BOMBARDEO Y FUSILAMIENTOS
HOY SE CUMPLEN 80 AÑOS DE UN BOMBARDEO FASCISTA QUE DERIVÓ EN UNA VENGANZA DE REPUBLICANOS CON 225 MUERTOS
UN REPORTAJE DE IBAN GORRITI - Miércoles, 4 de Enero de 2017 - Actualizado a las 06:03h
Destrozos en la calle Iturribide (Sabino Arana Fundazioa)
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EL 4 de enero de 1937, la vida golpeó con muerte a Bilbao por partida doble. Primero a modo de bombardeo fascista contra la villa a cielo abierto con siete muertos a suerte aleatoria y, segundo, como reacción y vendetta por una parte del bando republicano con un resultado de alrededor de 225 personas que estaban detenidas, la mayoría, fusiladas. Hoy se cumplen 80 años de aquel episodio histórico.
Un trabajo de investigación de Carmelo Landa Montenegro detalla los pormenores que acontecieron aquella jornada, de hoy hace justo 80 años. El diario Euzkadi muestra un titular e información que no pasó la censura del Gobierno vasco y que hace pensar a investigadores preguntados que pudiera ser sobre la respuesta al ataque aéreo. La publicación Eguna, por su parte, no imprimió dato alguno al respecto. Ahora bien, ambas cabeceras aportaron datos sobre el bombardeo. En Eguna, además, publicaron el 6 de enero dos fotos de casas bombardeadas, una en Bilbao el 4 de enero y otra en Erandio el día 3. La primera se levantaba en Iturribide y los redactores tildan en euskera la imagen de lamentable y llama a los alemanes malvados.
El historiador Landa Montenegro pormenoriza en su trabajo Bilbao, 4 de enero de 1937: memoria de una matanza en la Euskadi autónoma durante la Guerra Civil española, que a las tres de la tarde de aquel día, la aviación nazi bombardeó la capital vizcaina. Siempre según los datos que maneja el investigador, el raid causó al menos siete muertos. La defensa republicana abatió un Junker.
El investigador mantiene que uno de los pilotos alemanes fue linchado “nada más tomar tierra en paracaídas cerca de Torre Urizar”. Portando su cadáver -continúa- la muchedumbre se manifestó por varias calles de Bilbao hasta llegar a la sede de Gobernación, actual edificio de la Sociedad Bilbaina.
Según analiza Landa, el consejero de Gobernación y Seguridad Ciudadana del Gobierno Provisional del País Vasco, Telesforo Monzón, intentó aplacar los ánimos desde el balcón. Sin embargo, un grupo de los presentes decidió vengarse sacando a presos afectos a los militares sublevados golpistas. “En un ambiente de extrema hostilidad, civiles -mujeres en gran número- y milicianos se concentraron en las inmediaciones de la prisión provincial de Larrinaga y las tres cárceles habilitadas -la Casa Galera y los conventos de los Ángeles Custodios y El Carmelo-, todas ellas sitas en el distrito de Begoña”, puntualiza.
Dos horas después del bombardeo, la guardia -a juicio del historiador- “cedió, se inhibió o facilitó la entrada de los más exaltados, según los casos”. Comenzaron entonces los asaltos. El Gobierno vasco aceptó la propuesta de milicianos izquierdistas que se ofrecieron al Departamento de Defensa para restablecer el orden.
CESAN LOS FUSILAMIENTOS Landa valora en su estudio que al llegar y contemplar las escenas, unos se desentendieron y otros, “contagiados por la ira de los asaltantes, se sumaron a la masacre y al pillaje”. Las tandas de fusilamientos cesaron en torno a las ocho y media al acudir a los paredones los consejeros Monzón (PNV), Juan Gracia (PSOE) y Juan Astigarrabia (PCE). A continuación llegaron los auxilios con el titular de Sanidad, el republicano Alfredo Espinosa. Los heridos fueron conducidos a clínicas y hospitales. Entre los montones de cadáveres -algunos mutilados- hubo quienes salvaron sus vidas haciéndose pasar por muertos.
El balance final aproximado fue de 225 asesinados: 7 en El Carmelo, 54 en la Casa Galera, 56 en Larrinaga y 108 en los Ángeles Custodios. Con todo, pudieron ser más de no haber sido por la oposición de varios inspectores de prisiones y la resistencia de los reclusos, especialmente de El Carmelo. “Peor suerte corrieron en el otro convento, ya que perecieron dos tercios de los allí detenidos, los más indefensos por tratarse de ancianos y enfermos”. Leizaola elaboró la lista de fallecidos y permitió a sus familiares celebrar los funerales donde lo desearon. La mayoría de las víctimas eran vascos de origen o residencia, muchos de ellos vecinos de Bilbao.
A juicio de Landa Montenegro, “esta masacre supuso la gran mancha en la gestión del primer Gobierno vasco. Con todo, su reacción no tuvo parangón en la guerra. En contraste con la zona franquista y el resto de la republicana, el ejecutivo autónomo no solo asumió y repudió unos sucesos que -según su versión- provocó la quinta columna, sino que trató de depurar las responsabilidades”, valora y asegura que el ejecutivo siempre trató de “humanizar” la contienda. Así, liberó a las mujeres -entre ellas la a la postre alcaldesa franquista Pilar Careaga-, clausuró los barcos que fueron cárceles flotantes, apostó por los canjes de presos, el 18 de junio entregó la población reclusa al enemigo...
Tras los sucesos del negro 4 de enero, se abrieron expedientes a los funcionarios. El PNV pidió la dimisión de Monzón que el lehendakari Aguirre no aceptó. Llegaron a testificar el propio presidente y ertzañas. “Estos y otros testigos atribuyeron la autoría de las muertes a milicianos de los batallones Asturias (UGT) y Malatesta (CNT)”, apunta Landa.
Pese a que la villa sufriría nuevos bombardeos, no se dieron más actuaciones de venganza de este tipo.
https://errepublikaplaza.wordpress.com/2017/01/04/somos-culpables-nosotros/
https://errepublikaplaza.wordpress.com/2017/01/04/somos-culpables-nosotros/
Somos culpables nosotros, Bilbao 4-1-1937
Nos ha parecido de interés, por ello lo compartimos, el artículo escrito por el catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU Santiago de Pablo: “Somos culpables nosotros”, en El Correo, 31-XII-2016 sobre los asesinatos producidos a principios de 1937 en las cárceles bilbainas. Los fascistas rebelde ejercieron un genocidio continuo sobre las izquierdas, pero también se cometieron algunas atrocidades en los defensores de la República.
El próximo 4 de enero se cumplen ochenta años del día en que el encomiable esfuerzo del Gobierno vasco por mantener el orden en su territorio durante la Guerra Civil se fue súbitamente al garete. En solo tres horas, en esa jornada trágica de enero de 1937, 224 personas fueron asesinadas cuando milicianos y civiles armados asaltaron las cárceles de Bilbao. Para entender la trascendencia de este hecho hay que tener en cuenta que en el País Vasco bajo el franquismo nunca se produjo una matanza similar: en la Álava sublevada, por ejemplo, fueron fusiladas durante los tres años de guerra 186 personas.
Si el hecho en sí mismo es sorprendente –dado el empeño del lehendakari Aguirre en hacer realidad el “oasis vasco” de 1936-1937–, aún lo es más que un acontecimiento de este calibre haya desaparecido del recuerdo colectivo, hasta el punto de haberse convertido en un no-lugar de memoria, precisamente ahora que tanto se habla de conservar la memoria histórica de la Guerra Civil.
Si esta tragedia es hoy casi desconocida no es por falta de investigación, pues los hechos básicos son bien conocidos por la historiografía: grupos de manifestantes, enfurecidos tras un bombardeo franquista, se unieron a milicianos de la CNT y asaltaron las prisiones de la villa (Larrinaga, los Ángeles Custodios, el Carmelo y Casa Galera), para dar un escarmiento a los presos. Estos, ayudados por algunos vigilantes, trataron de defenderse, construyendo barricadas frente a unos asaltantes que utilizaban incluso bombas de mano. Entre los asesinados había significados derechistas, como el integrista Juan Olazábal o el exalcalde de Bilbao Adolfo Careaga, pero la mayoría eran personas anónimas, de ideas conservadoras, incluyendo a trece sacerdotes (uno de ellos simpatizante del PNV).
El inicio del asalto pilló por sorpresa a las autoridades vascas, que además tardaron mucho tiempo en detener la matanza. La Consejería de Defensa quiso desplazar un batallón del PNV, pero no había ninguno acuartelado en Bilbao en ese momento, por lo que envió uno de la UGT que, al ver lo que pasaba, se inhibió y en alguna de las cárceles se unió incluso a los agresores. Los asaltos solo terminaron cuando llegaron en persona a las prisiones tres consejeros del Gobierno vasco. La situación era tan dantesca que uno de ellos, el socialista Juan Gracia, no pudo aguantar y se desmayó.
Si el Gobierno vasco fracasó en la prevención de los hechos, tuvo una actitud ejemplar a posteriori, reaccionando de un modo imposible de encontrar en ningún otro caso en los dos bandos durante la guerra. El 10 de enero publicó una nota en la que, sin concretarlos, hablaba de los recientes “crímenes y saqueos” y aseguraba que iba a exigir “con rigor las responsabilidades contraídas por los culpables, reforzando las previsiones adecuadas para que no vuelvan a repetirse semejantes hechos”. El Departamento de Justicia permitió celebrar funerales por los fallecidos y la seguridad de las cárceles fue reforzada por ertzainas y gudaris nacionalistas, que evitaron nuevos asaltos. Además, se nombró un juez especial (el diputado del PNV Julio Jáuregui), que procesó a 61 responsables, aunque el sumario no se había cerrado cuando Bilbao fue conquistada en junio de 1937, por lo que los procesados, que permanecían en libertad provisional, nunca fueron juzgados.
En un gesto que le honra, en el Congreso Mundial Vasco celebrado en París en 1956 Aguirre reconoció valientemente su responsabilidad y la de su ejecutivo en un hecho “que nos avergonzó ante el mundo”: “Somos culpables nosotros. Yo el primero, en nombre del Gobierno, porque nos fallaron los resortes del mando en aquel momento”. Como era de esperar, el franquismo trató de preservar el recuerdo de la masacre, a través de homenajes, mausoleos y publicaciones. Para el nacionalismo vasco fue durante el exilio un tema tabú, del que apenas se hablaba, pese a que la memoria de la guerra era casi omnipresente.
Tampoco en la Transición el nuevo Gobierno vasco hizo nada por conservar la memoria de ese aciago 4 de enero. Solo en 2011, en un artículo publicado en EL CORREO, Idoia Mendia, la consejera de Justicia del Gobierno de Patxi López, recordó –junto a otras matanzas cometidas en la zona franquista– “el hecho represivo más sangriento de la guerra en Euskadi”. Evocando expresamente el coraje de Aguirre al reconocer su error, Mendia señalaba que había “llegado el momento de reivindicar el dolor de todas las víctimas de la guerra civil en Euskadi. De todas, de las que fueron silenciadas durante cuarenta años de dictadura y también de las que con la llegada de la democracia fueron borradas de la memoria colectiva por resultar políticamente incorrectas”.
Sin embargo, cuando en 2015 se organizó en Bilbao una exposición sobre la historia de la cárcel de Larrinaga (1871-1968), con el título “La memoria cautiva”, esta ni siquiera mencionaba los hechos de enero de 1937, pese a que en Larrinaga hubo 55 víctimas. La muestra se centraba en la dictadura franquista y en los cuarenta presos ejecutados a garrote vil en el patio de la prisión en 1937-1939, pero el necesario recuerdo de estos no puede servir para olvidar a otras víctimas de la guerra, como las del 4 de enero. Tampoco es excusa el hecho de que estas últimas fueran conmemoradas por el franquismo (en puridad, ni siquiera puede decirse que fueran “franquistas”, puesto que murieron antes de poder colaborar con la dictadura). De hecho, Aguirre no se escudó en que esos muertos fueran del otro bando.
Por ello, es una pena que –al menos que yo sepa– el actual Gobierno vasco no haya preparado ningún acto en recuerdo de los fallecidos el 4 de enero de 1937, como lo está haciendo con otras matanzas de la Guerra Civil. Al fin y al cabo, también estas son víctimas “del sufrimiento injustamente padecido” en “los últimos cien años”, cuya evocación forma parte de los objetivos de Gogora, el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos del Gobierno vasco.
Santiago de Pablo
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