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Jose Oliva., Barcelona, EFE El escritor vasco Martín Abrisketa recupera en su primera novela, "La lengua de los secretos", la vida de su padre, que fue uno de los niños vascos que, separados de sus familias, acabaron como refugiados en Francia y que, dice, vivieron aquellos años "como una aventura".
En una entrevista concedida a Efe, Abrisketa señala que al describir los años de la guerra a través de los ojos de un niño, "el conflicto aparece como una aventura".
Abrisketa confiesa que "La lengua de los secretos" (Roca Editorial) es la historia de la infancia de su padre y, de hecho, su primer recuerdo de la infancia es escuchando a su padre "contar su historia".
El relato sitúa al lector ante cuatro niños vascos, Martintxo y sus tres hermanos, que un día, en medio de la Guerra Civil española, se perdieron de su familia y tuvieron que refugiarse en Tenay, un pueblecito al este de Francia también llamado Nunca Jamás.
"Mi padre y tres de sus hermanos se quedaron solos y arranca una aventura que les llevó cerca de un año y medio primero a Santander, después a Asturias, embarcaron en un buque inglés que los evacuó a Burdeos y desde allí en tren a un pequeño pueblo en los Alpes", comenta el autor.
Abrisketa, que habitualmente trabaja en medios audiovisuales, decidió escribir la novela para "dar testimonio de la aventura de mi padre y sobre todo, de cómo la vivió, pues siempre nos la ha transmitido como una aventura, sin odio, sin enemigos, con dolor matizado, pero sin maldad, hasta el punto de que el recuerdo de la guerra es prácticamente un juego".
Esa inocencia fue posible, recuerda ahora el hijo, porque "aquellos niños se quedaron solos, sin tener la referencia de los adultos, y quizá eso les salvó como niños, les hizo evitar un trauma, a pesar de que vivieran un calvario".
A pesar de las reticencias del gobierno francés, presionado por el inglés para no ayudar a la República española, "la gente de los pueblos se volcó de manera determinante".
Desde el principio Abrisketa vio que contar la guerra desde la perspectiva de un niño le brindaba todas las posibilidades literarias, o incluso cinematográficas: "Me daba el punto de vista de la magia, porque los niños tienden a confundir y especular cuando los mayores no les explican nada, pero cuando se quedan solos su especulación es mayor y su forma de entender la realidad es completamente fantasiosa".
Haciendo honor a la oralidad de la cultura vasca, en la novela aparecen finalmente el flautista de Hammelin y Peter Pan. "Me di cuenta de que mi padre era un niño perdido, que no sufre, que hace una guerra que no puede perder, y yo acabo siendo el hijo de Peter Pan".
"La lengua de los secretos" es concebida como una muñeca rusa, con una novela dentro de una novela, pues Abrisketa empieza a contar la historia de su padre de 1931 en adelante, casi como un catarsis que le ayudó a acercarse a su padre después de muchos años de distanciamiento e incomprensiones mutuas.
Aunque la estructura narrativa es lineal, asegura que llega un capítulo en que no puede seguir escribiendo sin decir lo que piensa de él.
"Le llegan cartas mías en las que le cuenta la evolución de la novela, mi padre dio mil pasos para acabar con esa ruptura y luego en Tenay el alcalde dio también un paso de gigante al invitarnos a visitarles y poner a mi disposición su historiadora local", apunta.
Ahí aparece la "segunda novela", que cuenta lo que ocurre en la actualidad, cuando "dos personas distanciadas se acercan y dos pueblos se acercan".
La confusión que en ocasiones se produce entre el autor y el narrador es, como dice Abrisketa, intencionada: "A través de la comunicación y la novela me he dado cuenta que entre mi padre y yo hay un cable que nos une, su mirada infantil es la mía y me llegué a identificar tanto en él, que decidí que era él".
Admite que esta novela puede estar emparentada con el cine de Montxo Armendáriz y no es casual que el padre del niño protagonista se llame en la novela Tasio, en homenaje a la película del cineasta navarro.
Sobre su futuro como escritor, Abrisketa no sabe qué hará, pero asegura que si vuelve a tener la necesidad de escribir algo que pueda servir para el lector se volverá a embarcar en esta aventura, aunque a él le resulte "agónico".
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