El proyecto ‘Atlas de la desaparición’ busca que más familiares –además de los 166 que ya buscan a sus difuntos– puedan acceder a información libre sobre el mayor osario de la Guerra Civil, donde también estuvo enterrado Franco
Un equipo de investigadores colombianos y españoles está desentrañando los secretos del Valle de Cuelgamuros, el mayor osario de la Guerra Civil, en el que están enterradas 33.843 personas, entre sublevados y republicanos. Los cientos de archivos oficiales y no oficiales que, por años han estado dispersos –y a veces ocultos– por toda España, se presentarán en una plataforma web de acceso libre a cualquier persona que incluirá modelos 3D, mapas interactivos, vídeos y buscadores de información sobre el megamonumento que Francisco Franco ordenó construir en 1939 en el municipio de San Lorenzo de El Escorial y que hasta 2022 fue conocido como el Valle de los Caídos.
El proyecto, que comenzó en 2018, se llama Atlas de la Desaparición y ha comenzado a tomar forma en una serie de materiales digitales e interactivos que se publicarán en una página web en octubre. El Atlas de la Desaparición es posible gracias a la digitalización y verificación de los datos del Libro de Registros de Inhumaciones, que tiene apuntados los nombres –cuando los hay– de los enterrados en el Valle, además de su lugar de procedencia, la fecha de ingreso y, en algunos casos, el columbario y nivel donde se encuentra la caja que guarda sus restos. Quienes no tienen nombre, figuran como ‘Desconocido’. Digitalizar el libro, que no es de libre acceso, les ha tomado dos años.
A partir de ese libro, y de otros documentos, el equipo está en proceso de modelar en 3D el Valle de Cuelgamuros y el desconocido interior de las capillas donde están enterradas las 21.423 personas identificadas y los 12.410 ‘desconocidos’. También preparan un mapa con las 506 fosas de todos los rincones de España de donde el franquismo sacó –sin consentimiento de los familiares de las víctimas republicanas– los cuerpos para llevarlos al Valle entre 1959 y 1983. El equipo, además, ha producido vídeos de historias de familiares que buscan a víctimas de Griñón (Comunidad de Madrid), Aldeaseca (Ávila), Lleida (Cataluña) y Calatayud (Zaragoza) y están en producción de otras dos historias en Torrero (Aragón) y Bot (Cataluña).
Pero el trabajo no está, ni mucho menos, terminado, según cuenta el investigador y cineasta Manuel Correa (Medellín, 1991), que comenzó a construir el Atlas de la Desaparición hace siete años y que hace dos trabaja con la Oficina de Investigación Documental (OID) para sacar adelante el ambicioso proyecto. Justo ahora, la OID está en contacto con 71 familias con víctimas en Cuelgamuros para digitalizar y clasificar las fotografías, documentos, procesos judiciales y otros materiales que ellas llevan años recopilando. “Estamos dotando a los familiares de un archivo de verdad, profesional, para que sus memorias estén en internet y en un espacio unificado y protegido”, cuenta Correa mientras muestra un Excel en construcción. A cada pieza de los archivos familiares se le da un número de serie, una descripción y otros datos para conservarla. Pese a que el trabajo es titánico, tienen la puerta abierta para que más personas lleguen a contar su historia.
Entre las doce personas que conforman la OID hay arquitectos, geógrafos forenses, cineastas, artistas, diseñadores de interacción, además de un archivista y un topólogo matemático colombianos. No es poca cosa el origen latinoamericano de tres de los integrantes. En Colombia, el conflicto armado dejó más de 120.000 desaparecidos. Aunque el país está lejos de encontrarlos a todos, sí hay un músculo de organizaciones civiles y de entidades estatales con experiencia para investigar o buscar, como la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos.
Correa, que ha enfocado parte de su trabajo en desaparición forzada y memoria histórica, cree que la experiencia colombiana puede ser de utilidad para hacer proyectos en España como el Atlas de la Desaparición. Él, en particular, es parte de la agencia de investigación Forensic Architecture, con quienes ha participado en proyectos como Las cajas negras de la desaparición, que investigó las desapariciones forzadas tras la toma y retoma del Palacio de Justicia en Bogotá en 1985.
“Es una experiencia ver cómo en España se empieza todo de cero”, comenta Correa, desde la sala Terrario, en Matadero, donde ha pasado los últimos dos años trabajando con la OID. El colombiano extiende sobre la mesa una veintena de planos y mapas, abre su portátil con cientos de archivos y y varios Excel con bases de datos para explicar que esto ha sido una odisea. “Ha sido difícil conseguir financiación”, reconoce Correa, que busca recursos para pagar el trabajo que aún queda por hacer: producir más vídeos, terminar de modelar Cuelgamuros y programar. También trabajan para crear una sección de descargas, para que la información que han podido recopilar sea abierta para otros investigadores. De momento, MediaLab Matadero ha sido la única entidad en aportar recursos y espacios de trabajo y exposición para el proyecto.
Cada pieza tiene su ciencia. Por ejemplo, en el modelo 3D del interior del Valle de Cuelgamuros –hecho a partir de planos del Instituto Torroja del CSIC y de planos de Patrimonio Nacional– han incluido las posibles ubicaciones de las cajas con los restos de las víctimas. Para eso, el topólogo matemático ha creado un algoritmo que arroja tres posibles ubicaciones para cada caja a partir de los datos del libro de registro, que da una idea de en qué orden fueron metidas las cajas a las capillas. Correa aclara que el objetivo no es predecir la ubicación exacta de cada persona, “sino darle un espacio concreto donde poder verlos”. “Para los familiares esto ha sido muy reparador, porque es dejar de imaginarlos en un lugar abstracto”, comenta Correa.
Por otra parte, el mapa de fosas se programará en tres niveles. En el nivel general, se verá la ubicación de los 506 enterramientos por toda España; en un segundo nivel, se visualizarán imágenes aéreas del antes y el después de esas zonas para mostrar que, en muchos casos, sobre los terrenos fueron levantados parkings, puntos limpios o basureros. Finalmente, 29 de las 506 fosas ofrecerán información mucho más detallada: cuántas personas fueron sacadas de ahí para ser trasladadas a Cuelgamuros, cuáles eran sus nombres, cuántos son anónimos y quiénes están siendo reclamados por familiares. “El Valle de los Caídos le quita el gran contexto a los que están allí enterrados y les arrebata su identidad. Estamos trabajando con todas las familias para devolverle su historia a cada persona”, explica Correa y agrega que el objetivo es facilitar a nuevas familias la búsqueda de su desaparecido. En algunos casos, puede que sepan que esa persona estaba en una fosa, pero desconocen que esa fosa fue abierta para llevar los restos hasta el Valle.
Eso fue lo que le ocurrió, por ejemplo, a Silvia Navarro-Pablo presidenta de la Asociación de Familiares Pro Exhumación de los Republicanos del Valle de los Caídos. Hasta 2007, ella y su familia creyeron José Antonio Marco Viedma, el tío ‘Pepe’, desaparecido y fusilado en 1936 estaba enterrado en el cementerio de Calatayud. Luego, descubrieron que estaba en una fosa común que fue abierta en 1959 para llevar los restos al Valle. Desde entonces, Navarro-Pablo se ha enfrentado a decenas de archivos dispersos, a ir al Valle en 2008 y copiar a mano parte del libro de registros que está custodiado por los monjes benedictinos y a crear su propio expediente para librar una batalla jurídica que le permita sacar a su tío abuelo del Valle. La OID, que ha contactado con ella, quiere facilitar la tarea a otras familias que un día lleguen a buscar a sus seres queridos. El equipo hace su trabajo de la mano de familiares como Navarro-Pablo o Fausto Canales que, aunque consiguió sacar a su padre del Valle de los Caídos en 2023, sigue colaborando con los investigadores y contando su historia.
Hoy hay dos búsquedas forenses en paralelo. Mientras en Madrid Correa y el equipo escarban entre bases de datos, en lo alto del Valle de Cuelgamuros, al interior de la basílica levantada por el franquismo, un equipo de 15 técnicos contratado por el gobierno central exhuma y estudia desde hace un año los huesos de los desaparecidos. Cada investigación pone los pelos de punta a su manera: uno ha implicado remover cajas llenas de restos; el otro ha implicado leer los documentos del horror. La OID, literalmente, lo ha hecho. Un día se les ocurrió leer, uno a uno, los nombres de las personas que aparecen en el Libro de Registro de Inhumaciones del Valle. Lo grabaron en vídeo y les tomó 78 horas. Se les erizó la piel cuando repitieron cientos de veces y sin parar la palabra ‘desconocido’.
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