diumenge, 8 d’abril del 2018

Ian Gibson: “Estoy convencido de que Lorca está cerca de la fuente de Aynadamar”

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Casi 50 años después, el hispanista revisa su libro sobre el asesinato del poeta y vuelve a pedir que se busque el cuerpo



Ian Gibson, retratado en el madrileño Café Gijón esta semana.
Ian Gibson, retratado en el madrileño Café Gijón esta semana.  EFE
Cuando en 1966 Manuel Castilla Blanco, alias Manolillo el comunista, le indicó dónde había enterrado el cuerpo de Federico García Lorca no dudó de él. Pese a que no aportaran apenas frutos las excavaciones realizadas en 2009 cerca de Alfacar, donde fue fusilado, Ian Gibson sigue convencido de que el encargado de darle sepultura en la fosa no le mintió. “No tenía por qué hacerlo. Se la jugó llevándome hasta ese lugar, a ocho kilómetros de Granada”. Todavía vivía Franco y airear el crimen del poeta que ya se había convertido en símbolo universal acarreaba represalias. “Tenía miedo, es obvio. Pero fue valiente”.
Todo eso lo contó el hispanista en La muerte de Federico García Lorca y la represión nacionalista de Granada, una investigación publicada por la editorial Ruedo Ibérico en 1971. Apareció en París, fue prohibida en España y que se convirtió en un clásico. Pero nuevos datos le han obligado a revisar el libro años después y revive ahora en Ediciones B con una profunda puesta a punto, aunque el mismo convencimiento sobre los hechos fundamentales y los lugares que deben rastrearse hasta hallar los restos: “Estoy persuadido de que Lorca está en el parque que lleva su nombre, a dos pasos de la acequia de Aynadamar, construida por los árabes en el siglo XI para trasladar agua a Granada. La palabra significa Fuente de las Lágrimas. Toda una profecía”.
¿Qué ha cambiado entre las conclusiones a las que llegó después de cinco años de investigación en la década de los sesenta? Primero, la certeza de que no hallaron restos en el parque de Alfacar, ni tampoco después en el campo de tiro que excavaron apenas medio kilómetro más cerca del barranco de Víznar el historiador Miguel Caballero y el forense Javier Navarro en dos incursiones.

También las pistas que han aportado otros trabajos posteriores. Los del propio Caballero (Las trece últimas horas en la vida de García Lorca), Lorca, el último paseo, de Gabriel Pozo Felguera, García Lorca, asesinado. Toda la verdad, de José Luis Vila-San-Juan. Y, sobre todo, dice Gibson, “la obra póstuma de Eduardo Molina Fajardo, editada en 1983, Los últimos días de Federico García Lorca. Como falangista, tuvo acceso a los archivos de la organización local –yo no, desde luego- y realizó un trabajo admirable”.
“¿Aparecen restos y no se le comunica a un juez como ocurrió en 1986 dentro del área del fusilamiento? ¡Es kafkiano! Pueden ser los del poeta y los tres que fueron asesinados junto a él”
Bibliografía aparte, además, han abundado los desmanes políticos. “Chapuzas”, a juicio de Gibson, “que han destrozado rastros”. El más escandaloso, quizá, lo que sucedió en 1986. Fue cuando se acotaba el terreno del hoy parque de Alfacar. Ernesto Antonio Molina Linares, entonces vicepresidente segundo de la Diputación Provincial dirigida por el PSOE, comentó al diario granadino Ideal en 2008 -22 años después-, que habían aparecido restos humanos. “Junto al olivo señalado por Castilla Blanco”, afirmó.
¿Y qué se hizo? Fueron depositados dentro de una bolsa de plástico y dejados en otro punto del recinto. “¿Aparecen restos y no se le comunica a un juez? ¡Es kafkiano! Pueden ser los del poeta y los tres que fueron asesinados junto a él”, clama Gibson.
Aquel trío de víctimas ha resultado clave para las investigaciones posteriores. Eran el maestro republicano Dióscoro Galindo González y los banderilleros anarquistas Galadí y Cabezas. Sus descendientes han pedido que se busquen los restos. Y eso ha dado lugar a las operaciones que se han llevado a cabo en la zona. “Sin su ayuda, no hubiera sido posible”, añade Gibson. Entre otras cosas porque la familia Lorca no quiere. “No logro entender por qué no han liderado ese movimiento. El poeta representa a todos las víctimas del franquismo. A más de 100.000, que aún siguen en las cunetas. Es un símbolo universal, no pertenece a nadie”. Y añade: “Creo que los despojos se volvieron a enterrar cerca o quizás debajo de la enorme fuente monumental construida al fondo del parque”.
Otra de las aportaciones definitivas de esta nueva revisión tiene que ver con las pistas sobre el general Queipo de Llano, máximo responsable de la sublevación en Andalucía. “Lorca solo pasó día y medio en la sede del Gobierno Civil de Granada. Mi convicción es que, antes de matarlo en las primeras horas del 18 de agosto de 1936, pidieron permiso”.
La teoría lleva a un triángulo claro en la escala de responsabilidades. Si hay que repartir culpas directas hablaríamos de tres implicados fundamentales, según Gibson. Primero el ultraderechista Ramón Ruiz Alonso, exdiputado de la CEDA de Gil Robles por Granada, que lo detuvo en casa de la familia Rosales. Después, el comandante José Valdés Guzmán, encargado del Gobierno Civil. Por último Queipo de Llano, a quien Valdés contactó antes de tomar la decisión definitiva. “Pudo hacerlo perfectamente por teléfono. El lunes 17 de agosto, Ideal anunció en primera plana que unas horas antes se habían restablecido las comunicaciones”.
Así que cabe pensar con certeza que Queipo pronunciara aquello de: “Café, darle mucho café”. En otras palabras: matadlo. “Era un energúmeno. ¿Quién mejor que Lorca para demostrar en aquellos primeros días de feroz represión antirrepublicana, un mes justo después del alzamiento, que iban en serio. Sería todo un escarmiento”.