó la frontera y fue trasladado al campo de concentración de El Barcarès (Rosellón), en pleno invierno. Por suerte, al cabo de cuatro meses lo reclamó un tío que vivía en La Bastide-sur-Les, cerca de Perpinyà, y le dio empleo de albañil.
Su madre cruzó a pie los Pirineos para encontrarse con su marido, suboficial republicano. Y ella nació en la mítica maternidad.
-¿Y su madre? ¿Seguía en Cornellà?
-Sí. Pero tenía 23 años, estaba muy enamorada y quería reunirse con él. Como no le facilitaban la documentación, se fue a Figueres y cruzó a pie por La Vajol (Alt Empordà). Sola. De noche. Por el bosque. Con un monederito que contenía un peine y una toalla. Cuando se hizo de día, sin saber si había o no cruzado la frontera, llena de arañazos, oyó hablar en catalán. Eran dos gendarmes y la llevaron a la prefectura de El Voló. Indagaron y contactaron con mi padre.
-¡Se encontraron, al fin!
-Sí. Se instalaron en La Bastide-sur-Les y se quedó embarazada de mí. Así que ella no fue a parir a Elna desde un campo de concentración, como la mayoría.
-¿Qué contaba su madre de Elna?
-Se quejaba de que le hablaban en «extranjero». Creo que ninguna de las madres fueron conscientes de la proeza de Eidenbenz, que también salvó a muchos niños judíos, ni de que Pau Casals ayudaba económicamente a la institución. Todo cobró relevancia a partir de las investigaciones de la historiadora Assumpta Montellà. Sí sé que mi padre apuntaló las paredes de Elna que bailaban por el efecto de la tramontana.
-¿Ha visitado alguna vez la maternidad?
-Cuatro veces. En 1964, durante la luna de miel, mi marido y yo planeamos visitarla de camino de París, pero tuvimos problemas con el pasaporte y acabamos en Andalucía. En 1974, fuimos con mis padres, pero no pudimos entrar porque las malas hierbas hacían impracticable el acceso y el edificio estaba casi en ruinas. Ya restaurado, lo visité, emocionada. Aparezco en una placa como Antonio S., pero me dijeron que lo cambiarían.
-¿Qué fue de sus padres?
-Mi padre se habría quedado en Francia, pero estalló la segunda guerra mundial y corrió la voz de que movilizarían a los exiliados. Así que volvimos a Cornellà. Mi padre pasó por un campo de depuración en Madrid y mi madre fue detenida y recluida en la prisión de Figueres por haber salido de manera ilegal.
-¿Estuvo usted con ella?
-Yo tenía menos de un año y me llevaron con los abuelos hasta que ella salió al cabo de tres meses. Ya reunidos, mi padre, como era buen paleta, tuvo siempre trabajo, y mi madre se empleó en una hilandería.
-Se había clausurado el drama.
-No. Mi madre se volvió a quedar embarazada y cuando mi hermanito tenía 4 años, chocó de frente jugando con un primo, el médico no dio importancia al hematoma y murió de un derrame. Aquello, la guerra y la muerte de tres hermanos suyos por tifus en una semana, amargó el carácter de mi madre. Nunca fue feliz.
-¿A usted le vinieron mejores cartas?
-Sí. Trabajé en la Siemens como mecanógrafa, me casé con un santo varón [Ignasi Sayol, nieto de uno de los fundadores de ERC en Cornellà], y tengo dos hijos y dos nietos estupendos. Ellos me han dado una buena vida.
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