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Salce Elvira ||
Sindicalista de CCOO ||
Cuando se cumple el cuarenta aniversario de los asesinatos de Atocha, atentado terrorista o matanza, de diversas formas se suele denominar, he recordado situaciones que en la bruma de la memoria estaban casi olvidadas, por lo duras y difíciles que fueron para las personas que lo vivimos tan de cerca.
Eran tiempos negros y difíciles, de gran incógnita sobre el futuro del país; Franco había muerto hacía más de un año, pero a quienes militábamos activamente en el PCE y CCOO se nos seguía persiguiendo, encarcelando de forma sistemática.
El domingo 23 de enero, nos habíamos reunido por la tarde-noche en el despacho de Atocha, la coordinadora del metal de Madrid de CCOO aún clandestinas, para redactar un panfleto contra la represión, pidiendo la dimisión del ministro de Gobernación (Interior) Rodolfo Martín Villa y el entonces director general de la Policía, Juan José Rosón, porque esa misma mañana en una manifestación en la Gran Vía, habían asesinado a Arturo Ruiz. Al día siguiente mataron a Mari Luz Nájera, en otra de protesta por la muerte de Arturo.
El 24 de enero por la noche, en ese mismo despacho, fueron asesinados a sangre fría, nuestros queridos compañeros Ángel Rodríguez, Enrique Valdevira y Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo y Serafín Holgado, hiriendo de gravedad a otros cuatro: Dolores González Ruiz, Luis Ramos, Miguel Sarabia y Alejandro Ruiz Huertas. Todos abogados laboralistas, de asociaciones de vecinos, luchadores por la justicia, además de defensores de represaliados políticos.
Lo que había ocurrido me fue comunicado al filo de la media noche por un compañero de la Inter de CCOO, y sin tiempo de recuperarnos del espanto, la consigna fue de empezar a organizarnos los y las compañeras y camaradas del PCE y de CCOO, para dar una respuesta firme y coordinada ante tan atroz crimen. Desde el principio nos dimos cuenta de que era nuestro deber responder ante la situación creada con firmeza, máxima coordinación y movilización, pero sin facilitar a las fuerzas negras del régimen seguir su represión. Para ello, era imprescindible el controlar la situación creada desde nuestra organización y con nuestras fuerzas.
Mientras que nuestros compañeros y compañeras abogados negociaban que los féretros se trasladaran a las Salesas, sede del colegio de abogados y Tribunal de Orden Público, para que se les pudiera rendir un público homenaje, el activo de CCOO nos encargamos de hacer asambleas en todos los centros de trabajo, que fueron masivas, para explicar la situación y asegurar un numero importante de personas que se encargaran del servicio de orden y la seguridad en el entierro y sin esperar a pedir permiso, salimos a la calle.
Fue emocionante ver como cientos de personas, en su mayoría sindicalistas de CCOO, y militantes del PCE, en aquel frió y brumoso día, cogidos del brazo y con claveles rojos en las manos formamos una cadena humana que rodeaba toda la manzana desde Santa Bárbara a la Plaza de la Villa de París. Éramos en su inmensa mayoría jóvenes veinteañeros, como se puede ver en los documentos gráficos, que nos enfrentamos con serenidad a las provocaciones de los fascistas y guerrilleros de Cristo Rey.
No puedo borrar de mi mente y sigo recordando con impotencia y rabia, mucha rabia y dolor, los féretros expuestos con los sudarios blancos, de aquellos queridos compañeros con los que hasta hacía unos días habíamos compartido tantas cosas y albergado grandes esperanzas de futuro y de ilusión.
Por la tarde, cientos de miles de personas llenaron en silencio las calles de Génova, Plaza de Colón, Recoletos… en un acto de fuerza, responsabilidad y firmeza, que demostró la organización, incidencia y credibilidad entre las masas de la que gozaba, tanto el PCE como CCOO, aún clandestinos, ganada con muchos años de lucha, así como las ansias de libertad y democracia del pueblo de Madrid, que supuso un paso decisivo para que fuera legalizado tres meses después, primero del PCE y posteriormente CCOO.
Algunos de la actual clase política, incluso desde la izquierda, tertulianos, politólogos, etc. etc, que por ignorancia, oportunismo o desconocimiento, censuran, desprecian y vilipendian de forma generalizada aquella etapa y nos incluyen a todos y todas en el “Régimen del 78” deberían saber que no se nos regaló nada, –que lo que conseguimos, aunque nos parezca insuficiente, nos lo están quitando día a día, también con ellos en los aparatos de poder-, fue fruto de una dura lucha, de sacrificio, represión, miles de despidos, procesos, cárcel y pérdidas de muchas vidas que merecen un reconocimiento público.
Transcribo a continuación algunos párrafos del imprescindible libro “La memoria Incómoda, los abogados de Atocha” de Alejandro Ruiz-Huertas, único sobreviviente en la actualidad del atentado: “Solo los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla, porque la realidad que se oculta, vuelve para vengarse. Por eso no interesa recordar nuestro pasado lejano pero inmediato. Estamos perdiendo la memoria histórica. (…) Sigue siendo fundamental, imprescindible que las generaciones que nos suceden conozcan cuál ha sido el camino recorrido hasta hoy. Que hubo una dictadura, dónde se sacrificó mucha gente, dónde reunirse era un delito, dónde todos éramos menores de edad. Que hubo un proceso de transición muy difícil, donde quedaron muchos al borde del camino. Que no ha sido un camino de rosas…”
Es por ello que desde aquí quiero recordar con emoción y rendir homenaje a tantas y tantos amigos, compañeros que ejemplifican los CINCO DE ATOCHA por su esfuerzo, sacrificio y generosidad sin pedir nada a cambio y olvidados hasta por ciertos sectores que se llaman de izquierda.
Quiero finalizar, dedicando un recuerdo emocionado a mi amiga Lola González Ruiz, gravemente herida aquella noche y que hace dos años que nos dejó, una mujer especial, valiente, humilde, que nunca quiso protagonismo y a la que la vida trató tan duramente…
*Nueva Tribuna
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