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A finales del mes de agosto de 1936, pasada la medianoche, un grupo de hombres armados apareció en la calle San Roque, ocupando ambas aceras.
13 de marzo de 2015 | Fuente: | por
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Aurelio Pérez y Petra Andrés el día de su boda
Asesinato de Aurelio Pérez Peñalva y Maximino Andrés Basulto, marido y hermano de Petra Andrés Basulto, conocida en Tudela como “La Navarra”.
En el año 1936, Aurelio tenía 39 años de edad y era yesero. Estaba casado con Petra, que era natural de Montemayor de Pililla, aunque su familia se había trasladado a Tudela. Los padres de Petra, Guillermo y Micaela, y su hermano Maximino, de 24 años, vivían en la calle Solana Alta 42.
Petra y Aurelio vivían en la calle San Roque 13 con sus dos hijos, Martina, de diez años, y Nicolás, de siete. Habían perdido otro hijo, Ventura, que falleció siendo muy pequeño.
A finales del mes de agosto de 1936, pasada la medianoche, un grupo de hombres armados apareció en la calle San Roque, ocupando ambas aceras. Algunos vecinos estaban en aquellos momentos sentados en las puertas, tomando el fresco de la noche, y fueron obligados a entrar en sus casas entre amenazas.
El grupo se detuvo ante el domicilio de Aurelio y Petra, gritando a los vecinos que cerraran puertas y ventanas. Cuatro de ellos, encabezados por dos conocidos derechistas de Tudela, entraron en la casa y detuvieron a Aurelio, que estaba en la cama. En su propia casa, y ante su mujer y los dos niños, fue maltratado por el grupo. Aurelio era un hombre de gran estatura y corpulencia, y los asesinos intentaron neutralizarlo.
Poco después los verdugos salieron de la casa conduciendo a Aurelio calle abajo y lo mataron a tiros en la misma esquina de la calle 29 de Diciembre con la calle Fuentes, donde hoy hay un kiosco de prensa. Allí había entonces un desmonte, una pequeña gravera y una oquedad, casi una cueva, por donde manaba el agua que da nombre a la calle. Abandonaron allí el cadáver de Aurelio, donde permaneció hasta el amanecer, cuando su mujer salió en su busca con los niños de la mano. Los gritos de Petra y los llantos de los niños hicieron salir a los vecinos, quienes ayudaron a retirar el cadáver de la calle. Esta escena de inimaginable crueldad marcó a los dos niños para siempre, llegando a impedirles llevar una vida normal.
Martina tenía entonces diez años y quedó traumatizada por la visión del cadáver de su padre y los lamentos de su madre. Llevó sobre ella esa carga hasta su muerte. Siendo ya anciana, coincidió en la sala de espera del médico con uno de los asesinos que aquella noche pegaron, se llevaron y mataron a su padre.
Así lo cuenta un testigo, R.B.:
“El médico don Paco tenía la consulta en la calle Abelardo. Esperábamos turno en unos bancos que estaban a la puerta. Un día estaba esperando Martina; yo también, y algunos más. Bajó don Paco y llamó a A.S., que subió. Martina comenzó a lloriquear; las manos le temblaban mientras murmuraba: “Asesino, asesino, mataste a mi padre…” Yo tenía unos 15 años, y estaba muerto de miedo. Entonces no sabía nada de lo que había pasado en el pueblo y pensaba como todos que Martina estaba mal de la cabeza, que tenía algún retraso. La gente que estaba en el consultorio quería hacerla callar, pero ella seguía gritando. Menuda escena.”
Tampoco Nicolás, el hijo menor, tuvo suerte en la vida: acabó ciego, vendiendo cupones por las calles. Nicolás, como su hermana Martina, presentaba problemas sicológicos y emocionales derivados de lo sucedido a su padre.
Apenas un mes más tarde, Petra sufrió un nuevo golpe: el asesinato de su hermano Maximino, de 24 años y soltero. Los detalles de su muerte no se llegaron a conocer; simplemente, desapareció y pocos días después, el 26 de septiembre, su cadáver apareció en las calles de Valladolid. Le habían disparado y tenía el cráneo fracturado. Lo enterraron en una fosa común del cementerio del Carmen, en la ciudad.
Petra no se dejó amilanar y luchó y trabajó incansablemente para sacar adelante a su familia. Dotada de una gran fortaleza física y psicológica, se empleó como jornalera en el campo, hizo labores de todo tipo y trabajó como colchonera durante años y años. Jamás perdió el ánimo, aunque no le faltaban motivos. Aunque desde entonces vistió de luto, vivió con buen humor y optimismo, apoyando a sus hijos, trabajando y viviendo los años que le quedaron con toda la fuerza y la voluntad que siempre la caracterizó.
A mediados de los 50, Petra junto con su hija Martina y unas amigas decidieron celebrar el carnaval. El martes se presentaron en la puerta de la iglesia con unas sardinas, diciendo que iban a que el cura las bendijese con el fin de proceder a su entierro. La humorada les costó un disgusto, porque el cura las denunció a la guardia civil, que no dio importancia al asunto. Aun así, fueron “condenadas” a fregar los suelos de la iglesia durante unos días, y todo el pueblo pudo ver cómo iban limpiando de rodillas tras las señoras que salían de misa.
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